martes, 2 de junio de 2009

por Hugo Mujica


María aparece como virgen, pero la virtud de su virginidad es precisamente su contradicción: virgen y madre. Fruto, don. La maternidad virginal dice que como Dios creó de la nada no hay nada que impida su creación, ni siquiera la nada. La nada no es vacío, es fuente cuando se abre a Dios, cuando se abre espacio de recepción, espacio para su manifestación.
La debilidad no es carencia, es flexibilidad, tierra propicia para ser sembrada, flexibilidad, no dureza. María, Virgen, es en función de una mayor recepción, una recepción que se entrega a la fecundidad, que fecunda lo que entrega. Una virginidad no como conservación, como entrega: maternidad. En ella, María, aparecen cristalinas las dos principales estructuras de lo humano: la receptividad y la donación, la acogida y la entrega, la virginidad y la maternidad.
Si bien en la tradición bíblica Dios no aparece únicamente bajo el lenguaje masculino, a veces se le compara a una madre, o se lo equipara con la sabiduría, que es mujer; es en María, efectivamente, donde lo divino se recibe en femenino, donde el poder omnipotente se vuelve ternura, donde la ley se abre incondicionalidad.
Si bien esto no es dogmático, es existencial: experiencia sentida. Es lo que la fe sencilla recibe: en María Dios abraza... es Madre. Una madre que no guarda para sí, que lleva al padre, pero que al acercarse no nos deja solos, está allí, por si necesitamos su intercesión. Creo que este sentimiento, esta cercanía de lo incondicional, es lo femenino, es María.
María sigue siendo presencia, incide, señala... Y sobre todo, para los hombres y mujeres de fe, acompaña. Imagen por antonomasia de la fecundidad de la pobreza, de la posibilidad de lo imposible. Imagen de la riqueza de recibir, de la libertad de abrirse al don. Don de Dios, de la vida, del otro...
La parquedad de datos que tenemos de María es más revelación que carencia. Da la vida y acompaña en la muerte. Como la madre tierra da y acoge: está allí. También calla, pero escucha, está, atraviesa el origen y llega hasta el destino, pero sin ocupar lugar: lo cede, acompaña. Y así, por no haber estado en el centro llega a ser central en la historia. Paralela a su virginidad que no es esterilidad sino fecundidad, su marginalidad señala un camino: la marginalidad, el margen del mundo del poder, es lo central para Dios.
Casi no habló, por eso seguimos hablando de ella. Su vida fue la entrega de una vida, por eso aún está.

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