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sábado, 30 de mayo de 2009

Discernimiento espiritual en la vida cotidiana

La palabra discernimiento emerge cuando nos vemos enfrentados a decisiones que debemos tomar, a opciones que debemos realizar y a innumerables situaciones cotidianas que nos plantean dudas, incertidumbres, inseguridades, que muchas veces nos inhiben, nos paralizan y no nos permiten la determinación sabia y libre de una decisión personal en relación a nosotros mismos y a quienes nos rodean.

Una metáfora explicaría mejor lo que implica la necesidad de discernir. Imaginémonos que nos encontramos perdidos en un ambiente natural hostil y con muy escasas posibilidades de encontrar la salida. Imaginémonos la visibilidad de caminos interminables, vericuetos rocosos, impedimentos de la naturaleza que resisten nuestra capacidad de avanzar y comienzan a mellar nuestra fortaleza física y mental. Evidentemente se instaura el miedo, la ansiedad y hasta la capacidad de supervivencia puede hallarse menoscabada. En situaciones tan extremas como ésta, que coinciden muchas veces con situaciones de todo tipo que debemos afrontar en la vida cotidiana, ahí, en ese preciso momento surge con fuerza la necesidad de discernir para pensar que debemos hacer y como debemos actuar. Y la persona extraviada mirará al cielo, a las estrellas, al sol para intentar visualizar un rumbo que haga posible la aparición de un horizonte.

Permanentemente en nuestra vida nos vemos constreñidos a la necesidad de discernir, es decir a tomar la cesta que tenemos entre manos, llena de pensamientos, sentimientos, proyectos, realizaciones personales, decisiones importantes que estimamos a veces como imperativas e impostergables que ameritan con prontitud, actitudes y comportamientos. Sabemos, que al ser seres de relación y de vínculos, las mismas pueden afectar a las personas que nos rodean y casi siempre esta circunstancia, unida a sentimientos de orgullo y egoísmo personal, nos generan sensaciones de desasosiego, que pueden determinar soluciones rápidas y contraproducentes o permanecer en la apatía, la duda o en una interminable y dolorosa indecisión.

Es precisamente en esta situaciones donde debemos recurrir al Señor para pedirle el don del discernimiento, que es dado directa y misteriosamente a través del Espíritu Santo. La primera actitud es permanecer en tiempo y espacio adecuados en estado de oración. En la plegaria le exponemos al Señor todo lo que está desordenado en nuestra cesta, con humildad, con infinita sinceridad y extremada confianza. Le hablamos como un amigo, a medida que nos vamos vaciando y despojando de todo lo que nos intranquiliza. Hacemos un acto de entrega al Señor de nuestras ideas, de nuestros sentimientos, de nuestros miedos, de nuestras razones, para quedar con la condición que nos exige el Señor para que nuestra plegaria sea escuchada: la receptividad similar a la que tuvo la Virgen, para que el Señor nos cubra con su sombra, es decir con el poder de luz, de sabiduría y de entendimiento de su divino Espíritu.

Esta premisa de vaciamiento personal por la cual le entregamos al Señor nuestra cesta, comienza a generar en nosotros y de inmediato, una sensación de paz, de tranquilidad y de esperanza. El Señor conoce, el Señor sabe. Arrojarse en este vacío de despojamiento, que aparentemente nos resultaría muy dificil, exige simplemente un acto de fe en lo sobrenatural y una llamada, un grito, una lágrima que emerjan desde lo más profundo de nuestro corazón y dirigidas a las entrañas misericordiosas del Dios de los imposibles. El discermiento adecuado solo se logra en oración constante y perseverante. Implica paciencia, mucha paciencia y espera para captar la voluntad de Dios que es su sabiduría como respuesta para esa ocasión personalísima que estamos viviendo y experimentando y que nos demanda, conductas, actitudes, elecciones y renuncias.

Sabemos que el Señor es Espíritu y que está presente en medio de nosotros y atento, muy atento a las necesidades de sus criaturas. Debemos creer y aceptar que el Señor por su Amor nos responde y así el discernimiento comienza a cristalizarse por medio de sus signos. Dios nos responde su voluntad por medio de signos y nos da la luz interior para que podamos percibirlos. Estas señales y signos, para los cuales debemos estar muy dispuestos a desear verlos, se dan en la cotidianeidad de la vida. Están impregnados de lo sorpresivo, de lo inesperado, a veces de lo que se hace patente y reiterativo y también muchas veces de lo más simple y pequeño. Pueden venir de una persona desconocida que nos habla en una situación ocasional, de la voz de un niño, de algo que insiste e insiste ante nuestros ojos o también de algo totalmente imprevisible que nos impacta y toca nuestra atención.

Pero tienen una característica muy especial para saber que son de Dios y que no vienen de nuestra propia imaginación: golpean el corazón, ¡sí! cuando llegan, nuestro corazón siente algo que no puede definirse con ninguna palabra porque el Señor en ese momento nos inunda de su gracia y nos da su voluntad, que es lo preciso, lo adecuado y lo mejor para lo que tengamos que solucionar. Generalmente van acompañados de un estado de paz y de gozo indescriptibles.

El Señor nos dice: "Pidan y recibirán" y lo que recibiremos es el poder de lo Alto, la luz de su Espíritu. Esto hace imprescindible una oración diaria al Espíritu de Dios en la calidad del clamor y de la súplica, espacio donde dialogaremos sinceramente con Dios. Luego dejaremos confiadamente todo en sus manos. De nuestra parte, receptividad y escucha, prolongada perseverancia, absoluta confianza, humilde paciencia, que se verán coronadas por los signos del Señor, a través de los cuales El nos habla y nos indica lo bueno y lo mejor para nosotros a fin resolver ese momento tan particular.

Depende solamente de tí continuar con la cesta en tus manos o entregársela al Señor para que te ayude a que logres un buen discernimiento. Recuerda: depende de tí. Haz el intento y seguro que el Señor te responderá.

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