martes, 2 de junio de 2009

María, mujer fiel

La fidelidad es una disposición interior, un estado de ánimo cuyo punto central está definido por una adhesión incondicional a algo en lo cual se cree. Esta adhesión es fundamental para dimensionar la fidelidad de María porque implica disponibilidad en primer término, es decir, receptividad plena a lo sobrenatural, que va seguida de un convencimiento interior de la certeza de la verdad y que determina como consecuencia una actitud de vida acorde.

La fidelidad supone también humildad, confianza y fe para permanecer en ese estado interior con constancia y continuidad, más allá de los avatares de la vida y de las circunstancias adversas que puedan intentar arrebatarlo y ponerlo en duda. Es un SI pleno, que no admite el NO, que no admite los matices del temor y del miedo generadores de la vacilación y de la desesperanza.

La fidelidad es un DON de Dios, pero se va construyendo día a día con la colaboración del hombre. Las respuestas cotidianas, las opciones comunes que debe tomar, las elecciones que debe realizar, los caminos que debe seguir, las decisiones que debe adoptar, van construyendo en la partitura del Amor, la fortaleza de un corazón que ama por encima de todo y que se mantiene fiel aún en la más profunda adversidad.

María participó en grado excelso de esta respuesta fiel y generosa. Bienaventurada, llena de gracia y visitada misteriorsamente por el Espíritu de Dios, albergó en sus entrañas al Hijo del hombre. Fue su Madre y Madre de todos los fieles. Por ello los seguidores de Jesús somos "fieles" que continuamos el camino trazado por María para alcanzar la ternura misericordiosa del Dios del Amor.

María edificó su fidelidad en pequeñísimas respuestas de Amor, no en actos extraordinarios sino en actitudes cotidianas de vida en atención a todo aquello que ponía a prueba su fe y su adhesión incondicional. Y así se mantuvo firme e inconmovible porque creía profundamente en Aquel que todo lo puede. Y entonces todo era calma para Ella, todo era consuelo, todo era paz, aún en medio del dolor, porque su corazón se abandonaba completamente en los brazos de su Hijo.

La fidelidad de María, como espejo, nos debe interpelar, hoy, nuestra actitud de vida, en relación a nosotros mismos y en relación al prójimo que nos circunda.

¿creo realmente en el amor de Dios?
¿puedo mantener mi adhesión al Señor en los momentos en que soy probado?
¿mantengo un SI firme en momentos de incertidumbre y de dolor?
¿es la Palabra del Señor la fuente de mis respuestas?
¿me dejo llevar por los vaivenes emocionales e ideas egoístas o arrojo toda mi carga en las manos del Señor?
¿me miro a mí mismo o puedo descubrir el rostro de Dios en el hermano que sufre?
¿dejo que la comodidad se instale o permito la suave tensión del hermano que clama mi ayuda?

Las interrogantes son el inicio de la construcción de una respuesta fiel y generosa. Hay que meditar en ellas a la luz de la Palabra y tratar de percibir lo que Dios nos está pidiendo hoy, porque Dios nos da siempre su gracia pero espera nuestra respuesta. El es pregunta, nosotros somos actitud; el es Don, nosotros somos sus instrumentos; El es luz, nosotros somos sus manos humanas; El es Amor, nosotros deberíamos ser también el reflejo de su infinita caridad y misericordia.

María está a nuestro lado y conoce la fragilidad de nuestro corazón, pero es Madre y por tanto nos brinda su ayuda incondicional. Nos resta pedírsela día a día y que nos conceda la gracia de una verdadera transformación interior que transparente la fidelidad al plan que Dios tiene para cada uno de nosotros.

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