domingo, 31 de mayo de 2009

Amar es entregarse


El hambre de los hombres es terrible, mata a millones de seres cada año. Las privaciones de amor son más mortíferas todavía, desintegran al hombre y a la humanidad. Muy a menudo el hombre no sabe amar, cree amar y no hace sino amarse a sí mismo.
En el largo camino que lleva al amor, muchos se detienen, seducidos por los espejismos del amor.
Si te emocionas hasta las lágrimas ante un sufrimiento, si sientes que tu corazón late con fuerza ante tal o cual persona, no se trata de amor, sino de sensibilidad. Amar, no es sentirse emocionado por otro, sentir afecto sensible por otro, abandonarse en brazos de otro, admirar a otro, desear a otro, querer poseer a otro.
Amar es en esencia entregarse a otro y a los otros. Amar no es sentir. Si esperas sentirte empujado al amor por la sensibilidad, sólo amarás a pocos en la tierra... y seguramente no a tus enemigos. Amar no es un proceso instintivo, es la decisión consciente de tu voluntad de ir hacia los demás y de entregarte a ellos.
Con mucha frecuencia juegas al Pulgarcito, siempres encuentras tu camino, el camino de tí mismo. Piérdete, olvídate de tí mismo y amarás con más seguridad. El hambre te obliga a salir de tu casa para comprar pan. Abres la puerta para contemplar la puesta de sol. Corres al encuentro del amigo que viste desde la ventana.
Del mismo modo, el deseo, la admiración, el afecto sensible pueden arrancarte de tí mismo y lanzarte al camino de la entrega, pero no son todavía el amor. El Señor te los ofrece como medios, para ayudarte a olvidarte y conducirte al amor.
El amor es un camino de mano única: parte siempre de tí y se dirige a los demás. Cada vez que tomas un objeto o a una persona para tí, dejas de amar, pues dejas de entregar. Vas a contramano.
Todo lo que encuentras en tu camino está hecho para que te permita amar más. Encamínate. Acoge todo lo que es bueno, pero para darlo todo. Si retienes algo o alguien para tí, no digas que amas tal objeto o a tal persona, pues en el momento en que los agarras para guardarlos -aunque sólo sea por un instante- el amor muere en tus manos.
Si cortas flores es para hacer un ramo con ellas.
Si haces un ramo, es para ofrecerlo a la amada..., pues la flor no está hecha para que se mustie en tus manos, sino para llevar alegría y fructificar. Si, al cortarla, no tienes el valor de regalarla, continúa tu camino.
Así en la vida si te sientes incapaz de pasar ante un objeto o un rostro sin acapararlos para tí solo, entonces continúa tu camino. Para amar, hay que ser capaz de renunciar a uno mismo.
Revisa con frecuencia la autenticidad y la pureza de tus amores. No te limites a preguntarte: ¿amo? Dite: ¿renuncio a mi mismo, me olvido de mi mismo, me entrego?
No te forjes la ilusión del amor dando objetos, dinero, un apretón de manos o aun un poco de tu tiempo, de tu actividad... si no te entregas.
Amar no es dar algo, es ante todo darse uno. Amarás si te entregas o si te deslizas por entero en lo que entregas, hasta en lo más material.
El amor verdadero nos vuelve libres, porque nos libera de las cosas y de nosotros mismos.
Amará más quien se entregue más. Si quieres amar sin límites, has de estar dispuesto para entregar toda tu vida, es decir para morir a tí mismo, por los demás.
Te ilusionas si crees que amar es fácil. Todo amor, si es auténtico, te cargará tarde o temprano con la cruz, pues desde que existe el pecado resulta difícil olvidarse de uno mismo y morir a uno mismo.
Desde que existe el pecado, amar es ser capaz de crucificarse por los demás.
Si pretendes recibir, nada obtendrás.
Hay que dar.
Si das, diciendo: así recibiré, no obtendrás nada. Hay que dar sin esperar nada a cambio.
Si, lealmente, das sin esperar nada, lo recibirás todo. Lo más difícil en el amor es el riesgo, el renunciamiento en la noche, el paso hacia la muerte... para alcanzar la vida. Por eso retrocedes frente al amor auténtico. Vacilas, engañado por el ofrecimiento inmediatamente rentable de los amores falsos. Tienes miedo de no recibir, y tomas un anticipo.
Si amas, te entregas. Si te entregas a los demás, te enriqueces con ellos. Así el amor engrandece infinitamente a quien ama, pues quien acepta desprenderse de sí mismo descubre a todos los demás y se une a la humanidad entera.
El amor falso -el egoísmo, la vuelta a sí- lleva siempre consigo la decepción, la frustración de la persona, pues es un fracaso de expansión, es envejecimiento, es muerte. El amor verdadero ofrece siempre la alegría, pues es desarrollo de la persona, perfeccionamiento, entrega de la vida.
Cristo es quien más ha amado, no por experimentar el mayor afecto sensible por los hombres, sino porque fue quien más les dio
y más conscientemente,
y más voluntariamente,
y más gratuitamente.
Si dejas de amar, dejas de amar.
Si dejas de amar, dejas de engrandecerte.
Si dejas de engrandecerte, dejas de perfeccionarte, dejas de desarrollarte en Dios,
pues amar es tomar el camino de Dios, es encontrarlo.

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