Mostrando entradas con la etiqueta "sobre el Rosario". Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta "sobre el Rosario". Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de mayo de 2009

Sobre el Rosario a la Virgen María

No hay problema mayor
que no pueda ser resuelto
por el rezo diario
del Santo Rosario
Sor Lucía (Vidente en Fátima)


El fin del Rosario es llevarnos a la oración continua del corazón, es decir a la oración incesante que no se confunde con las fórmulas. Es un estado, mejor dicho una experiencia, pues el hombre es activo en esta situación en la que siente su corazón en estado de súplica permanente. Esta oración continua es compatible con otras actividades.
Dice Isaac el Sirio:

" Cuando el Espíritu Santo establece su morada
en el corazón del hombre, ya coma, ya duerma,
ya hable o se entregue a las demás actividades
no cesa de orar ".

Pero el hombre debe cooperar a esta oración del Espíritu en él, ofreciendo su tiempo y el deseo de su corazón. Al mismo tiempo, debe sentirse muy libre en su manera de cooperar. En este terreno de la oración incesante cuánto más avanzamos menos nos encontramos con caminos trazados por adelantado y guías que nos ayuden a avanzar. Cada uno debe sentir en su corazón lo que el Espíritu le sugiere y dejarse educar por María.

Quiero decir a todos los que experimentan resistencia al Rosario y son hombres y mujeres de oración:

" Sentíos libres ante esta exigencia cotidiana y preguntaos: ¿qué es lo que me ayuda a guardar el contacto con Cristo a lo largo del día, a vivir bajo la mirada benevolente del Padre, en la libertad de la oración del Espíritu en nosotros? Para muchos esta actitud será un verdadera liberación y podrán situarse ante el Rosario sin apremio y sin embargo sin descuido.

Este comportamiento nos sitúa en el centro de la vida de oración y pone en su lugar preciso los medios que hay que utilizar para llegar a ello. El Rosario, la oración de Jesús (Jesús ten compasión de mí que soy un hombre pecador) y las otras formas de oración, no son un fin en sí. Pero como somos hombres concretos, tenemos que encarnar nuestra oración en medios y fórmulas, sino no tendrá cuerpo y se irá desvaneciendo.

Poco importa que meditemos o no, que tengamos distracciones o no, la recitación lenta y atenta del Rosario nos hará entrar en la oración misma de la Virgen. No se trata de reflexionar o pensar, sino de murmurar con los labios una súplica estrujándola en nuestro corazón:

" Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores ".

A algunos les gusta rezar el Rosario como una invitación repetida sin cesar que sale de las profundidades de nuestro corazón y que lo ahonda más. San Ignacio, refiriéndose al Padrenuestro habla de una oración por anhélitos, como sobre el ritmo de la respiración. Poco a poco y sin darnos cuenta, la oración de fuego del Espíritu se nos encenderá en el corazón Volveremos así a una ley de la oración ya enunciada: "Cuanto más nos sentimos llamados a realizar la oración del Espíritu en nuestro corazón más debemos agarrarnos a una oración sencilla, importa poco que sea vocal o mental" (repetición de una sola palabra).

En esta perspectiva de la oración continua os invitamos a rezar el Rosario. En cada misterio, proponemos un texto muy breve de meditación para introducirnos en la oración de la Virgen, sobre todo en su oración de súplica y de compasión, pues estamos llamados a dar testimonio de la misericordia del Padre con nuestros hermanos.

Terminaremos cada misterio con una oración que puede servir de música de fondo para mantener nuestra oración: es como el apoyo necesario para mantener nuestra atención en Dios. Ante estas indicaciones, hay que sentirse muy libre para elegir lo que favorezca la oración. Algunos preferirán decir el Rosario reteniendo una o dos palabras del Avemaría, sin la ayuda de una meditación, sencillamente invocando la ayuda de María o comtemplando las maravillas que Dios ha realizado en ella. En este terreno, cada uno debe encontrar su manera propia de rezar el Rosario; a menudo, será al final de muchos tanteos, hasta el día en que se encuentra lo que se busca, como dice San Ignacio, es decir "encontrar" el contacto con la Santísima Trinidad.

Hay que haber sufrido mucho en la vida de oración para comprender que no se va directamente a Dios sin pasar por esos intermedios que San Ignacio llama "mediadores".A menudo, invita el ejercitante (y esto vale para todas las oraciones) al empezar la oración, a suplicar a Cristo, a la Virgen o a los Santos para que le introduzcan ante el Padre. Si queréis convenceros de lo bien fundado de este consejo, ponedlo por obra al iniciar una hora de oración.

Si llegáis a la oración y no conseguís entrar en contacto con Dios, tomad el Rosario y recitad lentamente una o dos docenas; muy pronto veréis el resultado. Sorprenderéis a vuestro corazón en camino firme de oración y seréis introducidos, sin daros cuenta, en el corazón de la Santísima Trinidad por la oración de María.

A algunos les gustará rezar el Rosario de una sola vez los días en que tienen tiempo. A otros les gustará decirlo a lo largo del día, al hilo de los acontecimientos o de los rostros encontrados, o mejor todavía para santificar su trabajo, o en los momentos de tiempo libre. El Rosario aparece entonces como una especie de hilo de oro que enlaza los instantes de una vida y los unifica en una mirada puesta en Jesucristo y en su Madre.

Los que perseveran en esta oración, a veces austera y árida, están en el camino de la oración contemplativa del Espíritu. Importa poco además la manera de decirlo; si no pueden pasar una jornada sin haber recitado el Rosario, les llegará algún día una gran gracia. Entrarán en la oración de María en el cenáculo que no cesa de pedir el Espíritu para la Iglesia, uniéndose a la oración de su Hijo: "Pedid al Padre y os dará otro Paráclito (el Espíritu Santo) para que esté con vosotros siempre". (Jn 14,16)

Estas sencillas meditaciones escritas en forma de oración y en la oración, no tienen otro objeto que hacernos entrar en oración, a condición de que empecéis a suplicar al Espíritu Santo que él os conceda el don de esa oración.

""Espíritu Santo, ven en ayuda de nuestra debilidad pues no sabemos orar como es debido; ven a orar en nosotros con gemidos inefables. Tú que penetras las profundidades del corazón misericordioso del Padre y las profundidades de nuestro corazón, haznos escuchar el eco de tu grito, sobre todo danos el don de la oración. Padre, tú que ves el fondo de los corazones, sabes cual es la oración del Espíritu en nosotros. Sabes también que Cristo intercede en nuestro favor y que su oración corresponde a tus designios. Oh María, dirigimos nuestra mirada hacia tí y te pedimos que vuelvas sobre nosotros tus ojos de misericordia. A lo largo de este Rosario, nos confiamos al poder de tu súplica, Virgen llena de compasión y de misericordia.""




María, el Rosario y el Espíritu Santo



Dedico estas páginas consagradas a la meditación del Rosario a María, madre de la oración del corazón. La experiencia me ha enseñado que la presencia de María en el corazón del que reza el Rosario atrae a él la oración del Espíritu Santo, como un horno solar atrae los rayos del sol y alcanza una temperatura de varios cientos de grados.

Es lo que sucedió en el Cenáculo, cuando María unió su oración a la de los discípulos, convirtiéndose así en modelo de la Iglesia en oración: El Espíritu ha puesto fuego a la Iglesia y al mundo llevándolos al más alto grado de incandescencia.

Es un hecho de experiencia que cuando una persona reza el Rosario con confianza y perseverancia, pronto o tarde, siente nacer en su corazón la oración incesante del Espíritu. No sabe ni de donde viene ni adónde va, pero es arrastrada y llevada en su movimiento. Entonces comprende la palabra de Jesús en el evangelio: Hay que orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1). Es algo que no se explica, hay que ensayar y ponerse a ello hasta el día en que se recogen los frutos.


El escultor y el aprendiz

En este terreno de la oración del corazón, dice el P. Dehau, Dios actúa un poco al modo de un escultor. Al crearnos, quiere hacer de nosotros hombres de oración incesante, pues sabe que sin él, la vida es una imagen de la muerte. Entonces nos invita, como aprendices, a llevarle barro, mucho barro para que él pueda amasar, trabajarlo y esculpir nuestro verdadero rostro de oración.

En la vida espiritual, el barro corresponde a la cantidad, al volumen de oración; hay que dar a Dios mucho tiempo y muchas invocaciones para que pueda revestir de oro puro la materia informe de nuestra pobre oración y hacer de ella la oración pura de su Espíritu Santo.

Cuando no se puede hacer de la oración un asunto de calidad, dice Anthony Bloom, hay que hacer de ella un asunto de cantidad. Dios se encargará de darle la forma; nosotros, encarguémonos de la materia.

No tratemos demasiado de saber si oramos bien o mal, porque nos pareceríamos a ese aprendiz que quiere ocupar el puesto de su maestro; tratemos más bien de no cansarnos nunca, de no desanimarnos. Podrías estropear el trabajo y echar a perder mi obra maestra. Déjate llevar y conténtate con traerme barro. Ora mucho, y un día te verás sorprendido al recibir la oración del corazón.

En este sentido, el Rosario por su volumen y el tiempo que requiere para rezarlo correctamente, se parece a esa masa de barro informe que se ofrece al Padre para que la trabaje con sus dos manos: El Verbo y el Espíritu Santo (San Ireneo).

El fin de estas páginas es esencialmente pedagógico y concreto; por medio de consejos, de fórmulas breves, de cuadros, quiere ayudarnos a no aburrirnos demasiado rezando el Rosario, y si nos aburrimos, que lo sea profundamente, porque tenemos sed del contacto con Dios y sólo el Espíritu Santo puede darnos el agua viva.

Poco importa que lo digamos bien o mal, que tengamos más o menos distracciones y que no sepamos ya donde estamos; desde el momento que lo rezamos con María y en ella, estamos en el camino de la oración incesante.


María, el oratorio del corazón

Cuando se está sediento de oración y al mismo tiempo se tiene la impresión de fracasar lamentablemente en ese orar incesante, se acepta como liberadora cualquier palabra que nos de confianza en el camino de la oración continua.

San Luis María Grignion de Monfort aconseja hacerlo todo en María, aconstumbrándose poco a poco a recogerse dentro de sí mismo para formar una imagen de la Santísima Virgen y dice: Será para el alma el oratorio del corazón para hacer allí todas sus oraciones a Dios, sin temor de ser rechazado.

Tiene cuidado de señalar que el corazón es un oratorio, un lugar donde habita el Espíritu Santo, donde el hombre hace todas sus oraciones con la confianza de ser escuchado por Dios. "Oh Dios, tú has preparado en el corazón de la Virgen María una morada digna del Espíritu Santo".

Empleando el plural "oraciones", Grignion de Monfort nos da a entender que el hombre debe orar mucho para acoger el don de la oración cordial. No hay ninguna proporción entre lo que el hombre puede hacer rezando el Rosario y la oración de corazón que el Espíritu puede darle cuando quiere y como quiere.


La Omnipotencia Suplicante

Por eso, después de haber dedicado estas páginas a María, la Madre de la oración del corazón, creo que hay que dirigirse a ella bajo el título Omnipotencia Suplicante.

En efecto, si hay que orar mucho para llegar a la oración del corazón, nunca diremos suficientemente que hay que pedirle mucho para obtener la gracia de suplicar. No basta ponerse de rodillas para que la súplica nos invada como un maremoto que levanta los montes y los lanza al mar, como dice San Pablo de la fe que transporta las montañas.

Fue la Virgen María la que obtuvo para los apóstoles en el Cenáculo la gracia de permanecer y perseverar en la oración, esperando la venida del Espíritu Santo. Es hacia ella donde tenemos que volvernos hoy para obtener el don de la súplica continua. A fuerza de decir: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte", un día los cielos se nos abrirán y comprenderemos que María no deje ni un sólo instante de interceder por nosotros.

Por eso estoy íntimamente persuadido de que hay que rezarle bajo la advocación de Nuestra Sañora de la Omnipotencia Suplicante, o, como dicen nuestro hermanos orientales, invocar a la Madre de la oración continua.

Es tal vez la mayor gracia que podamos recibir a lo largo de una vida consagrada a María, o al menos es la puerta del cielo abierta a todas las demás gracias, tanto materiales como espirituales.

Cuando un hombre ha vuelto a encontrar la llave de la súplica permanente, recibe al mismo tiempo el secreto de la felicidad. No está dispensado por ello de resolver sus problemas y de asumir las tensiones de su existencia, pero recibe la gracia de "ver a través" y de vivir en alegría y en paz, como Jesús, bajo la mirada del Padre.

La gracia de este secreto no puede venirle sino de la Virgen María, porque ella ha sido la primera en vivir la oración permanente.

De las últimas apariciones de la Virgen reconocidas por la Iglesia, me impresiona la insistencia de María sobre la oración perseverante: Orad, orad mucho, como si nos entregase el secreto de su propia vida: "María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".

Para María la oración del corazón ha sido el crisol en donde ha podido decir al Padre: "Hágase en mí según tu palabra" porque al mismo tiempo ha creído que nada era imposible para Dios. Lo que equivale a decir que María ha vivido la obediencia total de la fe colgada de la voluntad del Padre en la súplica incesante.


La Madre de la Oración continua

A veces me pregunto sobre la profundidad de la relación que podríamos tener con la Virgen María, y me digo que es del mismo tipo que la relación de María con Dios. Es evidente que ha recibido de Dios gratuitamente todos los dones y privilegios que admiramos y contemplamos en ella, a saber la maternidad divina, la concepción inmaculada y la asunción a la gloria del cielo.

Pero lo que es más admirable en ella, es el acto de libertad que le ha llevado a fiarse de Dios y a creer en él. Es lo que el Papa dice admirablemente en la encíclica que escribió, con ocasión del Año Mariano. Para acercar el fiat de María, evoca su obediencia en la fe y vuelve a tomar una expresión de Lumen Gentium (nº 58) que afirma que: "María ha crecido en la fe a lo largo de su peregrinación terrena manteniendo fielmente la unión con su Hijo hasta el pie de la cruz".

Por parte de María, la relación más profunda que ha tenido con Dios ha sido creer en él, en una palabra, fiarse totalmente de él. Y esta fe de María que se expresa de una mane ra privilegiada en su fiat descansa sobre la solidez y el poder de la Palabra de Dios: Nada es imposible para Dios, dirá el ángel a María cuando pregunte como una virgen puede llegar a ser la Madre del Salvador. Para mostrar la eficacia de su palabra, le dirá: "Mira, también Isabel tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios".


La Madre de lo imposible

Apoyándonos en estas palabras del evangelio podemos decir que María ha creído en el Espíritu Santo, Dueño de lo Imposible. Cuando no comprende que una virgen o una mujer estéril pueda ser madre, no discute, sino que invoca al Dueño de lo Imposible. El puede hacer de una mujer anciana la madre del mayor de los profetas.

Cuando no comprende la actitud de Jesús en el Templo, experimenta una particular fatiga del corazón, unida a una especia de noche de la fe, pero no se vuelve rígida ni discute una evidencia superior a la suya, sino que se pone sencillamente a meditar esas cosas en su corazón y consiguientemente a orar.

María no sabe hacer más que esto: orar para abandonarse a la voluntad del Padre en silencio. En este sentido, es el modelo y la madre de la intercesión; por eso hay que rezarle bajo el título de Omnipotencia Suplicante o de Madre de lo imposible.

El amor maternal de María la hace estar atenta a los hermanos de su Hijo que continúan su peregrinación de fe y que se encuentran comprometidos en sus pruebas y luchas: ella intercede en su favor. De este modo, su amor maternal se concreta en su presencia a nuestro lado y sobre todo por el poder de su intercesión.

Por nuestra parte, nuestro amor filial se expresa por una actitud vigilante para conservar la presencia de María, a través de nuestra acción y de nuestra oración, pero sobre todo por una incansable intercesión que nos mantiene colgados de ella. El amor es el lazo más profundo que tenemos con ella y que se concreta en la Intercesión.

Esta actitud de recurso a la Virgen puede expresarse de muchas maneras, pero la manera más sencilla y más corriente, es ciertamente el Rosario con el que uno se desliza en su intercesión. Esta invocación repetida a lo largo del tiempo nos hace experimentar su presencia actuante: "Jamás se ha oído decir que uno sólo de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestro auxilio y reclamado vuestro socorro haya sido abandonado de vos".

Lo mismo que la intercesión es para nosotros la relación más profunda que nos hace presentes a la Virgen María, igualmente la intercesión de María por nosotros es la relación de presencia más intensa que teje con cada uno de nosotros. María está presente allí donde actúa e intercede.

Una de las mayores gracias que un hombre puede recibir aquí abajo es tener permanentemente la presencia de María. Esto transforma una existencia pues es el Espíritu el que se hace actuante para hacernos experimentar la presencia de María. Para terminar este Prefacio, quisiera dejaros con una de las frases más profundas de Grignion de Monfort sobre la presencia de María: "Ten cuidado una vez más en no atormentarte si no gozas pronto de la dulce presencia de María en tu interior. Esta gracia no se concede a todos; cuando Dios favorece a un alma por gran misericordia, le es muy fácil perderla si no es fiel en recogerse a menudo. Si te sucediese esta desgracia, vuelve suavemente y haz una retractación pública a tu Soberana"

--


Las palabras del ángel Gabriel: Nada es imposible para Dios, adquirieron en María su plena realización. En el momento de recibirlas, durante la anunciación, ella realizó aquel acto de fe inaudito: Dios es capaz de hacer nacer a Jesús de su carne virgen, como lo había sido de hacer nacer a Juan Bautista de una mujer estéril.

Hoy veía ella su plena realización en la resurrección de Jesús. El Espíritu es la omnipotencia de Dios, para el que nada hay imposible.

Entonces la súplica de María se multiplicó. Ya en el tiempo de la anunciación, suplicaba ella, pues todo es posible a Dios; pero, después de pascua, el mismo Espíritu Santo se adueñó de su súplica y le confirió una intensidad y una fuerza capaces de derribar montañas.

En estricto rigor, fue la súplica del Espíritu Santo en ella. Por eso nuestra oración a María debe tener siempre como mira última la súplica, puesto que la Virgen es la omnipotencia suplicante. Así pues, María recogió en su oración todos los acontecimientos de la vida de Jesús tal como los encontramos cuando rezamos el Rosario. No hay duda de que también reconsideró otros acontecimientos, pero lo esencial es que Jesús creció en su corazón por la fe, lo mismo que Lucas afirma que él crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Así nuestro rezo del Rosario se funde en la contemplación de María, y dejamos que Jesús nazca, viva y crezca en nuestros corazones por la fe, lo mismo que comulgamos con sus sufrimientos cuando rezamos el misterio de su pasión.

Por tanto, los que rezan todos los días el Rosario siguen la escuela suplicante de María y dejan que la vida divina los engendre por Cristo, que nace, sufre y resucita en ellos. Con ello, toda su vida está poseída por la vida de Jesús y por su oración.

Quienes se sienten llamados a consagrarse totalmente a la oración por el mundo a fin de que el Hijo del hombre encuentre aún fe cuando vuelva a la tierra, deben sumirse plenamente en la oración de María, la cual comenzó y acabó su vida en la oración incesante.

(textos del autor Jean Lafrance).

--

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...