Mostrando entradas con la etiqueta Jaume Boada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jaume Boada. Mostrar todas las entradas

sábado, 6 de agosto de 2011

Jaume Boada

Jaume Boada i Rafí O.P.
Su Espiritualidad



Mi única nostalgia




I. La senda inicial



Cuando cesan los ruidos comienza la canción del corazón.
Has emprendido el camino empujado por la sed y la nostalgia de El.

Inicia tu andadura descalzando tus pies, sólo así cesarán los ruidos; aléjate de las prisas, ahonda en el silencio, camina... camina.., camina... Cuando llegues a la "otra orilla", descubrirás que El te estaba esperando, entonces habrá comenzado ya la canción del corazón.

Ésta es la senda inicial.

Un día verás que el Padre te dice: "Entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25,21).
Y orarás, orarás sin fin.

Descubrirás que no puedes morir, porque tú estás de parte del día.
Bienvenido a la patria del silencio!

Con los pies descalzos, la mirada serena y el corazón plenamente liberado, entra sin miedo en el mundo siempre nuevo del silencio.
Dios te está esperando. Quizás tú mismo deberás reconocer que necesitas un tiempo para reencontrarte con lo más profundo de tu alma y lo más radical de tu ser. Abandónate, confía y comienza la ruta desprogramándote.
En todo caso, atiende tu propio interior y escucha la invitación de Jesús: "Ven conmigo a un lugar solitario y descansemos un poco" (Mc 6,31).




En Betania



Sólo sé amarle.

Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor Dios de los ejércitos.
(Jr 15,16)
Señor, aquí estoy ante ti.
Con mi pobreza y mi nada.
Quiero buscarte con amor. Mi alma tiene sed de ti, todo mi ser suspira por ti, "como tierra reseca, agostada, sin agua" (Sal 62,2).
Tengo una insaciable nostalgia de ti, una dolorosa añoranza de tu presencia. Necesito, Señor, -tú lo sabes mejor que yo-, tengo una imperiosa necesidad de silencio. Y de ti. Señor, que eres el Amor.
Mi vocación eres Tú, Señor, sólo Tú, sólo Tú.
En ti, todo tiene sentido, sin ti todo es vaciedad superflua. Sólo en ti, Señor, quiero vivir. En ti está el sentido de mi vida. Tú eres mi única nostalgia, Señor.
Tú eres mi Señor, pero tú conoces mejor que nadie mis contradicciones. No te extrañará que también te diga que como un gran e incomprensible contraste, llego ante tu presencia con mi nada y mis mezquindades; mi infidelidad, mis desconfianzas y mi pecado. Así me presento ante ti. Vengo con el polvo del camino pegado a mis sandalias de peregrino. Llego con mis cansancios, mis rutinas, mis miedos y mis reservas. El barro se adhiere a mis pies, y mi andar es cansino y lento. Si, nuevamente ante ti, caminando, haciendo y deshaciendo, cayendo y levantándome, desanimándome y volviendo a empezar. ¿Por qué una y otra vez me pierdo en la maraña de las cosas, y en el suceder interminable de idas y venidas? ¿Por qué no me doy del todo?






¿Por qué no lo doy todo? ¿Por qué me desestabilizan interiormente tantas cosas? ¿Por qué sigo anclado en mi poquedad, sin abandonarme confiado en tus manos de Padre? Me llamaste, Señor. con tu mirada. Me sedujiste. La fascinación total de tu amor fue una invitación irresistible a seguirte, a caminar tras tus huellas. Porque mi vocación eres Tú. Señor, sólo Tú. Pronto comprendí que sólo podía vivir para ti y en ti, sólo podía ser tuyo; por ello quiero vivir en una obstinada nostalgia de tu presencia.

Pero sigo envuelto en la niebla de mi infidelidad y cobardía. La tiniebla del miedo a la entrega incondicional me rodea y me frena; el temor a perderlo todo y perderme del todo resulta, para mi fragilidad e inconstancia, una muralla insalvable. El ritmo trepidante de la vida y del quehacer me lleva y me trae en un suceso inexorable del que, sin darme cuenta, pierdo el control. Y siempre tu mirada de amor siguiéndome y persiguiéndome, esperándome con una inigualable ternura. Si, ya sé: quieres que te repita la oración que tú mismo, no hace mucho, me susurraste al oído:

Señor, es imposible conocerte y no amarte, es imposible amarte y no seguirte, es imposible seguirte y no desear llegar contigo hasta el final, es imposible alcanzar contigo el final y no sentir en lo más profundo del corazón un deseo ardiente e insaciable: ser una sola cosa en ti y contigo. Fundirme en tu amor, sumergirme para siempre en tu presencia.

Ya no soy yo, eres Tú en mí, Tú y yo una sola cosa en el amor. Plenitud de fe y de vida. Amor. Comunión. Tú en mí y yo en ti.

Fascinado por este maravilloso objetivo, quizás no me siento dispuesto a alcanzar el precio... el mismo precio que Tú pagaste para conseguir mi amor: una entrega total. un abandono pleno a tu amor, un gastarme y desgastarme por ti en el servicio de misericordia con los hermanos. Estoy siempre en ti, pero ahora, en estos días en los que deseo que cesen los ruidos y comience la canción del corazón, sólo deseo que se desaten en mí las lenguas del Espíritu para que tú puedas ser cercanía en viva voz. Señor, me propongo no defraudarte en la ruta ya comenzada. Deseo complacerte porque te amo. Porque mi vocación eres Tú, sólo Tú Señor Después de los primeros pasos débiles y tambaleantes con los que has caminado en esta experiencia de desierto, llega el momento de la verdad. Tú sabes bien cómo estás, cómo llegaste a este remanso de paz que se te ofrece.

También conoces claramente lo que el Señor quiere de ti, lo que El espera de tu respuesta de Amor. No le puedes defraudar. Reconoce tu pecado, pero no te excuses en él para no dar más pasos en tu fidelidad y entrega al Señor. Sé consciente de tu pobreza y de tu debilidad, pero reconoce que si abres tu vida al Amor, todo en ti se transformará. Es importante que veas que, como trasfondo de la debilidad e infidelidad en tu respuesta al Señor, puede haber una gran desconfianza o un miedo a lo que el Señor pueda pedirte.

No tengas miedo. Abandónate a la inmensidad del amor de Dios con una infinita confianza. Porque si eres verdaderamente pobre de alma en tu vida solo puede haber dos cosas: el presente que Dios te regala y una gran confianza. Nada más. Piensa en Él, vive en Él y emprende este camino de oración y silencio. Lo más importante de estos días es la oración y el silencio. Entra a fondo en el silencio, calla y acalla las voces interiores que pueden perturbarte. Vive en El, no distraigas tu soledad con libros, ni con otra cosa que no sea Él, su amor, su presencia o su Palabra. Recuerda que sólo te ha de acompañar la Palabra de Dios.

No pierdas el tiempo en pensamientos vanos o en conversaciones superficiales. El te espera porque quiere morar en ti, establecerse en tu corazón para después irradiar amor cercano y tierno, ese amor de Dios que te hace sentirte libre siempre. Tu vida es oscura, pequeña y sacrificada, pero tienes las puertas abiertas al Amor. Para que te animes, transcribo un testimonio que has de leer con calma.

Un testimonio anónimo

Este testimonio puede servirte de pauta a la hora de fijar tus metas. Prefiero no hacer ninguna presentación de la persona que lo escribe, ni del contenido de su escrito. Habla por si mismo. Sólo quiero decirte que es un testimonio verídico. Léelo, medítalo con atención, convencido de que es posible vivir la oración así. Cuando leemos textos de personas consideradas como santas por la Iglesia lo hacemos convencidos de que lo que dicen es algo alejado o utópico, como si nos pareciera irreal de tan perfecto. Pero el valor del testimonio que transcribo está en la autenticidad y cercanía de quien lo escribe:

Estoy repleta de agradecimiento. No tengo palabras para expresar mi estado. DIOS ME DESBORDA. Estoy tan enamorada, le amo tanto, me sé tan amada. No tengo palabras. Sólo sé sonreírle en silencio y recibir la invasión de su Amor. Hay momentos en los que literalmente me siento POSEIDA por Alguien. Empiezo a SABER toda yo lo que es la oración del Espíritu de Jesús que ora en el interior del hombre. Cuando rezo el Padrenuestro, vivo como si Él lo rezara en mi. ¿Es esto posible? ¿Son imaginaciones? Yo no busco esto. No lo busco. No busco nunca una experiencia sensible de Dios. Viene sola, cuando menos lo espero. Cada vez son más frecuentes sus oleadas de Amor. Vivo como inmersa en una atmósfera que me desborda. Pero con muchísima naturalidad. Se me hace tan familiar vivirlo como respirar ¿Qué me pasa? No entiendo mi estado. Es todo tan gratuito, tan sorprendente, tan inesperado, tan natural. Pienso, a veces, que es imposible amarle más, que he llegado a mi tope. Todo me habla de Él, y desde lo más hondo de mi alma me sale saturada de amor: Señor te quiero, vida mía, te amo. No lo digo yo, me sale sólo, ¿entiendes?

Y aumenta a marchas vertiginosas; tengo miedo. ¿En qué desembocará todo? ¿Cuándo vendrá el apagón? Me dejo llevar; dejo que sea su Espíritu quien lleve las riendas de mi a alma, y me desborda. Pierdo hasta la consciencia de mi cuerpo, toda yo me pierdo en su amor Ahora mismo, mientras te escribo, le siento más vivo en mi ser y en mi entorno que a mí misma. Me he de esforzar por escribirte y no quedarme quieta percibiéndole. ¿Me entiendes? ¿Qué me pasa? Yo no entiendo nada. Sólo sé amarle porque en amarle y en dejarme amar por Él está toda mi vida. Esto es demasiado hermoso para que me pase a mí. Vivo embebida todo el día. Si me despierto por la noche ya lo percibo despierto. Es una consciencia muy clara de su Presencia que se sobrepone a la mía. Soy más consciente de Él que de mí. No sé cómo ha sucedido esto y siento un gran respeto. Nunca pensé que la vida del Espíritu fuera tan sencilla y tan plena.

Cuando cesan los ruidos, comienza la canción del corazón, se desatan las lenguas del Espíritu, y Dios es cercanía en viva voz.

Ya es hora de que vayan cesando los ruidos. Serena tu alma en el silencio y en la paz. Camina empujado por el viento del Espíritu que te hace vivir en una insaciable nostalgia de El. Vive en su amorosa presencia. Entra en el corazón de la Trinidad. Y como María, canta y proclama las grandezas del Señor. Al comenzar es bueno que recuerdes: ¡Con Él, todo es posible!

La memoria del corazón

A Jesús le gustaba retirarse a la soledad del silencio. Allí renovaba la sonoridad cordial de su comunión con el Padre y se preparaba para la predicación del Reino. En alguna ocasión también invitaba a sus más inmediatos seguidores, los apóstoles, a acompañarle en sus encuentros en el silencio orante. Tú estás en el camino de compartir con el Señor Jesús esta experiencia. Revivirás tu nostalgia de Él. Lo necesitas; quizás también lo esperas. Céntrate en el silencio. Ama esta soledad gratuita que se te ofrece. Será una soledad sonora. Él te hablará al corazón. Recordarás, recordaréis, el amor primero (Os 3,16). Es el amor y la seducción de Dios.

A partir de tu experiencia del amor seductor de Dios comenzaste a vivir en la nostalgia de El. Hoy, esta nostalgia es tan intensa que puedes decir que El es tu única nostalgia. Abandónate a la inmensidad del amor de Dios en tu vida. Vive en El. Entra en la soledad sonora y gratuita del silencio; verás cómo en la gratuidad de tu camino llegarás a vivir en una soledad fecunda. Lee y ora estos textos de la Palabra y los correspondientes paralelos: Mt 4,1-11; Mt 14,23; Mc 1,12 s; Mc 6,46, Lc 4,1-13; Jn 6,15.

Paréntesis

El canto del jilguero

Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído melodía igual. Quedó enamorado de su belleza y salió a la búsqueda del pájaro cantor Encontró un gorrión. Le preguntó: "¿Eres tú el que canta bien?". El gorrión contestó: "Claro que sí". "A ver… que te oiga yo". El gorrión cantó y el indio se marchó. No era éste el canto que había oído. El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real. Todos le dijeron que sí, que eran ellos, pero no era su voz la que él había oído, y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, y no podía confundirse con ningún otro.

Siguió buscando, y un día, a lo lejos, volvió a escuchar la melodía que había escuchado una vez y que, desde entonces, llevaba en el alma. Se paró silencioso. Se acercó sigiloso como sólo un indio sabe andar en la selva sin que ni sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle. Lo supo desde la primera nota, y sació su mirada con la silueta del pájaro de sus sueños.

La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes: "¿Eres tú? ¿Eres tú?". Mientras preguntamos, no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca de la memoria el canto del jilguero.
Carlos García Vallés

I. La senda inicial

En el Monte Tabor

¿Se cruzarán mis ojos con tu mirada? ¿Adónde iré lejos de tu aliento? ¿Adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo allí estás tú; si me acuesto en el abismo allí te encuentro. (Sal 139, 7 y 8)

Un día caluroso de verano visité a mi amigo, anciano ermitaño, lleno de años y de paz. Es bueno, bondadoso, respira oración y la transmite suavemente con su mirada. Vive a la sombra de la misericordia del Padre, y la ofrece gratuitamente a cuantos acuden a él. Parece un auténtico icono de Cristo. Aunque no le había podido advertir de mi visita, yo sabía que iba a ser acogido con alegría, y no me costaba intuir que mi paso iba a ser bien llegado. Mi amigo, siempre sorprendente, superó todas mis previsiones. Mientras abría silenciosamente la puerta, con una generosa sonrisa en los labios, pronunció estas sencillas palabras. "Entra, hermano, te estaba esperando".

¡Que al levantar mis ojos, Señor, puedan cruzarse con tu mirada! ¡Cuántas veces miro al cielo, Señor, y te sonrío enamorado! Siempre que levanto mis ojos hacia ti tiemblo, como si ya fueran a tropezar con tu deseada mirada. E.V.

No hay nada más hermoso para un orante que saberse esperado. Sí, esperado por el Señor. Tú lo buscas y El sale a tu encuentro. Lo esperas porque, en lo más profundo de tu alma, sabes bien que El te está esperando. Vives en una obstinada nostalgia y Él sólo desea colmaría. Tú le deseas a Él y Él espera tu amor. Recuerda que la fuerza de tu deseo de Dios aumenta al saber que es El el que desea llenarlo. Buscas ver a Dios, y El desea mostrarte su rostro. ¡Qué hermoso saberte esperado! Qué gozo al reconocer que en Él todo se hace nuevo porque todo es una maravilla de su amor que te recrea con ilusión, con un inmenso deseo de libertad, con una capacidad inigualable de donación.

Él lo hace todo bien; pone en tu alma un deseo de encuentro y El mismo alimenta la fuerza de tus pasos para que acudas a encontrarlo. Es el Señor quien desea buscarte con un inmenso amor, para señalarte los pasos necesarios para llegar a donde Él quiere. Ya sé, Señor, que tú me miras desde el cielo de mi alma, desde la mirada suplicante de cada hermano necesitado, desde el hielo, desde el agua, desde el alba. Tú me miras desde el arca del sagrario Sí lo sé, lo sé. Pero ¿por qué me empeño en vivir a la sombra, lejos de la luz de tu mirada? E.V.

En la vida del espíritu es imprescindible reconocer la importancia del deseo. Casi se puede decir que vives en tanto y en cuanto deseas. La fuerza de tu deseo revela la vitalidad de tu alma. Porque lo amas a El vives en una necesidad interior de morar en su amor. Es un deseo de encontrarte con su añorada mirada para poder vivir plenamente envuelto en su amor. "La oración no es más que un santo deseo" dirá San Agustín, y añade: "¿Quieres no dejar nunca de orar? No dejes nunca de desear". Vive, pues, en el deseo. Esa será tu mejor oración. Reencuéntrate con la nostalgia de El; es la fuerza de tu camino.

Vive añorando su amor y su mirada. Vive deseando testificarlo entre tus hermanos. Vive con el anhelo plasmado en el compromiso de la vida y con un compromiso de vida que aumentará tu deseo. Cuanto más te das, más necesidad tienes de darte. Cuanto más abras tu vida al deseo que Dios siembra en ella, más capaz serás de entregarte generosamente a los hermanos. Desea y comprométete. Abandónate en el interior de tu corazón, y concreta este abandono en la vida. Ten paz. El te ama, Él quiere morar en ti. Acepta hacerse visible y cercano a los hermanos a través de la pobreza y de las limitaciones de tu amor. Mi vocación eres Tú, Señor, sólo Tú. Quiero seguir tus huellas y caminar a la luz de tu mirada.

Luces y sombras

Todo lo que intento decir es expresión del deseo más profundo de quien vive en la obstinada nostalgia de El. Pero el amor ha de hacerse vida. La fe en Él y el deseo de entrega ha de plasmarse en una vida. Por ello es necesario descender a la pequeña realidad de cada día, al lugar donde se puede explicitar la profundidad del amor. Situándote en una visión realista de tu propia vida, y en el momento de entrar a concretar tu deseo de caminar, en la presencia del Señor y a la luz ardorosa de su mirada, has de reconocer con sinceridad que no todo en tu vida es luz.

Todos la ansiamos, la buscamos, la deseamos. Pero, casi sin darnos cuenta, permitimos que la niebla y la sombra enturbien la imperiosa luminosidad de nuestro camino. Es la sombra de la oscuridad del desamor.

Invitación a discernir

Cuando ves que no tienes paz y crees haber perdido la forma de encontrarla. Cuando te cuesta aceptar y comprender serenamente a los hermanos. Cuando te inquietas y te rebelas interiormente ante las dificultades de la vida. Cuando no vives en la alegría de ser más de Él. Cuando al comenzar un nuevo día no experimentas la ilusión de tener una nueva oportunidad para dar y para darte. Cuando no inicias tu ruta diaria con un deseo creciente de abandonarte plenamente en las manos amorosas del Padre. Cuando no te sientes con el ánimo de reemprender la vida de cada día con el canto gozoso de la alabanza, y tus Laudes no son una verdadera oración para consagrar el día y el trabajo de la jornada. Cuando en tu andar diario no hay lugar para la gratuidad... Piensa que estás caminando en la niebla.

Cuando no puedes mirar a los ojos a tus hermanos. Cuando no hay lugar en tu alma para el amor y la ternura. Cuando te sientes en la incapacidad de amar y de sentirte amado. Cuando tu corazón no percibe las vibraciones del amor. Cuando olvidas que en el centro de tu amor sólo puede estar El. Cuando la rutina de cada día ha resecado la sensibilidad de tu corazón. Cuando aceptas el cansancio de amar sin respuesta o sin compensación, o te cuesta seguir amando gratuitamente. Cuando prefieres caminar sólo y aislado, porque crees que así avanzarás más rápido. Cuando no vives en la comunión solidaria con los hermanos. Cuando te dejas llevar por el miedo a la hora de concretar tu entrega. Cuando no miras el rostro de Cristo que te invita a seguirlo hasta el final de una donación sin límites. Cuando prefieres la independencia de realizarte según tus proyectos y no lo abandonas todo en el Señor. Cuando aceptas la mezquindad o te dejas llevar por la comodidad de la entrega mediocre. Piensa que estás caminando en la sombra.

Cuando no vives en la luminosidad de la fe y de la presencia de Jesús en tu vida y en tu camino. Cuando no hay lugar ni tiempo en tu ruta para la oración serena y para la contemplación gratuita del rostro del Señor que camina contigo. Cuando la Palabra no resuena constantemente en tu corazón. Cuando no recuerdas que el Señor camina a tu lado, o dentro de ti, como alma de tu camino. Cuando en el día a día pierdes el gozo de creer en Él, de poderlo amar y sentirte amado por El. Cuando la celebración de la liturgia no alienta tu camino o no es la fuente y la cumbre de todo lo que haces y vives. Cuando la fe en Jesús no es la luz de tus ojos y la estrella que guía tus pasos. Cuando no hay lugar en tu vida para la alabanza, la gratuidad y la acción de gracias. Cuando al terminar el día no conviertes la oración de Vísperas en una acción de gracias por el día que acaba. Cuando el pesimismo o la desconfianza anidan en tu alma y enturbian tu comunión con los hermanos. Cuando no eres capaz de llenar tu vida de canción. Cuando olvidas que eres, que has de ser, testigo de la luz. Cuando el compromiso del Reino no implica tu vida en la necesidad de proclamar el mensaje. Piensa que la tiniebla está oscureciendo tu alma.

Cuando no ves más allá de tu egoísmo raquítico. Cuando olvidas los problemas de los hermanos porque te parece que ya tienes bastante con los tuyos. Cuando crees que el mundo termina con lo que tienes entre tus manos y que ya tienes bastante con preocuparte de tus cosas. Cuando te dejas llevar por un espiritualismo desencarnado y alejado del compromiso y entrega concreta a los hermanos. Cuando conscientemente ignoras que mientras tú celebras y cantas la alegría hay otros que lloran por el dolor, la soledad, la guerra o la miseria. Cuando no lo vives a El como tu única nostalgia y no te comprometes a hacer llegar a todos el don de conocer al Señor, don que tú has recibido gratuitamente. Cuando vives alienado o prescindiendo, cuando no vives a fondo en una entrega de amor. Cuando no conviertes la Eucaristía en el auténtico centro de tu vida, tiempo de encuentro, vida de unión con El, con la comunidad de tus hermanos y con la Iglesia. Cuando tu vida no está centrada en la Palabra de Dios y tu oración no gira en torno a la Oración de las Horas. Cuando cierras tus ojos para ver, tus oídos para escuchar o tu alma para acoger. Cuando no te dejas llevar por el viento del Espíritu y olvidas las inmensas posibilidades del Amor. Cuando no revives, renuevas ni reafirmas tu deseo de ser de Él y de testificarlo. Cuando cierras las puertas de tu alma a la perspectiva de un amor ilimitado a Dios y a los hermanos. Cuando no te abandonas una y otra vez y no permites que tu vida se desenvuelva en la confianza. Cuando no conviertes tu vida en un "sí" inagotable. Cuando no recuerdas a María como aliento de tu ternura. Piensa que la nube de la oscuridad puede estar enturbiando la luminosidad de tu camino. En todo caso recuerda que para esto está el examen: es el momento de plantearte con nueva fuerza tu compromiso con la luz, con Cristo-Luz.

Dichos de luz y de amor

Comprométete con la Luz. Sigue a Cristo-Luz. Eres testigo de la luz. Has de vivir en la luz. Tu camino es la luz. Tu nostalgia es Cristo-Luz. Por ello, y para ello, hermano, hermana, vive siempre buscando la luz. Añora cruzar tus ojos con la ternura de su mirada. Mira a los hermanos con ojos de luz. Ámalos con mirada de luz. Mira siempre a los ojos. No olvides que el amor es luz. Ama, ama. Ama y déjate amar.

Abre tus ojos a la mirada suplicante de Cristo que espera de ti mayor entrega al amor. No ignores las manos abiertas del Padre que esperan acogerte. Mira cómo el Espíritu Santo está a la puerta de tu vida deseando que toda ella arda con el fuego de su amor. Entra en el corazón de la Trinidad para dejarte inundar de presencia. Ama a María. Ella, que es el rostro materno de Dios, te enseñará a llenar tu vida de amor abandonado y entregado, a la ternura del amor de Dios que constantemente se nos da. La ternura es luz; déjate llevar por la ternura que está encerrada en el alma de tu corazón. La alegría es luz; camina en la alegría y en la esperanza. La paz es luz; busca la paz. Conviértete en testigo de la paz. La comprensión es luz. ¿Por qué no te propones ser sembrador de comprensión y de amor entre tus hermanos? Créeme, es posible vivir en la sencillez de un amor de cada día. Pero para ello, no olvides hacer un lugar en tu alma para el amor y la ternura vivida, expresada, comunicada. Vives el misterio de Jesús. Él es la ternura de Dios para nosotros. Jesús es ternura y misericordia.

Vive en la ternura. Ábrete a la misericordia. Vive tu vida a la luz del amor, la ternura y la misericordia. En todo busca la luz.

Ama. Comprende. Perdona. Ora. Alaba. Vive en la gratuidad. Ayuda. Canta. Abandónate. Tiende tu mano al hermano. Gózate en El. Acepta la cruz. Comparte la cruz. Ama la cruz. espérala y pídela. Encuéntrate. Camina. Adora. Da gracias. Sonríe. Inmólate Comunícate. Sé solidario. Llora con los que lloran.

Piensa en todo que tu vida ha de estar abierta al amor y a la ternura. Suspira por encontrarte con la luz de su mirada. Dile al Señor: "Que la luz de tu mirada, me vaya guiando hacia ti, Señor. Tu rostro es mi única patria". Piensa que sólo el amor te hará pequeño, acogedor del Reino; porque sólo los verdaderamente pequeños tienen el corazón muy grande. No hace falta recordarte que lo importante es vivir siempre en El, plenamente disponible a su amor, mientras te entregas a los hermanos en la vida. No rezas porque eres bueno; rezas, más bien, porque eres pobre. He aquí el programa de vida tantas veces recordado: Aprender a callar y a hablar. Saber sonreír siempre. Saber sufrir siempre. Saber orar siempre. Saber amar sin límite. Y... dejarte amar por Él.

La memoria del corazón

Iniciaste un camino de encuentro sincero y profundo con el Señor. Él es tu gran y única nostalgia. Este camino es para ti un don y un compromiso. Porque vivir en la sincera y comprometida nostalgia de Dios, exige una clarificación constante de toda tu vida a la luz del amor, que es lo mismo que decir a la luz de Cristo, bajo el impulso del Espíritu y en el abandono en las manos amorosas del Padre. Por eso debes orar tu experiencia de la luz. La luz te librará del velo que cubre tus ojos. Tu encuentro diario con la Palabra te enfrentará a la luz. La celebración de la Eucaristía será para ti una ocasión para llenarte de luz. Tu fidelidad a la oración serena, silenciosa, calma y solitaria de cada día te permitirá mantenerte gozoso en tu búsqueda de la luz. Si quieres "ver" a Dios lo encontrarás con la mirada clarificada por la presencia o la nostalgia; en último término por el amor. Vive siempre en un auténtico compromiso con la luz. Recuerda que, clarificando tu vida, fortaleces tu nostalgia. Renueva tu compromiso de soledad y silencio desde la oración solidaria.

Di con san Juan de la Cruz:

Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. Lee y relee I Jn 2, 3-l1

I. La senda inicial

En Cafarnaún

La puerta abierta Su padre lo vió de lejos y se enterneció, salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. (Lc 14,20)

Hermano, hermana: Hoy me he decidido a escribirte una carta fraterna que me permitirá explicarte algunos aspectos importantes de la ruta. Es necesario que los conozcas e intentes hacerlos vida. Porque hoy en la ruta del desierto hemos llegado a Cafarnaún. Imagino que ya estarás situándote en el entorno y en la actitud interior peculiar del desierto. Recuerda algunos de los aspectos específicos: dedicación total y exclusiva al Señor, actitud estática. silencio exterior e interior… el hecho del vivir desprogramado para estar plenamente a disposición del Espíritu Santo que llega a ti con sus mociones interiores. En realidad el desierto no tiene otro secreto: el cara a cara con Dios te va disponiendo y te va trabajando, te moldea de acuerdo a la voluntad del Padre. La soledad y el silencio te despojan de tus propias seguridades. Tu única seguridad es la de saberte amado por Él y reconocer que vives en la decisión de hacer el camino de la búsqueda de Dios, empujado por la sed y la nostalgia de El.

Llega un momento en el que ésta es tu única seguridad. Vives intensamente su presencia cuando Él te permite experimentar que está; o lo añoras con una obstinada nostalgia cuando lo percibes ausente. Todo ello vivido con una gran paz. Poco a poco te vas encontrando con el silencio de Dios. Ves que el Padre te está esperando a la puerta y sale a tu encuentro, gozoso y alegre, siempre que te decides volver a casa. El Espíritu anima con fuerza tu camino. El Señor Jesús te enriquece con su presencia, y te hace vivir en una insaciable nostalgia cuando crees que está ausente. Todos son caminos en Dios.

Es bueno que sepas que la experiencia de Él comenzará cuando empieces a sentir tu propia pobreza y las miserias que recubren el fondo de tu alma. A medida que te vayas sintiendo pobre y desprotegido descubrirás que tienes pocas salidas: la primera, huir. ¡Hay tantas maneras de hacerlo!; la segunda: desanimarte y no entrar de lleno, a fondo perdido, en una experiencia tan especial como exigente; la tercera: no permitir que el Señor viva en tu miseria porque tú careces de la fortaleza necesaria para hacerlo. Verás pronto que son huidas innecesarias e inútiles. Por que El te ha llamado. El te seguirá y perseguirá por amor de tu amor. En todo caso, sabrás que El te ayudará a asumir tu vida, aceptarla y convertirla en tu mejor "fuerza". En tu debilidad, El es tu fuerza salvadora.

Hay una palabra clave en el espíritu del desierto que conviene que vayas aprendiendo: indefensión. Todo el entorno del desierto, lo que comporta de soledad, de exclusividad, de encuentro con Dios y de silencio, tiene un único sentido: colocarte en una situación de indefensión. Es necesario que lo sepas. Porque crees tener suficientes recursos para escapar de la acción de Dios en tu vida, en esta ocasión única, privilegiada, que el desierto te ofrece. La indefensión con la que has de plantear tu experiencia de silencio te pide que abras la puerta de tu alma a la obra de Dios, y a un deseo insaciable de ser de Él y de fundirte en su amor.

No te escondas de Dios. No te refugies ni te distraigas en pensamientos o en ideas que distorsionan tu encuentro con Dios en la soledad del "cara a cara". No huyas de su voluntad. No escondas tus pobrezas ni tus miserias. Sé consciente del polvo del camino que recubre tus píes. Reconoce tu pecado: la superficialidad. Reconoce tu pecado: el olvido de Dios. Reconoce tu pecado: la debilidad de tu deseo. Reconoce tu pecado: la falta de ternura. Reconoce tu pecado: la distracción. Reconoce tu pecado: la infidelidad.

No te escondas de Dios, ni huyas de su voluntad. No interpongas entre El y tú las defensas de siempre: palabras, palabras y palabras; oración superficial, la excusa del trabajo y de la falta de tiempo. No busques excusas ni justificaciones; ante Dios son completamente innecesarias. Preséntate ante Dios tal como eres, pobre, descalzo e indefenso. Hoy, en tu oración en soledad, descalza tus pies como signo de que quieres buscar a Dios sin defensas, a pie desnudo, con el alma desasida, abierto plenamente al misterio de Dios y al amor de Cristo. Con el alma desnuda, descalza, sin nada. Sólo ante El, Todo Solo. Sin cobijo para tu poquedad. A la intemperie, abierto plenamente al viento impetuoso del Espíritu. En una indefensión total.

Sintiendo una obstinada nostalgia de Él desde una vida comprometida con los hermanos y una oración solidaria. Así, de esta manera, con la verdad de tu vida como única defensa, te expones a la acción del Espíritu en ti. Felices aquellos que se dejan atraer por el Espíritu. Más felices aún aquellos que se dejan conducir por el Espíritu. Son felices sin límite aquellos que se dejan arrastrar por el Espíritu. Tú, ¿dónde te sitúas? El mensaje es: Abre la puerta de tu alma. Y los textos de la Palabra son estos tantas veces citados: Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Conozco tus obras, tu esfuerzo y tu fortaleza, sé que no puedes sufrir a los malvados, que pusiste a prueba a esos que se llaman apóstoles sin serlo, y hallaste que son unos embusteros. Tienes constancia, has sufrido por mí, y no te has rendido a la fatiga, pero tengo en contra tuya que has dejado el amor primero. (Ap 3, 20; 2,2-4)

Hoy tienes una ocasión única para enfrentarte con sencillez a la verdad de tu vida. Has tenido el privilegio de ser llamado al desierto. Él te invita a un encuentro único e irrepetible. Pero para que todo sea verdad es necesario que descubras tu propia vida con claridad y sencillez. Te invito a vivir todo desde el pensamiento que la Palabra de Dios nos acaba de recordar: el amor primero. El amor primero es el amor de la ternura total y plena. Es el amor de la ilusión y la alegría. Es el amor fuerte, intenso, sincero, verdadero, siempre nuevo. Es el amor nacido en la seducción y que te empuja a vivir en la nostalgia. Es el amor que da sentido pleno a toda una vida. Es el amor que se recrea incesantemente y te lleva a una donación total.

El amor primero es el amor que no se cambia por nada. Es el amor que invade y llena todo el día de presencia. Es el amor que se goza con la presencia y se aviva en la añoranza. Es el amor de la fidelidad gozosa, entregada, consciente. Es el amor del "si" ilimitado, incondicional, inagotable. Es el amor sin reservas ni infidelidades. Es el amor que te conduce a un abandono confiado. Es el amor que se proclama en un testimonio vital.

Es el amor de los pequeños detalles y de las grandes entregas. Es el amor del gozo en el amado. Es el amor convertido en canto, y que todo lo traduce en canción. Es el amor que te lleva a vivir en una nostalgia infinita. Es el amor que se manifiesta en la oración constante. Es el amor de quien siempre vive en la presencia del Señor. Es el amor que te hace descubrir el sentido de las palabras del Cantar de los Cantares: "Mi amado es para mí y yo para mi amado" (Cant 2,16).

Si. Éste es el amor primero con el que Dios te enriqueció. Es el amor con el que todo cristiano se ha de comprometer a buscar a Dios viviendo en una obstinada nostalgia de Él. Es el amor con el que tú te comprometes a vivir el misterio de Jesús en tu vida. Es el amor de la fascinación por el Señor. Es el amor de quien se siente seguido, perseguido por la mirada y la ternura de Jesús siempre. En esta preparación de la marcha por el desierto, con la puerta de tu alma plenamente abierta a la mirada y a la acción de Dios, con el corazón pobre y disponible, vivirás en una oración intensa.

Las pautas oracionales para esta etapa son muy sencillas:

Mantén tu alma en la paz y en el silencio. Mira serenamente tu vida. Reencuéntrate en el silencio. Mira el paso del Señor por toda tu existencia. Descubre la debilidad e inconstancia de tu respuesta. Todo con mucha paz. Contempla el icono del Señor. Procura pasar largas horas en silencio ante la presencia eucarística del Señor. Que tus tiempos explícitos ante El sean cada vez más largos. Es importante que entiendas que, a pesar del planteamiento oracional de hoy, que podría hacer pensar en una oración de mucho "diálogo", lo que se debe buscar es permanecer en la actitud básica de silencio. Contempla espiritualmente su rostro.

Te pido una pequeña tarea que debes realizar teniendo en cuenta que lo primordial es tu disponibilidad para el silencio y el encuentro en soledad con el Señor. Toma tu libro de ruta y anota las respuestas a estas dos preguntas: ¿Cómo es El conmigo? ¿Cómo soy yo con El? Sigue en el camino del silencio. Mantén fielmente los tiempos de oración. Acepta la pedagogía de caminar sin forzar nada. Muévete en la presencia inagotable del Señor. Ten paz. Mantén todo el día la actitud de silencio. Cuida los espacios de soledad. Mantén el ritmo desprogramado. Abandónate en la paz del encuentro. Lo que importa en el desierto no es lo que puedas hacer, sin o lo que el Señor te conceda vivir. Recuerda siempre que el silencio es la espera del amor. El silencio no se consigue a base de esfuerzo ni se fabrica luchando. Dios te espera en el silencio. El te espera con amor.

La memoria del corazón

Preséntate ante Dios en una indefensión total. Acoge la nostalgia de Él que el Espíritu te hace sentir. Busca el silencio pleno: sólo así se garantiza el encuentro cara a cara con Dios. No tengas prisa. Dios tiene su tiempo. Entra en el ritmo de Dios. Busca encontrarlo desde la verdad de tu propia vida. En el silencio de María, disponible a la voluntad del Padre y abierta a la acción del Espíritu, encontrarás un testimonio de lo que ha de ser tu camino: una apertura total ante el don del amor de Dios convertido en ternura salvadora. Ya verás cómo, a medida que pasan los días, te reencontrarás con lo más profundo de tu alma. Ahí verás que en la raíz misma de tu vida está Él. Búscalo en la vida; en tu nostalgia todo te hablará de Él. Pero búscalo también en la profundidad de tu corazón orante. En tu oración silenciosa de cada día vive en la nostalgia de Dios. Pero permanece con la puerta abierta al encuentro con El.

Él te planifica y te salva, pero espera que tú abras la puerta de tu alma a la inmensidad de su amor. Vive en El, acógelo en el silencio de tu corazón orante, abre tu vida al Amor. Ámalo y déjate amar por El. Busca siempre una oración sencilla, silenciosa, amante. Aprende el arte de estar y amar. Recuerda este hermoso verso de san Juan de la Cruz: Quedéme y olvidéme; el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.

Paréntesis

Me miraba "- ¿Y tú, lo has visto? - Sí, lo he visto. - ¿Lo has visto? ¿Cómo es ?¿Qué rostro tiene? - No te puedo decir ni cómo es, ni qué rostro tiene. Simplemente te diré que me miraba. - ¿Te miraba? ¿Cómo es su mirada? ¿Cómo son sus ojos? - No te puedo decir ni cómo es su mirada, ni como son sus ojos. Simplemente te diré que con su mirada te hace experimentar una inmensa paz. - Entonces ¿por qué la Sagrada Escritura dice que no es posible ver a Dios y seguir viviendo? - Ciertamente, no se puede "ver a Dios" y seguir viviendo de la misma manera. Toda experiencia de Dios transforma totalmente la vida". De un diálogo informal entre orantes

I. La senda inicial

En el Seol

Descendió a los infiernos

Desde lo hondo a ti grito, Señor, Señor, escucha mi voz... porque la misericordia es cosa del Señor, la redención copiosa, y Él redimirá a Israel de todos sus delitos. (Sal 130, 17 s.)

Alguna vez tengo la impresión de que sólo el estilo coloquial permite expresar con sencillez determinadas realidades de la vida del desierto. Seguramente te desconcertará el titulo de este capitulo: descendió a los infiernos, y más en este contexto espiritual en el que nos movemos. A mi no me resulta fácil hablarte del descenso a los infiernos. Sé que es necesario, y que, en todo caso, Él quiere que te hable de ello.

Todos los domingos, al rezar el Credo en la misa, hablamos con la máxima naturalidad del descenso de Jesús a los infiernos y lo decimos, como tantas veces ocurre, sin detenernos a pensar en el sentido que tienen las palabras que pronunciamos. Jesús, después de su muerte, desciende a los infiernos, en un episodio que puede parecer oscuro en el contexto de una vida clara y luminosa como la suya. Según la tradición de la fe, desciende a los infiernos mientras su cuerpo está en el sepulcro. ¿Por qué desciende Jesús al infierno? Según los Padres, lo hace para liberar a todos aquellos que habían sido echados en aquel lugar de tiniebla y de muerte, desciende a los infiernos para integrar en su muerte a todos los justos que le habían precedido. Asumiéndolos en su propia muerte los hará participes de su resurrección. Con su entrega redentora, salva a todos los que estaban bajo la sombra y la opresión del pecado, tanto a los que vivían en el tiempo de la redención como a los que ya habían muerto cuando El nació.

El descenso al lugar de los infiernos, lejos de ser un misterio que angustie, negativo o destructor, tiene un significado profundamente liberador. Desciende para poder liberar a los oprimidos por el pecado y la muerte. Los libera para que, con Él, por Él y en Él, participen de la resurrección a la vida. Desciende a los infiernos, como en una segunda encarnación, para salvar por amor. Para que el amor salvador llegue a todos. Me preguntarás: ¿Qué tiene que ver el descenso a los infiernos con el desierto? Es muy sencillo: En unos días de tanto silencio y tanta paz, cuando todo te irá conduciendo al encuentro profundo contigo mismo, con Dios y con los hermanos, es lógico que aparezcan en tu alma, y en tu pensamiento, una serie de recuerdos que distorsionarán tu paz interior.

En la vida ordinaria todo es más sencillo, más concreto y distraído. Tus sentidos, tu pensamiento y tu sensibilidad están tan ocupados con las cosas que absorben tu atención que no tienes tiempo de pensar en nada. Ahora, dedicado sólo a Dios, con muchas horas por delante, y sin un "trabajo" inmediato, vivirás probablemente el asedio de todo este mundo interior que va contigo y que forma parte del mundo complejo de tu psicología. Es tu propio infierno. El infierno de los recuerdos que te lastiman y de las susceptibilidades que te oprimen. El de las heridas de la vida que no han cicatrizado. El infierno de las imágenes fuertes que te han impactado y han quedado impresas a fuego en tu alma. El infierno habitado por los demonios de los sentimientos y resentimientos que te perturban, o de las tentaciones que te quitan la paz. En este infierno están tus miedos, tus temores, tus complejos, tus fantasmas, tus sueños y las causas de tus insomnios, tus ilusiones y tus decepciones; toda esta trama del mundo subconsciente que tiene tanta incidencia en tu vida, aunque tú no te hayas dado cuenta, ni percibas conscientemente su acción.

Ahora, en este ámbito de silencio y soledad, aparece todo con fuerza. Tus "demonios" te asedian y te impiden centrarte en lo que Él quiere para ti ahora y aquí en este camino de desierto que con tanta ilusión has emprendido. Por algo los padres del desierto consideraban, apoyados en la Escritura, que el demonio habitaba allí. Más aún, ellos acudían conscientemente a este lugar solitario para hacerle frente directamente, fiados en la gracia del Espíritu Santo, que les daba la fortaleza necesaria para superar los embates del enemigo. Para poder comenzar tu ruta en paz no caigas en la tentación de olvidar y guardar en lo más secreto de tu corazón todas estas cosas que constituyen tu infierno. Tampoco debes permitir que tu pensamiento derive hacia el recuento de los demonios que habitan en el infierno de tu subconsciente. Para liberarte, para que no te ocurra ni una cosa, ni otra, debes descender con el Señor a tu infierno interior. Pídele que te libere de la tentación. Desciende con Él y, en silencio, escucha su voz que te dice y te repite: "Ánimo, soy yo, no tengas miedo... estoy contigo" (Mt 14,27).

En el desierto vivirás un encuentro profundo con Él y en Él. También te encontrarás con tu realidad, tu pobreza; más aún: tendrás que encontrarte con tu miseria. Pero no importa. No has de temer nada. Desciende con Él al infierno. Y Él te liberará de tus demonios. En el desierto siempre tendrás cerca la tentación de abrumarte por el mundo interior que te asedia. Ten paz. No tengas miedo. Recuerda que eres de Él. Le perteneces. Él te ha liberado. Él ha descendido contigo. Él está a tu lado y te invita a caminar sobre el agua de la tentación y de la prueba. En el desierto comprenderás por qué el Señor, cuando nos enseñó a orar invitándonos a decir el padrenuestro, nos pidió que lo acabáramos con estas dos súplicas:

"No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal". Di "Amén" con toda tu fuerza. No dudes en descender con Cristo a los infiernos. Verás que es un descenso liberador.

Pausa

Es necesario que hoy te sientas nuevamente invitado a orar tu propia vida con todos los sufrimientos, los gozos y las esperanzas que la configuran. Piensa en todo lo que, de alguna manera, pueda decirse que constituye tu "infierno". Asúmelo todo con mucha paz. Forma parte de tu pobreza. Ahora desciende espiritualmente a ese infierno particular que entorpece tu vida de relación y de encuentro con el Señor porque, de hecho, impide que te encuentres con lo más profundo de ti mismo. Convéncete de que es posible que ores desde este infierno. Desde lo más profundo de él invocarás al Señor. Te sugiero que tomes tu libro de ruta e intentes responder a la pregunta que seguidamente te indicaré. Te invito a hacerlo por escrito, convirtiendo el papel en el cauce que permite que te expreses con total y absoluta libertad. Seguramente en más de una ocasión te habrás acogido a la confidencia anónima del papel rasgado con tinta de sangre.

Mi pregunta es: ¿Queda algo por perdonar o por asumir en mi vida?. No te limites a dar una respuesta para salir del paso, sino que debes procurar que sea una respuesta a fondo. De vida. Después, lentamente, con mucha calma y serenidad, orarás los salmos 129 (130 ) y 138 (139). Saborea e interioriza cada una de las palabras. Verás cómo hoy resuenan en tu interior de una manera especial. Podrás comprobar por ti mismo que es reconfortante clamar al Señor desde lo más profundo de tu ser, y percibir que Él conoce los entresijos más internos de tu alma y te ama. Es bueno, sin embargo, que en el momento de descender con Cristo a tu propio infierno para liberarte, recuerdes estos breves pensamientos:

El momento más oscuro a los ojos de los hombres, suele ser un tiempo privilegiado en Dios. Todo encuentro con la luz supone aceptar el paso previo por un desierto de tinieblas. Creían que era un fantasma. Y Jesús les dice: No temáis soy yo.

La memoria del corazón

Al acabar esta etapa de nuestra ruta te propongo la meditación del Salmo 42 (43). Si lo oras desde la verdad del silencio en el que ya estás entrando de lleno descubrirás que lo que, hasta el momento presente ha constituido tu infierno, puede ser un auténtico punto de apoyo para lanzarte a una búsqueda sincera del rostro de Dios. En realidad todo encuentro con tu propia pobreza te situará en la verdad de la vida. No puedes olvidar que todo camino en Dios se ha de vivir desde la autenticidad de vida. Lo llamarás siempre desde lo más profundo del alma. Allí donde está tu miseria, encontrarás a Dios. Tu pobreza no sólo no es un inconveniente en el camino que haces hacia Dios, o que El hace en ti, sino que es como la garantía de una fidelidad sin límite.

II. En el camino de la nostalgia

Se desatan las lenguas del Espíritu.

Después de recorrer, probablemente lleno de asombro, la senda inicial de la nostalgia, tú mismo podrás ver que ya estás en el camino. Han ido cesando los ruidos que enturbiaban el silencio de tu alma, comenzó ya la canción del corazón. Ahora verás cómo se desatan en ti las lenguas del Espíritu. Acoge su don. Que Él sane las heridas de tu alma, te fortalezca interiormente, te conceda la gracia de vivir siempre, hasta el último día, en esa obstinada nostalgia que ya ha germinado en tu alma. Para ello vive en la disponibilidad total y en la apertura al don de Dios, como María abierta siempre a la gracia, en la plenitud del camino de la esperanza. Recuerda que caminas alentado por la palabra del Señor que te dice. "Buscad a Dios y vivirá vuestro corazón" (Sal 68).

En la ruta del Horeb

Sal de tu tierra

Elías se sentó bajo una retama y se deseó la muerte... - ¡Levántate, y come!, que el camino es superior a tus fuerzas. Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios (1 Re 19, 48).

Tú también caminas hacia el Horeb, el monte de Dios. Has sido llamado por el Señor a entrar en la plena comunión con El, mientras en la vida concretas y explicitas tu entrega en el servicio generoso, humilde y lleno de misericordia y amor con los hermanos más necesitados. Has recibido el privilegio de sentir en tu interior la mirada del Señor que te llamaba y te invitaba a darte del todo y a entregarte en una oblación sin limites al Amor. El te ha hecho sentir en lo más profundo de tu alma la necesidad de amor, de darte y entregarte sin medida, con infinita confianza, porque lo has reconocido a El como Padre; porque has experimentado el irresistible atractivo de la mirada de Cristo y porque percibes fuertemente la acción del Espíritu Santo que te lleva de la mano hacia una donación total y plena por amor, aunque para ello tengas que "subir a la montaña". Te sientes invitado a servir a Jesús en los más pobres con un amor compasivo y misericordioso, tierno y abnegado hacia aquellos en los que descubres escondido el rostro del Señor.

Sabes bien que tu vocación es Él, sólo Él, y nunca olvidas que esta entrega incondicional al Señor es, para ti, la raíz, y la fuerza de tu donación a los hermanos. Él te hace descubrir con fuerza que, si lo conoces, no puedes menos que amarlo; si lo amas, no tienes otra salida válida que seguirlo; reconoces que una vez que te has dispuesto a seguirlo no puedes dejarlo a medio camino y has de llegar hasta el final. Una vez unido a Él en la oblación total al Padre y en el abandono en sus manos, percibes que el Espíritu te va conduciendo hacia una unión plena, íntima, total con El: corazón a corazón, alma a alma, vida con vida. Tu vida está inseparablemente unida a la suya por el vínculo del amor. María, la madre, te acompaña en el silencio de un amor cercano. Sin este amor de madre, sin la presencia alentadora desde el silencio de María, tu camino no sería posible. Ella es la ternura del Padre para ti. Ella te conduce hacia el Señor. Ella te invita a ser pobre, humilde, y a confiar en Él.

Cada año, cuando vives estos días especiales de silencio y de encuentro, reconoces tus cansancios, te reconoces en tus pobrezas percibes tus límites, miras la vida y te parece pobre, vacía, cansada, con mucho camino para recorrer. No pienses que debes buscar una tierra "ideal" para caminar. Tu tierra es la vida de cada día. Tu camino es el que tienes, el de cada día, el de tu ruta sencilla y oscura, sin apariencia, en el que Dios quiere que vayas avanzando hacia El. Has de pisar esta tierra. Le puedes decir al Señor que te gusta "caminar así, sintiendo las plantas de mis pies vivas", como dice la oración inicial. Piensa que la dificultad en tu andar no proviene de las piedras que hay en el camino, sino de la pequeña piedra que llevas dentro de tu calzado.

Si, hermano, no te canses de caminar, no abandones la ruta pequeña, no te lamentes cuando el camino es difícil, ni te duermas o instales cuando es fácil. Ten el alma en paz, reconoce la lentitud y la pobreza de tus pasos, vive el camino en el pobre "día a día". Pero no olvides la meta: "Mi vocación es El"... "quiero llegar contigo hasta el final". Reconoce la gracia del Señor, el gran don de su amor, al poder vivir unos días sólo para El, confiando plenamente en la posibilidad de poder percibir que el ángel toca suavemente tu hombro para decirte: ¡Levántate y come!, come en la palabra de Dios, come el pan de vida, bebe el cáliz de la salvación. Embebe tu alma en el silencio, sumérgete en la presencia amorosa del Padre, vive en la seducción de la mirada del Señor sobre ti, esa mirada que siempre se cruza con la tuya y confía en María, la madre que va preparando todo para tu descanso, para que después, puedas seguir caminando.

Deja que el ángel te insista tocando nuevamente a las puertas de tu alma e invitándote a caminar porque es mucho el camino que te queda. Ten paz, llena de aire nuevo tus pulmones, remansa tu alma en la presencia y disponte a reemprender el camino alentado por la obstinada nostalgia de Él. Para que pueda ser verdad, comienza por sentir sobre tu alma el mandato del Señor a Abraham: "Sal de tu tierra" (Gen 12,1) o la invitación irresistible de Jesús: "Ven y sígueme" (Mt 9, 9; Mc 2,14; Lc 5,27; Jn 1, 43).

No le defraudes, caminas tras sus huellas. Él te está esperando. Él camina contigo. Señor, mi Dios silencio: me estás dejando sin palabras. Señor, Señor, mi silencio, mi elocuencia callada, mi vida. Señor, cuánto te quiero, cuánto me quieres, cuánto nos queremos, Y todo esto, con cuánto silencio. E.V.

Es el momento de concretar las actitudes con las que es necesario seguir plenamente disponibles al don de Dios. Él nos irá conduciendo hacia una donación total por amor. Él nos va guiando y llevando hacia un abandono pleno y total. Pero todo debe plasmarse en pequeños gestos y en las actitudes sencillas y concretas que son las que nos permiten vivir en el amor, en la necesidad de amor, de una donación total y sin límites. Es hermoso el amor cuando se convierte en gesto de vida. Recordad aquellas palabras de santa Teresa del Niño Jesús, cuando invitaba a los seguidores del pequeño camino de la infancia: "Sed fieles a vuestro pequeño deber pero vividlo con un gran amor". El pequeño deber vivido con un gran amor es el que pretende mostrarse en gestos.

Gestos

La experiencia espiritual de "salir de tu propia tierra" se ha de vivenciar en unos gestos que serán tanto más significativos cuanto incidan de una manera más directa y palpable en la vida de cada día, y en la realidad concreta de esa historia que vas construyendo conjuntamente con el Señor y los hermanos. La conversión ha de ser interior, al menos ha de nacer de dentro, pero si no se concreta en el gesto "visible" puede resultar carente de credibilidad para ti mismo y para los hermanos que comparten tu camino.

Ora estos gestos y prepárate para convertirlos en vida.

- Destierra de tu vocabulario las palabras: "No", "Conmigo que ya no cuenten", "yo ya no". Estas expresiones revelan instalación, seguridad, poca apertura a lo imprevisible del Espíritu, debilitamiento de la nostalgia. Vive en la actitud interior de la disponibilidad. Déjate llevar por la vida, y verás cómo "estarás saliendo de tu tierra" constantemente, cada día. No cierres la puerta de tu alma con los "no" que agotan el camino y condicionan a quien desea llamar.

- Renuncia a tus miedos; miedo al qué dirán, a lo que te pueda pedir el Señor, a la cruz, a lo que pueda pasar. Si te abandonas plenamente en las manos amorosas del Padre no has de tener ningún miedo. Ni siquiera el miedo a perderte. ¿No sabes que el Señor Jesús camina contigo? ¿Quien te puede apartar del amor de Cristo?. Vive en la alegría y en el gozo de saber que en cualquier dificultad del camino siempre aparecerá el Señor, que con una mirada llena de paz te dice: "No temas, soy yo, estoy contigo" (Mt 14,27).

- Déjate interpelar por la vida de los más pobres y sencillos. Ellos no tienen más remedio que caminar y salir de la tierra, siempre provisional, en la que viven, en busca de una vida mejor. Déjate interpelar por la vida en si misma, que siempre es mutación y cambio. No te aferres a tus pequeños criterios conservadores, camina sin cesar, piensa que es el mismo Señor Jesús quien te dice: "Rema mar adentro" (Lc 5,4). Escucha la interpelación de los hermanos que necesitan encontrar en ti motivos de esperanza. Interpelado por la vida y por los hermanos, acepta ser un buscador que camina con ilusión y esperanza. Sin miedo al riesgo, ya que te fías del Señor Jesús que camina contigo. ¿Hacia donde caminarás? Ya lo sabes: tu vocación es Él, sólo Él, sólo Él, desde El te entregas a los hermanos. Reconocerás que tu camino es interminable. Siendo como es el Señor tu vocación y tu nostalgia, ¿tiene sentido que te pierdas en pequeñeces y nimiedades? Sabiendo que Él camina contigo, ¿te podrá inquietar el miedo al qué dirán?

- Abandónate al designio de Dios sobre tu vida. Comprométete a realizar su voluntad. Vive deseoso de ser, para todos los hermanos, un testigo de que la voluntad del Señor se está cumpliendo ya en ti, porque tú no buscas hacer tu camino, sino que sólo deseas realizar lo que Él quiere de ti y te manifiesta a través de tus hermanos y por medio de aquellos que la comunidad pone ante ti como testigos del querer de Dios en tu vida. Tú no instalas tu "morada", porque sabes que, en cristiano, la vida es un camino. El Señor es para ti "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

- Huye de la mediocridad y de la superficialidad. No permitas que la rutina te impida ver el sentido de tu camino. No te distraigas con el desamor paralizante. Para ello, renuncia a establecerte en lo que te resulte más cómodo o menos complicado. Arriésgate a vivir y camina siempre por la senda del Evangelio con deseos de crecer y de "ir a más". No caigas en la tentación de reducir las exigencias del Evangelio a lo mínimo. Vive siempre con la generosidad de quien cree que en el seguimiento de Cristo uno ha de lanzarse a lo imprevisible. Piensa además que en el amor nunca puedes decir "ya he cumplido", porque "la medida del amor es un amor sin medida". Y repite interiormente aquellas palabras tantas veces repetidas: "Es imposible seguirte y no desear llegar contigo hasta el final". ¿ Dónde está el final?: en la cruz, en la oblación total, en la donación sin límites, en la unión indisoluble con el Señor.

- Camina con los pies descalzos, libres, desatados y desasidos. Vive en el desprendimiento de las cosas, también de las personas. Para seguir a Jesús has de ser plenamente libre, siempre dispuesto a "salir de tu tierra" sin que nada ni nadie te retenga. Camina siempre con alegría y paz. Él te ama, te ha llamado, te rescata de la mediocridad. Él quiere que lo sigas en una donación sin fin. Sal de tu tierra, vive en la tierra de Dios, camina hacia la tierra que El te ha preparado, y huye de tu egoísmo, del amor propio, de aquellas voces que te dicen que ya eres "santo". Y, si es necesario, pídele al Padre que te haga caer del caballo como a san Pablo. No te duermas, levántate y come pues queda aún mucho camino. Tu nostalgia acabará "el último día", cuando ya hayas "subido a la montaña".

- No caigas en la tentación del adormecimiento espiritual, sobre todo cuando te venga disfrazado de palabras aparentemente piadosas; "¡Qué bueno eres!" El Señor quiere que en tu vida seas despierto, lo que equivale a decir: siempre disponible. Vive gozoso en la entrega que te lleva a "salir de tu tierra" constantemente, a olvidarte de ti mismo, a no centrar tu vida en ti. Piensa que el seguidor de Jesús que, consciente o inconscientemente vive centrado en sí mismo, en realidad es un "descentrado". Tu único centro: Cristo. Tu único sueño, aquí en la tierra, vivir constantemente en la nostalgia, en el deseo de Él. Si, ya lo tienes, ya lo conoces por la fe, lo buscas con el amor, caminas hacia Él por la senda de la esperanza, pero aquí estarás siempre en el "todavía no", por ello te hablo de nostalgia: ¿Cuándo podré ver tu rostro, Señor? ¿Cuándo podré ser una sola cosa contigo? ¿Cuando llegaré a morar en los atrios de tu casa?

- Vive en paz tus pobrezas. Alégrate cuando la vida o los hermanos te hagan tomar conciencia de que eres realmente pobre. Piensa siempre que, como pobre, te has de limitar a la hora de pensar en tus pertenencias. Sólo podrás tener dos cosas: el día y la noche. No olvides, sin embargo, que ni el día ni la noche son para ti. Desde tu entrega al Señor no te pertenecen. Son del Señor, son para los demás.

- Pregúntate si estás en lo que Dios quiere de ti. No vivas de ilusiones. Vive en la gratuidad y en la alabanza. Siempre disponible a lo que Él quiera. No te "establezcas" nunca. No te rodees de cosas o de personas que te hagan sentir seguro. En realidad, como seguidor de Jesús, tus únicas pertenencias han de ser el presente que Dios te regala y una gran confianza. Nada más.

- Lánzate al inmenso mar del amor de Dios en el océano ilimitado de su misericordia guiado por el sol eterno de la presencia. Piensa que Dios es el "nunca bastante", como dice san Ignacio. En Él siempre has de "ir a más". A medida que vayas caminando irás comprendiendo que las posibilidades de tu generosidad son ilimitadas. Como seguidor de Jesús sentirás que tu vocación y tu vida son más cercanas, más cordiales. Él te ha seducido con su mirada, te ha hablado al corazón. De hecho, al comprometerte a seguir a Jesús le diste tu palabra de donación y entrega, que equivale a ofrecerle un "si" inagotable. Por ello: haz de tu vida un don de amor absoluto y abandónate en las manos del Padre. Y si queda algo por decir, no dudes en añadir: "Aquí estoy, Señor, a tu disposición".

- Di: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sam 3,9-10), dispuesto a responder a sus constantes invitaciones al amor.

La memoria del corazón

Para quien. como tú vive en la nostalgia, el salir de la propia tierra es una condición indispensable. Entrar en el misterio de Dios exige salir a su encuentro, buscarlo afanosamente por las sendas de la vida. Supone también entrar de lleno en una actitud de vida. La memoria para "guardar" en el corazón y hacer vida, la explicito en estos pequeños gestos:

Vivir con alegría. Crecer en amor. No llorar por pasados mejores. Fomentar el deseo, la añoranza, las ansias de crecer en Él. No suspirar por otros tiempos. Mirar siempre hacia el futuro. Reconocer que el Señor te espera allí. Recordar que más importante que la meta es el camino... …porque Dios te exige que camines, no te pide que llegues. Abandonarte día a día. Abandonarte cada vez más unido a Él y por Él. Comunicar alegría y esperanza. Vivir en la ilusión por ser más para poder dar más. Orar con vida y vivir con oración. No tener otra morada permanente que el corazón de Cristo. Lanzarte al inmenso mar de la misericordia del Señor. Vivir en un "sí" generoso e interminable. Creer en la fuerza del amor. Reconocer que el Señor Jesús murió por amor de tu amor. Corresponder inagotablemente a ese amor. Vivir al Señor como única nostalgia. Decir con amor al hermano: "Sube conmigo". Vivir cada día a Dios como novedad. Creer en la fuerza transformadora del amor. Apoyarte en el vigor que te viene del Espíritu. Creer eficazmente en la resurrección de Jesús. Confiar en la presencia y en la ayuda de María, la madre. Vivir con corazón y actitudes de peregrino. Crecer en el amor sin miedo. Renunciar al miedo. Creer en la inagotable fuerza del amor de Cristo. Creer en la bondad escondida en el corazón de todo hombre. Recordar siempre que después de la tormenta aparece el arco iris de la paz. Vivir confiando en la seguridad del amor y en la fuerza de la vida. Aceptar con gozo caminar a la intemperie, siempre hacia adelante, hacia Él. Vivir en una obstinada nostalgia de Él tan intensa que te haga daño en el alma y te comprometa en la vida. Asume el gozo de la gratuidad, en la misteriosa eficacia del silencio.

El desierto es duro e inhóspito pero es condición necesaria para llegar a la tierra prometida y para ir entrando en la tienda del encuentro. Has salido de tu tierra muriendo a ti mismo y lanzándote al inmenso mar del amor y la confianza en el Padre. Permite que se desaten en ti las lenguas del Espíritu, lánzate hacia adelante: Él te está esperando. Los hermanos necesitan que les digas, desde tu corazón cercano y solidario: "He visto al Señor". Dos amigos se encuentran siempre a mitad de camino. No porque hayan convenido en ello, sino porque ambos decidieron salir, a la vez, de su propia casa.

A mitad de camino.
Es el lugar donde siempre se encuentran los amigos. Allí comulgan el cansancio de sus pasos y el polvo de sus sandalias.




II. En el camino de la nostalgia


En Tiberíades

Me has seducido, Señor

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me pudiste. La palabra de Dios se me volvió escarnio y burla constantes, y me dije: No me acordaré de Él. Pero sentía la palabra dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos. (Jr 20, 7-9) Señor, yo no soy nada, vivo en la nada, quiero encontrarme en mi nada, deseo verte en mi nada. Con toda humildad, deseo preguntarte: ¿Por qué me has llamado? Has pasado por la puerta de mi casa. Has visto que soy pobre, débil y frágil. ¿Por qué te has fijado en mí? Me has seducido, Señor, con tu mirada. Me has hablado al corazón y me has querido.

Aquí estoy, solo y pobre ante ti. En silencio de alma e intentando acallar los ruidos de la vida. Siento plenamente mi pobreza y mi pequeñez. Siento también una insaciable nostalgia de ti. Me acojo al amparo de tu misericordia. Es imposible conocerte y no amarte. Es imposible amarte y no seguirte. Es imposible seguirte y no llegar contigo hasta el final. Es imposible acompañarte hasta el final y no desear ser una sola cosa en ti. Me has seducido, Señor. Quiero andar tras tus huellas.

Aquí estoy, solo y pobre ante ti. Aquí estoy a la sombra de tus alas. Acogido en tu misericordia. Me has seducido, Señor. Yo te sigo, y quiero darte lo que pides. Sabes bien que soy débil y pobre, y aun así... me cuesta darlo todo... darme del todo... dejarme amar por ti... dejarme seducir por tu amor. Aquí estoy, solo, pobre y descalzo ante ti, esperando ser acogido por tu misericordia, en silencio, ante tu presencia de amor. Camina, Señor, junto a mi. Sin ti nada puedo. Yo no soy nada y en el polvo nací pero tú me amas y moriste por mí. Quiero ser tuyo, Señor.

Tu nombre, tu voz, tu llamada resuena en mi interior, y me habla en el silencio. Tu Palabra me quema el alma, la llevo grabada a fuego, no puedo contenerla; tampoco quiero. No quiero negarte, Señor. Tu palabra es y será la lámpara de mis pies y la luz de mi camino. ¿Qué puedo hacer por ti que no sea dejarme amar sin fin? Aquí estoy, solo, pobre y descalzo ante ti. ¡Tú eres mi vida, Señor...!

Estás en medio de una experiencia oracional de desierto, viviendo a pleno pulmón en el silencio de amor y de presencia, en el acompañamiento de los misterios de Cristo que nos salva. Comenzaste a superar la tentación de la huida. Tu alma se va remansando en el silencio y la paz del encuentro. Es el momento de preguntarte: ¿Qué hago aquí? Estás en su presencia. Estás en sus manos de Padre, entraste en el taller del alfarero para que te moldee de acuerdo a su plan de amor. No pienses que esto no es para ti. Ni se te ocurra decir que tú estás llamado a otro camino en la Iglesia, que tú no eres ni cartujo, ni monje, que a ti no te va el desierto, que tú estás para trabajar y para servir al Señor en la vida. ¿Qué haces aquí? ¿Qué sentido tiene que a ti, enfrascado en los quehaceres de la vida, se te pida ahora entrar en esta experiencia de soledad y de silencio?

Tu eres apóstol, tu vida está en la actividad, en el servicio, en la entrega diaria, en el trabajo concreto y comprometido de la vida de cada día. Pero en lo más profundo de tu alma ha germinado una nostalgia que te empuja. Por esto subiste a encontrarlo en el Horeb. Por esto lo has contemplado transfigurado en el Tabor. Por esto, porque tienes la vida plenamente metida en la actividad, necesitas más que nadie unas pausas en un remanso de paz como éste para reencontrarte con Él y con el sentido de su llamada. Tú quieres seguir sus huellas en la vida. Precisamente por esto estás aquí, en el desierto, en esta ruta ardua y difícil, llena de silencio, soledad y pobreza. Piénsalo bien: el apóstol ha de ser testigo.

Has de convivir con Él si quieres ser testigo. Has de vivir en el silencio si quieres escuchar su palabra para transmitirla. Te has de llenar de Él si quieres abandonarte en las manos del Padre. Has de experimentar la fuerza de su resurrección. Por esto estás aquí buscándolo en el silencio. Esperando vivirlo en la soledad. Atento a su palabra y a su vida. A la escucha de sus pasos. Abandónate en las manos del Padre. Sigue tras las huellas del Señor Jesús. Abre la puerta de tu alma al viento impetuoso del Espíritu. Entra en el corazón de la Trinidad. Da testimonio de tu opción exclusiva y preferencial por Él. Dedícale tu tiempo, tu silencio y tu espera. Ora intensamente ante la presencia del Señor. Piensa en lo que comporta revivir el don de la llamada del Señor y del reconocimiento con el que acoges su don. Nunca olvides las implicaciones del don de su llamada. Si Él te ha llamado es que te conoce a ti en tu fragilidad y te ama. Si Él te he llamado es porque te ha elegido. Si Él te ha llamado es porque se compromete a acompañarte.

Ya en plena ruta por el desierto, quiero proponerte unas pautas para tu oración:

Reencuéntrate en el silencio. Sitúate en la presencia del Señor. Remansa tu alma y tu vida ante el sagrario donde El siempre está y te espera. Repite ante Él suavemente: "Me has seducido, Señor". Y mientras, como oración del corazón, recuerda la historia de tu llamada: cómo le conociste, cómo empezaste a comunicarte con Él, cuándo experimentaste que te miraba, te amaba y te llamaba. Revive los primeros pasos de tu vida con El. Renueva tu respuesta inicial, el amor primero, y tu profunda convicción: Es imposible conocerte, Señor, y no amarte. Es imposible amarte y no seguirte. Es imposible seguirte y no desear llegar contigo hasta el final. Es imposible acompañarte hasta el final y no desear ser una sola cosa en ti. Por esto estás aquí. Para esto estás: has de ser su testigo en la vida. Por ello quieres vivirlo en el desierto.

La memoria del corazón

Déjate llevar por el Espíritu de Dios. Entra en el desierto de tu corazón en la vida. Hunde tu alma en el silencio. Entra en el corazón de la Trinidad. Sumérgete en el rostro de Cristo que vive, padece y muere por amor. Si, por amor de tu amor. Vive en la solidaridad con los hermanos y con la Iglesia intercediendo. Reconoce el privilegio que tienes al poder entrar en el desierto. Vive agradecido: sólo en Él y sólo para Él. Desde Él, vivirás en la comunión solidaria con la Iglesia y los hermanos.

Calla a ti mismo. Acalla los recuerdos que te asedian. Vive en la sanación interior del Espíritu. Que Él cure las heridas del alma y las de la vida. Piensa que en el silencio revivirás intensamente estas heridas. Exponías a la mirada misericordiosa de Cristo y a la acción del Espíritu en ti. Confía en Él.

¡Abandónate!
Deja en sus manos todas tus inquietudes. Vive libre y disponible a la acción del Espíritu de Dios. Di, como María, "que se haga en mi según tu palabra" (Lc 1, 38). Busca el silencio del alma y del cuerpo. Serénate: estás en El. Abandónate a la acción del Espíritu Santo. Verás que en el Espíritu de Dios tu vida adquiere unas dimensiones insospechadas. Deja libre al Espíritu en tu alma. No tengas miedo a la acción de Dios. Ábrete al amor y déjate llevar. Como un niño a quien el padre lleva al cuello. Con la ternura del pequeño que aprende a dejarse querer. Eres hijo de Dios. Confía. El es el Padre. Preséntate ante Dios indefenso. Escucha atentamente su voz y su Palabra. Deja libre en tu interior al Espíritu de Dios. Que Él te conduzca y te guíe en el misterio de Dios y en una fidelidad total y plena a su voluntad en la vida.

No olvides nunca que cuando cesan los ruidos comienza la canción del corazón, se desatan las lenguas del Espíritu; pronto verás que Dios es cercanía en viva voz. Él es tu única nostalgia. Anduviste un buen trecho del camino. Has vivido el desconcierto y los interrogantes propios del paso inicial. Recuérdalos. Explicítalos. Exprésalos. Díselos claramente al Señor. ¿Por qué me mandaste salir de mi tierra? ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¿Hace falta "ir tan lejos" para buscar la voluntad de Dios? ¿Exige tanto el poder crear un "lugar" para la escucha y la atención a la voluntad y a la Palabra del Padre? ¿Por qué buscar este camino tan exigente?

Confía, Él te estaba esperando; quiere que abandones tus seguridades y tus evidencias, que entres en su tierra, la tierra de la gratuidad y el don de Dios, la tierra de la vida. Él desea que vivas en un abandono pleno a su amor y a su misericordia. Solo y desasido de todo estás a merced de su voluntad. El desierto es siempre un lugar a la intemperie. No te puedes proteger, no hay ni árboles, ni guaridas para hacerlo. Has venido al desierto a encontrarte con Él cara a cara. Expuesto completamente al viento del Espíritu. Eres hijo de Dios, abandónate al Espíritu del Señor. Él te conducirá a un abandono total en las manos amorosas del Padre, plenamente entregado y disponible a su voluntad. Por tu parte, busca sólo vivir en Él y para Él. Remansa tu alma. Mora en el silencio y en la espera. Vive obstinadamente en su presencia. Espera. Ama. Confía.

Paréntesis

En esta etapa del camino es importante vivir en una sinceridad total tu compromiso de silencio. No debes forzar las situaciones, pero tampoco puedes dejarte llevar por lo que te resulte más cómodo. Vive en la ascesis del silencio. Comprométete a estar, esto es, a permanecer en tu lugar de oración. No es bueno que circules. Evita en todo y por todo las distracciones. Centra tu mirada en Él. Cuida con especial atención la Liturgia de las Horas y la lectura de la Palabra. Comprométete a vivir espacios de tiempo cada vez más largos ante la presencia eucarística con tu icono en las manos. Vete aumentando tus tiempos de oración explícita. Que tu actitud interior de abandono se manifieste en la paz con la que vives todo. Déjate llevar por el Espíritu. No te distraigas. Cuida el silencio interior Esmérate en la atención con la que acoges al Espíritu y en la actitud de "escucha" de la voluntad del Padre.

No lo olvides: es importante que estés largos espacios de tiempo ante la presencia del Señor Hambrea su amor y su palabra. Vive en la nostalgia de Dios. Esta meditación vendría a tener el sentido de una breve pausa de serenidad y de encuentro. Asúmela así con sencillez. Ora lentamente los salmos de la nostalgia en especial el salmo 41-42 (42-43) y el 62 (63). Verás que el libro de oración de la Biblia, el Salterio, está impregnado de nostalgia. Para dar un paso importante hacia el encuentro con el Señor es necesario retomar la pausa serena de un tiempo para re-situarte en su presencia. Quizás deberías comparar este tiempo que se te propone con aquellas breves, pero intensas, jornadas de oración silencio y descanso que Jesús pasaba en Betania, en Cafarnaún o en Dalmanutá. Todo en un entorno de una gran serenidad y con paz en el corazón.



II. En el camino de la nostalgia

La ruta de Damasco

La nostalgia y el encuentro

Para mí la vida es Cristo. (Flp 1,21)

La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que el cuerpo fue cuerpo y el alma fue alma. Mientras preguntamos, no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por si mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Has oído la voz del Espíritu en tu interior. El Espíritu te hizo sentir la mirada de Cristo sobre tu alma y tu vida. Percibiste la voz interior del Señor que te llamaba a seguirlo hasta el final. Fascinado por el Señor, seducido por su mirada y atraído por su mensaje lo convertiste en la opción esencial de tu vida. Pronto descubres que sólo puedes vivir en Él y para Él... Él lo es todo en ti, sólo Él plenifica tu vida. Sólo su amor te hace feliz (Sal 15). Comienzas a sentir una gran sed de Él, un deseo insaciable de encuentro, una nostalgia que es la que da un sentido nuevo a todo en tu vida.

Sea lo que sea de ti, sea cual sea tu camino, enseguida comprendes que sólo puedes vivir en Él y para Él. ¿Es el amor del Padre el que te ha seducido? ¿Es el deseo fuerte, interior, imperioso de responder a su voz el que te mueve a abandonarte incondicionalmente en sus manos? ¿Es la locura de amor la que adquiere tanta fuerza en ti que no puedes menos que decirle: "Me abandono en tus manos, haz de mí lo que quieras, cuando quieras o como quieras"? ¿O es acaso el viento impetuoso del Espíritu el que transforma plenamente tu vida y el que te empuja a una donación ilimitada al amor? ¿Es el Espíritu, fuego de amor, el que te lleva a aceptar ser grano de trigo que cae en tierra y muere?

¿Es la llamada interior del Espíritu la que permite encontrarte con el Señor Jesús, rostro humano de Dios, sacramento del amor del Padre? ¿Es acaso la Trinidad Santa quien te invita a entrar en la mesa de la comunión y del amor? ¿Es la seguridad de saberte habitado por la Trinidad Santa la que te da fuerza para el camino? Transida tu alma, tu cuerpo, todo tu ser de este amor de Dios, sello del Espíritu, vives envuelto en la inmensidad del amor. Un amor que percibes que no es tuyo, que es más fuerte que tú. Este amor que se convierte en nostalgia, causa de tan generosas entregas, razón oculta de tantas fidelidades, fuerza interior que te lleva a una donación incondicional. La nostalgia y el amor, experimentados, vividos y percibidos, aunque algunas veces en medio de la nube interior del espíritu o de la noche más densa y oscura, explican tu decisión de lanzarte a la búsqueda del absoluto de Dios. Piensa en tantas personas que se han lanzado en la mas absoluta oscuridad, a la vida oculta de un monasterio o a la azarosa vida de una entrega a los más pobres en los ambientes más marginados de la sociedad.

Esta nostalgia es la que está detrás de esta madre de familia, buena cristiana, que abnegadamente da su vida por los suyos, o este buen maestro de escuela pública que da testimonio en un ambiente difícil, o el obrero que lucha por una vida digna para su familia asumiendo situaciones dolorosas o injustas. Pienso también en el joven que, con una vida llena de ilusión, aún por estrenar, sigue a Jesús en un entorno pasota o burlón frente a toda opción transcendente, o en el ermitaño fascinado por el absoluto de Dios en una decisión incomprensible que ha marcado su vida, o la de este buen religioso, o la de aquella humilde religiosa que en su entrega oculta, en el día a día, da su vida por fidelidad al Amor. Si lo pudieras entender de verdad, verías que esta nostalgia es la que da sentido a tu propia vida. En último término la única que puede explicar decisiones incomprensibles desde el punto de vista humano.


Y tú, ¿cómo vives esta nostalgia? ¿Cómo te vives por dentro? ¿Qué buscas? ¿Qué deseas? ¿Qué hay detrás de todo lo que vives? ¿Está Él, sólo Él? Tu vocación es Él. Pero piensa que no buscarías el rostro de Cristo en la oración, no vivirías en esta obstinada nostalgia, si no hubieras sentido ya su mirada posarse en ti. A partir de la experiencia de su mirada en tu vida comenzaste a vivir en una transformación interior inigualable. Tu vida cambió completamente. Él obró en ti el cambio. El encuentro con Cristo siempre transforma la vida. Pero cuando este encuentro es vivido y experimentado desde una experiencia interior, personal, íntima, se comienza a vivir en una inacabable cadena, aquí en la tierra. Cada encuentro te lleva a vivir a Cristo como el centro de tu vida, el amor que puede justificar toda tu existencia; pero este encuentro es fuente de una nueva y más fuerte nostalgia de Él. Por ello oras, contemplas, vives en la presencia, lo buscas siempre y en todo. No te contentas con mantenerte en su búsqueda en la oración, has de encontrarlo también en el camino de cada día.

Todo ello vivido con una actitud sencilla, de donación y servicio humilde a los hermanos y de una manera especial a los más pobres, a los que más sufren, a aquéllos que en su indigencia son auténticas imágenes vivas de Cristo. Entonces, todo te habla de Él y te lleva a Él. En este momento del camino, estamos en condiciones de situar plenamente la meditatio de san Pablo. Desde tu silencio orante, desde la humildad de tu andar en Dios, acoge la voz interior del Espíritu y lee, ora, contempla, vive: Sin embargo, todo esto que para mí era ganancia, lo tuve por pérdida comparado con el Mesías; más aún: cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús, mi Señor. Por Él perdí todo aquello y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo e incorporarme a El, no por tener la propia rectitud que concede la ley, sino la que viene por la fe en el Mesías, la rectitud que Dios concede como respuesta a la fe. Quiero así tomar conciencia de su persona, de la potencia de su resurrección y de la solidaridad con sus sufrimientos, reproduciendo en mí su muerte para alcanzar como sea la resurrección entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio o que ya esté en la meta; sigo corriendo para ver si lo obtengo, pues el Mesías Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, no pienso haberlo obtenido personalmente, y sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios llama desde arriba en el Mesías Jesús (Flp 3,7-14). Proponte detener la atención en determinadas palabras del texto que voy a indicar a continuación, sugiriendo, al mismo tiempo, un camino oracional muy concreto. Síguelo con humildad y atención.

Las palabras y su camino oracional

1. Cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús, mi Señor. Repite en tu encuentro oracional esta palabra de san Pablo. Pronuncia reiteradamente cada una de sus frases. Intercala momentos de silencio. Insiste en la reiteración de las palabras más importantes: haber conocido personalmente a mi Señor. Vive en la acción de gracias y en la alabanza. Abierto al Espíritu Santo. Goza en Él. Vete serenando tu alma en la paz. No olvides el precio de un don tan grande: tener cualquier cosa por pérdida. ¿Es clara tu opción por Jesús? ¡Es radical tu renuncia? ¿Dejas resonar en tu interior la nostalgia? ¿Vives en un conocimiento creciente y, en consecuencia, en una renuncia cada vez más notoria? Dedica un tiempo largo a esta oración contemplativa, de corazón, y cuestionante. No olvides que estás con Él. Háblale a corazón abierto. Ora con tu vida en las manos. Revive siempre el proceso de pensamiento de san Pablo: Conocer personalmente al Mesías, ganar a Cristo e incorporarme a Él, tomar conciencia de su persona... piensa que si quieres entrar en el misterio de Cristo has de revivir intensamente tu opción por Él estando dispuesto a perderlo todo.

2. Por Él perdí todo aquello y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo e incorporarme a Él. Incorporado a Cristo. Tu vida ha de estar plenamente centrada en Él. Él es la opción esencial de tu vida; es tu vocación. La llamada a vivir "incorporado" a Cristo ha de ser correspondida. Vívelo oracionalmente. Entra en el corazón de Cristo. Sumérgete en Él. Abandónate en su abandono y en su disponibilidad total a la voluntad del Padre. Comparte su cruz y su entrega, su amor y su alabanza. Vívelo asumiendo la obediencia y la sumisión a lo que el Padre quiera de ti. Estás plenamente en Él. ¿Vives su vida? ¿Eres consciente de la sangre redentora que te ha salvado? Ora ante el icono de Cristo en la cruz. Embebe tu mirada en las llagas, signo y expresión de su entrega redentora. Abre tu vida a la plenitud de su amor. En silencio exponte a la invasión de Cristo. Contempla interiormente la mirada del Señor que te invita a ganarlo y a incorporarte a Él. En este camino oracional buscarás los tiempos de atención en silencio de amor y de escucha. No es bueno que intentes provocar una experiencia "artificial" y sensible. Pero verás que, a medida que crece tu silencio, te harás más disponible a recibir del Espíritu la gracia de percibir que Él te va incorporando a Cristo. Con Él y en Él vives en una única oración al Padre. Ya no eres tú, es Él en ti. Tú y Él una sola cosa en el amor. Plenitud de fe y de vida. Amor. Comunión.

3. Quiero así tomar conciencia de su persona, de la potencia de su resurrección y de la solidaridad con sus sufrimientos, reproduciendo en mí su muerte. Tomar conciencia de su persona. Él vive en ti, tú en Él. Tú y Él una sola cosa en el amor... Piensa: tomar conciencia de su persona equivale a ser consciente de que Él vive en ti. Él forma parte inseparable de tu vida, como tú, desde el bautismo, eres parte inseparable de la suya. Tú le perteneces. Él quiere pertenecerte. Él quiere que lo sientas como tuyo, aunque no siempre tendrás conciencia sensible de que lo es. Pero, hermano, no lo busques a Él solo. Búscalo desde una explícita comunión con los hermanos. Porque Él es Él y su cuerpo que es la Iglesia Él es Él y los hermanos pobres y desheredados que, compartiendo su cruz, están unidos especialmente a su vida y a su misión como hijo del Padre, salvador y redentor... Él es la vida de la vida de la Iglesia y el alma que alienta el camino de los hermanos. Él vive en los hermanos. Al tomar conciencia de su persona intentarás vivir explícitamente tu comunión con Él. Ora esta comunión interior con el Señor. Ora en la vida. Ora en Él: Tú eres de Él y Él es tuyo (Cant 2,16).

Toma conciencia explicita de su persona. Muchas veces te inquietará no saber orar o creer que no puedes orar cuando en tu alma sientes una gran sequedad y aridez. Limítate en estas situaciones oracionales a estar y amar, siendo consciente de que Él está en ti. En algún momento al orar recibirás el don de tomar conciencia sensible de su presencia personal en ti. En otras ocasiones tendrás que aceptar vivir esta conciencia en pura fe, en una fe simple y desnuda. Bastará con que aceptes esta pobreza que también es un don de su amor, y que vivas gozosamente el don de pertenecerle y de gozar en Él, aunque Él quiera para ti esta pobre y árida oración. Gózate de estar en Él aunque lo sientas ausente. Permanece siempre a la espera de su manifestación, y, en todo caso, añora con tanta intensidad y fuerza su presencia que tu añoranza venga a ser otra manera de tenerlo presente. Cree firmemente que Él ha resucitado y que vive, y vive en ti. Ora esta fe en el Señor Jesús resucitado. Cree en la fuerza y en el poder de su resurrección. En Él y en el Espíritu Santo, don del Señor resucitado, eres invencible. Que la fe en la presencia del Señor resucitado te permita decir y repetir desde lo más hondo de tu alma: Sé de quién me he fiado (2 Tm 1,12).

Ora tomando conciencia de esta confianza interior. Pero piensa que el valor de esta confianza no está en la fuerza que tú puedas darle en tu sincero deseo de confiar, sino en la capacidad de acoger, desde tu silencio amoroso y de espera, la acción de Cristo resucitado en tu alma. Él te da fuerza para la vida. En esta oración, que es toma de conciencia del Señor resucitado en ti, adquieres una nueva dimensión en tu vida. Pero para ello has de callar tus miedos, tus desconfianzas, tus temores y tus inseguridades. Pídele al Padre la gracia de saber callar a ti mismo. Cuando vivas en silencio interior, el Espíritu Santo te conducirá hacia un desasimiento de tantas y tantas cosas que interfieren tu capacidad de encuentro cara a cara con Él, en fe, en soledad y en desnudez. Sólo Él, sólo su amor, sólo su presencia, sólo su voluntad. Este ha de ser tu lema. Vivirás también en la solidaridad con sus sufrimientos reproduciendo en ti su muerte. Vive en la oración solidaria. Solidario y unido a los sufrimientos de Cristo. En el amor contemplarás al Señor que en la cruz permanece inmolado, entregado, abandonado en un amor incondicional al Padre. Únete al abandono de Cristo. Únete a la cruz signo de la entrega más plena y total que se pueda imaginar. Para ello contempla el rostro del Señor crucificado, abandonado y sufriente en la cruz. Contempla sus llagas, únete místicamente a ellas. Embebe tu alma en su sangre y comprenderás desde dentro lo que supone y exige en tu vida el ser incondicionalmente de Él. Desde tu contemplación compasiva del Señor crucificado por amor, tendrás que sentirte unido espiritualmente a todos los hermanos que sufren. Si eres orante serás necesariamente cercano y solidario con los más pobres y los que más sufren. En ellos podrás reconocer siempre el rostro del Señor que buscas, con tanto ardor. Las palabras del salmo: Tu rostro buscaré, Señor no me escondas tu rostro (Sal 27, 8 s.), darán a tu oración una dimensión impensable, rica, plenificante. Aprenderás a buscar el rostro del Señor en la oración, mientras en la vida te afanas por reconocerlo escondido en el rostro del hermano que sufre. Verás entonces que tu oración no sólo no te aleja de los hermanos, sino que te empuja hacia un compromiso y una entrega en servicio solidario y comprometido. Tu oración será vida y tu vida oración.

A partir de este planteamiento comprenderás que tu vida de servicio entregado y amoroso a los hermanos nunca puede ser impedimento o inconveniente para tu oración. La contemplación solidaria de los sufrimientos de Cristo dará sentido a tu vida de entrega a los hermanos. Y ésta, a su vez, dará realismo a tu oración. Reproduciendo en mí su muerte. Únete a la muerte de Cristo en la cruz. Únete a su obediencia hasta la muerte en cruz. No tengas miedo cuando el Espíritu Santo te conduzca a vivir la muerte de Cristo. Que esta muerte te lleve a morir a ti mismo, a tus miedos, a tus temores en la entrega. Abandónate, entra en el camino de una entrega incondicional a la voluntad del Padre. Vive en la vida de la cruz. Que Él sea tú único camino. Gloríate en Él crucificado. En Él está la salvación, la vida y la resurrección. Él te ha salvado y te ha liberado. Vive la concreción en tu vida de la muerte de Cristo como una liberación interior. Te libera de ti mismo, te libera de las ataduras opresoras que paralizan tu entrega, para que puedas caminar con decisión tras las huellas del Señor en una inagotable nostalgia de Él. Dile en tu oración al Padre que estás dispuesto a que reproduzca en ti la muerte de Cristo, para que puedas experimentar "lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús, tu Señor".

Paréntesis

Estos planteamientos constituyen la pauta de una experiencia orante en unos días de desierto. Aunque si se analiza el contenido de los tres párrafos del texto de Filipenses que hemos comentado, se comprenderá que es necesario llevarlos y practicarlos en la "oración del tiempo ordinario". Muchas veces se vive en un gran desconcierto ante una oración que se percibe en sequedad y aridez. Es normal que ocurra. A veces se llega a pensar que una oración árida y seca no es oración, o se piensa que algo está fallando en la vida que interfiere la oración e impide "sentirla". Hay que ser cautos. Es importante saber discernir a la luz del Espíritu. Es bueno que, en situaciones como ésta, junto al estaretz o testigo del camino oracional, se haga una revisión de los aspectos fundamentales de la fidelidad al Señor: la caridad, la perseverancia en el amor; la capacidad de perdón, la sinceridad en la búsqueda del silencio, etc. Si todos estos aspectos están bien vividos sólo quedará aceptar la se quedad y la aridez como parte inevitable de la ruta. En mi larga experiencia en estos temas de oración he podido comprobar que la aridez lejos de ser un inconveniente, es un signo claro de que la oración está viva, y el orante está recorriendo, con el permiso del Señor una etapa de crecimiento. Normalmente estos tiempos áridos suelen preceder a situaciones especiales en el camino de entrega al Señor, como puede ser una efusión del Espíritu Santo más intensa Puede ser también que el Señor te esté preparando para pedirte algo muy concreto en el terreno del abandono en las manos amorosas del Padre, o puede significar que está por venir un crecimiento en la sensibilización de la experiencia orante.

Siempre es aconsejable contar con el estaretz para la plena fidelidad al camino de oración. No siempre es posible encontrar a la persona adecuada. Conviene pedirla al Espíritu Santo o caminar con la seguridad de que Él suplirá con creces y escogerá los medios para ello. En todo caso es bueno recordar el testimonio de santa Teresa de Jesús que con su clarividencia de siempre confiesa. "El Señor lo enseñe a quienes no lo sepan, que de mí os confieso que nunca supe lo que era orar con satisfacción hasta que aprendí a recogerme" (Camino 29,7). Ni que decir tiene que puede leerse desde la misma perspectiva el claro testimonio de san Juan de la Cruz. "El lenguaje que Él más ama sólo es el callado amor..."

II. En el camino de la nostalgia

En el mar de Galilea

Él le dijo: Ven

Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la cruz de nuestro Señor, en la cual el mundo quedó crucificado para mi, y yo para el mundo... Yo llevo en mi cuerpo las marcas distintivas de Jesús. (Gal 6,14-15.17). En el proceso oracional de tu experiencia de desierto te encontrarás con una página evangélica que tiene un significado especial. Se convierte en paradigmática, llena de simbolismos y de mensajes para todos los que caminan tras las huellas de Jesús, alentados por una insaciable nostalgia. Desde nuestra experiencia personal, y en el Espíritu Santo, hemos de intentar una lectura orante, contemplativa, vivida desde el silencio. Sin lugar a dudas vas a encontrar plasmado en este relato evangélico la aventura emprendida: una invitación y una llamada a seguir al Señor en fe, abandonándote en confianza y asumiendo el riesgo de un salto en el vacío.

La Palabra de Jesús venerada, amada, esperada... Enseguida obligó a los discípulos a que se embarcaran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirla subió al monte a orar a solas. Al anochecer seguía allí sólo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando por el lago. Los discípulos, viéndolo andar por el lago, se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

Jesús les habló diciendo.
- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó.
- Señor; si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo.
-Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús. Pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó.
- ¡Sálvame, Señor!
Pero Jesús extendió enseguida la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca se apaciguó el viento.
Los de la barca se postraron ante Él diciendo.
- Realmente eres Hijo de Dios.
Terminada la travesía atracaron en Genesaret. Los hombres del lugar; al reconocerlo, avisaron por toda la región, y le llevaron los enfermos, rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron. (Mt 14,22-36. Cfr. Mc 6,45-56 y Jn 6,15-21).

Cinco puntos importantes

Este pasaje evangélico es impresionante y sugestivo. En él se nos muestra Jesús con toda su extraordinaria y rica sensibilidad. Es notoria la pedagogía que tiene con sus apóstoles. Hay que remarcar la especial relación con Pedro. Y la de Pedro con Jesús. En la transcripción del texto he intentado señalar los cinco momentos del relato: En el primero puedes ver a Jesús orando sólo en el monte. Después de la multiplicación de los panes y de las reacciones de la multitud y de los discípulos ante la catequesis que la siguió, el Señor quiso retirarse solo a orar. En el segundo párrafo se describe la escena de los discípulos que hacen la travesía del lago con gran dificultad porque tienen el viento en contra. Llama la atención el miedo que les invade. Ellos eran pescadores acostumbrados a atravesar el lago en las circunstancias más adversas. Al observar a Jesús que se acerca caminando sobre al agua creen que es un fantasma y gritan de miedo. Jesús les invita a la serenidad con palabras que tantas veces tendrás que recordar.

El párrafo tercero está centrado en Pedro que ha respondido, y hecho suyas, unas palabras de Jesús que iban dirigidas a todos. Entusiasmado y admirado quiere salir al encuentro del Maestro que viene caminando sobre el agua. Duda, tiene miedo, se hunde, suplica. El reproche amistoso de Jesús a su falta de fe es vivido por él con un gran alivio. En cuanto Jesús y Pedro suben a la barca, estamos ya en el párrafo cuarto. Todo se calma y los discípulos se postran ante el Señor reconociéndolo como Hijo de Dios. Finalmente, acabada la travesía, estando ya los discípulos y Jesús en Genesaret, éste es reconocido por los hombres del lugar. Avisada la gente por ellos, acude con el deseo de tocar siquiera el borde del manto del Señor.

Pequeñas palabras

Cuando ores, piensa que el Señor Jesús te ha invitado a seguirlo con amor confiado y abandonado. Él ha salido a tu encuentro caminando sobre el agua. Su gesto ha sido para ti invitación. Tú le has respondido pidiéndole: ¡Mándame ir hacia ti...! El sentido de tu oración estará en este abandono confiado y decidido con el que tú quieres vivir tu opción por Jesús. Sentirás la llamada interior constante del Señor. Él te invita a entrar en Él y a vivir en su amor. Él te llama a abandonarte con Él lanzándote en el mar de la voluntad del Padre. Él quiere ser una sola cosa contigo porque tú has decidido ser una sola cosa con Él. Es tu opción de vida, tu única nostalgia. Has tomado conciencia de su persona. Él quiere vivir en ti e invitarte a caminar sobre el agua. Abandónate en la Palabra de Cristo. Húndete en el mar de Dios. En fe, con amor, sin ver, y cuando Él lo quiera, sin sentir. Sólo su amor y su palabra dan sentido a todo en tu vida.

Es esencial a tu opción por Cristo y a tu experiencia de Él, que revivas en ti el arrojo atrevido de Pedro, que se siente movido a pedirle al Señor que le mande ir hacia Él caminando sobre el agua. El agua incierta y temible es signo de las realidades de la vida que te envuelve. Todo es tan incierto e inseguro como el agua. Sólo la estabilidad y la firmeza del amor del Señor y la fuerza interior de la nostalgia te pueden mover a lanzarte sobre el agua de la vida en fe, en pura fe, sin ver, sin palpar, sin sentir... abandonado, rendido ante la evidencia de su amor o la fuerza de su llamada. Tu oración tendrá que ser una vida de entrega, sintiendo o no sintiendo, viendo o no viendo, porque te has abandonado en confianza.
Es el riesgo de tu vida que asumes en la fe.
Cree en el Señor Jesús. Cree en la fuerza de su resurrección. Diles a todos: "Sé de quién me he fiado" (2 Tm 1,12). Cuando en la sencillez fiel de tu oración de cada día buscas el rostro del Señor, percibes que en Él encuentras el sentido de tu vida. Él te estaba esperando. Él te llamó con su mirada y te esperaba con su amor. Cuanto más te fías, tienes más necesidad de abandonarte. Cuanto más te abandonas, sientes más la necesidad de vivir en comunión con Él. Él da un sentido nuevo a tu vida y a tu entrega. Descubres que no puedes vivir sin orar. Porque, en Él, te has arriesgado a vivir. Tu vocación es clara: seguir tras sus huellas empujado por el deseo de ser de Él. El sentido de tu vida estará en descubrir que todo te sirve para ir hacia Él. Tu oración consistirá en decir y revivir el don de su amor presente en tu existencia. Necesitarás orar porque sólo en Él encuentras el apoyo que precisas para luchar contracorriente en el mar impetuoso de la vida y en el misterio de un abandono incondicional en las manos del Padre, abierto decididamente a dejarte llevar por el viento del Espíritu. Confiando en Él te lanzaste al agua.

Sólo apoyándote en Él, creyendo en su amor, viviendo su vida, podrás encontrar la paz y colmar la sed de tu alma. En el Espíritu Santo vives esta entrega interior. Movido por el Espíritu del Señor Jesús te apoyas en Él y te lanzas en la vida. Todo es sencillo y claro como el agua cristalina de la fuente. Sólo en Él encontrarás el sentido de todo lo que vas viviendo. En su amor encontrarás el sentido que tuvo tu decisión de lanzarte en el mar de Dios empujado por la obstinada nostalgia de Él. Por eso sigues las huellas de Jesús. Él te hablará en la vida. Tú le hablarás en la oración.

Caminar sobre el agua

El relato evangélico de Pedro caminando sobre el agua tiene un camino oracional muy sencillo: puedes orarlo haciendo tuyas las palabras del primer Apóstol. Vive con él su experiencia de lanzarte en fe a caminar con Jesús sobre el agua. Personaliza tu experiencia de fe. Pregúntate: - ¿Sería capaz de pedirle al Señor que me mandara caminar con Él sobre el agua? - ¿De qué manera siento en mí la mirada del Señor Jesús que me llama y me invita a lanzarme tras sus pasos. - ¿Reconozco en Cristo al hijo de Dios vivo? - ¿Le percibo diciéndome: "Ánimo, soy yo, no tengas miedo" (Mt 14, 27; Mc 6, 50; Jn 6, 20) en todas las situaciones de la vida? - ¿Me fío plenamente del Señor cuando me invita a seguirlo en la entrega orante y en la donación en la vida? - ¿Escucho su voz cuando me invita a abandonarme en su abandono amoroso en las manos del Padre?

Es bueno que recorras, personalizando, los cinco párrafos en los que hemos dividido el relato evangélico. Las preguntas que se te proponen están centradas en el párrafo tercero. Creo que es mejor no encerrar los otros textos en preguntas que pueden parcializar la lectura oracional del texto. Que cada uno atienda las voces interiores del Espíritu para revivir el don y el mensaje de la Palabra. Al orar venera el libro de la Palabra. Sitúate en la presencia de Dios. Si te es posible vive tu oración cerca del sagrario, o al pie de una imagen del Señor crucificado, en actitud solidaria con aquellos que hoy son imagen viva del Cristo de la cruz. Deja resonar en tu alma silenciada la Palabra del Señor.

Atiende en silencio, espera y pide intensamente una palabra. Calla y espera. Verás que, poco a poco, va resonando en tu interior lo que el Señor quiere decirte. Mantén una actitud oracional calma, silenciosa y serena. No pretendas una oración eficaz. Calla y espera. Adora y ama. Él es tu única oración.

La memoria del corazón

Observa, guarda y medita en el corazón los pensamientos que acudan después de orar un texto tan sugestivo para ti, que vives en esta nostalgia, siempre dispuesto a seguir al Señor Jesús en un abandono pleno a la voluntad del Padre y a su plan de amor para ti. La escena evangélica que acabas de orar me sugiere estas palabras que te invito a guardar fuertemente grabadas en la memoria del corazón: Fíate del Señor; abandónate en Él, con Él y como Él en tu entrega oracional y en el compromiso de la vida. Aunque ello suponga para ti un salto en el vacío y una donación incondicional. Acepta sin condiciones el querer del Padre sobre ti, como lo hizo Él. Bebe hasta el fondo el cáliz de su voluntad. Abandónate en el abandono de Jesús. Acepta, como Él, el abandono en la cruz. Camina por sus mismas huellas. Vive tu camino con amor Acepta vivir en pura fe, en oscuridad, a la intemperie, sin programas, sin seguridades. Te lo repito: en pura fe... recuerda aquellas palabras de Jesús: "las zorras tienen cuevas y los pájaros nidos, el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza" (Mt 8, 20). Si esto lo llevas al terreno de la oración y del abandono, comprenderás el auténtico alcance de sus exigencias. Camina siempre a la luz de su presencia. Reconoce que el seguimiento de Cristo Jesús sólo puede ser incondicional, a fondo perdido, en un camino interior oracional y abandonado que después se plasmará en el compromiso de la vida.

Paréntesis

Cuando a lo largo del camino de la vida, he tenido que reconocer que no he sido fiel a la voz interior del Espíritu; cuando he tenido conciencia de mi infidelidad y de mi pecado; cuando he podido ver que no he respondido plenamente al don de Dios en mí; cuando las dificultades de la vida pesaban como una fuerte losa en el alma y he llegado a creer que Dios me estaba despojando de todo consuelo; cuando he podido experimentar la aridez interior, la sequedad en la oración o la noche oscura en el alma, siempre le he dicho al Señor: "Si es tu voluntad, quítamelo todo... despoja mi alma y vida de todo cuanto me reconforta. Pero. Señor no me quites el deseo de ti ni la nostalgia de tu amor; porque si me quitaras eso, Señor; si me quedara sin eso, moriría". Confidencia de un orante

II. En el camino de la nostalgia

Junto al sepulcro del Señor

"Noli me tangere" Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable. (Cant 8,7)

Cuando lees determinadas páginas del Evangelio tan entrañables como profundas, sientes la necesidad de venerar la Palabra del Señor y el deseo de acercarte a ella con una actitud interior de adoración. Lo adoras a Él, presente en su amor hecho Palabra. Lo veneras e lo que Él te quiere decir ahora y aquí. Sabes que El siempre te habla en presente, porque siempre está en tu vida, siempre es para ti presencia de amor y de gracia. Hoy tu atención se centrará en la primera aparición de Cristo resucitado. Él sale al encuentro de María Magdalena. Es un encuentro de amor y de gozo. Son pocas las palabras que entran en juego. Es la gran enseñanza del relato: cuando hay un gran amor, las palabras sobran porque entonces habla el silencio. En actitud de oración contempla el relato evangélico con una lectura pausada, lenta, llena de silencio:

Fuera, junto al sepulcro, estaba María llorando. Se asomó al sepulcro sin dejar de llorar y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. Le preguntaron: - ¿Por qué lloras, mujer? Les contestó. - Porque se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto. Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no se daba cuenta de que era Él. Jesús le preguntó: - ¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas? Tomándolo por el cuidador del huerto, le dijo ella: - Señor; si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, que yo lo recogeré. Jesús le dijo: - María. Ella se volvió y exclamó en su lengua. - Rabbuni. Que quiere decir: Maestro. Le dijo Jesús: - Suéltame que aún no estoy arriba con el Padre. Anda, ve a decirles a mis hermanos: Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, a mi Dios que es vuestro Dios. Fue María y anunció a los discípulos: - He visto al Señor y me ha dicho esto y esto. (Jn 20,1l-18)

Lo primero que puedes considerar es la especial relación de amor entre Jesús y María Magdalena. Todo el relato se ha de inscribir en esta línea de una relación interpersonal profunda. Sabemos que María de Magdala forma parte del grupo de mujeres que, junto a los apóstoles y a los discípulos más inmediatos, siguen a Jesús físicamente, después de haberlo dejado todo por Él. María Magdalena está también a los pies de la cruz acompañando a María y a Juan en el momento sublime de la muerte del Señor. En aquella ocasión, Jesús ni siquiera la menciona. Es lógico que en este instante sublime de la vida del Señor toda la atención se centre en su Madre, María. la Magdalena, tiene un gran protagonismo en los primeros momentos de desconcierto después de la muerte de Cristo. María es la primera que va al sepulcro y ve la piedra quitada. Se lo anuncia a los apóstoles que acuden a comprobar lo que les ha dicho la mujer. Pero sólo María se queda en el huerto, junto al sepulcro, llorando desconsolada. Aunque no está el cuerpo del Señor, ella no puede moverse de allí. Algo la retiene. Aquel lugar fue el último en el que estuvo el Maestro. Quiere ofrecerle un último gesto de amor. Ante la ausencia desconcertante y dolorosa del Señor, María de Magdala se contenta con el recuerdo de lo último que sabe de Él. Se consuela al poder estar cerca de aquel lugar que acogió, por última vez, el cuerpo del Señor al que ella tanto ama. Sin dejar de llorar, se asoma nuevamente al sepulcro.

Cuando ve al que ella cree que es el hortelano, le manifiesta su dolor. Todo es amor y gracia. Todo es luz. Estaba al alba María, esperándole con sus lágrimas, esperándole y llamándole. Él la llama por su nombre. María lo reconoce y contesta entusiasmada: Rabbuni. Entre Jesús y María de Magdala no hay otro intercambio de palabras que el nombre con el que se suelen llamar. Esos nombres tantas veces escuchados con una intensa carga de amor. Los iconógrafos han imaginado a María Magdalena arrodillada y con el deseo de agarrar fuertemente al Señor por los pies. Era el abrazo de quien quiere retener a aquel que tanto ha deseado. Quiere quedarse con Él, no quiere vivir otra vez la angustia de no saber ni siquiera donde está. María Magdalena no es posesiva, pero no quiere perderlo. El evangelista Juan, en este relato, supone que María ha abrazado los pies de Jesús. Pero el Señor le pide que lo suelte para que pueda ir sin tardanza a decirles a sus hermanos: "Lo he visto". No puede retenerlo, pues aún no está con el Padre. Pero ella tampoco puede detenerse; ha de correr a anunciar la resurrección del Señor a los hermanos. El amor y la espera fiel junto al sepulcro le han concedido la mejor gracia: ser la primera que ha visto al Resucitado. María de Magdala amó intensamente al Señor. Él la ha convertido en testigo.

Jesús le da un mensaje para todos. Él ha de ser fiel a la obediencia al Padre. Nada puede retenerle. Ni el amor de María Magdalena. Ni la necesidad de los apóstoles de compartir con Él el gozo de la resurrección y de la vida. Todo es gratuito, luminoso, muy de Dios Padre de amor y muy del Señor Jesús, rostro gratuito de este amor. En Él todo se convierte en maravilla de Dios. En el Señor resucitado todo es vida. El gozo de vivirlo resucitado es un don y un compromiso. María de Magdala ha sido testigo privilegiado de la resurrección. Ella vive un encuentro inigualable con Jesús. En ella y con ella, nosotros nos sentimos identificados como orantes que seguimos tras las huellas de Jesús, llenos de un amor profundo que nos hace vivir en una obstinada nostalgia de Él. Ella nos recuerda a todos los que buscamos el rostro del Señor en la oración, que no podemos quedarnos en ella. Porque la oración, experiencia profunda de Jesús, ha de ser anunciada. Somos testigos de que Él vive. El orante es siempre testigo.

Lo que buscas en la oración

En la oración siempre buscas un encuentro con el Señor. Encontrarte con Él no quiere decir sólo estar con Él, sino vivir en Él y para Él. En la oración vives la nostalgia de una presencia explícita, manifiesta, clara. Deseas poseer cuando, en realidad, en la oración vas a ser poseído por Él. Mira tu oración. Intenta ver cómo es tu encuentro con el Señor. Intenta descubrir de qué manera lo buscas, cómo lo esperas, cómo te comunicas con Él, cómo te das. Todo es un don de Dios y de su misericordiosa bondad. Pregúntate qué le pedirías al Señor si se te apareciera resucitado. - ¿Le manifestarías tu deseo de permanecer siempre en Él? - ¿Le expondrías la necesidad de no dejarlo nunca más sólo? - ¿Quieres estar plenamente en Él? - ¿Estás dispuesto a seguir el mismo camino que hizo Él, a caminar tras sus huellas hasta llegar al Padre?

Repite esta súplica entrañable:
Es imposible, Señor; conocerte y no amarte, no es posible amarte sin seguirte, me siento incapaz de seguirte sin llegar contigo hasta el final y cuando llego contigo hasta el final, veo que surge en mi interior el deseo insaciable de ser una sola cosa en ti. - ¿Quieres revivir su abandono incondicional a la voluntad del Padre? - ¿La oración es para ti posesión o búsqueda? Mira serenamente tu vida, enfréntate a ella desde la verdad de un corazón que ama y que busca sinceramente el rostro del Señor. Añora su presencia en la vida. - ¿Te crees poseedor de Cristo o te sabes plenamente poseído por Él? - ¿Lo buscas sin cesar, cuando lo sientes presente como cuando lo vives como ausente? - ¿Te dejas llevar plenamente por el Amor? En la vida de oración todo está lleno de una necesidad de comunicación interior con Aquél a quien amas con una nostalgia infinita. Por ello, enfréntate a todos estos interrogantes desde el silencio y la verdad de un corazón que ama. En silencio, sitúate ante la presencia del Señor y mira si tu vida ya está plenamente centrada en Él o el agua impetuosa de los ríos de la vida han conseguido debilitar tu amor.

- ¿En tu oración piensas en Él o en ti?
- ¿Te preocupa la sequedad?
- ¿Te inquieta sentir?

- ¿Oras con menos intensidad cuando la aridez anida en tu alma?

En realidad debes enfrentarte a la gran verdad de tu vida, al eterno dilema de tu historia: ¿Vives para Él o para ti? Todo ha de ser en Él y para Él. Todo se ha de vivir en la Presencia amorosa del Señor. Calla y contempla. Adora y ama. En Él y por Él, ésta ha de ser tu oración.

La invitación del Señor

Has de ser consciente de que en las sendas de la oración lo que realmente importa es tu encuentro con Él. En la lectura orada de la Palabra intentas descubrir lo que Él te dice ahora y aquí. Es bueno también que, dejándote llevar por un fuerte deseo de fidelidad, sientas la insistente invitación del Señor. Las palabras del evangelio de las bodas en las que el Señor invita a un comensal: "Amigo, sube más arriba" (Lc 14,10), han de ser para ti una invitación constante. El Señor invita, e invita siempre. Él quiere salir a tu encuentro cuando te ve disponible y amante, pobre y sencillo de alma. Él desea que tu atención al Espíritu sea la fuente esencial de tu oración. En todo caso, Él quiere que detrás de una voluntad firme de seguirlo y el deseo de asumir los compromisos que comporta este seguimiento, así como los que nacen de la nostalgia en la que vives, sientas que lo único que importa es el amor vivido siempre como don y como compromiso.

Tienen un sentido altamente reconfortante las palabras de Pedro con las que te sentirás profundamente identificado. Más aún, siento que el Señor me pide que hoy te las ofrezca como base de tu oración silenciosa: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe. vuestra propia salvación". (1 Pe 1,89) "Purificados ya internamente por la respuesta a la verdad, que lleva al amor sincero a los hermanos, amaos los unos a los otros de corazón e intensamente. Porque habéis vuelto a nacer y no de una semilla mortal sino de una inmortal, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente". (1 Pe 1,22-23) Todo ello constituye una invitación a entrar en el amor desde la experiencia de Jesús y a la experiencia de Jesús a través del amor inefable a los hermanos. Amor que se manifiesta y expresa en la voluntad de Dios que puedes conocer en las "cartas" que Él te va dejando en la vida.

Pausa

Creo que no es necesario indicar pautas oracionales para estos dos textos de la carta de Pedro leídos con el telón de fondo del evangelio de María de Magdala. Los orarás a partir de la actitud básica del desierto: en silencio, adoración, escucha atenta de la Palabra. Debes centrar tu atención en el nombre. Quizás es el aspecto fundamental del relato: María reconoce a Jesús cuando siente pronunciar su nombre. No lo ha visto, pero ya cree en Él. No lo ha reconocido aún, pero su corazón ya arde de amor. Hay que remarcar la dimensión testimonial del relato leído desde la perspectiva del valor del "nombre". Jesús no quiere que María Magdalena lo retenga, porque Él ha de volver al Padre, y ella ha de ir a testificarlo ante sus hermanos y a gritarles: He visto al Señor. En realidad el desierto no acaba en la experiencia oracional que puedes vivir en Él. Es necesario darle la dimensión testimonial que lo plenifica.

La memoria del corazón

La nostalgia es deseo y es añoranza. La nostalgia es vivir en el "ya" y en el "todavía no". Es reconocer que amas, pero que tu amor ha de crecer; que haces camino en el amor pero que aún queda mucho por recorrer; que ya posees, pero no posees del todo; que ya eres, pero aún no eres del todo; que ya te sientes poseído, pero aún no le perteneces del todo. La añoranza es realidad de amor y deseo de alcanzarlo. Es el todo y la nada. En Dios siempre es así. Nunca puedes decir que lo has alcanzado porque aquí en la tierra, siempre estás en camino. Es vivir en la alegría y en la añoranza. Sí, una añoranza que no es triste. Es añoranza serena, llena de amor. Quieres correr hacia Él, cuando todo te invita a detenerte. Decides detenerte, y en tu interior sientes un deseo irreprimible de correr. Es la exclamación de Juan de la Cruz cuando escribe en su Cántico Espiritual:

Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido. Descubre tu presencia y máteme tu vista y tu hermosura; mira que la dolencia de amor; que no se cura sino con la presencia y la figura. Podrás entender ahora el titulo de estas páginas: Mi única nostalgia. Porque llega un momento en el que el Espíritu te hace descubrir que la oración interior no es más que una obstinada nostalgia de Él. El Paráclito te la hace sentir, mientras te preparas para convertirla en realidad en un compromiso de vida y de amor, de entrega y solidaridad, de donación y abandono.

Tu nostalgia es súplica

Cuando ya estás dispuesto a volver a la vida, después de tus intensos pasos por el camino del desierto, siento que el Señor, interiormente me urge a escribir esta invitación a la súplica. Siento que es una invitación del Señor, no un pensamiento mío. Yo, por naturaleza, estoy más inclinado a la oración silenciosa y atenta. El Señor me enseñó a aprender la gran lección de estar y amar dejándome arrastrar por la nostalgia. Cuando voy a la oración busco más que nada complacerle desde mi silencio amante y de espera. En todo caso más que pedir, espero o le muestro la necesidad, como María en las bodas de Caná de Galilea o como aquel pobre y humilde ermitaño que con gran sencillez confesaba: "Hace tiempo que no le pido nada al Señor. Simplemente lo espero".

Yo mismo siento en lo más profundo de mi alma que el Señor, muchas veces me pide "otra cosa", como algo muy especial, muy "nuevo" en El y por Él. Esta es una ocasión en la que no puedo dejar de expresarlo. En este momento sagrado y silencioso de la mañana, cuando en oración me pongo a escribir estas páginas para acompañar la oración de mis hermanos en el desierto, no puedo dejar de decir: Él quiere que escriba sobre la súplica. Él quiere que invite a mis hermanos a suplicar. Y aquí estoy, en una obediencia y en una disponibilidad total al Espíritu. Has experimentado que el desierto es un tiempo muy especial, lleno de Dios, desde una apertura plena y total a la acción del Espíritu Santo que te hace experimentar una inagotable nostalgia. El desierto sólo tiene un secreto: el "cara a cara" con el Señor, sin límite de tiempo, sin cosas, ni temas que te pueden distraer de lo esencial.

¡Qué mejor maestro de oración que el Señor! ¡Qué otro camino de oración cabe imaginar que no sea dejarse llevar por el Espíritu Santo en una actitud abandonada sin fin! Muchas horas ante Él. En ellas, el silencio y la soledad te van trabajando y van haciendo tu vida cada vez más transparente ante su misericordia, su bondad y su presencia, y ante la acción plena del Espíritu en ti. Cuando suplicas, como sin querer, sales de ti mismo.

Esta es la pedagogía de Dios. Sientes y experimentas tu pobreza, tu necesidad, y te encuentras ante la presencia amorosa del Padre todo amor, todo bondad, siempre todopoderoso. Él es padre y todopoderoso. ¿Imaginas a un padre bueno y todopoderoso? ¿Imaginas qué no será capaz de hacer por el hijo a quien tanto ama? (Mt 7,7-11). Dios es más que un padre. La súplica suele comenzar siendo una oración egoísta. Te sientes pobre y acudes al Señor que lo puede todo. Comienzas pidiendo por ti y acabas descubriendo que los demás están aún más necesitados de Él. Hasta que llegas a poder decir con la sencillez de Clotilde, una humilde cristiana luterana, que en su lecho del hospital para terminales de cáncer, en París, me confesaba mirando la larga hilera de camas: "Padre, yo rezo mucho, pero nunca he pedido nada para mí. ¡Siento tanta compasión por los que me rodean!".

Ahí está la pedagogía de Dios. A medida que vas suplicando, te das cuenta de que no puedes encerrar tus súplicas en el mundo pequeño de tu vida. El Espíritu te hace ver por una parte las inmensas posibilidades del amor de Dios y por otra las necesidades de tus hermanos los hombres. Es la oración del contraste; cuanto más amas al Señor más desearías que lo amaran los demás, y más desearías que lo amaran más hermanos, que lo conocieran más personas. En tu interior va naciendo una urgencia. Sientes urgencia de llenarte de Dios. Sientes la necesidad de vivir plenamente en su misterio y en su amor total. Sientes que hay tanta gente que sufre, que vive sola, que está sin poder captar y percibir la maravilla de este mundo interior en el que tú estás viviendo… y desearías que tu voz fuera como el trueno para que todos supieran que hay Dios, que Dios es Padre, que Dios es amor, que Dios nos ama, que Dios te ama, que Dios me ama.

Tu corazón se ensancha, pero ni aun así puedes vivir hasta el fondo la misericordia del Señor y las posibilidades de que llegue a todos. Entonces, la única oración que cabe es la súplica. Suplicas al Señor; todo tu corazón suplica, todo tu ser lo hace, toda tu alma es una larga e incesante súplica. Más aún, llega un momento en el que percibes que el Espíritu Santo ha invadido tu corazón con la súplica. Y descubres que hay una súplica que no la haces tú, que es el mismo Espíritu el que suplica en ti con gemidos inefables y armoniosos. Es la súplica que ya no nace de tu alma, ya no es tuya; nace de más adentro, nace de lo más interior de tu ser, nace de algo que te supera. Es la súplica que nace de la Vida, de Él, que es la vida. Entonces se va produciendo en tu alma un fenómeno espiritual maravilloso, único e impensable, humanamente hablando. Suplicas más allá de lo que tú mismo podrías imaginar.

Porque la súplica que "se hace en ti", en realidad no es tuya, es del Espíritu Santo que en ti expresa sus gemidos inefables. Más aún, a medida que vas suplicando, vas siendo interiormente más solidario con las necesidades de tus hermanos los hombres, revives el don de ser miembro vivo del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Sientes más dentro de tu corazón el dolor de toda una humanidad sufriente, en la soledad y la ignorancia de Dios. Sientes, como en carne propia, las necesidades vivas de la Iglesia del Señor. Tu corazón y el de esta humanidad silenciosa y sufriente se convierte en uno sólo. La fuerza de esta solidaridad humana, aumentada y sellada por la fuerza del Espíritu Santo, que está obrando en ti el don de la súplica, adquiere una fuerza extraordinaria. Tu manera de vivir la oración, en el corazón de la Iglesia, te vuelve consciente de tu deber de interceder por ella, de orar desde un profundo sentido de amor de comunión. Te sientes intercesor, mediador entre Dios y los hombres. Te sabes, en tu pequeñez, parte de esa Iglesia que ora. Cuando oras, desde la fuerza poderosa de la súplica, sientes que estás ante Dios en nombre de toda la humanidad, y también en nombre de la Iglesia. Y sabes que, en tu pobreza, eres testigo de Dios ante el universo.

Noli me tangere, hemos orado en María Magdalena. Ella no puede "sujetar", ni retener al Señor, porque Él ha de volver al Padre. Ella ha de ir anunciar a sus hermanos: "He visto al Señor", pero como ha experimentado la fuerza y el poder del Espíritu Santo tiene la posibilidad de vivir la súplica. Es súplica de alabanza y acción de gracias. Es súplica de adoración. Intercede suplicando o alaba intercediendo. Vive en la oración sin fin; es la súplica incesante, porque nace de un amor sin límites.

III. Una experiencia inefable

Dios es cercanía en viva voz

Todo comenzó en tu humilde intento de conseguir que cesaran los ruidos con los que iniciaste tu deseo de responder a la nostalgia interior ¡Son tantas las cosas que se interponen! En un segundo momento comprobaste que se desataban en ti las lenguas del Espíritu. Pudiste reconocer la invitación del Señor; junto con el ardoroso deseo de alcanzarlo. Ahora ya puedes decir: ¡Todo es presencia y gracia! Él está en mí y yo en Él, unidad de fe y de vida, plenitud de amor; comunión. Porque es cierto: llega un momento en el que el Espíritu te hace sentir que es verdad, que Dios es cercanía en viva voz.

En Betsaida

Todo es sencillo y claro

Tú que has preparado el camino que conduce a ver tu rostro, hazme la gracia de contemplar su luz. Tú, que me has hecho conocer la viña nueva, hazme partícipe del gozo de la vendimia. (Anónimo del siglo XI) Es el momento de experimentar que "Dios es cercanía en viva voz" con esta realidad del proceso interior que el Espíritu va haciendo en ti o que tú haces en Él. En toda ruta es importantísimo poder conocer los pasos del camino que estás comenzando. Y cuando se trata de iniciar un camino tan intenso y hermoso como el de la experiencia de Dios en tu vida, la necesidad de conocer las sendas se hace aún más imperiosa. Por ello voy a dedicarle una atención especial. Ciertamente estamos ante la oportunidad de participar del "gozo de la vendimia", mientras le damos un "buen hospedaje". La obstinada nostalgia de Él te movió a iniciar este camino. Ahora te llevará de la mano para que puedas colmar tu nostalgia.

La preparación del camino

Tú, peregrino del camino de la experiencia de Dios, después de un tiempo de intensa andadura, llegas a poder afirmar que vives la hermosa experiencia de saberte esperado por el Señor. Sabes que Él te estaba esperando para mostrarte y hacerte "sentir" su mirada llena de amor y de ternura. Es una mirada que "habla", que da paz, que estimula una vida de entrega porque el Señor te hace saber que:

- eres amado por el Padre con un amor personal creador, salvador. Amor que se deja sentir en la vida y que te lleva a vivir en el amor y servir en el amor a los hermanos. Él te concede la gracia de experimentar que por amor has sido rescatado de las aguas y liberado.
- por amor en Cristo Jesús has sido elegido e invitado a entrar en una comunión de amor pleno total con Él. Es la elección a participar en la intimidad con Dios en unión con Cristo, en el corazón de la Trinidad.

- en la misericordia del Señor, que ha mirado tu pequeñez y tu pobreza, has sido llamado a un encuentro íntimo con Él. contemplativo en el Espíritu Santo. Esta llamada personal que ha sido precedida del amor y de la elección del Señor, es una gracia interior que te lleva a vivir en una donación total por amor. Esta donación se concreta interiormente en la fidelidad al encuentro orante y en una donación plena, total, abnegada en el servicio amoroso a los hermanos en la vida de cada día. Vives entonces en el gozo de amar sencillamente y en el reconocimiento que, desde la llamada de Dios, todo es un don de su amor.


Esta experiencia espiritual la vivió María, la primera entre los redimidos, y la viven todos aquellos que acogen el amor de Dios y responden con entrega. Tu respuesta tiene unas manifestaciones especiales. Son siempre respuestas de amor al Amor. Son respuestas llenas de gratuidad y desasimiento. porque el amor que has recibido es también gratuito. Irás descubriendo que, en realidad, la oración contemplativa es siempre una respuesta al don de Dios en tu vida. Vas recibiendo y, al mismo tiempo, vas respondiendo desde un gran sentido de gratuidad al don de Dios. Las manifestaciones de tu respuesta se podrían concretar en estos pasos:

Vivir en la presencia. Es la primera respuesta, la más elemental y muchas veces la más olvidada. Se la considera insignificante, cuando, en realidad, es la que da la pauta. Es el primer camino de iniciación a la experiencia de Dios en la vida de cada día. También es la primera muestra de gratitud al don gratuito de Dios. Porque te sabes amado, rescatado, elegido y llamado, intentas vivir siempre en el amor de Aquel que sabes que te ama. Y en el amor del Señor a quien deseas seguir, que sabes que muere en la cruz por amor de tu amor, porque desea tu amor. Tu primera respuesta será vivir constantemente en su presencia. Es un camino de oración inicial muy sencillo, pero no por ello menos necesario. Vives en la presencia y encuentras en esta manera de orar tan elemental, un modo de expresar la dimensión orante de tu vida. Será siempre una oración insertada en la vida. Buscas al Señor en su presencia explícita de la Eucaristía lo celebras en la Liturgia de las Horas, pero lo buscas en los tiempos de tu silencio pausado y sereno. Lo buscas porque te sabes buscado por Él.

Confianza. Te fías del Señor. Confías en su misericordia. No te apoyas en tus propias fuerzas. Vives siempre apoyado en la seguridad de que el amor del Señor nunca te abandonará. Es una confianza que te lleva a una entrega mayor. Cada vez más radical, cada vez más plena, cada vez más viva y vivida, más experimentada. Estás siempre en Él pues te sabes profundamente amado por el Amor. A partir de esta experiencia del amor de Dios, a la que te ha conducido la confianza, descubres que puedes vivir todo el día en la presencia amorosa del Señor. Tu vida se desenvuelve siempre en Él. Nunca dudas de su presencia, pues mantenerla es para ti como una exigencia de amor. Como María que siempre estaba en Él, porque se sabía poseída por el Espíritu Santo. Ella es obra del Amor. La confianza te hará experimentar que tú. en tu pobreza, también eres una pequeña obra de amor. Esta confianza, oración contemplativa elemental, impregna todo lo que vives y haces en tu vida. Apoyado en la seguridad de que Él está y nunca falla, el caminante del camino de la contemplación vive siempre en la paz de saberse amado por el Señor y de vivir siempre en su presencia de amor. Es ésta una manera intensa del "vivir en el Señor", núcleo y alma de toda oración contemplativa. Es el paso necesario para experimentar que Dios es cercanía en viva voz.

Ofrecimientos. Es la primera consecuencia de la confianza en el amor del Señor que ha inundado tu vida. Te ofreces y le ofreces todo lo que tienes en tus pobres manos. Comienzas el día con el deseo de poderle dar tu amor expresado en gestos concretos. Vives tus "renuncias" como una ofrenda de amor, tus pequeñas y grandes entregas en el servicio a los hermanos como una interminable procesión de ofrendas al Señor. Lo haces todo y lo sufres todo por Él, que es el único que justifica tu vida. La palabra interior de tu corazón es siempre la misma: "Por ti. Señor" Vivir estos innumerables ofrecimientos te llevará a mantener durante todo el día la presencia del Señor. Tu vida irá siendo una oración constante. Dios será una cercanía en viva voz.

Abandono. Es un don del Espíritu Santo. Descubres que el Señor te lleva a abandonarte plenamente en las manos amorosas del Padre. Vives el misterio del abandono como algo que te supera. Por ello, necesariamente, vas descubriendo que sólo puedes abandonarte en Cristo, por Él y con Él. Todo comienza con una invitación interior del Espíritu Santo a decirle: "Padre, me abandono en tus manos". Poco a poco, el Señor te va conduciendo a vivir siempre en una actitud interior, plasmada en la vida de abandono pleno y total en las manos del Padre, y a tener siempre paz en el alma al saber que todo lo que tienes todo lo que eres, todo lo que recibes y todo lo que puedes esperar es un don del amor del Padre. Vives en la paz de saberte amado. Esta actitud interior de abandono te va conduciendo hacia una donación total al Señor. en una entrega amorosa y concreta en el servicio humilde y abnegado a los hermanos. Sientes necesidad de dejarte amar y dejarte llevar por el Señor. Llega un momento en el que el Espíritu Santo te conduce hacia un abandono pleno, total, físico, en las manos amorosas del Padre. Estás siempre en Él y no puedes, ni lo deseas, salir de estas manos que, con amor, te van conduciendo, guiando, arrastrando y transformando. Poco a poco percibes, incluso algunas veces sensiblemente, que eres de Él y que no deseas otra cosa en la vida que ser de Él, en una participación lejana, -así es nuestra pobreza- de la obra que el Espíritu Santo realiza en María gracias a su docilidad disponible al Espíritu Santo.

Entrega total. Es una etapa avanzada en la vida en el Espíritu. El Señor ha ido preparando todo para convertir tu vida en un don de amor absoluto. La humildad te ha conducido a un olvido pleno y total de ti mismo. La confianza amorosa te hace "conocer" al Señor como amor. La confianza que te ha llevado de la mano para realizar en tu vida tus ofrecimientos como gestos de amor para el Señor que sabes que te ama. Ha llegado después la moción del Espíritu Santo que te ha guiado hacia el abandono con sus grandes implicaciones y exigencias. El Espíritu Santo actúa en ti cada vez de manera más eficaz, porque es menor tu resistencia y mayor la invasión de su amor. Todo se ha ido preparando para que tu alma esté plenamente dispuesta a la entrega total. Vives en una necesidad que el Espíritu Santo te hace sentir intensamente, darte por entero, incondicionalmente, al Señor, mientras que ya no tienes nada tuyo y vives en la desposesión total porque te entregas sin medida en el servicio disponible a los hermanos. Buscas lo más sacrificado lo más escondido, lo más humilde, y el Señor te concede la gracia de vivirlo con una discreción total. El mismo Espíritu Santo te va mostrando que esto es lo que el Padre quiere de ti, que sólo te queda vivir como María en una disponibilidad ilimitada al amor. Como ella sólo puedes decir: "Que se haga en mi según tu palabra" (Lc 1 ,38). Cada vez tienes menos, te tienes menos a ti mismo, porque lo vas dando todo. Cada vez te preocupa menos la estima que se tiene de ti porque lo único que te importa es el amor. Cada vez vives más libre de ti mismo porque eres del Señor y desde este deseo de ser sólo de Él, buscas entregarte plenamente a los hermanos más necesitados.

En esta etapa, el Espíritu Santo te va conduciendo a una purificación total de tu vida. Es el despojo, obra del amor. Hay momentos en los que este despojo se realiza en medio de un sufrimiento interior grande, pero no importa. El Señor te hace ver que es una obra de su amor. Ya no te inquieta sufrir o morir. Sólo quieres su voluntad. Ves que esto no puede ser tuyo porque sólo es una obra del Amor. El Espíritu Santo te va llevando hacia un amor intenso al Señor Jesús crucificado por amor. Es la necesidad de unirte a Él la que te urge cada vez con más fuerza y con mayor amor a caminar hacia el Señor que en la cruz se inmola al Padre para la salvación de todos. El mismo Señor revive en la Eucaristía constantemente esta inmolación por amor. Te unes a la Eucaristía, a la celebración de su amor y de su entrega. Es el tiempo de vivir el sentido eclesial y fraterno de tu donación abnegada y gozosa. La cruz y la eucaristía, el Calvario y la misa, junto con el amor a María que está al pie de la cruz, van configurando en tu alma un deseo creciente de entrega. El Espíritu Santo te enseñará a descubrir las dimensiones y alcance interior de esta entrega, mientras tú vas viviendo una donación ilimitada en el servicio a los hermanos.

Ofrecimiento de la propia vida. Es la culminación de la obra del Espíritu Santo en el alma orante que hace el camino de la contemplación. Llega un momento en el que el alma se siente interiormente impulsada por el Espíritu a dárselo todo y a darse por entero al Señor, en un ofrecimiento victimal (Rom 12). Es una necesidad interior que te lleva hasta el ofrecimiento de la propia vida como ofrenda de amor. Aunque no lo parezca en la manera de formularlo, tiene un profundo sentido de alabanza. Viene a ser el gesto supremo de amor, como la obediencia "hasta la muerte" aceptada voluntariamente por el Señor. Es una etapa de la vida de oración, en el seguimiento de Cristo Jesús, en la que te sientes llamado a darte por entero al Señor y a ofrecer la propia vida con Cristo, por Él y en Él en una ofrenda interminable de alabanza y acción de gracias para la salvación de los hombres por el amor. En realidad, este ofrecimiento es la culminación del amor: el alma se siente entonces llamada a "dejarse amar" hasta el final. Una buena contemplativa que lo vivió en plenitud, se sintió movida a expresarlo en unas pocas palabras altamente significativas: "He conocido y creído en el amor que me tienes. Y ante este amor sólo puedo callar, hacerme vacía para que tú puedas volcarte, amarme todo lo que quieras, desahogar en mí tu amor. Amarte será dejarme amar".

Es una invasión de amor plena, total, inagotable. Sientes que no puedes ni debes dejar de buscar amorosamente la voluntad del Señor en tu vida. Este ofrecimiento tendrá su culminación en la Pascua del Señor, cuando bien unido a Cristo, víctima pascual, te ofreces al Padre con amor y por amor, en Iglesia, junto a tus hermanos que celebran la Vida. Es el camino de la unión íntima con Él. Ya no eres tú, es Él en ti. Tú y Él una sola cosa en el Amor. Son palabras muchas veces repetidas, pero que solo en esta etapa del ofrecimiento victimal adquieren pleno sentido. En el Espíritu Santo llegan a convertirse en la verdad de la vida.

Otras manifestaciones. En el camino oracional hacia la contemplación y en la ruta de la experiencia de Dios, siempre empujado por la sed y la nostalgia, no todo termina en esta ofrenda de la propia vida de la que acabamos de hablar. Estamos ya en una etapa de la vida en la que la plenitud de los dones del Espíritu Santo actúa con fuerza y en cada uno de nosotros el Espíritu se manifiesta de manera diferente. A unos el Señor los lleva por el camino de vivir hasta el final el don de la filiación divina. Les basta con reconocer y vivir en el don de ser hijos de Dios. Su oración se manifiesta desde el gozo de reconocer a Dios como padre y a Cristo Jesús como hijo en el cual somos hijos. Todo es un reconocimiento de la gracia de Abba-Padre. Otros son llamados a plasmar este camino contemplativo en una actitud heroica de aceptación de la voluntad del Padre. Su oración y toda su vida no tiene otros cauces que afirmar con toda la fuerza: "Que se ha a tu voluntad". No tienen otra súplica. No viven en otro camino que no sea el de la voluntad de Dios. Saben que Él tiene un plan de amor que desea realizar en su vida. En Él, con Él y en Él viven para hacer su voluntad. En esto te unes íntimamente a Cristo que nació. murió vivió solo para hacer la voluntad del Padre. Al concretarlo tú en tu vida experimentas una gran paz. Y llegas a ver que puedes orar en todo momento; toda tu vida es una larga oración, pues en todo no buscas otra cosa que realizar lo que Dios quiere de ti.

Algunos hermanos vivirán su oración contemplativa constante en el simple hecho de saberse en el corazón de la Trinidad. El hecho de "habitar" en la Trinidad y de experimentar que la Trinidad te habita, te permite encontrar, junto con la paz, un camino de oración constante e ininterrumpida. Otros hermanos y hermanas son llevados a la contemplación reviviendo la actitud sencilla y humilde de María, la sierva de Dios, que en la humildad y sencillez de un camino escondido, vive constantemente en Dios que hace grandes cosas y vuelca el don de su gracia en los que le buscan con sinceridad de corazón.

Pequeñas palabras para un pequeño camino

Todas estas explicaciones han de tener una necesaria explicitación en un camino que llamamos "pequeño", porque está expresado en pequeñas palabras accesibles a todos. Este proceso espiritual se realizada a partir de los dones del Señor en el Espíritu Santo. Es un camino que no haces tú. sino el Espíritu Santo que obra en tu alma. Ahora deseo mostrarte un "pequeño camino". Son pequeños sus pasos. Ha de quedarte bien claro que si los sigues, no merecerás el don del Espíritu, porque es siempre gratuito, pero te dispondrás para recibirlo como don de su amor.

- Acepta con paz no ser valorado ni estimado. No actúes nunca por respetos humanos o para merecer el reconocimiento de los demás. Vive siempre en la humilde y pequeña vida oscura de aquel que se deja llevar sólo por el Amor.

- No te hagas notar en nada. No busques destacar. Acepta el último lugar. Pídele al Padre la gracia de pasar siempre desapercibido. Vivirás sólo y enteramente por la gracia del amor de Dios en tu vida. El Señor será tu único bien.

- Olvídate de ti mismo. Que no te inquieten tus pobrezas, reconócete en ellas. Vive tus propias miserias y piensa que el Señor no te ama porque eres bueno sino porque eres pobre. Acepta que Él viva en tu propia miseria y te salve con su amor.

- Reconoce que todo lo que vives en Él es un don de su amor. Acepta cuando Él lo quiera la noche más oscura. O acepta la luz de su amor manifestado y sentido. Ámalo cuando lo sientas cerca, pero no dejes de amarlo cuando te parezca que está lejos. En Él todo es obra de su amor.

- Que tus predilectos sean siempre los de Jesús, los más pobres, los más miserables, los más pequeños. En el Señor Jesús lo serás todo en la vida. Dile como el apotegma de uno de los anónimos padres del desierto: "Tú, Señor, todo; yo nada. Tú, Señor, siempre; yo nunca" y en todo ello vive en la paz y en la alegría. Porque Él te ama en tu pobreza.

- Recuerda siempre que el Señor no tiene bastante con que tú le ofrezcas tu humildad. Él quiere tu nada. Vive con la única seguridad de que Él ha puesto en tus manos el presente y una gran confianza.

- No tendrás que hacer ningún esfuerzo para ser pequeño. Te bastará seguir el consejo de santa Teresita del Niño Jesús: "Ser pequeño es reconocer la propia nada, esperarlo todo de Dios, como un niño lo espera todo de su madre, no ambicionar nada, no pretender nada".

- Vive en el silencio y en el amor escondido en los gestos de tu entrega de cada día. Acepta con humildad tu pobreza. Reconoce que en todo lo que tienes y eres, lo único que vale es que eres amado por el Amor.

- Ama la cruz, pero no busques las cruces artificiales o inventadas. Basta con que aceptes llevar la cruz de cada día en silencio y con humilde sencillez. En todo caso siempre tendrás cerca alguna cruz para ayudar a llevar.

- Recuerda siempre que:

Orar es sumergirte en Él, escondido en su corazón. Orar es abrir tu vida a la invasión de Cristo. Orar es dejarte amar por el Señor. Orar es dejar que Él lo sea todo en ti. Orar es darle la primacía total y absoluta en tu vida. Orar es convertirlo en el único deseo de tu alma. Orar es vivir en una insaciable nostalgia de Él. Si oras así comprenderás la gran verdad: "El Señor es tu único bien".

Paréntesis

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor; me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por inmensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: "Soy tu alimento de adultos, crece y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí".

Y buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba, y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuvieran en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y yo lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

San Agustín: Confesiones (L. 7, 10,18; 10, 27)

III. Una experiencia inefable

Nunca dudes de su presencia

Señor, tú eres mi única nostalgia Cuando hambreando su amor y su presencia entras en el camino de la oración, piensa que por la gratuidad del amor del Padre has podido recibir la invitación a entrar en el encuentro de comunión y de amor con Él. Él te ha llamado porque quiere que conozcas su rostro de amor, Cristo Jesús, y junto a Él, con Él y en Él, puedas entrar en el gozo de comunión que es la Trinidad. La Santa Trinidad te acoge en su seno y allí envuelto de su presencia, inundado de amor, vives en la comunión incesante, participas en el proyecto salvador, compartes la plenitud de la vida. Todo desde una gran solidaridad y comunión fraterna con los hermanos, desde el compromiso de la vida. Tu nostalgia te hizo entrar en el camino de la búsqueda incesante de su amor. Acercándote a Él y dándole hospedaje en tu interior has podido ver cómo va haciendo camino en ti.

La Santa Trinidad está en tu corazón Acógela con amor. Sé testigo del don de ser habitado por Dios a través de tu compromiso sincero de misericordia, comprensión y ternura con las que acoges y sirves a tus hermanos en el amor. Expresa el don de Dios en la disponibilidad para la acogida y el servicio con los más necesitados. Ellos son siempre los predilectos de Dios y han de ser los tuyos. Cuando oras, Él va conduciendo tu alma a vivir siempre en la presencia. Poco a poco, tu nostalgia se llenará de presencia. Experimentando su presencia crecerá tu nostalgia. Él vive en ti. Él quiere transformarte con su amor. Vive tú siempre en Él. Abandónate a la obra del Espíritu en tu alma. No digas nunca "no" al Espíritu, lo que equivale a decirte, no te cierres nunca al Amor. "Tuvo más fuerza el Amor... "

Abre tu alma y tu vida a los dones del Espíritu Santo. Para ello vete haciendo la ruta del silencio con paciencia. Busca el silencio, sobre todo espéralo, pues el silencio verdadero, el silencio interior, es un don del Espíritu Santo. Que no falten nunca en tu camino espacios de silencio, atención y escucha de la voz interior del Espíritu. En ellos te vas abandonando al Amor. Cuando ores, habla al Señor, pero nunca olvides que debes escucharlo. Él quiere hablarte al corazón para indicarte incesantemente las sendas que quiere que recorras en la vida. Calla a ti mismo, a tus cosas, a tus proyectos. Que sólo resuene en tu alma la nostalgia de Él. Vive disponible al proyecto de amor que Él tiene para ti. Acepta todo cuanto vayas recibiendo del Señor y de los hermanos en la vida. En el Espíritu vive la entrega plena y total a la voluntad del Padre.

Confía en la fuerza del Espíritu que te irá guiando hacia la realización plena del amor de Dios en tu vida. Busca en todo, ser en Él y vivir en Él. No tengas miedo al silencio. Acoge la ternura de Dios derramada en tu alma y comunícala serenamente a los hermanos. Que día a día puedas crecer en el amor. Si quieres crecer de verdad en el amor, despójate de palabras, deja a un lado "tus" oraciones, porque la oración que Él más ama es el amor callado. Que toda tu vida sea una oración inagotable pues estás plenamente en la onda del Espíritu Santo. No busques la oración para sentirla. Añora la súplica que es expresión de tu nostalgia y nace en la vida y te envía nuevamente al compromiso de la vida. Para ello, que tu vida se desenvuelva siempre en la alabanza, la acción de gracias y la súplica. Alaba, sí, alaba al Señor. Que todos tus pasos vayan construyendo una ruta de alabanza, pues te mueves en Dios y por Él. Vives siempre en Él gracias al don del Espíritu que ora en ti. Nunca dudes de su presencia.

Él siempre está.

Reconoce sus pasos en la vida, su bondad y su ternura derramadas en la creación y en los hombres y mujeres de tu tierra y de tu tiempo. Con Él tendrás la fuerza de transformar el mundo. Lee en la calma serena del silencio estos pequeños mensajes. Si estás lleno de la paz del Espíritu en tu alma serás, aunque no te lo propongas, testigo y sembrador de paz Si eres nómada, viajero de geografías y culturas, y permites que los vientos de Dios rocen e impregnen tu piel y lleguen hasta la médula de tus huesos, serás testigo de la presencia de Dios en el mundo. Si tu patria y tu casa es el camino. Si vives en la añoranza de la verdadera patria, el rostro del Señor, si no te instalas y estableces tu domicilio en la provisionalidad de todo aquí en la tierra, estarás diciendo con la palabra de tu vida, que todo ha de ser una gran peregrinación hacia el encuentro con Dios. Serás, entre tus hermanos, sacramento del encuentro en el. amor. Después ya podrás decir que este milagro no es obra tuya, sino obra del Espíritu que te habita. Si te sabes buscado y sientes que una presencia está brotando de lo más hondo de tu ser, como don inefable, inmaculado, transparente, podrás ofrecer a tus hermanos la invitación a dejarse invadir por el Espíritu que ya los habita. Ayudarás a descubrir el tesoro escondido en el amplio campo del alma, en las inmensas estepas de la tierra, en el corazón del bullicio en el que se desenvuelve la vida de los hombres.

Si descubres que de ti nace una fuente, como un río donde todos pueden beber hasta saciarse, entenderás que ha sido el Señor quien ha llenado tu alma de esta agua viva que salta hasta la eternidad que todos añoran. Si crees que en el más extraño de los rostros alguien aguarda calladamente a desvelarse, y en tu disponibilidad lo acoges con la paz y la alegría con las que esperas cada amanecer; ayudarás a sembrar en el mundo la semilla de la esperanza. Si sientes que en tu corazón brota a borbotones el torrente de la súplica, si el Espíritu te ha llenado de solidaridad y de compasión, no apagues en ti esta llama. No ceses de orar; intercede por todos y por todo. Que en tu alma tengan cabida todos, y que tu súplica alcance a todos los que aún peregrinan bajo el amplio techo del cielo. Si en los éxodos cotidianos sabes que Él está ahí, que tú también estás en Él en las horas y en el estruendo de la agitación, no olvides que esta realidad se produce en tu alma gracias al don del Espíritu. Abandónate a su influencia y piensa que has de ser testigo del Señor Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que vive en la vida de los hombres y comparte sus inquietudes y problemas, sus ilusiones y esperanzas, por amor gratuito y generoso. Siéntete invitado a ser testigo de Cristo en el corazón del mundo.

Si nada te retiene ni eres prisionero de nadie; si vives libre y desasido, para atarte sólo al compromiso con Cristo que se entrega a la cruz, recuerda que Él te liberó para que tú vivas en una plena y total libertad de entrega. Si redimes el amor perseguido y encarcelado en los egoísmos y los odios, en las opresiones y en las guerras, en las luchas y en las falsas treguas, irás haciendo camino para que el Amor sea conocido, amado, buscado y deseado como cumbre final de toda ansia de amor. Si descubres que los latidos del mar; de las estrellas, del fuego, de la tierra entera, es tu latido, tu único latido, verás que todo te lleva a reconocer que el alma de todos los latidos de la naturaleza y de la creación es el amor de Dios. Si olvidas tu edad, las debilidades de tu cuerpo y la flaqueza de tu alma, si te dejas absorber hacia dentro, vivirás la plenitud del primer encuentro que se ha de realizar en tu vida, el encuentro contigo mismo, el encuentro con el Señor que está en la raíz de tu alma. Si en lugar de inventariar diferencias, te das cuenta de que a la luz de tu mirada se van borrando todas las separaciones y todo regresa a la unidad original, vete pensando que estás abriendo camino para que cada hermano pueda descubrir que el aliento que lo mueve todo es el soplo del Espíritu del Amor de Dios.
(José Moratiel)

En Cristo Jesús el Señor, en el Espíritu Santo que todo lo vivifica y en el Padre del amplio cielo de la misericordia, puedes encontrarte a ti mismo, lo encuentras a Él, se va saciando tu nostalgia. Entonces, junto a tus hermanos, irás caminando hacia el "nosotros" de todas las creaturas en Dios. Abandónate en las manos del Padre. Vive inundado de la presencia del Hijo. Que el Espíritu Santo guíe, acompañe y mueva todo en la vida. Que María, el rostro femenino de Dios, misericordia convertida en ternura materna te conduzca hacia el corazón de la Trinidad. Allí colmarás tu nostalgia de Él. Dios siempre está. Nunca dudes de su presencia. En Él, por Él y con Él vives y te renuevas en el encuentro de amor.

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...