martes, 31 de julio de 2012

Clamor

Hoy clamo al que se hace escuchar, al que está atento siempre y en toda circunstancia. Ven espíritu santo, con tu música armoniosa infundiendo paz en nuestra alma y brindándonos el don del discernimiento. Aquí estamos perdiendo el tiempo sin poder zafar del poder casi omnipotente que tienen todas aquellas cosas que no son de Dios. La palabra clave se hace "ausente" porque nos interpela: RENUNCIA. ¿ pero porque renunciar a lo que Tú nos diste Señor ? Entonces comienza a engendrarse el gran drama del hombre: Resistirse o dejarse guiar por Dios. Y el hombre se opone siempre por el temor irrenunciable de perder su identidad. "Pedro... otro te guiará..." Y cada invitación a la renuncia lo sumerge en la depresión y en el vacío. ¿Qué hay más allá de esa línea divisoria donde Dios promete un Banquete al solo precio de la entrada de la renuncia ? En la oscuridad de la fe, el hombre queda bloqueado asegurando insistentemente sus pertenencias. Más vale lo seguro que el riesgo de perderlo todo. Y Dios le sigue diciendo: Piérdelo, déjalo, que lo que tengo para tí es muy superior, es algo que no se asemeja a nada de lo que existe. Y de vez en cuando, nos regala algún fulgurante destello, para mostrarnos que hay cosas que no son de este mundo, que son de otra naturaleza y no las podemos ni medir ni comprar. Es mucho el precio para el hombre y queda solo y sin saber que hacer. Señor, tú que eres el médico de los que no tienen salud espiritual y que tu esencia misma es la Misericordia, míranos. Ten en cuenta nuestra miseria y la sensación interior de no querer ni poder. Toma nuestro corazón de piedra, duro como una roca y ablándalo con tu ternura. Entra si hay todavía alguna fisura y pon con tus delicadas manos el don de la gracia. Limpia el óxido de nuestro orgullo e impaciencia. Barre todo lo que no sirva y que está molestando. Regala las pertenencias más exclusivas que nos hacen ricos a los ojos de los demás pero paupérrimos en tu Reino. Pon nuevos muebles y lindos manteles, que la luz del sol invada en forma imperceptible el rincón de nuestros más caros sentimientos. A lo lejos, que se escuchen sonidos melodiosos en un clima de paz y fiesta. Y que al atardecer cuando estemos prontos, vengas a nuestra casa y golpees. Capaz que puedo abrirte al instante y te haré pasar. Estaré temblando por tu presencia, mis ojos llorarán, mi corazón se ensanchará y estoy seguro que no habrá entre nosotros ninguna palabra. Solamente el silencio envolvente que lo dirá todo. Te irás y sabes Señor, que mi corazón aguardará otro momento con la maravillosa alegría cierta de volverte a ver. El día no volverá a ser igual, Tu estuviste...

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...