martes, 2 de junio de 2009

por Alessandro Pronzato


La vocación no es un hecho, es un acontecimiento. O sea, no es un episodio que se sitúa en el pasado, sino una realidad misteriosa que sucede y se descubre cada día.
Por esto "el llamado" debe relacionar sus acciones, sus vivencias, sus decisiones con esta realidad fundamental.
Vivir en conformidad con la llamada no significa poner esta llamada como un punto fijo, estático, al principio del propio itinerario. Sino que lleva consigo un compromiso capaz de hacer actual este acontecimiento inicial en la realidad cotidiana, de incorporar sus implicaciones a la trama de nuestros encuentros, de inspirarnos en ella a la hora de elegir, de profundizar en su misterio y desarrollar su potencialidad a través del estímulo de los azares de nuestra existencia.
Constituyendo un "acontecimiento", la vocación afecta al pasado, compromete al presente y nos proyecta hacia el futuro.
Siendo misterio, señala una realidad susceptible de profundizaciones siempre nuevas, de continuas exploraciones y de descubrimientos sorprendentes.
La vocación se convierte así en una realidad dinámica y misteriosa que se desarrolla y crece y va develándose poco a poco al ritmo de los sucesos.
La Virgen expresa perfectamente esta doble realidad de la vocación: acontecimiento y misterio.
Entre la anunciación y la asunción, entre la revelación inicial y el cumplimiento final, se da un largo proceso en que la Virgen, ha descifrado día a día, el plan de Dios y ha descubierto, progresivamente, su puesto en ese plan de Dios. El compromiso fundamental se ha concretado en una serie de compromisos particulares al sonar de las distintas "horas" de su vida.
Y las decisiones, las opciones sucesivas no han sido otra cosa que autentificaciones, confirmaciones de la opción, de la decisión inicial.
¡Cuántas anunciaciones, en la vida de la Virgen, después de la primera! Cada situación nueva era una anunciación. En Belén y en Egipto, en Nazaret y en Jerusalén, en Caná y en el Gólgota.
Y en cada anunciación, allí estaba su "SI".
En cada acontecimiento estaba su presencia.
"Se celebra una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús..." (Jn 2,1)
"Todavía estaba hablando a la muchedumbre cuando su madre y sus hermanos estaban fuera, aparte" (Mt 12,46)
Es significativo este estar fuera, aparte. Indica una postura de discreción, no absorbente por parte de María. Una capacidad de desaparecer para no estorbar al hijo...
"Junto a la cruz de Jesús estaba su madre..." (Jn 19,25)
En el cenáculo "estaban Pedro y Juan...en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús" (Hechos 1,13-14)
Así es como la fidelidad de la Virgen a su propia vocación se expresa de la manera más significativa por medio de su "estar". Un "estar" dinámico, allí donde se desarrolla el acontecimiento que la compromete.
Así pues María, a través de las sucesivas anunciaciones, apretaba entre sus manos el hilo conductor de aquel misterio que iba desarrollándose y que exigía su presencia.
Su vocación se precisaba día a día y ella descubría su sentido y su importancia en aquel sucederse de los acontecimientos.
Cada anunciación, con su correspondiente "sí", constituía una revelación parcial del misterio, que se unía con la precedente y quedaba abierta, disponible para la venidera.
María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón..."
O sea, unía, componía en su interior las piezas de un mosaico que iba completándose poco a poco.
Su postura típica, era, precisamente, la atención.
La atención al misterio.
La atención a los varios acontecimientos para descifrar su significado y captar su relación con el misterio.
La atención al propio compromiso que iba renovando en cada situación, para no quedar al margen del "juego de Dios".
Esta atención es una característica fundamental de su fe. Abandono y conciencia clara. Discreción y presencia. Sintonía con lo eterno. Y sintonía con las horas de la historia. Confianza y lucidez.
María es una "vidente" porque cree.
Ve perfectamente porque, a la luz de la fe, busca y descubre su puesto -nada confortable por cierto- en el itinerario imprevisible del hijo.
"Nuestra Señora de la Atención" es la única criatura que no defrauda ni las esperas de Dios ni las esperas de los hombres.
No nos queda sino pedir a la Virgen "Nuestra Señora de la Atención" que nos haga descubrir el sentido dinámico de nuestra vocación. Para que no quede reducida a un hecho, aunque sea fulgurante, pero anclado en el pasado, sino que se adquiera las dimensiones de un misterio que se descubre cuando se vive conscientemente y en la imprevisibilidad de los compromisos de cada día.
Que nuestro "sí" inicial obtenga la garantía de los numerosos "sí" exigidos en las múltiples "horas" de nuestra vida, que exigen nuestra presencia, nuestra atención y nuestro estupor.
Que nos convenza de que nuestra vocación, como la de cualquier cristiano, "no va jamás para atrás sino siempre hacia adelante".
La vocación que no sea sopresa continua, revelación progresiva, es una vocación bloqueada en el punto de arranque.
O sea, un "sí" que no ha continuado. Y todos se sienten -y con razón- traicionados.

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