Señor Jesús, manso y humilde. Desde el polvo me sube y me domina esta sed insaciable de estima, esta apremiante necesidad de que todos me quieran. Mi corazón está amasado de delirios imposibles. Necesito redención. Misericordia, Dios mío.
No acierto a perdonar, el rencor me quema, las críticas me lastiman, los fracasos me hunden, las rivalidades me asustan. Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la humildad, mi Señor manso y humilde de corazón.
No sé de donde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, eliminar al rival, dar curso a la venganza. Hago lo que no quiero. Ten piedad Señor y dame la gracia de la humildad.
Gruesas cadenas amarran mi corazón, este corazón echa raíces, sujeta cuanto soy y hago y cuanto me rodea. Y de esas apropiaciones me nace tanto susto y tanto miedo. Infeliz de mí, propietario de mí mismo. ¿quién romperá mis cadenas?. Tu gracia, mi Señor pobre y humilde. Dame la gracia de la humildad. La gracia de perdonar de corazón. La gracia de aceptar la crítica y la contradicción, o al menos, de dudar de mí mismo cuando me corrijan.
Dame la gracia de hacer tranquilamente la autocrítica. La gracia de mantenerme sereno en los desprecios, olvidos e indiferencias, de sentirme verdaderamente feliz en el anonimato, de no fomentar autosatisfacciones en los sentimientos, palabras y hechos.
Abre, Señor, espacios libres dentro de mí para que los puedas ocupar tú y mis hermanos. En fin Señor Jesucristo, dame la gracia de ir adquiriendo paulatinamente un corazón desprendido y vacío como el tuyo, un corazón manso, paciente y benigno. Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Así sea.
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El poder del Espíritu a través de la oración y la súplica.
DIOS ES UN MISTERIO DE MISERICORDIA
domingo, 31 de mayo de 2009
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