viernes, 1 de julio de 2011

Quisiera retirarme a solas contigo

Señor, quisiera retirarme algún día a solas contigo. Tengo tantas cosas que contarte. Estoy en medio de un mar de actividades, que me quitan tiempo para Tí. Escucho permanentemente muchos ruidos, todo es movimiento, es un andar de idas y venidas y no te encuentro.

La música que me deleita, los ruidos de los coches, el teléfono que suena, la televisión, los avisos comerciales, el hablar de la gente, todo es un inmenso ruido de palabras e imágenes que me llevan a un torbellino que no tiene fin. ¿Donde puedo encontrar silencio?

Cuando me levanto, de mañana temprano, comienzo a escuchar los ruidos de mi interior, quizás son aquellos más silenciosos, pero los que más demandan ser escuchados. Vienen a mi mente recuerdos de mi juventud, lo que debí haber hecho y no hice, lo que debí comprar y no compré, lo que soñé y no lo pude realizar, lo que perdí y no volví a tener, lo que amé, lo que destruí, lo que ansié, lo que compartí. Estos ruidos me golpean insistentemente y a veces me producen angustia y tristeza porque no los puedo dominar.

De a poquito, comienzo a escuchar otros sonidos, el canto de un pájaro, el cobrador de mis gastos, voces que pasan raudamente, la computadora que prendo, mi canción favorita, el aullido del perro de mi vecina, las hojas de los árboles... Estoy rodeado de melodías que a veces producen una canción de encanto pero otras... más vale olvidarlas.

También escucho el timbre de la puerta, el pobre hombre que me viene a pedir un pedazo de pan y me mira con sus ojos tristes y la mano tendida, el teléfono que suena como en eco, de mi hija para avisarme que hoy me trae a mis nietos, el acordarme que hoy es día de reunión con mis amigos, la telenovela que no me la puedo perder porque está en el capítulo más excitante, los llamados de la cocina que me indican que la comida va a estar a punto... ¿Dónde puedo encontrar silencio, Señor?

Sabes, también oigo el sonido de mi cuerpo, con dolores y tensión. En ocasiones no me responde porque está cansado de tanto trajín. Voy al médico, consulto al Homeópata, leo las medicinas alternativas para encontrar alguna vía de alivio, todavía no me doy cuenta como pude dejar el yoga y los ejercicios en el gimnasio, la gente que me quiere me aconseja y no hago tanto caso, sí, Señor esta es mi estampa de hoy en día. ¿qué me dices?



Te he escuchado muy atentamente y no he dejado de prestarte atención. Créelo.

Hace muchos años, me encontré con Marta y María y Marta estaba como tú, muy atareada con las cosas de la casa. María en cambio, sin dejar sus responsabilidades había preferido un momento de silencio. Marta, Marta...la llamé por su nombre y la tranquilicé.

Hay tiempo para todo, le dije. Si te reorganizas podrás hacer las cosas más pronto pero todavía mejor. Pero antes...pero antes dedícame un poquito de tu tiempo. Retírate a ese sillón que tanto disfrutas, siéntate, descansa y no pronuncies la menor palabra. Cierra los ojos, respira profundamente, déjate invadir por mi silencio y los ruidos acabarán.

Mis palabras no tienen ruido, son silenciosas y solamente me encuentras en el silencio. Allí en escasos momentos, te hablaré con dulzura y sólo estaremos tú y yo. Tengo mucho para decirte y mucho tiempo para escucharte. Ven, deja que el rayito de sol alumbre todavía más el esplandor de mi presencia.

Estaré y me quedaré aquí contigo un buen rato. Hablaremos, nos reíremos, haremos proyectos y sin que te des cuenta te sentirás tan abrazada por mi Amor, que dirás como Pedro: quédemonos aquí, Señor.

Y antes de que estés pronta para volver a tus actividades, te enseñaré el lenguaje que sólo lo doy cuando estoy contento como ahora, contigo: el lenguaje del silencio que es el idioma del amor más profundo. No habrá más ruidos, solamente tú y yo, sin palabras. Te lo pido, regálame este momento y a cambio te daré un poquito de cielo. Estoy seguro que volverás...y rezaremos juntos.

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