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viernes, 8 de julio de 2011

Jean Lafrance

Si eres de verdad un hijo para Dios, debes contemplar al Hijo único, para que te comunique sus gustos y sus costumbres. Mira como ha vivido abandonado al Padre, sin rigidez. Sabía muy bien que iba hacia la cruz, pero ha vivido como un hijo, sin atormentarse antes de tiempo. Ha vivido la amistad del tiempo presente. Entre los medios que eliges para ir hacia Dios, pregúntate: ¿Esto me suaviza un poco más, me hace más niño?
Si quieres vivir como un hijo, te invito a leer en la oración a Lucas (12,22-32) el pasaje titulado: vivir de la gracia de Dios; verás como Jesús ha vivido bajo la mirada del Padre. En él aparece continuamente la expresión: "No te preocupes por nada, no temas". Cuando Dios llama por teléfono a la tierra, hay que escucharle en indicativo; así hablaba con María de Nazaret: "No temas". ¡No tengas miedo" El Señor sabe muy bien que tienes miedo cuando se te acerca. No estás desarmado y levantas tus defensas entre Dios y tú, ente tú y los demás.
Sobre todo no te sientas culpable por este miedo, está en el orden de las cosas de la tierra. Acéptalo como parte del lote inevitable de tus miserias de hombre que no está todavía totalmente purificado.
Llegará un día en que te verás libre de todas tus inquietudes. El padre Molinié define a un santo como quien no tiene miedo de Dios. Puede tener miedo de los acontecimientos que le zarandean, pero no tiene ya miedo de Aquel que dirige los acontecimientos "pues sabe en quien se ha fiado".
¿Por qué no dejas de tener miedo, te fías de Dios y te abandonas a él? El Padre ve y sabe todo lo que necesitas. Es un Padre atento y tierno con el menor deseo que sube del corazón de sus hijos. Sólo Dios es bueno (Mc. 10,18), profundamente tierno y dulce. Jesús es el único que lo sabe bien y cuando te aconseja que te abandones a Dios, sabe en que manos te pone. Dice sencillamente lo que ha visto junto a su Padre que ve y conoce tus necesidades. Y esta certeza de sentirse mirado por un Padre, atento e interesado, es lo que propone y pide a tu fe. Fe díficil, porque no supone necesariamente una experiencia y porque el silencio de Dios es a veces más sensible que su propia atención. Así debe de ser precisamente la fe: que se fie lo suficientemente de Dios para que no le pida milagros, y que le estime lo suficiente como para atreverse a contar con su criatura.
El objetivo de la oración es entrar en el secreto del corazón, bajo la mirada del Padre que sabe aquello que necesitas antes de que se lo pidas (Mt. 6,8) En la agonía, Jesús ora para que el cáliz se aleja de él; aparentemente no es escuchado, pero él continúa contra viento y marea fiándose del Padre. Una confianza así tiene incidencias muy concretas en la vida real y cotidiana. Porque Dios existe, obra y es amor, un cierto número de actitudes adquieren todo su sentido: callar para atender a lo que obra en tí, dejar hacer y otras tantas actitudes que dan preferencia a su acción sobre la tuya.
A partir del momento en que reconoces: "Tú nos has hecho, Señor, y somos tuyos" descubres el recuerdo escondido de tu nacimiento terreno y puedes nacer a la existencia de arriba. Abandonas el pasado a la misericordia de Dios, confías el porvenir a su providencia y te queda tan sólo el instante presente, único lugar de tu comunión con Dios, si te abandonas a su voluntad. El momento presente es el punto de incersión de Dios en tu vida y la fuente de tu oración continua. No te preocupes por el porvenir, pues es tomar el puesto de Dios, dice Teresa de Lisieux, y ponerte a crear.
No puedes saber la alegría que da este abandono. Acepta que todo lo que eres, se lo debes a Otro al que descubres oscuramente trabajando en el corazón de tu vida: aquel que es, por el que han sido hechas todas las cosas, el creador, Dios bendito eternamente, dirá San Pablo. El día en que despiertes a este descubrimiento maravilloso, escaparás de una larga opresión, tus bloqueos y crispaciones cederán para dejar sitio a la alegría y a la pura alabanza a Dios.
Hoy es tal vez la ocasión propicia, aquella en la que el Espíritu Santo tenga a bien hacerte comprender este abandono, para ayudarte a llevarlo a la práctica en lo concreto de tu vida con sus dolores y sus alegrías.
No pases de largo la infancia espiritual; estás tal vez en un momento de tu vida favorable para acoger estas palabras.

Quienes se sienten llamados a consagrarse totalmente "a la oración por el mundo" a fin de que el Hijo del Hombre encuentre aún fe cuando vuelva a la tierra, deben sumirse plenamente en la oración de María, la cual comenzó y acabó su vida en la oración incesante. Sobre todo no han de intentar justificarse cuando les digan que esta oración es utópica o que no basta rezar; no hay ninguna justificación que buscar, pues su vocación viene de arriba y sólo el Padre puede decidir sobre esta vocación.
No han de buscar tampoco cómo orar ni cuánto tiempo han de orar, y menos aún si han de hacerlo mental o vocalmente. Unicamente han de consagrarse a la oración. Si les preguntan por qué rezar, por quién rezar, si tiene alguna utilidad rezar, limítense a responder: Yo rezo porque Dios es Dios y me lo ha pedido. Sobre todo que no busquen rezar bien, de lo contrario no rezarán jamás; sino que busquen ante todo rezar siempre, sin cansarse nunca, sin desanimarse.
¿qué quiere decir sumirse totalmente en María? La respuesta nos la da Luis Griñon de Monfort, al decir "que debemos hacer todas nuestras oraciones en el oratorio del corazón de María". Esto supone que hemos descubierto ese oratorio y que habitamos en el corazón de María, lo mismo que Juan acogió a María en su casa después de pascua. En otros términos, es preciso que hayamos tenido la experiencia de la proximidad de María, de su presencia a nuestra vera, pues ella nos conoce a fondo e íntimamente, hasta el punto de que no necesitamos abrirle nuestro corazón y que ella acoge el menor deseo y la más insignificante oración. Sencillamente hemos de limitarnos a rezarla y suplicarla apenas dispongamos de un momento libre.
Con ella vivimos la eucaristía, celebramos el sacrificio y bajo su mirada hacemos oración. En la oración del Rosario es donde nos sumimos enteramente, no nos cansamos de repetirlo, porque añadimos una multitud de otros misterios que el Espíritu nos inspira. Me gustan las palabras de Jesús a San Juan: "He ahí a tu madre" sobre todo cuando interviene el Espíritu y nos hace gustar que María es una verdadera Madre. También están las palabras de Jesús que proclaman bienaventurada a su madre por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Todas estas expresiones alimentan nuestra oración y nos mantienen habitualmente en compañía de María. Pero el fondo de nuestra oración, aquella a la que volvemos atraídos por una fuerza, es el Rosario, sobre todo la segunda parte del Avemaría: "Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
Quienes han tomado la decisión de sumirse totalmente en la oración de María, saben muy bien que todas nuestras oraciones se dirigen a Dios, pero dejan a María el cuidado de dirigir su oración como ella quiera, como ella sabe, a cada una de las personas de la Santísima Trinidad. Ella es la que ora con nosotros y por nosotros. En ella rezamos nosotros.
En el fondo de esta manera de rezar está también la convicción enunciada por Griñon de Monfort: Cuando rezas a María, ella responde "Dios". María no retiene nada para sí ninguna de las oraciones que se le dirigen, pues es pura transparencia y sabe bien que todo don perfecto viene, no de ella, sino del Padre de las luces, del que provienen todas las gracias. Los que rezan a María de este modo, tienen la convicción de que María es la omnipotencia suplicante y que deben pasar por ella para rezar al Padre. Lo hacen bajo la presión de un instinto que le es sugerido por el Espíritu Santo y que les da la certeza de que es esa la buena manera de rezar y que no se engañan.
Por lo demás, esta manera de rezar no es permanente. Puede que se nos conceda algunos días, en los que podríamos repetir lo que afirmaba Teresa de Lisieux después de la gracia que recibió al comienzo de su vida religiosa, que durante una semana vivió bajo el manto de María y le parecía no encontrarse ya en la tierra, hasta el punto que hacía las cosas como si no las hiciera. Es lo que ocurre a quienes reciben la gracia de sumirse totalmente en la oración de María. No están bajo su manto, pero están en su corazón, y allí es donde hacen todas sus oraciones.
Esto puede durar más o menos tiempo, a veces, sólo algunos días o simplemente el rato de un momento de oración. Luego, ¡se acabó! Ya no se percibe la presencia de María, parece lejana. No tenemos por qué reprocharnos nada; no depende de nosotros, sino de Dios, que nos otorga esta gracia cuando quiere y como quiere. Es esta una ley de la vida de oración; hay que vivir en la alternativa sin imponer a Dios nuestras ideas, sino acogiendo con alegría y acción de gracias lo que nos da cuando quiere.
Semejante gracia puede ir seguida de un período de sequedad o de otra gracia. De golpe sentimos que estamos bajo la mirada del Padre y abrimos las manos para acogerlo todo sin saber muy bien por dónde comenzar, si por dar gracias o por suplicarle. Verdaderamente la oración del Espíritu es imprevisible; hemos de esperarlo todo, sobre todo lo inesperado.
Esto nos enseña a no tomar demasiado las riendas de nuestra oración, sino a dejarnos guiar por Dios mismo y por su Espíritu, como él quiere y cuando quiere. Creo, sin embargo, aunque no pretendo estar en lo cierto, que esta guía en nuestra oración, es también una gracia que nos viene de María, por no decir del Espíritu Santo. Los que se lo han dado todo a María y se han consagrado enteramente a ella deben esperar que ella intervenga como ella sabe y cuando lo desee.
Nosotros no somos ya dueños de nuestra vida. Es María la que se encarga de guiarnos. Lo que ha de tranquilizarnos y darnos una alegría y confianza absoluta es saber que estamos en muy buenas manos y que nada malo puede acontecernos. Pero cuidemos de no resistirle, sobre todo en las cosas pequeñas y en los consejos cotidianos. Debemos obedecer a la menor indicación de la mano de la Virgen, de lo contrario hará que sintamos nuestras resistencias y desobediencias. Es una gracia grandísima dejarse guiar así por María, sobre todo en la oración y en la vida, porque nos damos cuenta de que no solamente nuestro obrar está marcado por su huella, sino que el fondo mismo de nuestro ser se ha vuelto enteramente mariano.
Alegraos en el Señor siempre, lo repito, alegraos. Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres (Filip. 4,4-5)
Hay que esperar a Jesús como al que debe venir a colmarnos, a llenarnos de alegría y paz. Sin esta espera viva y activa de Jesús es casi imposible vivir las bienaventuranzas, la pobreza, la pureza de corazón, la humildad, la misericordia. La presencia de Cristo dentro de nosotros mismos la expresa San Pablo en su carta a los Gálatas, capítulo 2, versículo 20: "Ya no vivo yo, pues es Cristo en que vive en mí".
En nuestra vida espiritual debemos mantener un doble movimiento, por una parte, el Señor se identifica con cada uno de nosotros y más especialmente, lo sabéis bien, con los pobres, con los pequeños, con los abandonados; es el capítulo 25 de Mateo: "Lo que hicistéis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicistéis". Pero al mismo tiempo está siempre fuera de nosotros y le esperamos sin cesar: Dichoso aquel al que tu rostro ha fascinado!
"No os inquietéis por cosa alguna" es decir, no hagáis caldo de cultivo con vuestras preocupaciones. ¿Por qué? Porque el Padre ve y sabe lo que necesitamos. No preocuparse por el mañana es lo primero. Instintivamente sentimos miedo. En todas las circunstancias, dice Pablo. En la oración tomáis todas las circunstancias de vuestra vida que despiertan miedo en vosotros, que hacen que no os sintáis seguros del mañana o en todos vuestros trabajos previstos e imprevistos.
Pablo nos hace rezar en plena vida, con una oración arraigada en toda una existencia. En todas las circunstancias, en la acción de gracias, orad y suplicad para dar a conocer a Dios vuestras peticiones. Tenemos ahí el doble movimiento de la oración cristiana. Toda oración es alabanza, acción de gracias. Cuando se ha comprendido el poder de la alabanza y el poder de la acción de gracias, se comienza a mirar la vida más serenamente, con más paz. Habría que dar gracias por todo lo que Dios hace en nosotros, por todas las personas que nos encontramos, por todos los acontecimientos.
Además ""orad"". Para insistir, Pablo dirá: ""suplicad"" Por eso deseo insistir en la súplica, para dar a conocer a Dios vuestras peticiones. Cada vez que se trata de la oración en el Evangelio, se trata de la oración de petición. Se grita porque se siente una necesidad. Pensad en el amigo importuno, en la viuda importuna; son personas que piden. La súplica, pues, parece ser la piedra de toque de una vida de oración. ""Pide y recibirás"" Es importante suplicar en la vida y no tenemos excusas para no hacerlo, porque está al alcance de todos; dura un cuarto de segundo. No es dificil, pero al mismo tiempo es muy difícil, porque supone una actitud de pobreza, de humildad, de confianza. Es decirle: LO ESPERO TODO DE TI.
Dios quiere conquistarte y seducirte, da vueltas a tu alrededor y espera que abras una brecha en tu corazón para precipitarse en él con todo el dinamismo de su amor. Esta brecha será tu deseo orientado hacia El. Es la única fuerza capaz de obligarle a bajar. Pero es preciso que tu corazón se llene totalmente de un deseo ardiente de Dios que no admite ningún reparto. Pide a menudo al Espíritu Santo que profundice tu corazón para que pueda brotar de lo más profundo de tu ser este deseo de Dios.
Si miras largo tiempo e intensamente hacia el cielo, Dios bajará porque siempre es El quien te busca. Si le suplicas que venga El vendrá a tí. Más aún, si se lo pides a menudo, durante largo tiempo y con ardor, no puede menos de venir a tí.
Pero el esfuerzo que se te pide es el de mirar, escuchar y desear. Debes estar atento al don que Dios te hace de sí mismo y consentir como María en la Anunciación diciendo: "Fiat". La oración es un acto de atención y consentimiento a Dios que no cesa de merodear alrededor de tu corazón.
La oración, como la amistad, es una alegría gratuita. Debes estar a la espera, pobre y desprendido, para ser digno de recibirla. Orar, pertenece al orden de la gracia. Si pasas toda tu oración deseando a Dios, sin querer captarlo ni anexionártelo, puedes estar seguro de que se ha derramado una gran gracia sobre tí, pues no desearías a Dios si no estuviese presente y actuando en lo más íntimo de tí para suscitar este deseo. Si no tuvieses a Dios en tí, no podrías sentir su ausencia.
Y si tu corazón está seco, si estás como un leño, sin ningún deseo de El, clama tu sufrimiento con gritos vehementes. Llama a la puerta de Dios hasta que te abra. Sabes que el Padre no te dará una piedra si le pides pan. Quiere concederte lo que le pides, pero espera que perseveres hasta el final de tus fuerzas.
Cuando un agua está turbia, hay que dejarla reposar bajo la cálida claridad del sol para que las impurezas se depositen en el fondo y el agua aparezca pura en la superficie.
Lo mismo sucede con tu vida cristiana que se decanta poco a poco en la oración, bajo la mirada de Dios. El Espíritu Santo inclinará tu corazón hacia tal o cual forma de pobreza para mejor orientar tu vida en el sentido de la voluntad de Dios. Sobre todo aprenderás a estar delante de Dios, para él solo.
Cuando trabajas o descansas, obras demasiado por un fin. Te olvidas de lo maravilloso que es estar, sencillamente estar, sin pensar en más. La oración te hace estar delante de Dios.
La elección espiritual a la que se te invita es descubrir la voluntad de Dios sobre tí en un momento dado de tu vida para orientarla. No te puedes fiar, de las solas luces de tu razón, tienes necesidad de una revelación superior del Espíritu para comprender el designio de amor de Dios para contigo.
La oración continua, la contemplación del Evangelio, purifican tu corazón y te invitan así a entregar a Dios lo más íntimo de tu ser.
En el punto de partida, se da la certeza de que el Espíritu Santo quiere realizar en tí algo que te resulta imposible de definir de antemano. Habitualmente vienes a la oración con problemas precisos para los cuales quieres soluciones inmediatas. No puedes entonces descubrir la voluntad de Dios que exige una ausencia de cuestión previa y un olvido de lo que eres o de lo que haces.
Deja, pues fuera tus problemas y ábrete a Dios para someterte a una presencia efectiva del Espíritu que quiere realizarte. En la oración, te conviertes en el lugar de paso del Espíritu, dejando caer poco a poco tus defensas y tus seguridades.
Por eso la voluntad de Dios no pide habitualmente conductas extraordinarias o sensacionales. Dios trabaja en el tejido mismo de tu existencia, POR TANTO SU VOLUNTAD APARECERA A NIVEL DE TU VIDA DIARIA. Te pide sobre todo, que aceptes con plena lucidez tu ser de hombre, con sus límites y sus deficiencias, a través de las cuales te purifica.
CONTINUA ORANDO TOMANDO NOTA EN TU VIDA DE LAS LLAMADAS PRECISAS Y DE LOS DESEOS QUE EL ESPIRITU TE SUGIERE, pues siempre te habla a través de tus aspiraciones profundas haciéndote descubrir la voluntad de Dios. Y luego, trata concretamente de traducir como quieres realizar esa elección, acomodándola a la necesidad.
En todo caso, si has elegido según Dios, experimentarás una gran alegría en tí. La paz y la alegría son siempre las señales de la acción de Dios en tí, aún cuando esta alegría exija de tu parte un sacrificio real. Al mismo tiempo poco a poco, se formará en tí ese espíritu de discernimiento espiritual que te hará "sentir" la voluntad de Dios en todos los acontecimientos de tu vida.
Cuando todavía estaba con sus discípulos, Jesús les había prevenido: "porqué separados de mí no podéis hacer nada".
Su marcha ¿no les va a sumir en la aflicción? ¿dónde van a ir a buscar el dinamismo para afrontar la persecución y anunciar la buena noticia? Por eso Jesús va a consolarlos con ternura y anunciarles que después de su vuelta al Padre, el Padre y él van a enviarles el Espíritu Santo. "Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto".
Vuelve a leer el capítulo segundo de los Hechos y verás como el Espíritu de Pentecostés va a transformar de pronto la debilidad de los apóstoles en fuerza. Recuerda que el don de consejo te susurra las sugerencias del Espíritu y el don de ciencia que te hace saborear tu pequeñez. Pide hoy al Espíritu que te revista del poder de la resurrección de Jesús: es el don de fortaleza. Así podrás decir como San Pablo "con gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de Cristo.
Es el poder divino el que está manos a la obra en el mismo acto de la predicación: "Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios (2Cor 2,4-5). Enfrentado cada día con las exigencias del Evangelio, descubres que dificil es ser pobre y perdonar a los que te han herido. Si eres sincero contigo mismo, debes reconocer que tus fuerzas te traicionan y que no puedes obedecer a Dios. Entonces existe la gran tentación de decir: Dios me pide cosas imposibles...la vida es demasiado dura...no puedo seguir luchando...
Si has llegado ahí, permíteme que te diga que te viene encima una gracia grande pues, un día u otro, todo discípulo de Cristo debe hacer este descubrimiento; sólo entonces puede ser revestido del poder de la resurrección. Pobre de tí, si te resignas excusándote o rebajando las exigencias del Evanelio a la medida de tus propias fuerzas. Confiesa entonces con sencillez: Tengo un corazón duro como una piedra! Ahí es donde debes ser instruído para un nuevo combate, no esa lucha en la que piensas habitualmente... la que debes evitar a cualquier precio pues está inspirada por el orgullo. Al principio luchas torpemente en un combate estéril, llamado al fracaso, como la lucha de San Pedro, antes de la caída. Trataba de ser fiel a Cristo siguiéndole hasta la muerte. En el momento en que se derrumba descubre su orgullo de querer seguir a Cristo a fuerza de puños. Para llegar a esto, debes recibir una luz muy profunda y muy desgarradora para discernir el buen combate del malo.
Tus ojos deben abrirse sobre la dimensión extraordinaria del rostro de amor de Dios que te ha enviado a Jesucristo y al Espíritu como Defensor. Dios está pronto a darte todo si te decides a pedírselo de rodillas. Debes desear de verdad esta luz para que aprendas a luchar el buen combate. Entonces en este momento, Dios te puede enviar algo que cambie totalmente tu vida y te de la verdadera fuerza: La Eucaristía, es decir el poder del Espíritu Santo. Si sufres porque estás sin querer y sin amor a Dios, entonces lo que acabo de decir: es para tí! A menudo admiras a los santos y te dices: si tuviese la mitad de la cuarta parte de su voluntad...Teresa de Lixieux te respondería: No se trata de eso!!! No se va al cielo a fuerza de heroísmo, y tampoco se llega allí descansando!!! Teresa quiere manifestar que el secreto de su fuerza venía del Espíritu Santo.
La vida de los santos es un combate porque han luchado contra la dureza de su corazón para tener confianza en el amor de Dios y ""pedir socorro"". Cuando Jesús está presente con el poder de su Espíritu, se puede todo. Tu verdadera miseria es el no saber pedir ayuda al Espíritu Santo. Cuando hayas entendido lo que te propone Cristo, gritarás o no gritarás. Pero si gritas de verdad, el Espíritu caerá sobre tí con su poder y conocerás la fuerza verdadera, con el renunciamiento, la alegría y la salvación. Pero no olvides que toda esta fuerza está en el Espíritu:
"Ven Espíritu de santidad,
llena nuestros corazones de tu amor,
abrázanos con tu fuego"".
Si entre la multitud surge alguien que te reconoce y te llama por tu nombre, experimentas de pronto como un nuevo nacimiento; desde el momento en que una verdadera amistad nace entre dos personas, existe siempre un antes y un después, entre los cuales se puede decir: Ya no soy el mismo. Cuando abres la Biblia, ves también a hombres satisfechos o insatisfechos, santos o pecadores, a quienes el encuentro con Dios hace felices porque su vida ha encontrado de pronto un sentido nuevo. Todos aquellos a quienes Dios ha salido a su encuentro podrían decir: ¿qué sería yo sin tí que viniste a mi encuentro? Quien quiera que seas, eres el hermano de estos hombres en su aventura. Aunque fueras el mayor de los pecadores, el más desequilibrado y el más pobre, todas estas situaciones son una oportunidad que se ofrece a Dios para salir a tu encuentro. En la oración, grita este deseo de ser seducido por Dios y levanta ante El esas montañas de sufrimiento. Si oras con fe y en verdad, Dios transportará esas montañas al mar. Ora el tiempo suficientemente fuerte para que él transforme esa amargura en dulzura. En el seno de esta paz austera te descubrirás amado de Dios. Nada se le escapa, te ve en lo secreto y te ama. Deja que resuenen en tí estas palabras de Isaías: No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tu eres mío. Si pasas por las aguas yo estoy contigo, si por los ríos no te anegarán. Si andas por el fuego no te quemarás, ni la llama prenderá en tí. Porque yo soy Yavé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar, dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo. No temas pues, ya que yo estoy contigo. (Is 43,1-5)
Si hay hombres que emplean su vida en rezar, es para mantener viva y activa esa fe que Jesús desea encontrar en el corazón de todos los suyos. Para comprender esto, hay que remontarse al corazón de la Trinidad y entender que Jesús, en cuanto hombre, ha sido el primero en orar sin cesar y sin desfallecer. El es nuestro modelo, el gran suplicante, nuestro Intercesor ante el Padre. En el corazón de los Tres, el Hijo es sin cesar colmado por el Padre; está en estado de perpetua escucha por su parte, porque él está en estado perpetuo de súplica por el suyo.
Y en medio de la tierra, Jesús no dejó de proseguir esta oración, esperándolo todo de su Padre, el ser como el obrar y devolviéndole sin cesar toda la gloria y todo el gozo. Suplicaba siempre en el tiempo y era escuchado a cada instante. Por eso podía decir: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas.
Su oración era una respiración permanente, pedía el amor al Padre (por tanto, al Espíritu Santo) y al instante mismo el Padre escuchaba su petición, concediéndole el Espíritu. Su oración tenía la densidad de un instante, lo cual me permite decir que la respuesta estaba incluída en la petición. Por eso su oración era al mismo tiempo súplica y acción de gracias. Esto nos resulta difícil de comprender, porque vivimos en el tiempo y no vemos llegar lo que habíamos pedido, mientras que Jesús nos asegura que el Padre nos escucha siempre. Para nosotros, la oración está ligada al tiempo y por tanto a la perseverancia.
Cuando no vemos que ocurra algo es cuando más tentados nos sentimos a bajar los brazos. Sólo la fe puede mantenernos; por esto la cuestión que atormenta a Cristo es precisamente esta: ¿encontrará fe cuando venga a la tierra? ¿encontrará hombres que se mantengan y perseveren lo suficiente en la oración para creer que han sido ya esuchados?
La prueba de la fe perseverante autentifica la cualidad de la oración. Como en el perdón de las ofensas, al que la oración está ligada, se perdona una, dos, diez, setenta veces; pero un buen día se corre peligro de cesar. Por eso he sentido siempre admiración ante las palabras de K.Rahner, que me parecen la mejor definición de lo que es un hombre de oración: "Debemos ser hombres de Dios, y para decirlo más sencillamente, hombres de oración con el suficiente valor para arrojarnos en ese misterio de silencio que se llama Dios sin recibir aparentemente otra respuesta que la fuerza de seguir creyedo, esperando, amando y por tanto orando".
En el fondo, cuanto más se avanza en la vida de oración, más se penetra en el misterio del silencio de Dios. Uno mismo se ve reducido al silecio; no se sabe ya lo que hay que decir, e incluso pedir. Sin embargo, se está convencido en lo más hondo de que la oración es la única cosa importante, la única a la que vale la pena consagrarle la vida.
La gran cuestión es entonces la perseverancia: "Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados" "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas".
De vez en cuando el Señor se encarga de recordarnos nuestra poca fe y nuestro miedo a la oración: Hombre de poca fe... ¡Hombre de oración! Y entonces comprendemos nuestro verdadero pecado. La fe es el único combate de la vida: seguir creyendo que el Padre nos escucha y nos atiende cuando no se ve ningún resultado.
Me gusta invocar al Espíritu, pues él penetra el fondo del corazón, conoce todos mis deseos y formula al Padre una oración y una petición que corresponden a los designios de Dios. Y luego, naturalmente, está la Virgen Santísima. Jamás he recurrido tanto a ella como en estos momentos. Cada noche me despierto hacia medianoche para rezar los misterios gozosos. Creo que el Espíritu Santo y la Virgen son mis dos grandes intercesores orantes.
La necesidad de un cuarto de hora de oración al día.
No soy yo el que te da este consejo, sino la misma Santa Teresa de Avila. Había abandonado casi totalmente la oración después de su profesión en el Carmelo de la Encarnación de Avila y la vuelva a iniciar a los 28 años, a la muerte de su padre. A petición de sus hermanas carmelitas empieza a "escribir algunas cosas de oración". Se encuentra en ella una frase extraordinaria en la que dice esto: "Respondo de la salvación de aquel que haga un cuarto de hora de oración al día".
Para Teresa no se trata de un seguro de vida, sino quiere decirte sencillamente que si haces de verdad oración cada día, van a sucederte , la gloria de Cristo resucitado va a invadirte progresivamente y a la larga ahogará al hombre viejo. En esto sentido afirma que el pecado puede cohabitar en ti con la oración.
Teresa de Avila sabe muy bien que aumentarás la dosis. El Espíritu Santo te dará a gustar el agua viva y a diferencia de otras bebidas, no te saciarás nunca. La oración, cuanto más la posees, más la deseas. En el terreno de la oración, por el Espíritu Santo tú harás mucha oración. Pero empieza primero por un cuarto de hora. Luego, te apasionarás por la oración y presentirás, con deseo y temor que puede llegar a ser una vida interior a tu propia vida.
Ahora bien, si te propones hacer un cuarto de hora de oración cada día, puedes prever numerosas infidelidades; no hacerla, acortarla, o lo que es más peligroso, hacer como si la hicieses a tus propios ojos o ante los de Dios. Encontrarás muchas excusas: el trabajo, el cansancio, lo aburrido de la oración, la impresión de que pierdes el tiempo; en este terreno somos bastante imaginativos. Pero si has tomado la decisión de hacer oración cada día, hay una regla fundamental que podríamos enunciar así: las infidelidades no tienen ninguna importancia, con tal de que las reconozcas como tales y sobre todo que no te instales en ellas.
Si durante muchos meses no haces oración, pero estás atormentado por ello, estás salvado. Por el contrario, si haciendo oración, dejas penetrar en ti la turbación, estás en peligro. Estoy pensando en todos aquellos que afirman: la oración no es para mí, o vale más que entregarse a los demás que perder así el tiempo, o los que hacen objeciones más sutiles sobre la posibilidad misma de la oración o sobre la forma de hacerla.
Teresa define así la oración: "Tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". Te invita sencillamente a dejar que la presencia trinitaria, que impregna el fondo de tu ser, suba a la superficie de tu conciencia para investirlo por entero de un sentimiento de alegría. Me dirás tal vez que la oración no es siempre para ti un tiempo de alegría, y es cierto pero poco a poco, irás distanciándote de lo que experimentas para poner únicamente tu alegría en Cristo resucitado.
La oración es el comienzo del cielo en tu corazón, pero el cielo no está nunca fuera de ti, está siempre escondido en el fondo de tu corazón y es de dentro de donde brotará el agua viva.
Das un gran paso en la vida espiritual, cuando compruebas que todas tus resoluciones, deben transformarse en oración. Es la Virgen la que te va a ayudar a hacerte niño. "He aquí a tu Madre, en el seno de la cual debes entrar para encontrar la puerta del reino de los cielos y hacerte niño".
Sigue siendo Grignion de Monfort el que aconseja pasar por la Virgen para purificar todas tus peticiones. Te pones en sus manos para buscar a Dios. Para ir bajo el sol, es bueno ponerse a cubierto. La Virgen enseña la única actitud válida para entregarte totalmente a la acción de otro al cual no puedes controlar el ritmo, ni para aminorarlo, ni para acelerarlo.
Por eso, te invito a entrar en el movimiento de abandono por la oración a la Virgen. Importa poco la fórmula que emplees. Lo esencial es que te pongas en manos de otro y que le des carta blanca sobre toda tu existencia. Es como un cheque en blanco que tú firmas, dejando a Dios el cuidado de llenar la fórmula. A este nivel es al que tú haces pasar tu ofrenda por el corazón de la Virgen.
En tus relaciones con Dios todo es gratuito, aún el hecho de volverte a hacer niño. Dios te puede dar esto cuando él quiera, pero te pide que colabores en ello reconociendo con humildad la gratuidad de la gracia. La única manera de colaborar con este don de la infancia espiritual, es pedirlo: "Pide y recibirás, busca y encontrarás, llama y se te abrirá".
En la parábola del amigo importuno, Dios se compara a sí mismo con uno que no tiene ganas de dar, pero que acaba por cansarse de ser implorado sin cesar. Dios desea que le pidas y le importunes en la oración. Es la única manera de recibir este abandono, como un don gratuito.
Así es concretamente la oración: tú pides la gracia del Señor y le das gracias por habértela concedido. El gran movimiento de respiración de la oración, es la súplica y la acción de gracias. En un movimiento de aspiración, suplicas a Dios y tiendes hacia él. Y descansas esperando el don de Dios en la confianza, dándole gracias: es la espiración.
Este doble movimiento está muy bien señalado en el prefacio del Espíritu Santo: "Porque nos concedes en cada momento lo que más conviene y diriges sabiamente la nave de tu Iglesia, asistiéndola siempre con la fuerza del Espíritu Santo, para que, a impulso de su amor confiado, no abandone la plegaria en la tribulación, ni la acción de gracias en el gozo".
Te abandonas entonces en las manos del Padre, lo que equivale a decir que en el fondo de tu ser, los límites deben desaparecer y ante todo el límite entre el hecho de disponer de ti y el hecho de dejar a Dios disponer de ti. Tu deseo no es cumplir la voluntad de Dios, sino que esta voluntad se cumpla en ti. Es exactamente la tercera petición del padrenuestro: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo (Mt.6,10). Es un deseo y una oración.
Renuncias a disponer libremente y dejas definitivamente a Dios que disponga de ti. Dejas al Señor que realice este abandono por su presencia: la Eucaristía; esto es comulgar de verdad. Es exactamente el "hágase en mí según tu palabra" de María, que creó en ella el espacio libre para que la palabra de Dios se hiciera carne. Sólo el amor puede empujar a un ser no sólo a darse, sino a abandonarse en Dios, a ponerse entre sus manos, sin medida, con una confianza infinita.
Entonces puedes hacer eucaristía y decir como el padre de Foucauld: "cualquier cosa que hagas de mí, te doy las gracias, estoy pronto a todo, acepto todo". Para abandonarte es preciso recibir una luz muy profunda sobre la dimensión infinita del amor de Dios para contigo y comprender que es Padre; desde ese momento, ya no se trata de caminar hacia Dios, sino de no decidir nada por uno mismo, de dejar el timón de la vida. Es una disolución de la voluntad en la de Dios. Es lo que santa Teresa de Lisieux llama el abandono y que le hizo decir después de haberse ofrecido al amor misericordioso: "Ahora, el abandono es lo único que me guía".

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...