viernes, 5 de agosto de 2011

"Yahveh sostiene a los que caen
y levanta a los que desfallecen"
(Sal 144,4)

Dios es Amor! Esta es la más sólida seguridad que debe guiar nuestra vida, incluso cuando nos asalta la duda ante grandes calamidades naturales, de frente a la violencia de la que es capaz la humanidad, a nuestros fracasos, a los dolores que nos tocan personalmente.
Dios nos ha demostrado, y nos sigue demostrando de mil maneras, que es Amor. Nos dio la creación, la vida (y todo lo bueno que está unido a ella), la redención a través de su Hijo, la posibilidad de santificación a través del Espíritu Santo.
Dios nos manifiesta su Amor siempre: se hace cercano a cada uno de nosotros, siguiéndonos y sosteniéndonos en las pruebas de la vida. Nos lo asegura el Salmo del que está sacada la Palabra de vida, hablando de la insondable grandeza de Dios, de su esplendor, de su potencia y, al mismo tiempo, de su ternura y de su inmensa bondad. Es capaz de gestas prodigiosas, y simultáneamente, es el Padre lleno de atenciones, con más premura que una madre.
Todos tenemos que afrontar, cada tanto, situaciones difíciles, dolorosas, ya sea en nuestra vida personal o en la relación con los demás y, a veces, experimentamos toda nuestra impotencia. Nos encontramos con muros de indiferencia y egoísmo y nos desalentamos ante acontecimientos que nos superan.
¡Cuántas circunstancias dolorosas cada uno de nosotros tiene que afrontar en la vida! ¡Cuánta necesidad de Otro que piense en ellas! Y bien, la Palabra de vida puede sernos de ayuda en estos momentos. Jesús nos deja hacer la experiencia de nuestra incapacidad, no para desanimarnos, sino para hacernos experimentar la extraordinaria potencia de su gracia -que se manifiesta en el preciso momento en que nuestras fuerzas parecen abandonarnos- para ayudarnos a entender mejor su amor. Existe, sin embargo, una condición: que tengamos una total confianza en El, como la que tiene un pequeño hijo en su madre; un abandono sin límites que nos hará sentir en los brazos de un Padre que nos ama como somos y para el cual todo es posible.
Nada nos puede bloquear, ni la conciencia de nuestros errores, porque Dios, siendo amor, nos levanta todas las veces que caemos, como hacen los padres con sus hijos.
Esta certeza nos da fuerza y nos permite abandonar en El todas nuestras ansiedades, nuestros problemas, como nos invita a hacer la Escritura: "confíenle todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes".
Nosotros también, en los primeros tiempos del Movimiento (Focolar), cuando la Pedagogía del Espíritu Santo comenzaba a hacernos dar los primeros pasos en el camino del amor, el "dejar todas las preocupaciones al Padre" era cuestión de todos los días, y de varias veces al día. Recuerdo que decía que, así como no se puede mantener una brasa en la mano y se la tira rápido porque si no se quema, de la misma forma, con la misma rapidez, debemos confiar al Padre todas nuestras preocupaciones. Y no recuerdo ninguna preocupación que hayamos puesto en su corazón, de la que El no se haya ocupado.
No siempre es fácil creer y creer en el amor de Dios. Esforcémonos de hacerlo en todas las situaciones de la vida, hasta en las más complicadas. Asistiremos, cada vez, a la intervención de Dios, que no nos abandona, que cuida de nosotros. Experimentaremos una fuerza que no conocíamos antes, que liberará en nosotros nuevos e impensados recursos.

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