domingo, 31 de mayo de 2009

El Otro


Si quieres influir en otro, ten presente esta regla de oro: No seas nunca destructivo, sino siempre constructivo. El otro es extremadamente sensible al juicio de los que lo rodean. La indiferencia de éstos, su falta de confianza y más aún su desprecio lo paralizan y lo condenan al estancamiento.

Si quieres influir en otro, comienza por amarlo sinceramente, de lo contrario, no lograrás hacerle avanzar ni un paso. Luego, pon en él tu confianza, no importa lo que suceda; finalmente admíralo, siempre hay algo que admirar en el otro. Ama, confía, admira concretamente. No basta con tener esos sentimientos en tu corazón. Debes expresarlos. El otro interpreta siempre el silencio como una reprobación y cuanto más débil es, tanto más le invita ese silencio al desánimo.

El piensa: "soy poca cosa a sus ojos", "me juzga incapaz, sin reacciones", "me desprecia", "sin duda no le gusto", y muy rápidamente saca una amarga conclusión: "en el fondo, tiene razón".

Frente al otro, no pienses nunca: soy superior, sino piensa: en tal punto me supera. Si piensas lo primero, lo aplastarás, si lo segundo, lo animarás y lo engrandecerás. El otro siempre tiende a ser lo que tú piensas y dices que es. Si piensas muy mal de alguien, no vale la pena que trates de influir en él. Antes de abordarlo, empieza por esforzarte para rectificar tu juicio.

La alabanza sincera tiene un poder mágico. Si quieres que el otro progrese, felicítalo con sinceridad. Eso es siempre posible. Mira al otro, ve sus cualidades, sus dones, pónlos a plena luz; muchos están ocultos, por negligencia, por desaliento. Devolvérselos es revelárselos, es salvarlo, pues Dios condena al que entierra sus talentos.

Si buscas las cualidades del otro y se las alabas, no eres un hipócrita adulador, sino un adorador del Padre. Cuando en la Fe te acercas religiosamente a otro, estás en el camino de Dios, pues es El quien deposita sus dones en cada uno. Confía, confía siempre en el otro, a pesar de las apariencias, a pesar de los fracasos.

Si dices al otro: "no se puede hacer nada contigo", el otro que ya tiene muchos problemas consigo, pensará "es verdad..." y no tratará de hacer nada. Si dices al otro: "con esfuerzos y paciencia, llegarás seguramente a alguna parte", el otro pensará "quizás tenga razón" y estará tentado a probar.

Si a pesar de todo debes hacerle reproches, condenar una actitud, una acción, empieza felicitándole sinceramente por una cualidad, un progreso, un éxito. El reproche sólo agria, entorpece o desanima. Si quieres que un reproche sea constructivo, el otro tendrá que estar preparado para recibirlo. No se trata de admitir lo malo, sino de estimular lo bueno.

No remuevas indefinidamente las cenizas, inclínate inmediatamente sobre la brasa encendida, por poca que sea; aliméntala, sóplala y encenderás un brasero... Es decir, enciende en el otro el esfuerzo más insignificante, el progreso más insignificante y alégrate sinceramente. Tu alegría, tu admiración revelarán a otro sus posibilidades. Creerá más en ellas, llegará más rápido y más lejos.
¿Quieres influir en el otro? Olvídate de tí mismo. Si bien crees que puedes hacer algo, estorbas. Sólo puedes preparar el terreno, abrir el camino. Hace ya mucho tiempo que Dios salva y redime. Influir en el otro es ir al encuentro del Amor todopoderoso, que transforma el corazón.

¿Estás desanimado ante el pecado que no puedes dejar de notar en el otro? Repítete las palabras de San Pablo: "donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia".

No existe nadie (ni jamás existirá sobre la tierra) que haya caído tan bajo como para escapar al amor infinito de Dios. No tienes derecho a no amar y a no confiar donde Dios ama y confía.

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