domingo, 31 de mayo de 2009

Señor ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres? Acabo de intentarlo y heme aquí que vuelvo a Tí aterrorizado. Yo estaba Señor, tan tranquilo en mi casa, me había organizado la vida, estaba instalado, mi interior estaba puesto a punto y me encontraba a gusto. Solo, yo estaba completamente de acuerdo conmigo mismo. Al abrigo del viento, de la lluvia, del fango. Encerrado en mi torre, limpio y puro por siempre yo habría estado.

Pero en mi fortaleza Señor, Tú has abierto una grieta. Tú me has forzado a entreabrir mi puerta y, como una ráfaga de lluvia en pleno rostro, el grito de los hombres me ha despertado; como una borrasca, una amistad me ha estremecido, como se cuela un razo de sol, tu Gracia me ha inquietado y yo, incauto de mí, he dejado entreabierta mi puerta. Y ahora, Señor estoy perdido! Fuera los hombres me espiaban. Yo no me imaginaba que estuvieran tan cerca, aquí en mi casa, en mi calle, en mi oficina, mi vecino, mi colega, mi amigo. Apenas entreabrí los ví a todos con la mano extendida, la mirada extendida, el alma extendida, pidiendo como los pobres a las puertas de las iglesias.

Y los primeros entraron en mi casa. Sí, había un poco de sitio en mi corazón. Yo los acogí: los curaría, los acariciaría, los festejaría ¡ah, mis queridas ovejitas, mi pequeño rebaño! Con ellos Tú te quedarías contento de mí, orgulloso, servido, honrado, digna, exquisitamente. Sí, todo esto era perfectamente razonable.

Pero a los otros Señor... a los otros yo no los había visto: los primeros los tapujaban. Y éstos eran más numerosos, más miserables: me invadieron sin llamar a la puerta siquiera. Y hubo que hacerles sitio, apretarse. Pero luego, han seguido viniendo de todas partes, en olas y más olas, empujándose los unos a los otros, atropellándose. Han venido de todos los rincones de mi ciudad, de la nación, del mundo, innumerables, inagotables. Y éstos ya no han venido de uno en uno, sino en grupos, en cadena, enganchados los unos a los otros, mezclados como bloques de humanidad.

Y ya no vienen a cuerpo sino cargados de inmensos equipajes: maletas de injusticia, paquetes de rencor y de odio, baúles de sufrimiento y de pecado...Se traen con ellos el Mundo, con todo su material mohoso y retorcido, o demasiado nuevo, inadaptado, inútil.

Oh, Señor, que lata! Que embarazosos son, que absorbentes! Además tienen hambre, me devoran! Y ya no sé que hacer, siguen viniendo, siguen empujando la puerta que se abre más y más... Mira, Señor ahora: mi puerta abierta ya de par en par! No puedo más! Es demasiado! Esto ya no es vida! ¿y mi situación? ¿y mi familia? ¿y mi tranquilidad? ¿y mi libertad? ¿y yo? Ah, Señor, ya lo he perdido todo, ya ni me pertenezco. En mi alma ya no hay un rincón para mí.


No temas, dice Dios, hoy lo has ganado todo, pues mientras estos hombres entraban en tu casa Yo, tu Padre y tu Dios, me he deslizado dentro de tí entre ellos...

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