viernes, 5 de agosto de 2011

"El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás,
no sirve para el reino de Dios". (Lc. 9,62)

Hacía poco que Jesús había tomado la decisión de comenzar el gran viaje hacia Jerusalén, donde debía cumplirse su misión. Otros querían seguirlo, pero Jesús les advierte que caminar con El es una elección seria. Va a ser un camino difícil que pide el mismo coraje y la misma determinación con la que se decidió a cumplir hasta el fondo la voluntad del Padre.
Sabe que al entusiasmo inicial puede seguir el desánimo. Se los acababa de advertir en la parábola del sembrador: las semillas caídas sobre la piedra representa a los que oyen el mensaje y lo reciben con gusto, pero no tienen suficiente raíz; crecen por algún tiempo pero a la hora de la prueba fallan.
Jesús quiere ser seguido con radicalidad y no a medias, un poco sí y un poco no. Una vez que nos pusimos a vivir por Dios y para su Reino, no podemos volver a tomar lo que hemos dejado, a vivir como antes, a seguir pensando en los intereses egoístas de una vez.
Cuando nos llama a seguirlo, y todos -de diferentes maneras- estamos llamados, Jesús nos abre por delante un mundo por el cual vale la pena romper con el pasado. A veces nos vuelven a la mente pensamientos nostálgicos o se insinúa con una cierta presión, la forma común de pensar que, la mayoría de las veces no es evangélica.
Y aquí nace entonces una dificultad. Por un lado querríamos amar a Jesús, por otro querríamos ser indulgentes con nuestros apegos, debilidades, nuestra mediocridad. Querríamos seguirlo, pero la mayoría de las veces estamos tentados de mirar atrás, de volver sobre nuestros pasos, o de dar un paso adelante y dos atrás.
Esta palabra de vida nos habla de coherencia, de perseverancia, de fidelidad. Si hemos experimentado la novedad y la belleza del Evangelio vivido, veremos que nada le es más contrario que la indecisión, la pereza espiritual, la poca generosidad, el llegar a pactos a cualquier costo, las medias tintas. Decidámonos a seguir a Jesús y a entrar en el maravilloso mundo que él nos abre. Prometió que "el que se mantenga firme hasta el fin se salvará".
¿Qué podemos hacer para no ceder a la tentación de volver atrás? Antes que nada, no escuchar al egoísmo que pertenece a nuestro pasado, cuando no se quiere trabajar como se debe o estudiar con empeño o rezar bien o aceptar con amor una situación pesada y dolorosa, o cuando se quisiera hablar mal de alquien, no tener paciencia con otro, vengarse. A estas tentaciones debemos decir que "no" diez, veinte veces por día.
Pero todo esto no basta. Con los "no" nunca se va lejos. Sobre todo son necesarios muchos sí: a lo que Dios quiere y a lo que las hermanas y hermanos esperan. Y asistiremos a grandes sorpresas.
Vayamos siempre adelante, hacia la meta que nos espera, teniendo fija la mirada en Jesús. Cuanto más nos enamoramos de El y experimentamos la belleza del mundo nuevo al que dio vida, más lo que hemos dejado atrás, pierde atractivo.
Repitámonos de mañana, cuando comienza un nuevo día: ¡hoy quiero vivir mejor que ayer! Y si puede ser de ayuda, hagamos la prueba de contar, de alguna manera, los actos de amor hacia los hermanos y hermanas. De noche nos encontraremos con el corazón lleno de felicidad.

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