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domingo, 31 de mayo de 2009

Ignacio Larrañaga - Su Espiritualidad

Para Orar




I. Ejercicios previos

Mucha gente no avanza en la oración por descuidar la preparación previa.
Hay veces en que, al querer orar, te encontrarás sereno. En este caso, no necesitas ningún ejercicio previo. Sin más, concéntrate, invoca al Espíritu Santo, y ora.
Otras veces, al inicio de la oración, te sentirás tan agitado y dispersivo que, si no calmas previamente los nervios, no conseguirás ningún fruto.
Puede suceder otra cosa: después de muchos minutos de sabrosa oración, de pronto te das cuenta de que tu interior se está poblando de tensiones y preocupaciones. Si en ese momento no echas mano de algún ejercicio de silenciamiento, no solamente perderás el tiempo sino que te resultará un momento desapacible y contraproducente.
Te entrego, pues, unos cuantos ejercicios muy simples. De ti depende, cuáles, cuándo, cuánto tiempo y de qué manera utilizarlos, según necesidades y circunstancias.
Siempre que te pongas a orar, toma una posición corporal correcta -cabeza y tronco erguidos-. Asegura una buena respiración. Relaja tensiones y nervios, suelta recuerdos e imágenes, haz vacío y silencio. Concéntrate. Ponte en la presencia divina, invoca al Espíritu Santo y comienza a orar. Son suficientes cuatro o cinco minutos. Esto, cuando estés normalmente sereno.




Silenciamiento corporal. Tranquilo, concentrado, suelta uno por uno los brazos y piernas (como estirando, apretando y soltando los músculos) sintiendo como se liberan las energías. Suelta los hombros de la misma manera. Suelta los músculos faciales y los de la frente. Afloja los ojos (cerrados). Suelta los músculos-nervios del cuello y de la nuca balanceando la cabeza hacia delante y hacia atrás, y girándola en todas direcciones, con tranquilidad y concentración, sintiendo como se relajan los músculos-nervios. Unos diez minutos.



Silenciamiento mental. Muy tranquilo y concentrado, comienza a repetir la palabra "paz", en voz suave (a ser posible en la fase espiratoria de la respiración) sintiendo como la sensación sedante de paz va inundando primero el cerebro (unos minutos sentir como se suelta el cerebro); y después recorre ordenadamente todo el organismo en cuanto vas pronunciando la palabra "paz" y vas inundando todo de una sensación deliciosa y profunda de paz.
Después, haz ese mismo ejercicio y de la misma manera con la palabra "nada", sintiendo la sensación de vacío-nada, comenzando por el cerebro y siguiendo por todo el organismo hasta sentir una sensación general de descanso y silencio. De diez a quince minutos.

Concentración. Con tranquilidad, percibe (simplemente sentir y seguir sin pensar nada) el movimiento pulmonar, muy concentrado. Unos cinco minutos.
Después, ponte tranquilo, quieto y atento; capta y suelta todos los ruidos lejanos, próximos, fuertes o suaves. Unos cinco minutos.
Después, con mayor quietud y atención, capta en alguna parte del cuerpo los latidos cardíacos, y quédate muy concentrado, en ese punto, simplemente sintiendo los latidos, sin pensar nada. Unos cinco minutos.

Respiración. Ponte tranquilo y relajado. Siguiendo lo que haces con tu atención, inspira por la nariz lentamente hasta llenar bien los pulmones, y expira por la boca entreabierta y la nariz hasta expulsar completamente el aire. En suma: una respiración tranquila, lenta y profunda.
La respiración más relajante es la abdominal: se llenan los pulmones al mismo tiempo que se llena (se hincha) el abdomen, se vacían los pulmones, y al mismo tiempo se vacía (se deshincha) el abdomen. Todo simultáneo. No fuerces nada: al principio, unas diez respiraciones. Con el tiempo pueden ir aumentando.
Te repito: como adulto que eres, debes utilizar estos ejercicios con libertad y flexibilidad en cuanto al tiempo, oportunidad, etc.
Al principio, quizás, no sentirás efectos sensibles. Paulatinamente, irás mejorando. Habrá veces en que los efectos serán sorprendentemente positivos. Otras veces, lo contrario. Así de imprevisible es la naturaleza.
Hay quienes dicen: la oración es gracia; y no depende de métodos ni de ejercicios. Decir eso es un grave error. La vida con Dios es una convergencia entre la gracia y la naturaleza. La oración es gracia, si; pero también es arte, y como arte exige aprendizaje, método y pedagogía. Si mucha gente queda estancada en una mediocridad espiritual no es porque falle la gracia sino por falta de orden, disciplina y paciencia, en suma, porque falla la naturaleza.




II. Orientaciones prácticas

Cuando sientas sequedad o aridez, piensa que puede tratarse de pruebas divinas o emergencias de la naturaleza. No hagas violencia para sentir. Hazte acompañar por los tres ángeles: Paciencia: acepta con paz lo que tú no puedas solucionar. Perseverancia: sigue orando, aunque no sientas nada. Esperanza: todo pasará, mañana será mejor.

Nunca olvides que la vida con Dios es vida de fe. Y la fe no es sentir sino saber. No es emoción sino convicción. No es evidencia sino certeza.

Para orar necesitas método, orden, disciplina, pero también flexibilidad, porque el Espíritu Santo puede soplar en el momento menos pensado.

Ilusión, no; esperanza, sí. La ilusión se desvanece, la esperanza permanece. Esfuerzo sí, violencia, no. Una fuerte agitación por sentir devoción sensible produce fatiga mental y desaliento.

Piensa que Dios es gratuidad. Por eso su pedagogía para con nosotros es desconcertante; debido a eso, en la oración no hay lógica humana: a tales esfuerzos, tales resultados, a tanta acción, tanta reacción, a tal causa, tal efecto. Al contrario, normalmente no habrá proporción entre tus esfuerzos en la oración y los "resultados". Sabe que la cosa es así, y acéptala con paz.

La oración es relación con Dios. Relación es movimiento de las energías mentales, un movimiento de adhesión a Dios. Es pues, normal que se produzca en el alma emoción o entusiasmo. Pero ¡cuidado! es imprescindible que ese estado emotivo quede controlado por el sosiego y la serenidad.

La visitación divina, durante la actividad orante, puede producirse en cualquier momento: al comienzo, en medio, al fin; en todo tiempo o en ningún momento. En este último caso, ten cuidado de no dejarte llevar por el desaliento y la impaciencia. Al contrario, relaja los nervios, abandónate y continúa orando.

Te quejas: rezo pero no se nota en mi vida. Para derivar la fuerza de la oración en la vida, primero: sintetiza la oración de la mañana en una frase simple (por ejemplo: ¿qué haría Jesús en mi lugar?) y recuérdala en cada nueva circunstancia del día. Y segundo: cuando llegue una contrariedad o prueba fuerte, despierta y toma conciencia de que tienes que sentir, reaccionar y actuar como Jesús.

No pretendas cambiar tu vida, te basta con mejorar. No busques ser humilde, te basta con hacer actos de humildad. No pretendas ser virtuoso, te basta con hacer actos de virtud. Ser virtuoso significa actuar como Jesús.

Con las recaídas no te asustes. Recaída significa actuar según tus rasgos negativos. Cuando estés descuidado o desprevenido, vas a reaccionar según tus impulsos negativos. Es normal. Ten paciencia. Cuando llegue la ocasión, procura no estar desprevenido, sino despierto y trata de actuar según los impulsos de Jesús.

Toma conciencia de que puedes muy poco. Te lo digo para animarte, para que no te desanimes cuando lleguen las recaídas. Piensa que el crecimiento en Dios es sumamente lento y lleno de contramarchas. Acepta con paz estos hechos. Después de cada recaída, levántate y anda.

La santidad consiste en estar con el Señor, y de tanto estar, su figura se graba en el alma; y luego en caminar a la luz de esa figura. En eso consiste la santidad.

III. Modalidades

1. Lectura rezada

Se toma una oración escrita, por ejemplo un salmo u otra oración cualquiera. Atención, pues; no se trata de leer un capítulo de la Biblia o un tema de reflexión, sino de una oración.
Tomar posición exterior y actitud interior orantes. Sosegarse e invocar al Espíritu Santo.
Comienza a leer despacio la oración. Muy despacio. Al leerla, trata de vivenciar lo que lees. Quiero decir, trata de asumir aquello, decirlo con toda el alma, haciendo tuyas las frases leídas, identificando tu atención con el contenido o significado de las frases.
Si te encuentras con una expresión que "te dice" mucho, parar ahí mismo. Repetirla muchas veces, uniéndote mediante ella al Señor, hasta agotar la riqueza de la frase, o hasta que su contenido inunde tu alma. Piensa que Dios es como la Otra Orilla; para ligarnos con esa Orilla no necesitamos de muchos puentes; basta un solo puente, una sola frase para mantenernos enlazados.
Si no sucede esto, proseguir leyendo muy despacio, asumiendo y cordializando el significado de lo que lees. Parar de vez en cuando. Volver atrás para repetir y revivir las expresiones más significantes.
Si en un momento dado te parece que puedes abandonar el apoyo de la lectura, deja a un lado la oración escrita y permite al Espíritu Santo manifestarse dentro de ti con expresiones espontáneas e inspiradas.
Esta modalidad, fácil y eficaz siempre, ayuda de manera particular para dar los primeros pasos, para las épocas de sequedad o aridez, o simplemente en los días en que a uno no le sale nada por la dispersión mental o la agitación de la vida.

2. Lectura meditada

Es necesario escoger un libro cuidadosamente seleccionado, que no disperse sino que concentre, y de preferencia absoluta la Biblia. Es conveniente tener conocimiento personal sobre ella sabiendo dónde están los temas que a ti te dicen mucho; por ejemplo, sobre la consolación, la esperanza, la paciencia... para escoger aquella materia que tu alma necesita en ese día. También se puede seguir el orden litúrgico, mediante los textos que la liturgia señala para cada día.
En principio, no es recomendable el sistema de abrir al azar la Biblia, aunque sí alguna vez. En todo caso, es conveniente saber, antes de iniciar la lectura meditada, qué temas vas a meditar y en qué capítulo de la Biblia.
Toma la posición adecuada. Pide la asistencia al Espíritu Santo y sosiégate. Comienza a leer despacio, muy despacio. En cuanto leas, trata de entender lo leído: el significado directo de la frase, su contexto y la intención del autor sagrado. Aquí está la diferencia entre la lectura rezada y la lectura meditada: en la lectura rezada se asume y se vive lo leído (fundamentalmente es tarea del corazón) y en la lectura meditada se trata de entender lo leído (actividad intelectual, principalmente, en que se manejan conceptos explicitándolos, aplicándolos, confrontándolos para profundizar en la vida divina, formar criterios de vida, juicios de valor, en suma, una mentalidad cristiana).
Sigue leyendo despacio, entendiendo lo que lees.
Si aparece alguna idea que te llama fuertemente la atención, para ahí mismo; cierra el libro; da muchas vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplícala a tu vida; saca conclusiones.
Si no sucede esto (o después que sucedió), continúa con una lectura reposada, concentrada, tranquila.
Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una amplia relectura para colocarte en el contexto; y trata de entenderlo en éste.
Prosigue leyendo lenta y atentamente.
Si en un momento dado se conmueve tu corazón y sientes ganas de alabar, agradecer, suplicar... hazlo libremente.
Si no sucede esto, prosigue leyendo lentamente, entendiendo y ponderando lo que lees.
Es normal y conveniente que la lectura meditada acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así.
Es de desear que la lectura meditada se concretice en criterios prácticos de vida, para ser aplicados en el programa del día.
Es de aconsejar absolutamente que durante la meditación se tenga siempre en la mano un libro, sobre todo la Biblia. De otra manera se pierde mucho tiempo. No es necesario leer todo el rato. Santa Teresa, durante catorce años, era una nulidad para meditar, si no tenía libro en mano.

3. Pequeña pedagogía para meditar y vivir la Palabra

Hacer una lectura lenta, muy lenta, con pausas frecuentes.
El alma vacía, abierta y serenamente expectante.
Lectura desinteresada: no buscando algo, como doctrina, verdades...
Leer "escuchando" (al Señor) de alma a alma, de persona a persona, atentamente, pero con una atención "pasiva", sin ansiedad.
No esforzarse por entender intelectualmente ni literalmente, no preocuparse de "que quiere decir esto", sino preguntarse "qué me está diciendo Dios con esto", no estancarse en frases sueltas, que, acaso, no se entienden sino dejarlas sin preocuparse de entender literalmente todo.
Las expresiones que le han conmovido mucho, subrayarlas con un lápiz y colocar al margen una palabra que sintetice aquella impresión fuerte.
Retirar el nombre propio que aparece (por ejemplo, Israel, Jacob, Samuel, Moisés, Timoteo...) y sustituirlo por su propio nombre personal, y sentir que Dios lo llama por su nombre.
Si la lectura no le dice nada, quedarse tranquilo y en paz; podría ser que la misma lectura otro día le diga mucho; por detrás de nuestro trabajo está, o no está, la gracia; la "hora" de Dios no es nuestra hora: tener siempre mucha paciencia en las cosas de Dios.
No luchar por atrapar y poseer exactamente el significado doctrinal de la Palabra sino más bien meditarla como María, darle vueltas en la mente y en el corazón, dejándose llenar e impregnar de las vibraciones y resonancias del corazón de Dios, y conservar la Palabra, es decir, que esas resonancias sigan resonando a lo largo del día.
En los salmos, imaginar que sentiría Jesús (o María) al pronunciar las mismas palabras; colocarse mentalmente en el corazón de Jesucristo y desde ahí dirigir a Dios esas palabras, "en lugar de Jesús", rezarlas en su espíritu, con su disposición interior, con sus sentimientos.
Ocuparse con frecuencia en aplicar a la vida la Palabra meditada: reflexionar en qué sentido y circunstancias los criterios encerrados en la Palabra (la mente de Dios) deben influir y alterar nuestro modo de pensar y actuar, porque la Palabra debe interpelar y cuestionar la vida del creyente; de esta manera los criterios de Dios llegarán a ser nuestros criterios hasta transformarnos en verdaderos discípulos del Señor.
En suma: leer, saborear, rumiar, meditar, aplicar.

4. Ejercicio auditivo

Tomar una expresión fuerte que te llene el alma (por ejemplo "mi Dios y mi Todo") o simplemente una palabra (por ejemplo "Jesús", "Señor", "Padre").
Comienza a pronunciarla, con sosiego y concentración, en voz suave, cada diez o quince segundos.
Al pronunciarla, trata de asumir vivencialmente el contenido de la palabra pronunciada. Toma conciencia de que tal contenido es el Señor mismo.
Comienza a percibir cómo la "presencia" o "Sustancia", encerrada en esa expresión va lenta y suavemente inundando tu ser entero, impregnando tus energías mentales.
Ve distanciando poco a poco la repetición, dando lugar, cada vez más, al silencio.
Siempre debes pronunciar la misma expresión.
Variante: Cuando aspiramos, el cuerpo queda tenso, porque se inflan los pulmones. Al contrario, cuando espiramos (expulsamos el aire de los pulmones) el cuerpo se relaja, se afloja.
En esta variante aprovechamos la fase de la espiración (momento natural de descanso) para pronunciar esas expresiones. De esta manera, el cuerpo y el alma entran en una combinación armónica. La concentración es más fácil porque la respiración y la irrigación son excelentes. Y así, los resultados son sumamente benéficos tanto para el alma como para el cuerpo.

5. Oración escrita

Se trata de escribir aquello que el orante quisiera decir al Señor.
Para momentos de emergencia puede resultar la única manera de orar; en tiempos de suma aridez o de aguda dispersión, o en los días en que uno se siente despedazado por graves disgustos.
Tiene la ventaja de concentrar mucho la atención; y la ventaja también de que puede servirme para orar tiempos más tarde.

6. Ejercicio visual

Se toma una estampa expresiva, por ejemplo una imagen de Jesús o de María u otro motivo, estampa que exprese fuertes impresiones, como paz, mansedumbre, fortaleza... Lo importante es que a mí me diga mucho.
Toma la estampa en la mano y, después de sosegarte e invocar al Espíritu Santo, quédate quieto mirando simplemente la estampa, en su globalidad, en sus detalles.
En segundo lugar, capta como intuitivamente, con concentración y serenidad las impresiones que esa imagen evoca para ti. Qué te dice a ti esa figura.
En tercer lugar, con suma tranquilidad trasladarme mentalmente a esa imagen, como si yo fuera esa imagen, o me pusiera yo en el interior de ella. Y, reverente y quieto, hacer "mías" las impresiones que la figura despierta para mí. Y así identificado yo mentalmente con esa figura, permanecer largo rato, impregnada toda mi alma con los sentimientos de Jesús que la estampa expresa. Es así como el alma se reviste de la figura de Jesús y participa de su disposición interior.
Finalmente, en este clima interior, trasladarme mentalmente a la vida, imaginar situaciones difíciles y superarlas con los sentimientos de Jesús. Y así ser fotografía de Jesús en el mundo.
Esta modalidad se presta especialmente para personas que tienen facilidad imaginativa.

7. Oración de abandono

Es la oración y actitud más genuinamente evangélica. La más libertadora. La más pacificadora. No hay anestesia que tanto suavice las penas de la vida como un "yo me abandono en Tí".
Ponte en presencia del Padre, que dispone o permite todo, en actitud de entrega. Puedes utilizar como fórmula: "hágase tu voluntad" o "en tus manos me entrego".
Como disposición incondicional, debes reducir a silencio la mente que tiende a rebelarse. El abandono es un homenaje de silencio en la fe.
Vete depositando pues, en silencio y en paz, todo aquello que te disguste: aspectos de tu persona, enfermedades, ancianidad, impotencias, limitaciones, personas próximas que te desagradan, historias dolientes, memorias dolorosas, fracasos, equivocaciones...
Puede ser que, al recordarlos te duelan. Pero al depositarlos en las manos del Padre, te visitará la paz.

En tus manos, oh Dios, me abandono.
Modela esta arcilla,
como hace con el barro el alfarero.
Manda, ordena, ¿qué quieres que yo haga?
Elogiado y humillado, perseguido,
incomprendido y calumniado,
consolado, dolorido, inútil para todo,
sólo me queda decir a ejemplo de tu Madre:
Hágase en mí según tu palabra.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la Cruz,
no una cruz heroica, que pudiera satisfacer
mi amor propio;
sino aquellas cruces humildes y vulgares,
que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día
en la contradicción,
en el olvido, el fracaso, en los falsos
juicios y en la indiferencia,
en el rechazo y el menosprecio de los demás,
en el malestar y la enfermedad,
en las limitaciones intelectuales
y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo,
aunque yo mismo no lo sepa.
Pero eso basta. Amén.

8. Ejercicio de acogida

En este ejercicio yo permanezco quieto y receptivo y el TU sale hacia mí; y yo acojo, gozoso, su llegada. Es conveniente efectuar este ejercicio con Jesús resucitado.
Ayúdate de ciertas expresiones, comienza a acoger, en la fe, a Jesús resucitado y resucitador "que llega a tí". Deja que el Espíritu de Jesús entre e inunde todo tu ser. Siente que la presencia de Jesús llega hasta los últimos rincones de tu alma mientras vas pronunciando las expresiones. Siente como esa Presencia toma plena posesión de lo que eres, de lo que piensas, de lo que haces, cómo Jesús asume lo más íntimo de tu corazón. En la fe: acógelo sin reservas, gozosamente.
En la fe, siente cómo Jesús "toca esa herida que te duele", cómo Jesús saca la espina de esa angustia que te oprime, cómo te alivia esos temores, te libera de aquellos rencores. Hay que tomar conciencia de que esas sensaciones generalmente se sienten en la boca del estómago como espadas que punzan. Por eso se habla de la espada del dolor.
Luego salta a la vida. Acompañado de Jesús y revestido de su figura, haz un paseo por los lugares donde vives o trabajas. Preséntate ante aquella persona con quien tienes conflictos. Imagínate cómo la miraría Jesús. Mírala con los ojos de Jesús. Cómo sería la serenidad de Jesús si tuviera que enfrentarse con aquel conflicto, afrontar esta situación, qué diría a esta persona, cómo serviría en aquella necesidad. Imagina toda clase de situaciones, aún las más difíciles y déjale a Jesús actuar a través de tí; mira por los ojos de Jesús, habla por su boca, que su semblante aparezca por tu semblante. No seas tú quien viva en tí sino Jesús.
Es un ejercicio transformante o cristificante.
Toma una posición orante. Después de pronunciar y vivir una frase, quédate un tiempo quieto y en silencio, permitiendo que la vida de la frase resuene y llene el ámbito de tu alma.

Jesús, entra dentro de mí.
Toma posesión de todo mi ser.
Tómame con todo lo que soy,
lo que pienso, lo que hago.

Toma lo más íntimo de mi corazón.
Cúrame esta herida que tanto me duele.
Sácame la espina de esta angustia.
Retira de mí estos temores,
rencores, tentaciones...

Jesús, ¿qué quieres de mí?
¿cómo mirarías a aquella persona?
¿cuál sería tu actitud en aquella dificultad?
¿cómo te comportarías en aquella situación?

Los que me ven, te vean, Jesús.
Transfórmame todo en tí.
Sea yo una transparencia de tu persona.
También este ejercicio debe durar unos 45 o 50 minutos.

9. Elevación

En este ejercicio se pronuncia mentalmente o en voz suave alguna expresión (que más tarde señalaré).
Apoyado en la frase, el yo sale hacia el TU. Al asumir y vivenciar el significado de la frase, ésta toma tu atención, la transporta y deposita en un TU. Hay, pues, un movimiento o salida. Y así, todo yo queda en todo TU. Queda fijo, inmóvil. Hay, pues, también una quietud.
Quiero decir: no debe haber movimiento mental. Es decir, no debes preocuparte de entender lo que la frase dice. En todo entender hay un ir y venir. Nosotros, ahora, estamos en adoración. No debe haber, pues, actividad analítica.
Al contrario; la mente, impulsada por la frase, se lanza hacia un TU, quieta y adherida, admirativamente, comtempladora posesivamente, amorosamente. Por ejemplo, si dices "Tú eres la Eternidad inmutable" no debes preocuparte de entender o analizar cómo y por qué Dios es eterno, sino mirarlo y admirarlo estáticamente como eterno.
Después de silenciar todo el ser, haz presente en la fe a Aquel en quien existimos, nos movemos y somos.
Comienza a pronunciar las frases en voz suave. Trata de vivir lo que la frase dice hasta que tu alma quede impregnada de la sustancia de la frase.
Después de pronunciarla, quédate en silencio unos treinta segundos o más, mudo, quieto, como quien escucha una resonancia, estando la atención inmóvil, compenetrada posesivamente, identificada adhesivamente con la sustancia de la frase, que es Dios mismo.
En este ejercicio, tienes que dejarte arrebatar por el TU. El "yo" prácticamente desaparece mientras que el TU domina toda la esfera.
He aquí unas cuantas expresiones que pueden servir para este ejercicio:

Tú eres mi Dios.
Desde siempre y para siempre Tú eres Dios.
Tú eres eternidad inmutable.
Tú eres inmensidad infinita.
Tú eres sin principio ni fin.
Estás tan lejos y tan cerca.
Tú eres mi todo.
Oh profundidad de la esencia
y presencia de mi Dios.
Tú eres mi descanso total.
Sólo en ti siento paz.
Tú eres mi fortaleza.
Tú eres mi seguridad.
Tú eres mi paciencia.
Tú eres mi alegría.
Tú eres mi vida eterna,
grande y admirable Señor.

10. "En lugar de" Jesús

Imaginar a Jesús en adoración, por ejemplo de noche, en la mañana, bajo las estrellas.
Con infinita reverencia, en fe y paz, entra en el interior de Jesús. Trata de presenciar y revivir lo que Jesús viviría en su relación con el Padre, y así participa de la experiencia profunda del Señor.
Trata de presenciar y revivir los sentimientos de admiración que Jesús sentiría por el Padre. Decir con el corazón de Jesús, con sus vibraciones, por ejemplo, "glorifica tu nombre"; "santificado sea tu nombre".
Colocarse en el interior de Jesús y revivir aquella actitud de ofrenda y sumisión que Jesús experimentaría ante la voluntad del Padre cuando decía: "No lo que yo quiero sino lo que quieras Tú". "Hágase tu voluntad".
Qué sentiría al decir: "como Tú y yo somos una misma cosa", al pronunciar "Abba" (¡querido Papá!), tratar de experimentarlo. Ponerse en el corazón de Jesús para pronunciar la oración sacerdotal, capítulo 17 de San Juan.
Todo eso (y tantas cosas) hacerlo "mío" en la fe, en el espíritu para revestirme de la disposición interior de Jesús. Y regresar a la vida llevando en mí la vida profunda de Jesús.
Esta modalidad de oración sólo será posible en el Espíritu Santo "que enseña toda la verdad".

11. Oración de contemplación

Las señales de que el alma entró en la contemplación, según San Juan de la Cruz, son las siguientes:
- Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa y sosegada de Dios.
- Dejar estar el alma en sosiego y quietud, atenta a Dios, aun pareciéndole estar perdiendo el tiempo, en paz interior, quietud y descanso.
- Dejar libre al alma sin preocuparse de pensar o meditar. Sólo una advertencia sosegada y amorosa a Dios.

a) Silencio. Hacer vacío interior. Suspender la actividad de los sentidos. Apagar recuerdos. Desligar preocupaciones.
Aislarse del mundo exterior e interior. No pensar en nada. Mejor, no pensar nada.
Quedar más allá del sentir y de la acción sin fijarse en nada, sin mirar nada ni dentro ni fuera.
Fuera de mí, nada. Dentro de mí, nada.
¿Qué queda? Una atención de mí mismo a mí mismo, en silencio y paz.

b) Presencia. Abrir la atención al Otro, en fe, como quien mira sin pensar, como quien ama y se siente amado.
Evitar figurarse a Dios. Toda imagen o forma de Dios debe desaparecer. Es preciso "silenciar" a Dios de cuanto signifique localidad. A Dios no corresponde el verbo estar, sino el verbo ser. El es la Presencia Pura y Amante y Envolvente y Compenetrante y Omnipotente.
Sólo queda un Tú para el cual yo soy una atención abierta, amorosa, sosegada.
Practicar el ejercicio auditivo hasta que la palabra "caiga" por sí misma. Quedar sin pronunciar nada con la boca, nada con la mente.

Mirar y sentirse mirado.
Amar y sentirse amado.
Yo soy como una playa. El es como el mar.
Yo soy como el campo. El es como el sol.
Dejarse iluminar, inundar, AMAR.
DEJARSE AMAR.

Fórmula del ejercicio:
Tú me sondeas.
Tú me conoces.
Tú me amas.

12. Oración comunitaria

Oración comunitaria, denominada también compartida, se llama al hecho de reunirse un grupo de personas para orar con estas características: a) espontáneamente; b) en voz alta; c) ante los demás; d) lo hacen, no simultánea, sino alternadamente.
Para que la Oración Comunitaria sea verdaderamente eficaz y convincente debe cumplir con las siguientes condiciones:

Se supone que los orantes comunitarios han debido cultivar anteriormente la relación personal con el Señor.
De otra manera, la Oración Comunitaria se torna en una actividad artificial y vacía.
Se debe evitar, a ser posible, el "jaculatorismo"; frases cortas, estereotipadas, formales, dichas de memoria.
Por el contrario, se ha de orar de forma verdaderamente espontánea, de dentro a dentro, como si en ese momento no estuviéramos en el mundo más que El y yo, con gran naturalidad e intimidad.
Para esto, los orantes deben estar convencidos y recordarse a sí mismos que son portadores de grandes riquezas interiores, más riquezas de lo que ellos mismos imaginan, y que el Espíritu Santo habita en ellos, y se expresa a través de su boca; por eso deben hablar con gran soltura y libertad.
Es de desear que no haya entre los orantes cortocircuitos emocionales. Porque si entre dos personas o grupos hay una desavenencia fuerte, notoria y pública, ese conflicto bloquea la espontaneidad del grupo. Los muros que separan al hermano del hermano, separan también al hermano de Dios.
Es imprescindible también que haya sinceridad o veracidad; es decir, que el orante, al expresarse en voz alta, no sea motivado por sentimientos de vanidad, de decir cosas originales o brillantes. Debe en todo momento rectificar la intención, y expresarse como si el orante estuviera solo ante Dios.
Pero la condición esencial es que sea una oración verdaderamente compartida: cuando un integrante del grupo está hablando con el Señor, yo no tengo que ser un oyente o un observador sino que (se supone) yo asumo las palabras que están saliendo de la boca de mi hermano, y con esas mismas palabras yo me dirijo a mi Dios. Y cuando yo hablo en voz alta, se supone que mis hermanos toman mis palabras, y con esas mismas palabras se dirigen a Dios. Y así, todo el tiempo oran todos con todos. Y aquí está el secreto de la grandeza y riqueza de la oración comunitaria: que el Espíritu Santo se derrama a través de personalidades e historias tan variadas y diferentes; y por eso puede resultar una oración muy enriquecedora.

13. Meditación comunitaria

Meditación comunitaria o compartida se llama al hecho de reunirse varias personas para tomar la Palabra de Dios y otro tema, y expresar cada uno espontáneamente delante de los demás lo que esa palabra o tema le sugiere.
Para que la Meditación Comunitaria sea verdaderamente eficaz y convincente se han de tener en consideración las condiciones que hemos señalado para la Oración Comunitaria.
Además, es conveniente comenzar con la invocación del Espíritu Santo, y con una breve oración espontánea o un salmo, para ambientarse.
También es conveniente iniciar la meditación leyendo un fragmento de la Biblia o de algún otro libro, para circunscribir la materia que se va a meditar y para iluminar el tema.
Es también muy conveniente que durante la reflexión se hagan referencias y aplicaciones a la vida y se afinen criterios prácticos para que los criterios puedan transformarse en decisiones concretas para la vida fraterna o pastoral.

14. Variantes

a) Oración comunitaria con apoyo en los Salmos
Se trata de tener delante de los ojos un salmo determinado; el grupo orante lo reza primero en común. Luego, en silencio, tratar de rezarlo privadamente, a ser posible, con la Lectura Rezada.
Después de unos minutos, uno o cualquiera de los asistentes ora en voz alta (siempre teniendo el salmo abierto en la mano) haciendo -en forma de oración- una especie de paráfrasis o comentario del versículo que más le haya llamado la atención. Después, otro hace lo mismo. Y así sucesivamente todos los que desean intervenir. Acaban con un canto.

b) Meditación comunitaria con apoyo de la Palabra
Es algo semejante a lo anterior. Teniendo todos delante la Biblia abierta en un capítulo determinado, uno del grupo lee un fragmento. Quedan en silencio un rato mientras cada uno va meditando en privado, siempre teniendo abierta la Biblia.
Luego, uno cualquiera del grupo hace un comentario -en forma de reflexión- del versículo que más le ha llamado la atención. Después, otro del grupo hace lo mismo, y así sucesivamente, todos los que quieran. Acaban con un canto.

15. Meditación

Se ha de aconsejar esta actividad espiritual a las personas de mente analítica y reflexiva. Para esta clase de personas no es suficiente la lectura meditada. Pueden y deben avanzar más a fondo.
Por otra parte, no hay que olvidar que es en la meditación donde se forjan las grandes figuras de Dios.
Meditar es una actividad mental, concentrada y ordenada, por la que tomamos un texto o un tema, y lo vamos contemplando en su globalidad y detalles; lo analizamos en sus causas y efectos para, de esta manera, forjar criterios de vida, juicios de valoración, en una palabra, una mentalidad según la mente de Dios. Y, por este camino, los criterios acaban por transformarse en convicciones, y las convicciones en decisiones. Y de esta manera nos convertimos en discípulos del Señor.

Preparar:

pedir luz;
escoger la materia que se va a meditar;
para que la mente no se extravíe o se disperse, es conveniente imaginar gráficamente la escena: qué hablan, cómo se mueven, su entorno, otros detalles.

Desentrañar y ordenar:

distinguir los diferentes planos de una escena; buscar el significado y la finalidad de cada palabra y del contexto de las palabras, el sentido de cada escena y del contexto de la escena, detenerse en el significado de los verbos...;
inducir, deducir, explicar, aplicar, combinar diferentes ideas, confrontándolas.
buscar la lógica interna de causa y efecto, principios y conclusiones, qué es y qué no es cada cosa, distinguir los motivos y las intenciones, acción y reacción, esfuerzo y resultado...

Aplicar o comprometerse:

uno mismo tiene que meterse en la escena, como si yo fuera actor y no observador, me hablan e interpelan a mí (las palabras de Cristo a Zaqueo, Pedro, joven rico, ciego del camino..., a mí son dirigidas) y yo, a mi vez, hablo, pregunto a esas personas de la escena...;
confrontar lo que oigo en la escena con mis problemas de hoy, con mi situación actual, con los acontecimientos de este tiempo...;
acabar orando.

IV. Como vivir un Desierto.

La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así lo hicieron los profetas, los santos y sobre todo, Cristo.

Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios, unas cuantas horas cada quince días. Tiempos fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad, y la paz; porque de otra manera las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.

Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a tí: ¿de qué? del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.

Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto. Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar donde uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro. Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia.

Es conveniente disponer de un conjunto de textos bíblicos, salmos, ejercicios de relajación... No olvidarse de llevar un cuaderno para anotar impresiones.

Pauta orientadora:

1. Utiliza esta pauta con flexibilidad porque el Espíritu Santo puede tener otros planes. Debes dar un margen a la espontaneidad de la Gracia. Por ejemplo tienes que tomar con mucha libertad los minutos que asigno a cada punto. 2. Una vez que llegues al lugar donde va a transcurrir el día, comienza con una lectura rezada de salmos. Se trata de preparar y ambientar el nivel profundo de la persona, el nivel del espíritu. Unos sesenta minutos.
3. En caso de que te encuentres en estado dispersivo, prepara tu nivel periférico con ejercicios de relajación, concentración y silenciamiento. Unos treinta minutos. A lo largo del día puedes repetir estos ejercicios, pero, de entrada, es necesario conseguir un estado elemental de serenidad.
4. Diálogo personal con el Señor Dios, diálogo no necesariamente de palabras sino de interioridades, hablar con Dios, estar con El, amar y sentirse amado...Es lo más importante del Desierto. Unos sesenta y cinco minutos.
5. Por ser un día intenso en cuanto a la actividad cerebral, es conveniente que haya varios intervalos de descanso en que lo importante es no hacer nada, sólo descansar.
6. No puede faltar en el Desierto, una prolongada lectura meditada, utilizando los textos bíblicos, confrontando tu vida personal y apostólica con la Palabra de Dios. Unos ochenta minutos.
7. Tampoco debe faltar un sabroso y prolongado diálogo con Jesucristo, expresamente con El. Hablar con El como un amigo habla con otro amigo, haciendo mentalmente un paseo con El por los caminos de la vida, solucionando las dificultades. Unos cincuenta minutos.
8. Un ejercicio intensivo de abandono: sanar de nuevo las heridas, aceptar tanta cosa rechazada, perdonarse y perdonar, consolidar y robustecer la paz. Unos cuarenta minutos. Ten presente las orientaciones prácticas que te doy en este librito. No te pongas eufórico en las consolaciones, ni deprimido en las arideces. El criterio seguro de presencia divina es la paz. Si tienes paz, aún en plena aridez, Dios está contigo. Y recuerda cuántos Desiertos hacía Jesús.

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Señor Jesús, manso y humilde. Desde el polvo me sube y me domina esta sed insaciable de estima, esta apremiante necesidad de que todos me quieran. Mi corazón está amasado de delirios imposibles. Necesito redención. Misericordia, Dios mío.
No acierto a perdonar, el rencor me quema, las críticas me lastiman, los fracasos me hunden, las rivalidades me asustan. Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la humildad, mi Señor manso y humilde de corazón.
No sé de donde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, eliminar al rival, dar curso a la venganza. Hago lo que no quiero. Ten piedad Señor y dame la gracia de la humildad.
Gruesas cadenas amarran mi corazón, este corazón echa raíces, sujeta cuanto soy y hago y cuanto me rodea. Y de esas apropiaciones me nace tanto susto y tanto miedo. Infeliz de mí, propietario de mí mismo. ¿quién romperá mis cadenas?. Tu gracia, mi Señor pobre y humilde. Dame la gracia de la humildad. La gracia de perdonar de corazón. La gracia de aceptar la crítica y la contradicción, o al menos, de dudar de mí mismo cuando me corrijan.
Dame la gracia de hacer tranquilamente la autocrítica. La gracia de mantenerme sereno en los desprecios, olvidos e indiferencias, de sentirme verdaderamente feliz en el anonimato, de no fomentar autosatisfacciones en los sentimientos, palabras y hechos.
Abre, Señor, espacios libres dentro de mí para que los puedas ocupar tú y mis hermanos. En fin Señor Jesucristo, dame la gracia de ir adquiriendo paulatinamente un corazón desprendido y vacío como el tuyo, un corazón manso, paciente y benigno. Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Así sea.

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Hijo, si emprendes en serio el camino de Dios, prepara tu alma para las pruebas que vendrán; siéntate pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz los silencios, ausencias y tardanzas a las que El quiera someterte, porque es en el crisol del fuego donde se purifica el oro.
Señor Jesús, desde que pasaste por este mundo teniendo la paciencia como vestidura y distintivo, es ella la reina de las virtudes y la perla más preciosa de tu corona. Dame la gracia de aceptar con paz la esencial gratuidad de Dios, el camino desconcertante de la Gracia y las emergencias imprevisibles de la naturaleza. Acepto con paz la marcha lenta y zigzagueante de la oración y el hecho de que el camino para la santidad sea tan largo y dificil.
Acepto con paz las contrariedades de la vida y las incomprensiones de mis hermanos, las enfermedades y la misma muerte, y la ley de la insignificancia humana, es decir, que, después de mi muerte, todo seguirá igual como si nada hubiese sucedido.
Acepto con paz, el hecho de querer tanto y poder tan poco, y que, con grandes esfuerzos, he de conseguir pequeños resultados. Acepto con paz la ley del pecado, esto es: hago lo que no quiero y dejo de hacer aquello que me gustaría hacer. Dejo con paz en tus manos lo que debiera haber sido y no fui, lo que debiera haber hecho y no lo hice.
Acepto con paz toda impotencia humana que me circunda y me limita. Acepto con paz las leyes de la precariedad y de la transitoriedad, la ley de la mediocridad y del fracaso, la ley de la soledad y de la muerte.
A cambio de toda esta entrega, dame la Paz, Señor.

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Problemas de perdón


Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo. El resentimiento sólo destruye al resentido.

El amor propio es ciego y suicida: prefiera la satisfacción de la venganza al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos del perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo.


Ejercicios de perdón

1. Ponte en el espíritu de Jesús, en la fe. Asume sus sentimientos. Enfrenta (mentalmente) al "enemigo" mirándolo con los ojos de Jesús, abrazándolo con los brazos de Jesús, como si "fueras" Jesús.
Concentrado, en plena intimidad con el Señor Jesús (colocado el "enemigo" en el rincón de la memoria), di al Señor: "Jesús, entra dentro de mí. Toma posesión de mi ser. Calma mis hostilidades. Dame tu corazón pobre y humilde. Quiero sentir por ese "enemigo" lo que Tú sientes por él; lo que Tú sentías al morir por él. Puestos en alta fusión tus sentimientos con los míos, yo perdono (juntamente contigo), yo amo, yo abrazo a esa persona. Ella-Tú-Yo, una misma cosa. Yo-Tú-Ella, una misma unidad".
Repetir estas o semejantes palabras durante unos treinta minutos.

2. Si comprendiéramos, no haría falta perdonar. Trae a la memoria al "enemigo" y aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estarás tú atribuyendo a esa persona intenciones perversas que ella nunca las tuvo? Al final, ¿Quién es el equivocado? Si él te hace sufrir, ¿Ya pensaste cómo tú le harás sufrir a él? ¿Quién sabe si no dijo lo que te dijeron que dijo? ¿Quién sabe si lo dijo en otro tono o en otro contexto?
El parece orgulloso; no es orgullo, es timidez. Parece un tipo obstinado; no es obstinación, es un mecanismo de autoafirmación. Su conducta parece agresiva contigo; no es agresividad, es autodefensa, un modo de darse seguridad, no te está atacando, se está defendiendo. Y tú estás suponiendo perversidades en su corazón. ¿Quién es el injusto y el equivocado?
Ciertamente, él es difícil para tí; más difícil es para sí mismo. Con su modo de ser sufres tú, es verdad; más sufre él mismo. Si hay alguien interesado en este mundo en no ser así, no eres tú; es él mismo. Le gustaría agradar a todos; no puede. Le gustaría ser encantador; no puede. Si él hubiera escogido su modo de ser, sería la criatura más agradable del mundo. ¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no escogió? ¿Tendrá él tanta culpa como tú presupones? En fin de cuentas, ¿No serás Tú, con tus suposiciones y repulsas, más injusto que él?

Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar.

3. Se trata de un acto de dominio mental por el que desligamos la atención de la persona enemistada. Consiste, pues, en interrumpir ese vínculo de atención (por el que tu mente estaba ligada a esa persona) y quedarte tú desvinculado de él, y en paz.
No consiste, pues, en expulsar violentamente de la mente a esa persona, porque en ese caso se fijará más. Se trata de suspender por un momento la actividad mental, de hacer un vacío mental, y el "enemigo" desaparece. Volverá de nuevo. Suspende otra vez la actividad mental o desvía la atención hacia otra cosa.
Hay unos cuantos verbos populares que significan este perdón: desligar: se liga, se desliga la atención. Desprender: se prende, se desprende. Soltar: se te agarra (el recuerdo) suéltalo. Dejar. Olvidar.
Como se ve, no es un perdón propiamente tal, pero tiene sus efectos. Puede ser el primer paso, sobre todo cuando la herida es reciente.

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Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta Tí para decirte:
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Tí, Señor.
Deposito en tus manos la fatiga y la lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás. Si los nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí.
Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para alguien ¡perdón, Señor! No quiero esta noche entregarme al sueño sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia enteramente gratuita, Señor.
Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente, me has cuidado como una madre, a lo largo de estas horas.
Señor, a mi derredor ya todo es silencio y calma. Envía el Angel de la Paz a esta casa. Relaja mis nervios, sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y serenidad. Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al sueño, como un niño que duerme feliz en tus brazos. En tu nombre, Señor, descansaré tranquilo. Así sea.

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Felices los que no te vieron, y creyeron en Tí.
Felices los que no contemplaron tu semblante y confesaron tu divinidad.
Felices los que, al leer el Evangelio, reconocieron en Tí a Aquel que esperaban.
Felices los que, en tus Enviados divisaron tu divina presencia.
Felices los que, en el secreto de su corazón, escucharon tu voz y respondieron.
Felices los que, animados por el deseo de palpar a Dios te encontraron en el misterio.
Felices los que, en los momentos de oscuridad, se adhirieron más fuertemente a tu luz.
Felices los que, desconcertados por la prueba, mantienen su confianza en Tí.
Felices los que, bajo la impresión de tu ausencia continúan creyendo en tu proximidad.
Felices los que, no habiéndote visto viven la firme esperanza de verte un día. Amén.

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Señora del Silencio

Madre del Silencio y de la Humildad,
Tú vives perdida y encontrada
en el mar sin fondo del Misterio del Señor.
Eres disponiblidad y receptividad.
Eres fecundidad y plenitud.
Eres atención y solicitud por los hermanos.
Estás vestida de fortaleza.
En Tí resplandecen la madurez humana
y la elegancia espiritual.
Eres Señora de Tí misma
antes de ser señora nuestra.
No existe dispersión en Tí.
Es un acto simple y total,
tu alma, toda inmóvil,
está paralizada e identificada con el Señor.
Estás dentro de Dios y Dios dentro de Tí.
El Misterio Total te envuelve y te penetra,
te posee, ocupa e integra todo tu ser.
Parece que todo quedó paralizado en Ti,
todo se identificó contigo:
el tiempo, el espacio, la palabra,
la música, el silencio, la mujer, Dios.
Todo quedó asumido en Tí, y divinizado.
Jamás se vio estampa humana,
de tanta dulzura,
ni se volverá a ver en la tierra
mujer tan inefablemente evocadora.
Sin embargo, tu silencio no es ausencia
sino presencia.
Estás abismada en el Señor,
y al mismo tiempo,
atenta a los hermanos, como en Caná.
Nunca la comunicación es tan profunda
como cuando no se dice nada,
y nunca el silencio es tan elocuente
como cuando nada se comunica.
Haznos comprender
que el silencio
no es desinterés por los hermanos
sino fuente de energía e irradiación;
no es repliegue sino despliegue,
y que, para derramarse,
es necesario cargarse.
El mundo se ahoga
en el mar de la dispersión,
y no es posible amar a los hermanos
con un corazón disperso.
Haznos comprender que el apostolado,
sin silencio,
es alienación;
y que el silencio,
sin el apostolado
es comodidad.
Envuélvenos en el manto de tu silencio,
y comunícanos la fortaleza de tu Fe,
la altura de tu Esperanza,
y la profundidad de tu Amor.
¡Oh Madre admirable del Silencio!

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A Tí, Señor que pasaste por este mundo "sanando toda dolencia y toda enfermedad" levanto mis gritos y gemidos, yo, pobre arbol azotado por el dolor. Hijo de David, ten compasión de mí!
Mi salud se deshace como una estatua de arena. Estoy encerrado en un círculo fatal. Dios mío, cada mañana me levanto cansado, mis ojos enrojecen de tanto insomnio. Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena. Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas y me muerde el dolor. Y, sobre todo el miedo, Señor.
Tengo mucho miedo. El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma ¿qué será de mí? ¿amanecerá para mí la aurora de la salud? ¿podré cantar algún día el aleluya de los que sanan? ¿me visitarás alguna vez, Dios mío? ¿no dijiste un día, "levántate y anda"? ¿no dijiste a Lázaro: "sal fuera"? ¿no se sanaron los leprosos y caminaron los cojos al mando de tu voz? ¿no mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas? ¿cuándo llegará mi hora? ¿cuándo podré narrar también yo, tus maravillas? Hijo de David, ten piedad de mí, Tú que eres mi única esperanza.
Sin embargo sé que hay otra cosa peor que la enfermedad: la angustia. Es buena la salud pero mejor es la paz. ¿para que sirve la salud sin la paz? Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.
La angustia, sombra oscura hecha de soledad, miedo e incertidumbre, la angustia me asalta a ratos y a veces me domina por completo. Con frecuencia siento tristeza... Necesito paz, Señor Jesús, esa paz que sólo Tú la puedes dar. Dame esa paz hecha de consolación, esa paz que es fruto de un abandono confiado. Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud. Lo restante lo dejo en tus manos!
A partir de este momento suelto los remos y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas. Llévame donde quieras, Señor. Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú. Lléname de tu serenidad y eso me basta. Así sea.

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Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...