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viernes, 1 de julio de 2011

La Medalla Milagrosa

La Inmaculada Virgen María
y su Medalla Milagrosa




Extraído del Título original francés L'Immaculée et sa Médaille por J. Eyler C.M. París 1971 - Versión castellana: Horacio Palacios C.M. Luján-Buenos Aires





Capítulo I



La Vidente Santa Catalina Labouré

Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès.Moutier, en la Cote-d'Or (Francia) y era la novena hija de una

familia que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magadalena Gontard, propietarios de la granja que ellos

mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios. La devoción a

María era muy estimada.

Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la

niña se buscó otra madre en la SS. Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja, la sorprendió subida sobre

la mesa con la estatua de María que había tomado de la chimenea y la estrechaba sobre sus bracitos.

A los doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana mayor en la Compañía de las Hijas de la Caridad, su padre le

confió el cuidado de la casa, en cuya tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su hermana menor Antonieta, llamada

familiarmente Tonina. Los testigos en el proceso de beatificación han asegurado que se desempeñó muy bien en su cometido.

Tonina reveló que a partir de los catorce años, pese a los trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar el viernes y el

sábado y a concurrir a misa entre semana, en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros. Prácticamente no

fue a la escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a escribir aún bastante imperfectamente.

Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa. Rechazó varias veces propuestas de

matrimonio. Dudaba sin embargo, en la elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse. Un venerable sacerdote se le

había aparecido y le había dicho estas palabras: "Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus designios sobre tí".

Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de ir a la Casa de las Hijas de la Caridad en Chatillon-sur-Seine. Entrando

al locutorio su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared: "Ese, exclamó, es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es

su nombre?" Se le hizo saber que era San Vicente de Paul. Desde ese momento no dudó más.

El 21 de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de la calle du Bac. Algunos día después tuvo la dicha de asistir

a la traslación solemne de las reliquias de San Vicente de Paul, desde Notre-Dame hasta la Capilla de los sacerdotes

lazaritas, en la calle de Sèvres.

Su noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo atestiguan las gracias extraordinarias con que fue favorecida y su

alma mariana debió apreciar profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada

Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la atención de los que la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante que

sus superiorers emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado: "Catalina Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y

escribir para sí misma. Su caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son sobresalientes. Es piadosa. Trabaja en

adquirir la virtud."

Catalina fue colocada entonces en París mismo en el hospicio del barrio Saint Antoine en la seccional XII y allí pasó toda su

vida, entregada a los humildes trabajos de servir a los ancianos, atender la cocina, la ropería, el gallinero y la portería.

Catalina guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de la Virgen María. Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue

el confidente. María lo quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella, creyó Catalina que debía

hablar a su superiora, porque la estatua que la Virgen había pedido aún no había sido hecha.

Catalina Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo fue encontrado intacto con ocasión de su beatificación en 1933,

y reposa en la Capilla de las Apariciones bajo el altar mismo en el que María se le apareció. Fué canonizada el 27 de julio de

1947.

Tal fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima Virgen se eligió como mensajera cuando se dignó revelar al mundo su

"Medalla Milagrosa" ¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta elección! Nuestro espíritu superficial, tan poco apto para

juzgar las cosas sobrenaturales, esperaría encontrar en semejante vidente un caracter más definido, sucesos extraordinarios,

éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante y no hay nada de esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin

nerviosismo ni exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.

Dios hace bien lo que hace: el caracter de la vidente basta, en efecto, para autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de

sí misma a su Superiora que le felicitaba por haber sido favorecida con gracias extraordinarias: "¿Yo favorecida? Solo he sido

un instrumento. No fue debido a mis méritos el que la SS. Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía nada ni siquiera

escribir; en la Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo la SS. Virgen me eligió, a fin de que no se pueda dudar."

No se podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los instrumentos más humildes para sus obras más hermosas y las

apariciones de la calle du Bac no son una excepción a esta regla.





Capítulo II

Las Apariciones







Primera Aparición

La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paul y debía

preparar a la vidente a su misión posterior.

He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor:

"Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dió una charla sobre la devoción a los santos,

en particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la SS. Virgen que me fuí a

acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé

dormida. Como se nos había distribuído un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la

tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS. Virgen.

En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre: Hermana, Hermana. Despertándome, miré

hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de

4 o 5 años de edad, que me dice: Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen. Inmediatamente me asaltó la idea: Me van a

oir. El niño me respondió: Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.

Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera

de mi cama. El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban prendidas en

todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas

el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando ví todos los cirios y antorchas

encendidos, lo que me recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.

El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el

tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche)

no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice. ¡He aquí a la SS. Virgen, héla aquí!. Escucho

un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a

detenerse sobre las gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que no tenía el mismo

aspecto que el de Santa Ana.

Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible

expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la SS. Virgen. Entonces el

niño me habló no como un niño sino como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no hice más que

dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.

Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo: ¡Hija

mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de

Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la

gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas.

Te sentirás inspirada durante tu oración.

La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.

Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y

desahogar mi corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.

Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado

por desgracias de toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid al pie de esta altar: ahí las

gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y

chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en particular, a la que amo mucho...

Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la SS. Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París

tendrá sus víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La cruz será despreciada, correrá

la sangre en la calle (aquí la SS. Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo el

mundo estará triste. (todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).

Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.

No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se

desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado.

Me levanté de las gradas del altar y ví al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo: ¡Se ha ido! Volvimos por el

mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se

había vuelto visible para hacerme ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este favor.

Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos

de cuatro a cinco años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más."

Segunda Aparición

Esta es la gran aparición en la que María comunica a la Vidente el mensaje que debía transmitir. Nada mejor que dejar también

aquí, la palabra a la misma Sor Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, mientras las novicias se

encontraban reunidas en la Capilla para la meditación de la tarde, víspera del primer domingo de Adviento. La escena se

desarrolla en tres cuadros sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente cada vez más profundamente en la inteligencia

del mensaje y de todo el misterio mariano.

"Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que

vería de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la

tarde, algunos minutos después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado

de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda."

Primer cuadro: La Virgen con el globo.

"Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de

estatura mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen", mangas lisas; un velo blanco le

cubría la cabeza y le caía por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad,

ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta.

Sus pies se apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también bajo sus pies una

serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que

representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su

aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.

De pronto ví anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno

más pequeño en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos de luz, unos más

hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más

pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más

sus pies."

Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y

teniendo los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor Catalina.

Segundo cuadro: El anverso de la Medalla.

"En ese momento en que yo la contemplaba, la SS. Virgen bajó sus ojos mirándome. Una voz se hizo escuchar y me dijo estas

palabras: Este globo representa al mundo entero, especialmente a Francia... y a cada persona en particular. Aquí yo no sé

expresar lo que experimenté lo que ví. La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos... son el símbolo de las gracias que

yo derramo sobre los que me las piden, haciéndome comprender cuán generosa se mostraba hacia las personas que se las pedían,

cuánta alegría experimenta concediendóselas... Estos diamantes de los que no salen rayos, son las gracias que dejan de

pedirme.

En este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se formó un cuadro alrededor de la SS. Virgen, algo ovalado, en

el que se leían estas palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando por encima de la

cabeza de la SS. Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que

recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces oí una voz que me dijo: Haz acuñar una medalla según este modelo,

las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán abundantes para las personas que la

llevaren con confianza.

Tercer cuadro: El reverso de la Medalla.

En aquel instante me pareció que el cuadro se daba vuelta. Vi sobre el reverso de la Medalla la letra M, coronada con una

cruz, apoyada sobre una barra y, debajo de la letra M los sagrados Corazones de Jesús y de María, que yo distinguí, porque uno

estaba rodeado de una corona de espinas y el otro, traspasado por una espada.

Inquieta por saber que sería necesario poner en el reverso de la Medalla, después de mucha oración, un día, en la meditación,

me pareció escuchar una voz que me decía: La letra M y los dos corazones dicen lo suficiente.

Las notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que rodeaban el monograma de María y los dos corazones. Sin embargo

han figurado siempre en el reverso de la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha sido dado de viva voz por la Santa

en el momento de las apariciones o un poco más tarde.

Tercera Aparición

El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su

penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de

borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni

tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.

En efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a

la del 27 de noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin embargo una diferencia notable. La SS.

Virgen se apareció no a la altura del cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del Tabernáculo.

Sor Catalina debía tener la certeza de que no se había equivocado en el momento de la visión del 27 de noviembre. Recibió

nuevamente la orden de hacer acuñar una medalla según el modelo que veía. Termina el relato de esta aparición con estas

palabras: Decirle lo que sentí en el momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible expresarlo,

como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos

rayos son el símbolo de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.

María insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo del globo que Ella tenía en sus manos: Hija mía, este globo

representa el mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular. Fíjese bien (dirigiéndose a su

Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a cada persona en particular.

Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación: ¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del

Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.





Capítulo III

Los designios de la Inmaculada

El mensaje de las apariciones a Santa Catalina Labouré, contiene una gran riqueza. El canónigo Laurentin lo hace notar en su

"Breve tratado de teología Mariana". Uno se admira, vista esta riqueza, de que este mensaje no haya tenido todavía su teólogo,

ni previamente al mismo, su historiador.

En efecto, cuando se analiza el contenido doctrinal de una manifestación (sea mariana o no) reconocida por la Iglesia, será

necesario buscar este contenido, no sólo en las palabras mismas de la SS. Virgen. Las palabras pronunciadas van acompañadas de

un conjunto de hechos, de gestos y de signos simbólicos que contienen enseñanzas y sobre las cuales debe detenerse nuestra

reflexión.

María cuidó de explicar Ella misma ciertos detalles de su manifestación a Catalina Labouré. Así cuando dice: ¡Hija mía! Este

globo representa al mundo... Estos rayos son símbolos de las gracias que yo derramo sobre aquellos que me las piden. En cambio

ha expresado ciertas verdades que nos quiere enseñar únicamente mediante símbolos. Esto es particularmente cierto, tratándose

de los signos que figuran en el reverso de la medalla. Estos contienen una lección profunda bastante fácil de leer. María

misma ¿no dijo a la vidente que le preguntaba que debía escribir en el reverso: La letra M y los dos corazones dicen lo

suficiente?

Procuremos descubrir los elementos del mensaje de 1830, sin pretender agotarlos, lo que sobrepasaría los límites de este

folleto. Veamos en primer lugar, en este capítulo algunos objetivos generales buscados por la SS. Virgen.

Lo que primero impacta en las apariciones de la calle du Bac, cuando se las compara con las manifestaciones posteriores de la

SS. Virgen, que la Iglesia ha aprobado, son las numerosas relaciones que tienen con estas últimas.

No solamente es necesario relacionarlas con las otras cuatro grandes manifestaciones marianas que se sucederán en Francia a lo

largo del siglo XIX, en 1846 en la Salette; en 1858 en Lourdes; en 1871 en Pontmain; en 1876 en Pellevoisin, sino también,

señalar su nexo con las de Fátima de 1917.

Las apariciones de 1830 contienen en germen todas las otras. Son como el resumen de todo lo que María dirá cada vez con más

claridad e insistencia en sus manifestaciones sucesivas. María tiene un plan que va a desarrollar con mayor precisión en las

otras intervenciones. Como se ha dicho: la aparición a Santa Catalina Labouré es la aparición-madre de la cual saldrán todas

las demás.

Desde este punto de vista, las manifestaciones ulteriores de la Santísima Virgen pueden también ayudarnos a encontrar el

sentido de tal o cual detalle simbólico de las apariciones de la calle du Bac. Así, en el transcurso de sus apariciones

posteriores de los siglos XIX y XX, María va a insistir más y más sobre el Rosario. En la Salette donde habla también

abundantemente por símbolos, María lleva alrededor de su corona, en los bordes de su pañoleta y de su vestido, rosas de color

rosado, rojo y oro. A no dudarlo, María quiere hablarnos del Rosario con sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. El

Lourdes es ya más precisa, lleva el Rosario en su brazo, lo toma entre sus dedos, hace señas a Bernardita para que lo rece, se

asocia también al rezo pasando las cuentas del Rosario, diciendo el Gloria al Padre juntamente con la niña. En fin, en Fátima

será más explícita todavía: María se aparece seis veces y cada vez pide el rezo diario del Rosario. Y en el desarrollo de la

última visión, el 13 de octubre de 1917, declara: "Soy Nuestra Señora del Rosario. Deseo que se levante aquí una Capilla en

honor mío y que se continúe rezando el Rosario todos los días." Habiendo dicho esto, sería desconcertante no encontrar el

anuncio del Rosario en 1830. En efecto, como lo veremos más adelante, parece correcto afirmar que los quince anillos

esmaltados con piedras preciosas que María lleva en cada mano, no tienen otro significado más que los quince misterios del

Rosario. La verificación de estas relaciones con las manifestaciones ulteriores de María nos muestra por consiguiente de

antemano la importancia y riqueza de la aparición a Catalina Labouré.

Otro fin buscado por la SS. Virgen en sus manifestaciones de 1830 fue el de preparar los espíritus a la definición de la

Inmaculada Concepción.

Parece comprobado que la Medalla Milagrosa suscitó la corriente anhelada de fe y de invocación, por así decirlo el grado de

presión espiritual necesario para la definición dogmática de 1854.

En efecto, es debido a millones de medallas el que rápidamente la Medalla de la Inmaculada Concepción (como se llamaba al

principio), se extendiera como un reguero de pólvora, no sólo en Europa, sino también en todo el mundo, sembrando gracias de

conversiones y a menudo el milagro, de aquí el nombre que le adjudicó la voz popular "La Medalla Milagrosa". Desde 1833 (la

medalla empezó a acuñarse en 1832) llegan cartas de Obispos a la calle du Bac o al arzobispado de París para atestiguar que la

fe renace, que la oración florece de nuevo, movimientos de conversión se manifiestan a raíz de la difusión de la medalla de

María sin pecado concebida, revelada en París. Por eso en todas partes reclaman la famosa medalla, no solo las personas

particulares, sino parroquias enteras y aún diócesis, por medio de sus párrocos y obispos. De manera que la invocación "Oh

María concebida sin pecado..." que llegó a ser como la oración jaculatoria de los años 1830 a 1850, preparaba todos los

corazones católicos al acto solemne por el cual Pío IX, proclamaría el 8 de diciembre de 1854, como dogma de fe que debía ser

creído por todo el mundo, el hecho de que María fue preservada del pecado origininal desde el primer instante de su

Concepción.

Esta contribución de la Medalla Milagrosa a la creación del clima requerido para la proclamación de este dogma, ha sido

reconocida en el Congreso Romano del Cincuentenario de la definición de la Inmaculada Concepción en 1904.

Ha sido afirmada también por el oficio litúrgico de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa. La Divina Providencia todo lo conduce

maravillosamente. La definición dogmática de 1854 fue preparada por las apariciones de la calle du Bac y fue confirmada

magníficamente por las de Lourdes en 1858.


María además tenía otro fin al aparecerse a Catalina Labouré: Dar un antídoto al racionalismo reinante y al materialismo que

estaba por aparecer.

En el centenario de las apariciones de Lourdes, el Canónigo Barthas sacó a luz un libro: "De la Gruta a la encina verde (de

Fátima)". Allí muestra que en las manifestaciones marianas de 1830 a 1953 (Siracusa) el dato más evidente es la revelación

progresiva de las riquezas del Corazón Inmaculado de María, como antídoto a las falsas místicas de los siglos XIX y XX.

Analiza particularmente los casos de Lourdes y de Fátima y muestra que Lourdes fue un remedio al racionalismo y Fátima al

ateísmo. Pues bien, ambas manifestaciones son intervenciones de la Inmaculada.

La Inmaculada Concepción revelada en Lourdes ha sido un remedio providencial contra el racionalismo. Los Papas Gregorio XVI y

Pío IX, había ya comprendido que el dogma de la Inmaculada Concepción era un contrapeso de los errores modernos.

Pío IX sobre todo había captado el nexo real entre este dogma mariano, que se encuentra en el centro de los misterios de la

salvación y las negaciones o alteraciones de la verdad provocadas por el racionalismo. Por este motivo sobre todo, definió la

Inmaculada Concepción, dogma que María debía confirmar cuatro años más tarde en Lourdes.

Por otra parte la revelación del Corazón Inmaculado de María y del Rosario en Fátima constituyó un remedio contra el ateísmo.

María se aparecía aquí al mismo tiempo que estallaba en Rusia la revolución roja y declaraba al respecto: "Si se hace lo que

pido (recitación diaria del Rosario y consagración del mundo a su Corazón Inmaculado) habrá paz y Rusia se convertirá."

Según esto al aparecerse en la calle du Bac en 1830 y traer la Medalla, la Virgen se declara ya Inmaculada en su Concepción y

anuncia la devoción a su Corazón Inmaculado. Sobre la Medalla hace escribir: "¡Oh María sin pecado concebida...!"; es lo

equivalente a lo que dirá en Lourdes: "Soy la Inmaculada Concepción". Comienza por lo tanto en 1830 a combatir el

racionalismo. Por otra parte sobre la Medalla está su Corazón Inmaculado al lado del corazón de Jesús.

Anuncia de antemano la lucha contra el materialismo que no iba a tardar en aparecer. Es evidente que las apariciones de la

Virgen están en relación con las necesidades de las almas y de la Iglesia. Están adaptadas a la naturaleza de los errores que

era especialmente urgente combatir. He aquí porqué desde que conoció las manifestaciones de la calle du Bac el Papa Gregorio

XVI favoreció con todo su influjo la devoción a la Medalla Milagrosa.

He aquí porqué justamente en nuestro tiempo en que el materialismo, teórico o práctico, hace correr el riesgo de sumergirlo

todo, más que nunca es necesario que nos volvamos a la Inmaculada, que escuchemos las recomendaciones del Corazón Inmaculado

de María hacia el cual nos orienta ya la Medalla y repitamos sin cesar la invocación: "¡Oh María sin pecado concebida, rogad

por nosotros que recurrimos a Vos!".





Capítulo IV

Mensaje Doctrinal de la Medalla

Lo que impacta primero es que la Medalla presenta el misterio de María en un contexto escriturístico como lo hacen la teología

actual y especialmente el Concilio Vaticano II.

El anverso de la Medalla sintetiza la gran promesa de Dios en la primera página de la Biblia, la del Redentor y de la Mujer

que le será asociada y que aplastará la cabeza de la serpiente infernal. Porque el mismo decreto divino que requería al

Redentor, quería también la asociación de María a su obra redentora. Por el contrario el reverso de la Medalla nos muestra la

última revelación mariana de la Escritura, la de esa mujer que San Juan nos presenta en el Apocalipsis "revestida de sol, la

luna bajo los pies y coronada de doce estrellas". Y entre ambas está la página central de la Revelación y de la actitud del

amor de Dios a favor de la Humanidad, el misterio de la Encarnación y el de la Cruz en que el Redentor y su Madre están unidos

en la obra común de nuestra salvación, así como lo sugieren el simbolismo de la M coronada por la Cruz y el de los dos

Corazones doloridos. María estaba de pie junto a la Cruz y su corazón traspasado por una espada sufría al mismo tiempo que el

de su Hijo, Rey de los Judíos, crucificado y coronado de espinas.


Por el hecho de mostrar la Medalla a la Virgen asociada a su Hijo, subraya otro aspecto de la verdad teológica mariana; la de

ser Cristocéntrica, es decir que María existe totalmente en función de Cristo y la devoción mariana no tiene otra razón de ser

sino la de llevarnos a Cristo.

La Misión de María era darnos a Cristo. Ella es Madre de Cristo para darlo al mundo. Esto crea entre Ella y El un lazo tan

profundo y tan único, que en adelante estará ligada inseparablemente a El para toda la obra de salvación tanto en su fase

terrenal como en su fase celestial. Sin Cristo, María jamás habría existido con sus privilegios incomparables. Todo en Ella

está en función de Cristo: dar a luz a Cristo, ayudar a Cristo en su misión, conducirnos a Cristo. Lo mismo debe decirse de

nuestra piedad mariana. No amamos a María principalmente por Ella ni por nosotros, sino porque es Madre de Cristo, y porque

esta prerrogativa única de la Madre de Dios le ha valido todos los demás privilegios que admiramos en Ella, que menciona la

Medalla y que someramente vamos a recordar.

El primer privilegio después de la Maternidad Divina y exigido además por esta última, es el de la INMACULADA CONCEPCION.

La Medalla lo contiene clarísimamente. Ante todo en la breve invocación que en ella está grabada: "Oh María sin pecado

concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos". Después en la imagen bíblica de la mujer que aplasta la cabeza de la

serpiente. María ha vencido totalmente el pecado. Jamás pudo el demonio perjudicarla en lo más mínimo. Aún en el primer

instante de su concepción, Ella estuvo exenta del pecado original y de sus consecuencias.

Ella es la Inmaculada, la Purísima, la Santísima, poseyendo desde el primer instante de su existencia una santidad en ese

momento mayor que la del santo más grande al final de su vida y aún según muchos teólogos, que la de todos los santos juntos.

Se ha visto más arriba, que uno de los fines de la Virgen o mejor, de Dios al revelar la Medalla Milagrosa y al querer que se

repartiese tan rápidamente por millones en el mundo entero era el de preparar la definición dogmática de la Inmaculada

Concepción. Debemos creer, como un artículo de nuestra fe, revelado por Dios, que María ha sido concebida sin pecado, en

virtud de los méritos de su Hijo, que le fueron aplicados anticipadamente. Porque la Madre de Dios no es una excepción a la

ley de la Redención. Al contrario, fue rescatada más maravillosamente que todos los demás descendientes de Adán. Estos fueron

redimidos por Cristo después de haber caído en el pecado. María en cambio, se benefició de los merecimientos de su Hijo siendo

preservada del pecado.

Complazcámonos en proclamar nuestra fe en este privilegio único de María, tan importante en la economia de la salvación.

Repitamos al mundo la invocación: "Oh María sin pecado concebida..." Que ésta sea también, en nuestro tiempo en que el

materialismo domina, nuestra oración jaculatoria preferida, a fin de que la Virgen Inmaculada, tan poderosa ante Dios, por no

haberlo ofendido jamás y por haberle agradado siempre, nos haga vivir esa santidad que, según el Concilio, es deber de todo

bautizado y para que asista a la Iglesia en las circunstancias actuales en que el demonio se manifiesta tan encarnizado contra

Ella.

Después de la Inmaculada Concepción, otra prerrogativa de la SS. Virgen, bien puesta en evidencia por la Medalla, es su

MEDIACION UNIVERSAL, bajo su doble forma: Mediación de intercesión y Mediación en la distribución de la gracia.

En la aparición del 27 de noviembre de 1830, María se presenta desde el primer instante a Santa Catalina, en su esplendor

inmaculado y regio con un globo entre las manos, que representaba al mundo entero y a todos los hombres. Tiene los ojos

levantados hacia el cielo en una súplica intensa y ofrece este globo a Nuestro Señor.

He aquí la función que hasta el final de los tiempos, cumplirá María ante su Hijo, porque su mediación depende totalmente de

la de Jesús. María en el Cielo es la orante suprema de la humanidad; con Jesús y cerca de El, intercede sin cesar por

nosotros. Nuestra salvación está pendiente de este único misterio de intercesión.

Y esto está plenamente de acuerdo con la doctrina mariana del Vaticano II, el cual enseña esta mediación de la Virgen en el

Cielo, pero en dependencia de Cristo, mediador necesario y principal. La primera fase de la aparición del 27 de noviembre de

1830 contiene la misma enseñanza, es a Nuestro Señor a quien María ofrece el globo, dice Sor Catalina. Es a El a quien pide

las gracias, porque todo viene de El, única fuente de salvación.

A esta mediación de intercesión se agrega la de la distribución de las gracias, como lo deja ver la segunda fase de la misma

aparición. Después que María hubo dirigido a su Hijo una súplica ferviente mostrándole todas las almas y sus necesidades

aparecieron en cada mano los quince anillos engarzados con piedras preciosas despidiendo "rayos luminosos, unos más hermosos

que otros, rayos que son el símbolo de las gracias obtenidas por María". Su oración ha sido plenamente escuchada, porque Ella

es la omnipotencia suplicante. Y ahora va a distribuirlas.

Efectivamente, de repente, las manos de María cargadas de gracia se dejan caer hacia el globo terráqueo sobre el cual está

Ella de pie, y derrama sus gracias sobre todo el mundo particularmente sobre Francia y sobre cada alma en particular.

Mas esta noble Mediación de la Madre de Dios, de intercesión y distribución, supone en nosotros el deber de "recurrir a Ella"

a fin de obtener las gracias que necesitamos. No descuidemos el pedirlas, porque es la ley establecida por Dios que todo lo

pidamos. Hay gracias que no se obtienen porque no se las pide: "Las piedras que no brillan, explica la Virgen a Catalina, son

las gracias que no se piden" y sin embargo Ella se sentiría muy feliz en conseguírnoslas. Dirijámonos pues a nuestra Madre del

Cielo, pero con entera confianza; porque siendo Inmaculada, es todopoderosa en el Corazón de Dios, nos puede obtener todo

cuanto pedimos lo que es conforme con la voluntad de Dios.

El anverso de la Medalla muestra a María como dispensadora de todas las gracias; el reverso enseña otra verdad. Presenta a

María unida a Jesús en la adquisición de la gracia. Porque la Virgen no es solo distribuidora de todas las gracias. Con Cristo

en el Calvario es también la CORREDENTORA, adquiriendo con su Hijo las gracias que podrá distribuir.

La letra M lleva encima la Cruz. Esta se apoya sobre María, está como plantada en Ella, por así decirlo. Puede que haya en

esto una alusión a la Maternidad divina de la Virgen. Pero en este simbolismo queda ciertamente afirmado que Jesús y María no

constituyen más que UN O en la obra de la Redención.

Los dos Corazones doloridos de Jesús y María yuxtapuestos tienen el mismo significado. No solamente un mismo amor, sino

también una misma sangre han hecho latir estos dos corazones. La sangre que el Hijo ofrece sobre la Cruz, es la sangre que

recibió de su Madre y cuando la lanza del soldado traspase el Corazón de Jesús, es sangre de María la que correrá.

Es, por otra parte, lo que enseña el Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en el Capítulo VIII, Nro. 61:

"María fue asociada a la obra redentora de su Hijo a título absolutamente único... padeciendo con su Hijo que moría en la

cruz, aportó a la obra del Salvador una cooperación absolutamente sin parangón...para restaurar la vida sobrenatural en las

almas. Por eso ha sido para nosotros, en el orden de la gracia, nuestra Madre."

Ciertamente, Jesús solo, porque es Dios, podía ser el Redentor pleno y necesario, pero ha querido que su Madre participe

dependiente de El de un modo secundario y no necesario y por una gracia merecida por El, en el misterio de la Redención. Al

lado del nuevo Adán, Cristo, María es la nueva Eva, que colaboró en nuestro rescate, como la primera Eva contribuyó con el

primer Adán a nuestra ruina.

Y que no se vaya a decir que hay aquí una interpretación forzada del Vaticano II y que en el texto citado más arriba no se

trata de Co-Redención. La palabra sin duda no está, pero sí se encuentra la realidad. Y un mariólogo tan entendido como el P.

Balic, presidente de la Academia Pontificia Mariana, no ha dudado en afirmar, en el Primer Congreso Mundial de Teología

Postconciliar, tenido en Roma a fines de setiembre de 1966, ante 1200 teólogos y expertos, que el texto conciliar contiene

ciertamente la afirmación de la mediación y de la Co-Redención mariana, así como enseña la Maternidad espiritual de María

respecto a los fieles, como jamás y en ninguna parte, había sido afirmada con tanto vigor.

Esta Maternidad Espiritual de María, si no está afirmada explícitamente en la Medalla Milagrosa, está sin embargo

implícitamente contenida en ella.

Por el hecho de que la Virgen ayudó al Redentor en nuestro rescate, es nuestra Madre espiritual, la que nos dio la vida

sobrenatural junto con su Hijo, como lo recalca el texto conciliar citado más arriba. En efecto es allí, bajo la Cruz, donde

se ubica el acto principal de esta maternidad, donde María llega a ser de hecho nuestra Madre, la que lo era ya de derecho por

la Encarnación, porque llegando a ser la Madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, llegaba a ser también la Madre de los

miembros. Pero, además Jesús quiso proclamar la Maternidad espiritual de su Madre en relación con los hombres en el momento en

que moría en el Calvario, entregando a Juan en manos de María, porque es en ese momento precisamente en que María sufriendo

con Jesús nos daba con El la vida sobrenatural.

Esta Maternidad espiritual para con nosotros parece encontrar también confirmación en la primera aparición a Catalina Labouré

el 19 de julio de 1830. Efectivamente, esa aparición y la confidencia que tuvo lugar entre la Virgen y su vidente, se

desarrollan íntegramente en un clima de ternura maternal. Palabras, actitudes, gestos, todo es maternal en María. La Virgen

está sentada sencillamente en el sillón del Capellán, como su propia madre Santa Ana estaba representada en el cuadro que

menciona Sor Catalina. Esta última queda autorizada a apoyar familiarmente sus manos sobre las rodillas de Nuestra Señora,

quien llama a la humilde novicia: "Hija mía". La previene sobre las dificultades que encontrará y le inspira confianza, como

lo hace una madre. Maternalmente, se interesa por todos y por todo, llora sobre las tristes consecuencias de los sucesos que

han de venir. Pero, sean éstos los que fueren, la tranquiliza. "Ten confianza, le repite, yo velaré por tí".

Otra prerrogativa es afirmada por las apariciones de la calle du Bac y la Medalla Milagrosa, la de su Realeza universal. Y

ésta de una manera muy clara. El P. Gasnier O.P. en su estudio ya citado: "La Medalla Milagrosa y la Realeza de María"

escribe: Las tres apariciones a Catalina Labouré tienen su característica propia, su enseñanza particular que sobresale. Es,

creemos, un curso graduado en tres lecciones sobre la Realeza Universal de María.

Sor Catalina quedó muy impactada por la insistencia de la Virgen acerca del simbolismo del globo sobre el cual estaba de pie;

especialmente en la tercera aparición. Este globo representa al mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en

particular. Por una inspiración ciertamente sobrenatural, la vidente vio en esto una afirmación de la realeza de María. Y ella

siempre tan reservada y discreta, exclamó con entusiasmo: "¡Oh! Cuán hermoso será oir decir: María es la Reina del Universo,

particularmente de Francia y los niños gritarán con alegría y entusiasmo "y de cada persona en particular". Será un tiempo de

paz, de alegría y de dicha, que durará mucho, será llevada cual bandera y dará la vuelta al mundo.

Parece que en todas las palabras de María, sean estas últimas, en las que vio la afirmación de la Realeza de Nuestra Señora,

las que más impactaron a Sor Catalina. Y el P. Gasnier, quien piensa que la enseñanza particular de las manifestaciones de la

calle du Bac es ésta de la Realeza de María, cree aún poder decir lo siguiente:
"La primera aparición - Sor Catalina a los pies de la Virgen - nos revela la Realeza de María sobre "cada persona en

particular". La segunda aparición simboliza la Realeza de Nuestra Señora sobre "todo el mundo". Y la tercera aparición, en la

que la Virgen está de pie detrás del altar, teniendo a sus plantas el Sagrario nos recuerda que su Realeza se extiende hasta

el "campo de la gracia".

Y el mismo autor analiza todos los detalles de las tres apariciones, relacionándolos con la Realeza de María.

También aquí la Medalla Milagrosa y las manifestaciones de María en la calle du Bac, anunciaban un nuevo desarrollo de la

teología mariana.

El primero de noviembre de 1954, Pío XII proclamaba a María Reina del Mundo y coronaba la imagen romana de la Virgen, llamada

"Salud del Pueblo" al mismo tiempo que instituía la fiesta de María Reina, fijada en adelante el 31 de Mayo.

La idea de la Realeza de María, ciertamente no era nueva en 1830. Se remonta a los primeros siglos de la Iglesia. Ya en las

catacumbas, la Virgen, porque era Madre de Dios, está representada sentada en un trono, como una emperatriz o reina,

presentando al Niño-rey a la adoración de los magos. Y a lo largo de veinte siglos de historia cristiana, María ha sido

llamada continuamente Reina. Testigo de esto son las hermosas antífonas marianas: "Dios te salve, Reina y Madre" y otras

varias.

Pío XII no hizo sino exponer claramente una verdad ya conocida. Pero no deja de ser una alegría el pensar que aún aquí el

Señor se sirvió de la humilde Medalla Milagrosa para contribuir a poner una nueva perla en la corona real de su Madre. Las

doce estrellas del reverso de la Medalla hacen seguramente alusión al Capítulo XII del Apocalipsis. Seg&ua cute;n esto, María

es ciertamente esa mujer coronada de doce estrellas que vio San Juan en la gloria del cielo, Reina de los Angeles y de los

hombres.

Además, la imagen de la Virgen coronada con doce estrellas permite probablemente hacer una evocación de su Asunción. Está

revestida de sol, es decir, de la gloria celestial, de esa gloria con que brillaba el cuerpo transfigurado de Jesús sobre el

Tabor, en el que su rostro apareció luminoso como el sol dice San Mateo.

He ahí las diferentes verdades de la teología mariana, que según creemos se pueden encontrar en las apariciones de la calle du

Bac y en la Medalla Milagrosa. Esta última es un verdadero libro de teología mariana para uso del pueblo cristiano; un

micro-apocalipsis-mariano, como dice Jean Guitton., una mini-revelación-mariana, una teología mariana en resumen, para uso de

humildes y pequeños, como todos debemos serlo, conforme a la afirmación de Jesús.

En realidad, todo el misterio mariano está aquí condensado: desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción gloriosa, en que

María es coronada Reina de los Angeles y de los hombres; desde el Génesis, la primera y misteriosa alusión a la socia del

Redentor, aplastando la cabeza de la serpiente, hasta el Apocalipsis en que la Virgen, al mismo tiempo que la Iglesia con

quien ella está íntimamente unida, habrá obtenido la victoria definitiva sobre Satanás, pasando por la Maternidad divina, la

asociación de María a Cristo en la Redención, la Mediación Universal bajo su doble aspecto, de intercesión y de distribución

de las gracias. Sí, toda la doctrina mariana de la Iglesia. María unida a Cristo y llevando a Cristo, María en el centro mismo

de la Iglesia. Tal es la enseñanza teológica de la Medalla Milagrosa, tan bíblica, tan Cristocéntrica y tan eclesial, tal cual

el Concilio acaba de recordárnosla en el hermoso capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia.






Capítulo V

Mensaje Pastoral de la Medalla

La primera lección de las apariciones de 1830 es ciertamente un gran llamado a la Oración.

Los historiadores que han hecho un estudio comparado de las diversas apariciones aprobadas por la Iglesia, a partir de 1830,

hacen notar que el llamado a la oración no es una excepción en ninguna de ellas.

No hay nada extraordinario en ésta cuando se piensa el lugar privilegiado que ocupa la oración en la vida de la Iglesia. El

fin primordial de la Iglesia, ha dicho Paulo VI, es enseñar a orar. Recuerda a los hombres la obligación de la oración, excita

en ellos la disposición natural necesaria para la plegaria; les enseña porqué y cómo es menester orar, hace de la oración el

gran medio de salvación y la proclama al mismo tiempo fin supremo y próximo de la verdadera religión. (Alocución en la

audiencia general del 20 de julio de 1966).

Ahora bien, el llamado a la oración y el papel primordial de ésta en la economía de la salvación son particularmente claros en

las apariciones de la calle du Bac.

Desde luego son las únicas, entre todas las que han tenido lugar después y que la Iglesia ha reconocido como sobrenaturales,

que se han desarrollado en una Iglesia, "en una casa de oración". Asimismo las apariciones tuvieron lugar, salvo la primera,

mientras la Comunidad de las Hijas de la Caridad estaba en oración, en súplica, durante la meditación de la tarde.

Después María misma aparece en oración, cumpliendo lo que es su gran función hasta el fin de los tiempos: La Mediación de

intercesión ante su Hijo.

Finalmente, la Medalla que nos da no es ningún amuleto, fetiche, que hay que tener consigo para ser protegido, es sobretodo

una invitación a la oración, que es necesario dirigir al único Mediador entre Dios y los hombres -Jesucristo-por medio de

María: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimo a Vos! La Medalla es el instrumento de las gracias que

María consigue.

Las gracias, María no las distribuye al azar. En sus palabras a Santa Catalina cuida de especificar que derrama las gracias

sobre quienes se las piden: "La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos son el símbolo de las gracias que derramo sobre

las personas que me las piden". Y para que esa lección sea mejor comprendida, la Virgen la repite bajo una forma negativa.

Afirma que hay gracias que no se dan porque no se piden. "Estas piedras de las que no salen rayos son las gracias que se

olvidan de pedirme".

Por consiguiente, no hay que separar la medalla de la oración. Por el contrario aquella debe ser un estímulo y recordar la

necesidad de pedir, por María, todas las gracias que necesitamos. La Medalla debe excitar nuestra fe, unirnos así más

íntimamente con Dios y hacernos conseguir más seguramente las gracias de vida cristiana, pidiéndolas, por medio de María, cuya

intercesión es todopoderosa ante su Hijo.

Pero hay una oración particularmente cara a María y que parece recomendarla al aparecerse a Catalina Labouré, es la del

Rosario.

El P. Gasnier, en su folleto: "La Medalla Milagrosa y la Realeza de María", lo demuestra bien en las páginas 18 y 19.

Dejémosle la palabra. Se nos da mayor precisión acerca de la plegaria por excelencia que conviene dirigir a María, en el hecho

de que los rayos brotarán de los preciosos anillos que adornan las manos de la Purísima, como las manos de una Reina.

Estos anillos eran tres en cada dedo y cada uno de ellos estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado.

Ahora bien, en esa época se recitaba precisamente el Rosario con esa clase de anillos recubiertos con diez granos que se

hacían pasar con el pulgar alrededor del índice. Pues, se utilizaban ya en 1830 las decenas para rezar el Rosario, como se

practica en nuestros días. Y la prueba está en que el 20 de junio de 1836, Roma intervino para declarar que las indulgencias

concedidas a la recitación del Rosario no podrán ser aplicadas a los anillos de oro y de plata recubiertos de diez granos.

Nuestra Señora llevaba tres anillos en cada dedo, es decir tenía en cada mano un Rosario entero de quince decenas. Manera

magníficamente elocuente de advertirnos que la oración que conviene dirigirle, "su oración" es el Rosario. Mas que todas las

plegarias, el Rosario hace brotar de sus manos sobre las almas, torrentes de gracias.

Se ha visto más arriba que la Virgen volverá sobre esta lección en las apariciones posteriores y siempre con más precisión e

insistencia. El llamado será particularmente solemne y urgente en Fátima. María mira el Rosario como el gran remedio a los

males de nuestra época.

Por otra parte es lo que la misma Iglesia no cesa de repetirnos desde hace un siglo, por la voz de los Papas, sobretodo de

León XIII, quien publicó una docena de encíclicas para llamar al mundo católico a recitar el Rosario, y también, Pío X, Pío XI

y Pío XII, Juan XXIII y en fin, Paulo VI. Todos estos Papas no han cesado de confirmar el llamado de María, y hacerse eco del

mismo. La Madre de la Iglesia y la Iglesia misma no tienen sino una sola voz.

Paulo VI, en su Encíclica sobre el Rosario, del 15 de setiembre de 1966, dice hablando del Rosario: "Esta oración, el segundo

Concilio ecuménico del Vaticano, la ha recomendado a todos los hijos de la Iglesia de manera muy clara, aunque no explícita,

cuando dice: Que estimen en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia María que el Magisterio ha recomendado a lo largo

de los siglos. (Constitución dogmática sobre la Iglesia Nro, 67)

Recemos entonces el Rosario si queremos obtener abundantemente las gracias que María distribuye, puesto que los rayos que

simbolizan estas gracias salen de las decenas del Rosario que María llevaba en sus manos. Pero velemos para decirlo con la

devoción requerida. Si algunas piedras de estas decenas no brillan ¿no es porqué recitamos negligentemente el Rosario? En su

lecho de muerte, Catalina Labouré solícita de decir todavía a sus cohermanas una palabra más sobre la SS. Virgen antes de

abandonarlas, murmura sencillamente: "Recomienden que se rece bien el Rosario". Ella había comprendido la importancia de su

rezo ferviente.

Señalamos también una lección que brota claramente de las apariciones de la calle du Bac.

María insiste sobre el culto eucarístico y orienta hacia la Eucaristía. No sólo se aparece en la Capilla, sino cerca del altar

y aún cerca del Tabernáculo. Tal fue el caso en la primera y tercera aparición.

El 19 de julio de 1830, Nuestra Señora va a colocarse sobre las gradas del altar, del lado del Evangelio y se sienta en el

sillón del celebrante que debía estar contra el altar, puesto que Sor Catalina estando de rodillas delante de la Virgen se

apoyaba sobre las gradas del altar.

Más, sobre todo, María invita con vehemencia a su vidente a buscar fortaleza cerca del Tabernáculo en las dificultades que

habrá de encontrar en su misión: "En cuanto al modo de conducirme en mis penas, Ella me mostró con su mano izquierda el pie

del altar y me recomendó de acercarme hasta aquí, abrir mi corazón, asegurándome que aquí encontraría los consuelos que

necesito."

Lo mismo en las calamidades que París habrá de sufrir pronto, es cerca del Sagrario donde será necesario buscar ánimo y

confianza: "Pero venid cerca de este altar, ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidieran con

confianza y fervor: serán derramadas sobre grandes y chicos."

Durante la tercera aparición, como se ha señalado más arriba, la SS. Virgen se aparece no ya a la altura del cuadro de San

José como el 27 de noviembre, sino encima del Sagrario y algo detrás. El Sagrario estaba inundado por los rayos que salían de

sus manos. Esto es muy significativo.

Efectivamente, Jesús en la Eucaristía, ¿no es el mayor don que nos ha hecho María? La gracia no nos puede llegar en plenitud

sino por la Eucaristía.

Este es el medio esencial y normal de recibir la gracia divina. La Eucaristía, a la que rodean como otros tantos canales

derivados los demás sacramentos cristianos, es el instrumento por excelencia de la gracia, como la síntesis de todas las

gracias. Por eso hacia ella nos orienta finalmente María.

Las apariciones de la calle du Bac acaban como había empezado, orientándonos hacia la Eucaristía. El verdadero oficio de

Nuestra Señora es conducirnos a Jesús.

Al conducirnos a la Eucaristía, María nos muestra también el sacerdocio y la Iglesia entera, con su jerarquía y su culto, cuyo

centro es la Eucaristía. Nos recuerda que todas las gracias distribuidas por la Iglesia, Ella las ha merecido con Jesús y con

El las reparte, pero que es necesario pasar siempre por nuestra Madre, la Santa Iglesia para conseguirlas y que no hay que

olvidarlo, cuando nos dirigimos a Nuestra Madre, la SS. Virgen.

He aquí algunas lecciones de esta Epifanía mariana de 1830. No agotan sin duda el rico simbolismo de la Medalla. En efecto, al

mostrarnos la Cruz que domina la letra M, la Virgen ¿no ha querido acaso significar que nuestra vida como la suya debe tener

parte en el misterio de la Cruz?

Al colocar ambos Corazones uno al lado del otro, ¿no ha querido estimular la doble devoción al Corazón de Jesús y a su Corazón

Inmaculado? Al poner en la Medalla las doce estrellas, en las que los Comentaristas del Apocalipsis han visto una alusión a

los doce apóstoles, ¿no ha querido recordarnos el deber del apostolado obligatorio para cada cristiano bautizado? Es posible,

aunque menos evidente. Mas, aún sin eso, la Medalla es bastante rica en lecciones para que la amemos.




Capítulo VI

Llevemos la Medalla Milagrosa

Es la recomendación de María misma a Catalina Labouré: "Haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la llevaren

en el cuello recibirán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza." María

en persona pide, por tanto que se lleve la Medalla e indica de qué modo.

El llevar la Medalla tal cual la Virgen lo recomienda es una manifestación de la auténtica devoción a las sagradas imágenes

como lo quiere la Iglesia. El 2º Concilio ecuménico de Nicea en 787, definió contra los iconoclastas la devoción católica a

las imágenes de los Santos. La cual no se opone a la ley del Antiguo Testamento que prohibía las imágenes talladas y otras

representaciones de la divinidad. Efectivamente, después de la Encarnación, Dios ha tomado una humanidad que puede ser

representada.

Por otra parte, se tributa a las imágenes pintadas o esculpidas de Jesús, de la Virgen y de los Santos solamente un culto

relativo: no es el trozo de metal o papel pintado que se venera, pero hacer pensar en la persona así representada e invita a

honrarla. Así sucede cuando llevo conmigo y abrazo una fotografía de mi madre; mi acto de piedad filial no va al cartón que la

evoca, sino a mi madre en persona.

Por otra parte, es un gesto tan natural y a veces tan necesario entre los seres humanos, aún los más equilibrados, llevar

consigo la imagen de un ser querido, especialmente el de la propia madre. ¿Cómo entonces el cristiano no habrá de llevar la

imagen de su Madre del Cielo, María? ¿Y principalmente esta imagen que es la Medalla Milagrosa, en la que la Virgen ha

indicado ella misma de qué manera deseaba ser representada? ¡Sin contar que la Medalla es una imagen de gran riqueza

teológica! Es la síntesis genial y verdaderamente inspirada de lo Alto, de toda la teología mariana tal como la Iglesia nos la

presenta.

Además la Iglesia ha bendecido esta Medalla. Su gran oración litúrgica ha venido a sancionar la recomendación de la Virgen y

transforma así en un sacramental su imagen llevada con fe y confianza.

Un sacramental es un medio instituído o aprobado por la Iglesia y santificado por ella, a fin de animar nuestra fe y nuestra

oración y atraer así la gracia sobre nosotros.

La Iglesia sabe muy bien que necesitamos señales externas para suscitar nuestra plegaria. Sabe que somos seres sensibles que

tenemos necesidad de ver, tocar, besar un crucifijo, una medalla, para hacer brotar nuestra fe y nuestro amor por Jesús, por

María.

Precisamente el llevar la Medalla Milagrosa nos ayuda eficazmente a tener una actitud filial y amante hacia nuestra Madre del

Cielo. Todos los que la llevan lo han comprobado y pueden dar testimonio de ello.

¡Cuántas veces al levantarse no se olvida uno de la oración de la mañana! Pero aquel que lleva una Medalla Milagrosa al cuello

involuntariamente es llamado al orden y así es conducido de nuevo a pensar en María y en Jesús. Aunque no sea un pensamiento

rápido y una breve oración, la jornada ha empezado con María, con Dios.

Lo mismo a lo largo de las horas; ¡cuántas veces la vista de esa medalla que uno lleva eleva nuestro pensamiento a lo

sobrenatural, nos incita a una breve oración a María, sobre todo si llevamos la medalla de modo visible!

¿Quién conocerá alguna vez las gracias innumerables que estas invocaciones rápidas y filiales habrán atraído sobre nosotros

especialmente si han sido hechas con confianza?

Y, ¿quién sabrá que invocaciones y que buenas inspiraciones suscitará nuestra Medalla en los que nos vean llevarla?

Y, ¡quién dirá la actitud respetuosa que muchas veces un novio, un esposo, se siente obligado a adoptar frente a la persona

que ama, pero porque le ve puesta bajo la protección de María, cuya Medalla le está recordando su dignidad cristiana!

Sí, llevemos con confianza la Medalla Milagrosa. La Iglesia y María, Madre de la Iglesia, saben lo que hacen, cuando

comprometen a sus hijos a llevar con fe y confianza este signo bendito que invita a la oración, atrae la gracia sobre el alma

y a menudo protege también el cuerpo.





Capilla de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa
Rue du Bac Nro. 140 París-Francia.

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...