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domingo, 31 de mayo de 2009

Michel Quoist - Su Espiritualidad

Ahora Señor, voy a cerrar mis párpados: hoy ya han cumplido su oficio. Mi mirada ya regresa a mi alma tras de haberse paseado durante todo el día por el jardín de los hombres.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Yo te pido en la noche, que mañana, cuando abra mis ojos al claro amanecer, sigan dispuestos a servir a mi alma y a mi Dios.


Haz que mis ojos sean claros, Señor. Y que mi mirada, siempre recta, siembre afán de pureza. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse, contemplar.


Da a mis ojos el saber cerrarse para hallarte mejor, pero que jamás se aparten del mundo por tenerle miedo. Concede a mi mirada el ser lo bastate profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.


Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para no apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.


Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para despertar. Haz que mi mirada conmueva las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios. Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú.

Para que mi mirada sea todo esto Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes.

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Amo a los niños


Yo amo a los niños, dice Dios, y quiero que os parezcáis a ellos. No me gustan los viejos, dice Dios, a no ser que sean niños todavía. Y en mi reino no quiero más que niños, esto está decretado para siempre.
Niños cheposos, niños retorcidos, niños arrugaditos, niños de barba blanca, todas las clases de niños que queráis, pero niños, sólo niños. Y no hay que darle vueltas. Eso está decidido. No tengo sitio para los mayores.
Yo amo a los niños, dice Dios, porque en ellos mi imagen no ha sido adulterada, ellos no han falseado mi semejanza, son nuevos, son puros, sin borrón, sin escoria. Por eso cuando Yo me inclino sobre ellos dulcemente es como si me estuviera mirando en un espejo. Amo a los niños porque aún están haciéndose, porque están aún formándose, van de camino, caminan.
Pero con los mayores, dice Dios, con los mayores ya no hay nada que hacer, ya no crecerán más, ni una gota, ni un palmo, ¡basta!, se han estancado.
Es horrible, dice Dios, los mayores creen que ya han llegado.
A los niños grandes, dice Dios, sí los amo, aún están luchando, aún cometen pecados. Bueno, a ver si me entendéis, no es que los ame porque los cometan, dice Dios, es porque saben que los cometen y se esfuerzan en no cometer más.
Pero a los "hombres serios", dice Dios, ¿cómo voy a amarlos? Nunca hicieron mal a nadie, no tienen nada de que arrepentirse, no puedo perdonarles nada, no tienen nada de que pedir perdón.
Es descorazonador, dice Dios. Descorazona porque no es verdad.
Pero sobre todo, dice Dios, sobre todo, los pequeños me gustan por sus ojos. Es ahí donde Yo leo su edad.
Y en mi cielo -veréis- no habrá más que ojos de cinco años de edad. Porque yo no conozco cosa más bonita que una mirada inocente de niño.
Y no es extraño, dice Dios, porque Yo habito en ellos, y soy Yo quien se asoma a las ventanas de sus almas. Cuando en la vida os encontréis una mirada pura, soy Yo quien os sonríe a través de la materia. En cambio, dice Dios, no hay cosa más horrible que unos ojos marchitos en un cuerpo de niño.
Las ventanas están abiertas y la casa vacía.
Quedan dos cuevas negras, pero dentro no hay luz. Tienen pupilas, pero huyó la mirada.
Y Yo, triste, a la puerta, tengo frío, y espero, golpeo, y me pongo nervioso por entrar.
Y el de dentro está solo: el niño
Se endurece, se seca, se marchita, envejece.
Pobrecito, dice Dios.


¡Aleluya, aleluya!, dice Dios. ¡Abríos bien, los viejos! Es vuestro Dios, el siempre Resucitado, quien va a entrar a resucitar en vosotros al niño.
Daos prisa, es la ocasión, moveos. Estoy dispuesto a devolveros un hermoso rostro de niño, una hermosa mirada de niño.
Porque Yo amo a los niños, dice Dios, y quiero que os parezcáis a ellos.

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Amar es entregarse


El hambre de los hombres es terrible, mata a millones de seres cada año. Las privaciones de amor son más mortíferas todavía, desintegran al hombre y a la humanidad. Muy a menudo el hombre no sabe amar, cree amar y no hace sino amarse a sí mismo.
En el largo camino que lleva al amor, muchos se detienen, seducidos por los espejismos del amor.
Si te emocionas hasta las lágrimas ante un sufrimiento, si sientes que tu corazón late con fuerza ante tal o cual persona, no se trata de amor, sino de sensibilidad. Amar, no es sentirse emocionado por otro, sentir afecto sensible por otro, abandonarse en brazos de otro, admirar a otro, desear a otro, querer poseer a otro.
Amar es en esencia entregarse a otro y a los otros. Amar no es sentir. Si esperas sentirte empujado al amor por la sensibilidad, sólo amarás a pocos en la tierra... y seguramente no a tus enemigos. Amar no es un proceso instintivo, es la decisión consciente de tu voluntad de ir hacia los demás y de entregarte a ellos.
Con mucha frecuencia juegas al Pulgarcito, siempres encuentras tu camino, el camino de tí mismo. Piérdete, olvídate de tí mismo y amarás con más seguridad. El hambre te obliga a salir de tu casa para comprar pan. Abres la puerta para contemplar la puesta de sol. Corres al encuentro del amigo que viste desde la ventana.
Del mismo modo, el deseo, la admiración, el afecto sensible pueden arrancarte de tí mismo y lanzarte al camino de la entrega, pero no son todavía el amor. El Señor te los ofrece como medios, para ayudarte a olvidarte y conducirte al amor.
El amor es un camino de mano única: parte siempre de tí y se dirige a los demás. Cada vez que tomas un objeto o a una persona para tí, dejas de amar, pues dejas de entregar. Vas a contramano.
Todo lo que encuentras en tu camino está hecho para que te permita amar más. Encamínate. Acoge todo lo que es bueno, pero para darlo todo. Si retienes algo o alguien para tí, no digas que amas tal objeto o a tal persona, pues en el momento en que los agarras para guardarlos -aunque sólo sea por un instante- el amor muere en tus manos.
Si cortas flores es para hacer un ramo con ellas.
Si haces un ramo, es para ofrecerlo a la amada..., pues la flor no está hecha para que se mustie en tus manos, sino para llevar alegría y fructificar. Si, al cortarla, no tienes el valor de regalarla, continúa tu camino.
Así en la vida si te sientes incapaz de pasar ante un objeto o un rostro sin acapararlos para tí solo, entonces continúa tu camino. Para amar, hay que ser capaz de renunciar a uno mismo.
Revisa con frecuencia la autenticidad y la pureza de tus amores. No te limites a preguntarte: ¿amo? Dite: ¿renuncio a mi mismo, me olvido de mi mismo, me entrego?
No te forjes la ilusión del amor dando objetos, dinero, un apretón de manos o aun un poco de tu tiempo, de tu actividad... si no te entregas.
Amar no es dar algo, es ante todo darse uno. Amarás si te entregas o si te deslizas por entero en lo que entregas, hasta en lo más material.
El amor verdadero nos vuelve libres, porque nos libera de las cosas y de nosotros mismos.
Amará más quien se entregue más. Si quieres amar sin límites, has de estar dispuesto para entregar toda tu vida, es decir para morir a tí mismo, por los demás.
Te ilusionas si crees que amar es fácil. Todo amor, si es auténtico, te cargará tarde o temprano con la cruz, pues desde que existe el pecado resulta difícil olvidarse de uno mismo y morir a uno mismo.
Desde que existe el pecado, amar es ser capaz de crucificarse por los demás.
Si pretendes recibir, nada obtendrás.
Hay que dar.
Si das, diciendo: así recibiré, no obtendrás nada. Hay que dar sin esperar nada a cambio.
Si, lealmente, das sin esperar nada, lo recibirás todo. Lo más difícil en el amor es el riesgo, el renunciamiento en la noche, el paso hacia la muerte... para alcanzar la vida. Por eso retrocedes frente al amor auténtico. Vacilas, engañado por el ofrecimiento inmediatamente rentable de los amores falsos. Tienes miedo de no recibir, y tomas un anticipo.
Si amas, te entregas. Si te entregas a los demás, te enriqueces con ellos. Así el amor engrandece infinitamente a quien ama, pues quien acepta desprenderse de sí mismo descubre a todos los demás y se une a la humanidad entera.
El amor falso -el egoísmo, la vuelta a sí- lleva siempre consigo la decepción, la frustración de la persona, pues es un fracaso de expansión, es envejecimiento, es muerte. El amor verdadero ofrece siempre la alegría, pues es desarrollo de la persona, perfeccionamiento, entrega de la vida.
Cristo es quien más ha amado, no por experimentar el mayor afecto sensible por los hombres, sino porque fue quien más les dio
y más conscientemente,
y más voluntariamente,
y más gratuitamente.
Si dejas de amar, dejas de amar.
Si dejas de amar, dejas de engrandecerte.
Si dejas de engrandecerte, dejas de perfeccionarte, dejas de desarrollarte en Dios,
pues amar es tomar el camino de Dios, es encontrarlo.

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La avenida del amor conduce a Dios... para amar con el corazón de Jesucristo.

"Todo amor, si es auténtico pone al hombre en el camino de Dios, pues San Juan nos dice que "el amor procede de Dios". Pero si bien en el plano puramente natural el amor ya lleva consigo la promesa de lo infinito, necesita para desembocar en lo sobrenatural que el hombre consciente y libre, abra de par en par su corazón al amor de Cristo. Ahí el cristiano tiene, mediante la gracia de la caridad, el poder extraordinario de amar a Dios y a sus hermanos como Dios mismo ama a sus hijos".

El hombre no puede ser habre sin alimento, sed sin bebida, pregunta sin respuesta, amor sin amor. El hombre camina dolorosamente en busca de su perfeccionamiento.

En la base de tu deseo de amar y de ser amado buscas tu desarrollo. Pero esta búsqueda perpetua de la unidad te dejará insatisfecho mientras no estés lleno del amor infinito: DIOS.
En el fondo del ser humano, la búsqueda del amor es siempre búsqueda de Dios.

El amor te acerca a Dios porque te desprendes de tí mismo, pues sólo hay dos polos de atracción y de entrega en la vida de todo hombre: él mismo o los demás y Dios.

Tú eres un pensamiento de amor de Dios.
Tu vida debe ser una respuesta de amor.
La gran revelación de Jesucristo, es que Dios es Amor, que la gran aventura del mundo y de los hombres es una historia de amor y que el triunfo no puede ser sino el fruto del amor.

En ti y en los demás, el amor auténtico es siempre la señal de la presencia de Dios, pues Dios está presente en todo amor como el sol está presente en cada uno de sus rayos. "El amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor... Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (Primera Epístola de San Juan)

Puedes seguirlo a Dios adivinando los gestos de amor verdadero.
Puedes hacer que Dios penetre en los hombres, olvidándote de tí para sembrar el amor a tu alrededor.
Puedes conducir a los demás al encuentro de Dios, ayudándolos a amar a sus hermanos en forma concreta.
Cada vez que amas eres testimonio del Amor, en silencio anuncias a Jesucristo.
Todo avance en el amor es siempre un avance hacia Dios.

En la vida, las etapas importantes del amor son la ocasión ofrecida para acercarse a la unión con el Hijo:
la búsqueda del amor del adolescente, la amistad, el matrimonio, la maternidad y la paternidad, el compromiso adulto para la lucha por un mundo mejor y luego las múltiples invitaciones a la entrega: la salida con el grupo, el partido de fútbol, el niño a quien hay que escuchar, el beso que hay que dar a pesar del cansancio... y durante todo, todo el tiempo, incesantes ofrecimientos del Amor que propone vivir por amor y del amor.

Serás juzgado por tu fidelidad a Dios en el amor cristiano.

El deseo del amor consiste en formar una unidad con los seres amados. Si quieres triunfar en el amor, debes acoger a Dios en tí e interiormente Dios te unirá con quienes amas.
Tu corazón es demasiado pequeño para amar a tus hermanos como Dios los ama, y sin embargo Dios desea ser amado y ver que amas a tus hermanos con este amor infinito.

Los demás esperan de tí no sólo amor a secas, sino el amor divino.
Tu caridad no debe ser caridad "natural" sino "sobrenatural".

Necesitas de toda la Redención de Cristo para salvar tu amor del egoísmo. Necesitas de todo el amor de Cristo para transfigurar tu amor humano en caridad.
La caridad, por el don de la gracia, es el misterioso poder de amar como Dios ama, con el "corazón" de Cristo:

a Dios, tu Padre,
a los hombres, tus hermanos.

Si quieres amar más, toma más Amor en tí, deja que el Amor ame en tí y por tí cada vez más.
Haz que, por tí, Dios ame a tus hermanos.
Si amas "humanamente" al otro, lo unes a tí.
Si lo amas en la caridad, lo unes a Cristo.
Si amas con Cristo y en Cristo, haces que el Cuerpo místico crezca,
haces que el Reino del Padre progrese,
al mismo tiempo que lo anuncias.

No se trata de "hacer caridad" SINO DE SER "AMOR".

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La Virgen María no es "moderna" a los ojos de nuestros contemporáneos, pero el mundo moderno necesita a la Virgen María para recordar los valores de la vida que olvida.
María es testimonio de la fecundidad espiritual de la virginidad. Por obra del Espíritu Santo es Madre de Dios y de todos los hombres, en Cristo.
María, sin gestos deslumbrantes, sin prédicas, sin acción, sin lucha, sólo diciendo SI a Dios durante toda su vida, dio a Cristo al mundo y con El, salvó al mundo.
María te recuerda el poder infinito de la ofrenda pura, de la presencia en el amor, de la disponibilidad interior, del silencio...
El sí de María es doble: es el consentimiento a la Encarnación y el consentimiento a la Redención. Porque se entrega completamente al servicio del Reino, porque es absolutamente pura, en Ella nada se opone a esta encarnación y a esta redención.
A la cabeza de la enorme multitud de hombres, marchó al encuentro de Dios: fina aurora de pureza de la humanidad, corazón entregado al amor.
Ella es la primer mujer que renovó definitivamente con Dios la Alianza del Amor infinito. En su alma y en su propia carne es lugar de encuentro:
de lo natural y lo sobrenatural,
de lo finito y lo infinito,
del hombre y de Dios.
Jesucristo, a través de María, introdujo en el amor trinitario el corazón de una madre de la tierra.
Busca en el Evangelio a la "pequeña" Virgen María, madre de Jesús, fiel, discreta y dolorosa. ""Amala y rézale""
María continúa su obra en el mundo. Esposa fiel del Espíritu Santo, jalona en su sí eterno los mínimos gestos de gracia de su Hijo.
No puede aparecer vida si no hay una madre que la dé. No puede surgir ninguna partícula de gracia divina en ti, sin el amor fecundo de María. Si luchas en el amor, para tener más paz, más justicia, María sostiene tus esfuerzos, pues Ella siempre está donde hay que dar la Vida en su Hijo.
Si sufres, también María está, pues dondequiera que se eleve una cruz, Ella está de pie, lista para ofrecer, para que en su Hijo florezca la Redención.
Ella se eclipsa, silenciosa...
Ella calla pero está.
Dile cada día, en cada instante de tu vida, en la forma más simple:
Dios te salve, María!

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¿Te aburre el Evangelio?
Sólo conoces algunos pasajes que has escuchado muy por encima en la misa del domingo. ¿Has abierto el Evangelio, de vez en cuando y no has encontrado nada?
Si penetras en el Evangelio como en un libro humano, sólo encontrarás en él, ideas y recetas humanas. Si te acercas a él como a una obra dictada por el Espíritu Santo, sus palabras serán, en tí y en tu vida, semillas de eternidad.
¿Quieres comulgar en forma auténtica con el Evangelio? Has de acercarte religiosa y desinteresadamente a él... para ESCUCHAR Y VER (es decir contemplar) a Jesús VIVO que se dirige hoy a tí a través de su vida y sus palabras.
Necesitas una palabra que resuene en el infinito. Respeta esa hambre pues es, en tí, esa partícula de amor creador que llama al Amor, para conversar. Es el hambre de una Palabra viva e infinita, es el hambre de Evangelio.
Dices: "Hablo a Dios y no me responde" Te equivocas. Desde siempre estás llamado al diálogo. Si te quejas del silencio de Dios, quiere decir que no escuchas el Evangelio. En él, Dios entabla la conversación contigo. Respóndele. Así puedes comunicarte con Jesucristo vivo. ¿Estás atento a las confidencias que te hace Jesucristo?
No puedes encontrar al Señor y comprender su Palabra si no has pedido al Padre que sea el guía que te conduzca y al Espíritu Santo, el Intérprete que te traduzca.
Jesucristo no habla el mismo idioma que tú, por eso te cuesta comprenderlo. Hablas de eficacia, El dice: por la cruz. Hablas de influencia en el mundo, El dice: siendo el último; hablar de poder, El dice: siendo un niño; hablas de riquezas, El dice: desposándote con la pobreza. Resulta difícil entenderse cuando no se habla el mismo idioma. Acepta que te cambien la manera de ver las cosas. No huyas del Evangelio.
Proclamar el Evangelio durante toda tu vida, no es predicar sobre una mesa en la fábrica, en oficina, es estar tan disponible al Espíritu y lleno de Evangelio, que tus sentimientos, pensamientos, opiniones y mentalidad se convertirán en los de Cristo. Así cuanto más medites el Evangelio, tanto más evangélico, más apostólico serás.
Deja que el Espíritu Santo te inspire, cuando quiera, el papel que Cristo quiere desempeñar a través de tí. Si eres fiel y atento, te sorprenderás al verlo intervenir con frecuencia. Esto es el Evangelio en la vida. En la meditación del Evangelio sois dos los que actuáis. Tú que recoges y te dispones a recibir a Cristo. El Espíritu Santo que te conduce al Señor y te transforma en El. No te desanimes nunca.
Corre al Evangelio. No faltes a la cita de Dios.

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El Otro


Si quieres influir en otro, ten presente esta regla de oro: No seas nunca destructivo, sino siempre constructivo. El otro es extremadamente sensible al juicio de los que lo rodean. La indiferencia de éstos, su falta de confianza y más aún su desprecio lo paralizan y lo condenan al estancamiento.

Si quieres influir en otro, comienza por amarlo sinceramente, de lo contrario, no lograrás hacerle avanzar ni un paso. Luego, pon en él tu confianza, no importa lo que suceda; finalmente admíralo, siempre hay algo que admirar en el otro. Ama, confía, admira concretamente. No basta con tener esos sentimientos en tu corazón. Debes expresarlos. El otro interpreta siempre el silencio como una reprobación y cuanto más débil es, tanto más le invita ese silencio al desánimo.

El piensa: "soy poca cosa a sus ojos", "me juzga incapaz, sin reacciones", "me desprecia", "sin duda no le gusto", y muy rápidamente saca una amarga conclusión: "en el fondo, tiene razón".

Frente al otro, no pienses nunca: soy superior, sino piensa: en tal punto me supera. Si piensas lo primero, lo aplastarás, si lo segundo, lo animarás y lo engrandecerás. El otro siempre tiende a ser lo que tú piensas y dices que es. Si piensas muy mal de alguien, no vale la pena que trates de influir en él. Antes de abordarlo, empieza por esforzarte para rectificar tu juicio.

La alabanza sincera tiene un poder mágico. Si quieres que el otro progrese, felicítalo con sinceridad. Eso es siempre posible. Mira al otro, ve sus cualidades, sus dones, pónlos a plena luz; muchos están ocultos, por negligencia, por desaliento. Devolvérselos es revelárselos, es salvarlo, pues Dios condena al que entierra sus talentos.

Si buscas las cualidades del otro y se las alabas, no eres un hipócrita adulador, sino un adorador del Padre. Cuando en la Fe te acercas religiosamente a otro, estás en el camino de Dios, pues es El quien deposita sus dones en cada uno. Confía, confía siempre en el otro, a pesar de las apariencias, a pesar de los fracasos.

Si dices al otro: "no se puede hacer nada contigo", el otro que ya tiene muchos problemas consigo, pensará "es verdad..." y no tratará de hacer nada. Si dices al otro: "con esfuerzos y paciencia, llegarás seguramente a alguna parte", el otro pensará "quizás tenga razón" y estará tentado a probar.

Si a pesar de todo debes hacerle reproches, condenar una actitud, una acción, empieza felicitándole sinceramente por una cualidad, un progreso, un éxito. El reproche sólo agria, entorpece o desanima. Si quieres que un reproche sea constructivo, el otro tendrá que estar preparado para recibirlo. No se trata de admitir lo malo, sino de estimular lo bueno.

No remuevas indefinidamente las cenizas, inclínate inmediatamente sobre la brasa encendida, por poca que sea; aliméntala, sóplala y encenderás un brasero... Es decir, enciende en el otro el esfuerzo más insignificante, el progreso más insignificante y alégrate sinceramente. Tu alegría, tu admiración revelarán a otro sus posibilidades. Creerá más en ellas, llegará más rápido y más lejos.
¿Quieres influir en el otro? Olvídate de tí mismo. Si bien crees que puedes hacer algo, estorbas. Sólo puedes preparar el terreno, abrir el camino. Hace ya mucho tiempo que Dios salva y redime. Influir en el otro es ir al encuentro del Amor todopoderoso, que transforma el corazón.

¿Estás desanimado ante el pecado que no puedes dejar de notar en el otro? Repítete las palabras de San Pablo: "donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia".

No existe nadie (ni jamás existirá sobre la tierra) que haya caído tan bajo como para escapar al amor infinito de Dios. No tienes derecho a no amar y a no confiar donde Dios ama y confía.

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La fe recibida en el bautismo es una semilla, pero una semilla está hecha para producir una planta y la planta para dar frutos.
Tu Fe puede crecer, pero no: buscando indefinidamente nuevas razones para creer, ni imaginando la bondad, el poder, el amor de Dios, ni tratando de sentir la presencia del Señor, ni convenciéndote que crees más. Tu Fe crecerá si te comprometes a seguir a Cristo, no sólo en actos religiosos, sino en todo momento, durante toda tu vida: "Si alguno quiere ser mi discípulo, que me siga". Sólo tiene valor la fe que actúa por la caridad.
¿Tienes dificultades de Fe? ¿Cuáles?
¿Obstáculos intelectuales? No te pelees con las ideas, escuentra a Jesucristo, luego reflexionarás con más calma y eficacia sobre su Luz. ¿Obstáculos con la Iglesia? No tropieces con los estandartes, cirios, con la nueva liturgia, con las condenaciones... corre hacia Jesucristo. El Señor que vive en el Evangelio, en la Eucaristía, te hará comprender que El es el mismo Señor que vive en la Iglesia. ¿Obstáculos morales? Implora a Jesucristo. El te ayudará y te perdonará mediante el Sacramento de la Penitencia.
Tranquilízate, si eres leal y generoso, tus crisis de Fe son sólo crisis de crecimiento. Los obstáculos son ocasiones de elevación, como el dique, que obliga al agua a elevarse para dar una nueva potencia. Pero cuanto más avances en la Fe, tanto más encontrarás oscuridad, pues en la tierra Dios será siempre un Dios oculto.
Desarróllate armoniosamente y no te contentes en la edad adulta con una fe adolescente... o aun de niño. Si vives con una fe adulta, ya no tendrás que tabicar tu existencia: en un lado la vida cristiana, en el otro, la vida a secas. Sólo habrá un gran esfuerzo pacífico de todo tu ser para adherirte por Cristo, con El y en El, a través de la más breve de tus palabras, y el más insignificante de tus gestos.
Habrás triunfado cuando puedas decir con lealtad: "Mi vida es Cristo"·

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Es fácil demoler una casa, es más dificil construir una. Es fácil concebir planes, pero es dificil realizarlos. Tus buenas intenciones de nada sirven si no se dirigen a la acción. Porque no puedes hacer mucho, más vale que hagas un poco.
El miembro que no se usa se atrofia. El hombre que no actúa, no sólo no progresa, sino que retrocede. Sólo puedes perfeccionarte actuando.
Mira a los hombres a tu alrededor. Se agitan mucho, se gastan, hablan, reaccionan, se pelean y finalmente se desaniman, pues el resultado es insignificante comparado con sus esfuerzos. No es la intensidad del movimiento quien da eficacia a tu acción, sino el peso del Espíritu que, gracias a tí, ella lleva consigo.
Algunos hombres con poco tiempo, pocos gestos, poca acción harán mucho, otros con más tiempo, más gestos, más acción harán muy poco. La diferencia radica en "el alma" de quienes actúan.
Cuánto más mires tu acción y más reflexiones sobre ella, más "persona" humana te vuelves.
Si quieres actuar seriamente, mira primero la realidad. Humanamente, es prudencia: mide con exactitud las necesidades, marca el punto preciso en el que has de insertarte, calcula las fuerzas que has de emplear...
Cristianamente, es evitar la ilusión: si preguntas a la realidad guiado por la fe, "Dios te contestará" y a través de la vida concreta, te invitará a la acción.
En la fe someterse a la realidad es someterse a Dios. No puedes actuar recta y cristianamente si primero no has visto y juzgado en la fe.
La acción debe llegar a ser la puesta en marcha del designio del Padre, después de haberlo descifrado, con una mirada fiel a la vida.
Quieres ser eficiente, te impacientas por el pobre resultado de tu acción, sufres al comprobar todo el trabajo que se te ofrece, oyes el llamado de tu ambiente y de toda la humanidad... si quieres dar a tu vida su máxima eficacia, cambia tu voluntad limitada por la voluntad infinita de Dios. El cambiará tus débiles fuerzas por su Omnipotencia infinita. Dios hace grandes cosas con lo pequeño.
Tu limitas tu eficacia creyendo aún en tu poder. Si desapareces, Jesucristo podrá aparecer y perfeccionar el designio de Su Padre por tí.

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¿Dejarás de construir tu casa porque el material enviado no corresponde al pedido?
¿Tirarás la lana de tu tejido porque no te alcanza para tal modelo?
¿Abandonarás a tu hijo porque no tiene el temperamento y el carácter que esperabas?
¿Renunciarás a construir tu hogar porque tu marido no es el que habías soñado, porque tu esposa no es la que esperabas?
Si te casaste con tu sueño, actuaste como un adolescente. Acúsate sólo a tí mismo y no acuses a tu cónyuge de no ser como habías imaginado.
Si estás decepcionado y sigues en tu decepción, muy a tu pesar, se te notará y si se te nota, alejas al otro un poco más de ti, puesto que el otro, para acercarse, necesita confianza.
Tus lamentos son barreras que separan, mientras que lo que conviene es unir.
Nunca es demasiado tarde para casarse al fin con quien comparte tu vida. Sólo es preciso que te decidas.
No puede haber un matrimonio de tres: tu esposo, tú y tu sueño. Si quieres casarte seriamente, divórciate de tu sueño.
Si no puedes construir un castillo, puedes por lo menos construir una choza, pero no serás feliz en tu choza mientras sigas soñando con tu castillo.
Estás decidido a romper con tu sueño, a abandonar tu castillo...¿Significa eso renunciar a tus ilusiones? No, así no las suprimirías.
Empieza por perdonar a tu esposo, pues nunca le perdonaste que no sea como tú habías imaginado. Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y lo que en tí se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos.
Acepta por fin profundamente la REALIDAD del otro y la de tu hogar.
No se trata de "rehacer tu vida" sino de rehacerte.
Quizás no lo amaste nunca de verdad, sólo lo deseabas para tí. Quizás nunca te amó de verdad, sólo te deseaba para sí... y vuestros dos egoísmos se unieron en un momento, forjándoos la ilusión del amor.
Aunque el afecto sensible haya desaparecido en apariencia, puedes amarlo, puedes querer su bien.
¡Pero él...! ¡Pero ella...!
No juzgues al otro, júzgate a tí mismo. Si realmente ya no te ama, ámalo más y sin esperar nada a cambio. Son pocas las personas que se resisten por mucho tiempo a un amor auténtico. Amando lo ayudas a amar.
Siempre piensas: me desilusionó.
Piensa, pues, también: lo he desilusionado.
Fue él quien comenzó.
Entonces empieza a amarlo con un corazón completamente nuevo. Si tu copa está vacía, puedes llenarla. Pero si está llena...
Es la profundidad de tu alma la que mide la profundidad de amor que recibes.
Dices que tiene todos los defectos. Decías que tenía todas las cualidades. Ayer te equivocabas, hoy también. Posee cualidades y defectos, y debes casarte con todos ellos.
No es culpa mía, cambió.
¿No habrás cambiado tú?... y si cambió, ¿por qué te asombras? Te has casado con un ser vivo y no con una imagen fija. Amar no es la elección para un momento, sino para siempre.
Amar a un hombre, amar a una mujer, es siempre amar a un ser imperfecto, a un enfermo, un débil, un pecador...
Si lo amas de verdad, lo curarás, lo sostendrás, lo salvarás.
El sacramento del matrimonio consagró vuestra unión y os ayuda a realizarlo cada día.
En el corazón de vuestro hogar, sólo Cristo podrá libraros del egoísmo y restituir el amor, pero para entrar en vuestra casa, hoy como ayer, El necesita un SI.
Aceptar el propio hogar es aceptar el otro, pero es también aceptar a Jesucristo salvador.


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El hombre necesita hablar, contarse cosas, que lo compadezcan, que lo alienten, que lo guien. Escucha a los demás, escucha más, sin cansarte, con interés.
Hablar con otro es ante todo escuchar.
Si el otro calla ante tí, respeta su silencio, luego con dulzura ayúdalo a hablar. Pregúntale por su vida, sus preocupaciones, sus deseos, sus molestias; pues hablar con otro, a menudo es preguntar también.
Cuida que el otro no se vaya si haber dicho todo lo que quería decir. Si murmura: "lo encontré preocupado", quiere decir que no estabas disponible. Si suspira: "no insistí, parecía ausente", quiere decir que estabas en otro lado.
Estás inquieto, preocupado por muchos problemas y se presenta alguien que quiere hablarte. Sácate dulcemente las preocupaciones, el mal humor, el nerviosismo, la obsesión y ofrécelo todo al Señor. Comienza de nuevo tantas veces como sea necesario y entonces quedarás libre para escuchar, recibir, comunicar.
Ve al encuentro del otro!
En la entrada de tu casa hay algunos escalones, tiéndele la mano. Para levantar ese paquete hay que hacer un esfuerzo, tiéndele la mano.
Para destapar esa herida no hay que temblar, tiéndele la mano. Tender la mano es sonreír, tomar del brazo; es preguntar: ¿Y como sigue su hijo?
Y entonces... después ¿qué pasó amigo?
¿Cómo se arregló el asunto del otro día?
Y en cada uno de esas frases cortas, vuélcate por entero, vuelca todo el amor del Señor que invita eternamente.
Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Sé atento, silencioso, recogido. Tal vez, antes que pronuncies una palabra constructiva, el otro se habrá ido, feliz, liberado, iluminado. Pues lo que inconscientemente esperaba no era un consejo, una receta de vida, sino a alguien en quien apoyarse.
Si debes responder, no pienses qué decir mientras el otro habla, pues ante todo necesita atención, sólo luego palabras. Después ten confianza en el Espíritu Santo, lo que llega primero no es el fruto de un razonamiento, sino el fruto de la gracia.
Sólo es verdadero el diálogo si haces en tí un profundo silencio, un silencio religioso para acoger al otro, --pues en él y por él Dios llega a tí.

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¡Estoy abatido!...
No hay que decirlo nunca. No hay que permitir que se diga. No hay que pensarlo nunca, lo creerías y sería desastroso. Los grandes hombres trabajan diez veces más que nosotros, en un tiempo diez veces menor. ¿Por qué? Saben organizarse, protegen, defienden o son capaces de recobrar la calma, se dedican por entero a cada tarea.
No escribas: no tengo un minuto para mí, te envío sólo unas líneas...hubiera deseado..., etc. Escribe inmediatamente estas líneas en forma simple; ganarás tiempo y defenderás tu tranquilidad.
No digas a quien te visita: "Sólo tengo un minuto, no te hago pasar..., etc." y no lo entretengas un cuarto de hora mientras haces otra cosa. Hazlo sentar y atiéndelo diez minutos, con calma, dándole la impresión de que le dedicas todo el día.
¿Te piden una entrevista? No comiences pretextando: "es imposible, tengo otro compromiso...". Di sonriendo: "Por supuesto, con gusto", y ofrece la primera fecha libre, aunque sea lejana.
Si te dicen varias veces: "No me atreví a molestarlo tal día... pues parecía muy apurado"; es grave, pues muchos otros vinieron y se fueron y no te lo dijeron nunca. Ahora bien, quizás ese día necesitaban de tí.
Nadie se confía al hombre abatido pues se supone que no puede recibirlo: ¡está abatido!
Si quieres vivir como hermano, mantén siempre abierta la puerta de tu casa y una o dos habitaciones de huéspedes para acoger al forastero.
Tienes mucho tiempo a tu disposición, pero pasas el tiempo perdiéndolo.
Repite sin cesar: por el momento tengo sólo una persona que recibir: la que recibo, tengo sólo una carta que escribir: la que estoy escribiendo, tengo sólo una cosa que hacer: la que estoy haciendo, así harás todo con más rapidez, mejor y con mucho menos fatiga.
Dormir y descansar no es perder el tiempo; es ganarlo. Las necesidades de cada uno difieren. Debes conocerte y atribuirte exactamente lo que te hace falta para conservar tu equilibrio y tu tranquilidad.
No tomes menos de lo que necesitas, te debilitarías.
No tomes más de lo que necesitas, serías goloso.
¿Estás abrumado de trabajo? Ofrece tu sueño o tu ocio al Señor y quédate en paz, no pierdas el tiempo.
El tiempo es un hermoso regalo que nos hace Dios. De él nos pedirá una cuenta exacta. Pero tranquilízate. Dios no es un mal padre, no da un trabajo sin procurar a la vez los medios para realizarlo. Siempre hay tiempo para hacer lo que Dios nos da para hacer.
Cuando te falta tiempo para hacerlo todo, deténte algunos instantes y reza. Distribuye luego tu tiempo bajo la mirada de Dios. Lo que lealmente no puedas llevar a cabo, déjalo, aunque los hombres insistan y no comprendan, pues Dios no te lo da para hacer. De modo que nunca tienes demasiado trabajo.
Cuando hayas descubierto qué es lo que Dios desea que hagas, deja todo y dedícate por entero a esa tarea. Dios te espera en ella, en ese momento, en ese lugar y en ninguna otra parte.

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Señor ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres? Acabo de intentarlo y heme aquí que vuelvo a Tí aterrorizado. Yo estaba Señor, tan tranquilo en mi casa, me había organizado la vida, estaba instalado, mi interior estaba puesto a punto y me encontraba a gusto. Solo, yo estaba completamente de acuerdo conmigo mismo. Al abrigo del viento, de la lluvia, del fango. Encerrado en mi torre, limpio y puro por siempre yo habría estado.

Pero en mi fortaleza Señor, Tú has abierto una grieta. Tú me has forzado a entreabrir mi puerta y, como una ráfaga de lluvia en pleno rostro, el grito de los hombres me ha despertado; como una borrasca, una amistad me ha estremecido, como se cuela un razo de sol, tu Gracia me ha inquietado y yo, incauto de mí, he dejado entreabierta mi puerta. Y ahora, Señor estoy perdido! Fuera los hombres me espiaban. Yo no me imaginaba que estuvieran tan cerca, aquí en mi casa, en mi calle, en mi oficina, mi vecino, mi colega, mi amigo. Apenas entreabrí los ví a todos con la mano extendida, la mirada extendida, el alma extendida, pidiendo como los pobres a las puertas de las iglesias.

Y los primeros entraron en mi casa. Sí, había un poco de sitio en mi corazón. Yo los acogí: los curaría, los acariciaría, los festejaría ¡ah, mis queridas ovejitas, mi pequeño rebaño! Con ellos Tú te quedarías contento de mí, orgulloso, servido, honrado, digna, exquisitamente. Sí, todo esto era perfectamente razonable.

Pero a los otros Señor... a los otros yo no los había visto: los primeros los tapujaban. Y éstos eran más numerosos, más miserables: me invadieron sin llamar a la puerta siquiera. Y hubo que hacerles sitio, apretarse. Pero luego, han seguido viniendo de todas partes, en olas y más olas, empujándose los unos a los otros, atropellándose. Han venido de todos los rincones de mi ciudad, de la nación, del mundo, innumerables, inagotables. Y éstos ya no han venido de uno en uno, sino en grupos, en cadena, enganchados los unos a los otros, mezclados como bloques de humanidad.

Y ya no vienen a cuerpo sino cargados de inmensos equipajes: maletas de injusticia, paquetes de rencor y de odio, baúles de sufrimiento y de pecado...Se traen con ellos el Mundo, con todo su material mohoso y retorcido, o demasiado nuevo, inadaptado, inútil.

Oh, Señor, que lata! Que embarazosos son, que absorbentes! Además tienen hambre, me devoran! Y ya no sé que hacer, siguen viniendo, siguen empujando la puerta que se abre más y más... Mira, Señor ahora: mi puerta abierta ya de par en par! No puedo más! Es demasiado! Esto ya no es vida! ¿y mi situación? ¿y mi familia? ¿y mi tranquilidad? ¿y mi libertad? ¿y yo? Ah, Señor, ya lo he perdido todo, ya ni me pertenezco. En mi alma ya no hay un rincón para mí.


No temas, dice Dios, hoy lo has ganado todo, pues mientras estos hombres entraban en tu casa Yo, tu Padre y tu Dios, me he deslizado dentro de tí entre ellos...

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He caído, Señor. Otra vez. Y ya no puedo más.Ya no venceré nunca. Me avergüenzo de mí y ni me atrevo a mirarte. Y, con todo, Señor, yo he luchado: te sabía junto a mí, incluso, sobre mí, atentamente. Pero la tentación ha soplado como una tempestad, y yo he vuelto los ojos y me he salido del camino, mientras que tú quedabas silencioso y dolido, como un novio despreciado que ve su amor alejarse en los brazos del rival.

Luego el viento calló, se calló bruscamente como bruscamente se había levantado, luego el relámpago se apagó tras de haber desgarrado bruscamente la sombra, y yo me encontré solo, avergonzado, triste, con mi pobre pecado entre las manos.

Este pecado que yo he elegido como un cliente su compra, este pecado que ya no puedo devolver porque se ha ido el vendedor, este pecado sin olor, insípido, este pecado que me repugna, inútil objeto que quisiera tirar en cualquier sitio; este pecado que quise y ya no quiero; este pecado que yo vengo soñando, rebuscando, olfateando, acariciando, desde hace tanto tiempo, este pecado que al fin he conquistado apartándome fríamente de Tí, Señor, arrastrándome panza abajo, extendiendo mis brazos, mis manos, mis dedos, mi cara, mi corazón, este pecado que al fin he conquistado apartándome voraz.

Ahora lo poseo y me posee como la tela de araña tiene cautivo al moscardón. Ya es mío, se me pega a la piel, se cuela dentro de mí, me corre por las venas, ocupa mi corazón, se desliza por todas partes como la noche se insinúa en el bosque y va copando los últimos rincones de la luz.

Ahora ya no puedo desembarazarme de él. Corro y me sigue. Este pecado tiene que notárseme, pienso. Y me avergüenza ir por la calle; quisiera arrastrarme para huir las miradas. Me aterra encontrarme con los amigos, me da vergüenza encontrarme contigo, Señor, pues tú me amabas y yo te he olvidado. Te he olvidado porque he pensado en mí y no se puede pensar en dos señores a la vez. Hace falta escoger y yo he escogido.

Y tu voz, tu mirada, tu amor hoy me hacen daño. Sobre mí están, pesados, más pesados aún que mi pecado.

Oh, Señor, no me mires así. Estoy desnudo y sucio, caído por el suelo, destrozado. Ya no me quedan fuerzas, ya no me atrevo a prometerte nada, sólo me queda permanecer así, curvado, ante Tí.


Vamos niño, levanta tu cabeza. ¿No será sobre todo tu orgullo quien te hiere? Si me amases de veras estarías triste, sí, pero confiarías. ¿Acaso crees que mi amor tiene límites? ¿Piensas que he dejado de amarte un solo instante? Aún estás contando contigo mismo, hijo, y no debes contar más que conmigo.

Ea, pídeme perdón, y luego, rápido, levántate, porque, fijate bien, lo más grave no es el haber caído sino el seguir en tierra.

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Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...