viernes, 8 de julio de 2011

Jean Lafrance

Si eres de verdad un hijo para Dios, debes contemplar al Hijo único, para que te comunique sus gustos y sus costumbres. Mira como ha vivido abandonado al Padre, sin rigidez. Sabía muy bien que iba hacia la cruz, pero ha vivido como un hijo, sin atormentarse antes de tiempo. Ha vivido la amistad del tiempo presente. Entre los medios que eliges para ir hacia Dios, pregúntate: ¿Esto me suaviza un poco más, me hace más niño?
Si quieres vivir como un hijo, te invito a leer en la oración a Lucas (12,22-32) el pasaje titulado: vivir de la gracia de Dios; verás como Jesús ha vivido bajo la mirada del Padre. En él aparece continuamente la expresión: "No te preocupes por nada, no temas". Cuando Dios llama por teléfono a la tierra, hay que escucharle en indicativo; así hablaba con María de Nazaret: "No temas". ¡No tengas miedo" El Señor sabe muy bien que tienes miedo cuando se te acerca. No estás desarmado y levantas tus defensas entre Dios y tú, ente tú y los demás.
Sobre todo no te sientas culpable por este miedo, está en el orden de las cosas de la tierra. Acéptalo como parte del lote inevitable de tus miserias de hombre que no está todavía totalmente purificado.
Llegará un día en que te verás libre de todas tus inquietudes. El padre Molinié define a un santo como quien no tiene miedo de Dios. Puede tener miedo de los acontecimientos que le zarandean, pero no tiene ya miedo de Aquel que dirige los acontecimientos "pues sabe en quien se ha fiado".
¿Por qué no dejas de tener miedo, te fías de Dios y te abandonas a él? El Padre ve y sabe todo lo que necesitas. Es un Padre atento y tierno con el menor deseo que sube del corazón de sus hijos. Sólo Dios es bueno (Mc. 10,18), profundamente tierno y dulce. Jesús es el único que lo sabe bien y cuando te aconseja que te abandones a Dios, sabe en que manos te pone. Dice sencillamente lo que ha visto junto a su Padre que ve y conoce tus necesidades. Y esta certeza de sentirse mirado por un Padre, atento e interesado, es lo que propone y pide a tu fe. Fe díficil, porque no supone necesariamente una experiencia y porque el silencio de Dios es a veces más sensible que su propia atención. Así debe de ser precisamente la fe: que se fie lo suficientemente de Dios para que no le pida milagros, y que le estime lo suficiente como para atreverse a contar con su criatura.
El objetivo de la oración es entrar en el secreto del corazón, bajo la mirada del Padre que sabe aquello que necesitas antes de que se lo pidas (Mt. 6,8) En la agonía, Jesús ora para que el cáliz se aleja de él; aparentemente no es escuchado, pero él continúa contra viento y marea fiándose del Padre. Una confianza así tiene incidencias muy concretas en la vida real y cotidiana. Porque Dios existe, obra y es amor, un cierto número de actitudes adquieren todo su sentido: callar para atender a lo que obra en tí, dejar hacer y otras tantas actitudes que dan preferencia a su acción sobre la tuya.
A partir del momento en que reconoces: "Tú nos has hecho, Señor, y somos tuyos" descubres el recuerdo escondido de tu nacimiento terreno y puedes nacer a la existencia de arriba. Abandonas el pasado a la misericordia de Dios, confías el porvenir a su providencia y te queda tan sólo el instante presente, único lugar de tu comunión con Dios, si te abandonas a su voluntad. El momento presente es el punto de incersión de Dios en tu vida y la fuente de tu oración continua. No te preocupes por el porvenir, pues es tomar el puesto de Dios, dice Teresa de Lisieux, y ponerte a crear.
No puedes saber la alegría que da este abandono. Acepta que todo lo que eres, se lo debes a Otro al que descubres oscuramente trabajando en el corazón de tu vida: aquel que es, por el que han sido hechas todas las cosas, el creador, Dios bendito eternamente, dirá San Pablo. El día en que despiertes a este descubrimiento maravilloso, escaparás de una larga opresión, tus bloqueos y crispaciones cederán para dejar sitio a la alegría y a la pura alabanza a Dios.
Hoy es tal vez la ocasión propicia, aquella en la que el Espíritu Santo tenga a bien hacerte comprender este abandono, para ayudarte a llevarlo a la práctica en lo concreto de tu vida con sus dolores y sus alegrías.
No pases de largo la infancia espiritual; estás tal vez en un momento de tu vida favorable para acoger estas palabras.

Quienes se sienten llamados a consagrarse totalmente "a la oración por el mundo" a fin de que el Hijo del Hombre encuentre aún fe cuando vuelva a la tierra, deben sumirse plenamente en la oración de María, la cual comenzó y acabó su vida en la oración incesante. Sobre todo no han de intentar justificarse cuando les digan que esta oración es utópica o que no basta rezar; no hay ninguna justificación que buscar, pues su vocación viene de arriba y sólo el Padre puede decidir sobre esta vocación.
No han de buscar tampoco cómo orar ni cuánto tiempo han de orar, y menos aún si han de hacerlo mental o vocalmente. Unicamente han de consagrarse a la oración. Si les preguntan por qué rezar, por quién rezar, si tiene alguna utilidad rezar, limítense a responder: Yo rezo porque Dios es Dios y me lo ha pedido. Sobre todo que no busquen rezar bien, de lo contrario no rezarán jamás; sino que busquen ante todo rezar siempre, sin cansarse nunca, sin desanimarse.
¿qué quiere decir sumirse totalmente en María? La respuesta nos la da Luis Griñon de Monfort, al decir "que debemos hacer todas nuestras oraciones en el oratorio del corazón de María". Esto supone que hemos descubierto ese oratorio y que habitamos en el corazón de María, lo mismo que Juan acogió a María en su casa después de pascua. En otros términos, es preciso que hayamos tenido la experiencia de la proximidad de María, de su presencia a nuestra vera, pues ella nos conoce a fondo e íntimamente, hasta el punto de que no necesitamos abrirle nuestro corazón y que ella acoge el menor deseo y la más insignificante oración. Sencillamente hemos de limitarnos a rezarla y suplicarla apenas dispongamos de un momento libre.
Con ella vivimos la eucaristía, celebramos el sacrificio y bajo su mirada hacemos oración. En la oración del Rosario es donde nos sumimos enteramente, no nos cansamos de repetirlo, porque añadimos una multitud de otros misterios que el Espíritu nos inspira. Me gustan las palabras de Jesús a San Juan: "He ahí a tu madre" sobre todo cuando interviene el Espíritu y nos hace gustar que María es una verdadera Madre. También están las palabras de Jesús que proclaman bienaventurada a su madre por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Todas estas expresiones alimentan nuestra oración y nos mantienen habitualmente en compañía de María. Pero el fondo de nuestra oración, aquella a la que volvemos atraídos por una fuerza, es el Rosario, sobre todo la segunda parte del Avemaría: "Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
Quienes han tomado la decisión de sumirse totalmente en la oración de María, saben muy bien que todas nuestras oraciones se dirigen a Dios, pero dejan a María el cuidado de dirigir su oración como ella quiera, como ella sabe, a cada una de las personas de la Santísima Trinidad. Ella es la que ora con nosotros y por nosotros. En ella rezamos nosotros.
En el fondo de esta manera de rezar está también la convicción enunciada por Griñon de Monfort: Cuando rezas a María, ella responde "Dios". María no retiene nada para sí ninguna de las oraciones que se le dirigen, pues es pura transparencia y sabe bien que todo don perfecto viene, no de ella, sino del Padre de las luces, del que provienen todas las gracias. Los que rezan a María de este modo, tienen la convicción de que María es la omnipotencia suplicante y que deben pasar por ella para rezar al Padre. Lo hacen bajo la presión de un instinto que le es sugerido por el Espíritu Santo y que les da la certeza de que es esa la buena manera de rezar y que no se engañan.
Por lo demás, esta manera de rezar no es permanente. Puede que se nos conceda algunos días, en los que podríamos repetir lo que afirmaba Teresa de Lisieux después de la gracia que recibió al comienzo de su vida religiosa, que durante una semana vivió bajo el manto de María y le parecía no encontrarse ya en la tierra, hasta el punto que hacía las cosas como si no las hiciera. Es lo que ocurre a quienes reciben la gracia de sumirse totalmente en la oración de María. No están bajo su manto, pero están en su corazón, y allí es donde hacen todas sus oraciones.
Esto puede durar más o menos tiempo, a veces, sólo algunos días o simplemente el rato de un momento de oración. Luego, ¡se acabó! Ya no se percibe la presencia de María, parece lejana. No tenemos por qué reprocharnos nada; no depende de nosotros, sino de Dios, que nos otorga esta gracia cuando quiere y como quiere. Es esta una ley de la vida de oración; hay que vivir en la alternativa sin imponer a Dios nuestras ideas, sino acogiendo con alegría y acción de gracias lo que nos da cuando quiere.
Semejante gracia puede ir seguida de un período de sequedad o de otra gracia. De golpe sentimos que estamos bajo la mirada del Padre y abrimos las manos para acogerlo todo sin saber muy bien por dónde comenzar, si por dar gracias o por suplicarle. Verdaderamente la oración del Espíritu es imprevisible; hemos de esperarlo todo, sobre todo lo inesperado.
Esto nos enseña a no tomar demasiado las riendas de nuestra oración, sino a dejarnos guiar por Dios mismo y por su Espíritu, como él quiere y cuando quiere. Creo, sin embargo, aunque no pretendo estar en lo cierto, que esta guía en nuestra oración, es también una gracia que nos viene de María, por no decir del Espíritu Santo. Los que se lo han dado todo a María y se han consagrado enteramente a ella deben esperar que ella intervenga como ella sabe y cuando lo desee.
Nosotros no somos ya dueños de nuestra vida. Es María la que se encarga de guiarnos. Lo que ha de tranquilizarnos y darnos una alegría y confianza absoluta es saber que estamos en muy buenas manos y que nada malo puede acontecernos. Pero cuidemos de no resistirle, sobre todo en las cosas pequeñas y en los consejos cotidianos. Debemos obedecer a la menor indicación de la mano de la Virgen, de lo contrario hará que sintamos nuestras resistencias y desobediencias. Es una gracia grandísima dejarse guiar así por María, sobre todo en la oración y en la vida, porque nos damos cuenta de que no solamente nuestro obrar está marcado por su huella, sino que el fondo mismo de nuestro ser se ha vuelto enteramente mariano.
Alegraos en el Señor siempre, lo repito, alegraos. Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres (Filip. 4,4-5)
Hay que esperar a Jesús como al que debe venir a colmarnos, a llenarnos de alegría y paz. Sin esta espera viva y activa de Jesús es casi imposible vivir las bienaventuranzas, la pobreza, la pureza de corazón, la humildad, la misericordia. La presencia de Cristo dentro de nosotros mismos la expresa San Pablo en su carta a los Gálatas, capítulo 2, versículo 20: "Ya no vivo yo, pues es Cristo en que vive en mí".
En nuestra vida espiritual debemos mantener un doble movimiento, por una parte, el Señor se identifica con cada uno de nosotros y más especialmente, lo sabéis bien, con los pobres, con los pequeños, con los abandonados; es el capítulo 25 de Mateo: "Lo que hicistéis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicistéis". Pero al mismo tiempo está siempre fuera de nosotros y le esperamos sin cesar: Dichoso aquel al que tu rostro ha fascinado!
"No os inquietéis por cosa alguna" es decir, no hagáis caldo de cultivo con vuestras preocupaciones. ¿Por qué? Porque el Padre ve y sabe lo que necesitamos. No preocuparse por el mañana es lo primero. Instintivamente sentimos miedo. En todas las circunstancias, dice Pablo. En la oración tomáis todas las circunstancias de vuestra vida que despiertan miedo en vosotros, que hacen que no os sintáis seguros del mañana o en todos vuestros trabajos previstos e imprevistos.
Pablo nos hace rezar en plena vida, con una oración arraigada en toda una existencia. En todas las circunstancias, en la acción de gracias, orad y suplicad para dar a conocer a Dios vuestras peticiones. Tenemos ahí el doble movimiento de la oración cristiana. Toda oración es alabanza, acción de gracias. Cuando se ha comprendido el poder de la alabanza y el poder de la acción de gracias, se comienza a mirar la vida más serenamente, con más paz. Habría que dar gracias por todo lo que Dios hace en nosotros, por todas las personas que nos encontramos, por todos los acontecimientos.
Además ""orad"". Para insistir, Pablo dirá: ""suplicad"" Por eso deseo insistir en la súplica, para dar a conocer a Dios vuestras peticiones. Cada vez que se trata de la oración en el Evangelio, se trata de la oración de petición. Se grita porque se siente una necesidad. Pensad en el amigo importuno, en la viuda importuna; son personas que piden. La súplica, pues, parece ser la piedra de toque de una vida de oración. ""Pide y recibirás"" Es importante suplicar en la vida y no tenemos excusas para no hacerlo, porque está al alcance de todos; dura un cuarto de segundo. No es dificil, pero al mismo tiempo es muy difícil, porque supone una actitud de pobreza, de humildad, de confianza. Es decirle: LO ESPERO TODO DE TI.
Dios quiere conquistarte y seducirte, da vueltas a tu alrededor y espera que abras una brecha en tu corazón para precipitarse en él con todo el dinamismo de su amor. Esta brecha será tu deseo orientado hacia El. Es la única fuerza capaz de obligarle a bajar. Pero es preciso que tu corazón se llene totalmente de un deseo ardiente de Dios que no admite ningún reparto. Pide a menudo al Espíritu Santo que profundice tu corazón para que pueda brotar de lo más profundo de tu ser este deseo de Dios.
Si miras largo tiempo e intensamente hacia el cielo, Dios bajará porque siempre es El quien te busca. Si le suplicas que venga El vendrá a tí. Más aún, si se lo pides a menudo, durante largo tiempo y con ardor, no puede menos de venir a tí.
Pero el esfuerzo que se te pide es el de mirar, escuchar y desear. Debes estar atento al don que Dios te hace de sí mismo y consentir como María en la Anunciación diciendo: "Fiat". La oración es un acto de atención y consentimiento a Dios que no cesa de merodear alrededor de tu corazón.
La oración, como la amistad, es una alegría gratuita. Debes estar a la espera, pobre y desprendido, para ser digno de recibirla. Orar, pertenece al orden de la gracia. Si pasas toda tu oración deseando a Dios, sin querer captarlo ni anexionártelo, puedes estar seguro de que se ha derramado una gran gracia sobre tí, pues no desearías a Dios si no estuviese presente y actuando en lo más íntimo de tí para suscitar este deseo. Si no tuvieses a Dios en tí, no podrías sentir su ausencia.
Y si tu corazón está seco, si estás como un leño, sin ningún deseo de El, clama tu sufrimiento con gritos vehementes. Llama a la puerta de Dios hasta que te abra. Sabes que el Padre no te dará una piedra si le pides pan. Quiere concederte lo que le pides, pero espera que perseveres hasta el final de tus fuerzas.
Cuando un agua está turbia, hay que dejarla reposar bajo la cálida claridad del sol para que las impurezas se depositen en el fondo y el agua aparezca pura en la superficie.
Lo mismo sucede con tu vida cristiana que se decanta poco a poco en la oración, bajo la mirada de Dios. El Espíritu Santo inclinará tu corazón hacia tal o cual forma de pobreza para mejor orientar tu vida en el sentido de la voluntad de Dios. Sobre todo aprenderás a estar delante de Dios, para él solo.
Cuando trabajas o descansas, obras demasiado por un fin. Te olvidas de lo maravilloso que es estar, sencillamente estar, sin pensar en más. La oración te hace estar delante de Dios.
La elección espiritual a la que se te invita es descubrir la voluntad de Dios sobre tí en un momento dado de tu vida para orientarla. No te puedes fiar, de las solas luces de tu razón, tienes necesidad de una revelación superior del Espíritu para comprender el designio de amor de Dios para contigo.
La oración continua, la contemplación del Evangelio, purifican tu corazón y te invitan así a entregar a Dios lo más íntimo de tu ser.
En el punto de partida, se da la certeza de que el Espíritu Santo quiere realizar en tí algo que te resulta imposible de definir de antemano. Habitualmente vienes a la oración con problemas precisos para los cuales quieres soluciones inmediatas. No puedes entonces descubrir la voluntad de Dios que exige una ausencia de cuestión previa y un olvido de lo que eres o de lo que haces.
Deja, pues fuera tus problemas y ábrete a Dios para someterte a una presencia efectiva del Espíritu que quiere realizarte. En la oración, te conviertes en el lugar de paso del Espíritu, dejando caer poco a poco tus defensas y tus seguridades.
Por eso la voluntad de Dios no pide habitualmente conductas extraordinarias o sensacionales. Dios trabaja en el tejido mismo de tu existencia, POR TANTO SU VOLUNTAD APARECERA A NIVEL DE TU VIDA DIARIA. Te pide sobre todo, que aceptes con plena lucidez tu ser de hombre, con sus límites y sus deficiencias, a través de las cuales te purifica.
CONTINUA ORANDO TOMANDO NOTA EN TU VIDA DE LAS LLAMADAS PRECISAS Y DE LOS DESEOS QUE EL ESPIRITU TE SUGIERE, pues siempre te habla a través de tus aspiraciones profundas haciéndote descubrir la voluntad de Dios. Y luego, trata concretamente de traducir como quieres realizar esa elección, acomodándola a la necesidad.
En todo caso, si has elegido según Dios, experimentarás una gran alegría en tí. La paz y la alegría son siempre las señales de la acción de Dios en tí, aún cuando esta alegría exija de tu parte un sacrificio real. Al mismo tiempo poco a poco, se formará en tí ese espíritu de discernimiento espiritual que te hará "sentir" la voluntad de Dios en todos los acontecimientos de tu vida.
Cuando todavía estaba con sus discípulos, Jesús les había prevenido: "porqué separados de mí no podéis hacer nada".
Su marcha ¿no les va a sumir en la aflicción? ¿dónde van a ir a buscar el dinamismo para afrontar la persecución y anunciar la buena noticia? Por eso Jesús va a consolarlos con ternura y anunciarles que después de su vuelta al Padre, el Padre y él van a enviarles el Espíritu Santo. "Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto".
Vuelve a leer el capítulo segundo de los Hechos y verás como el Espíritu de Pentecostés va a transformar de pronto la debilidad de los apóstoles en fuerza. Recuerda que el don de consejo te susurra las sugerencias del Espíritu y el don de ciencia que te hace saborear tu pequeñez. Pide hoy al Espíritu que te revista del poder de la resurrección de Jesús: es el don de fortaleza. Así podrás decir como San Pablo "con gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de Cristo.
Es el poder divino el que está manos a la obra en el mismo acto de la predicación: "Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios (2Cor 2,4-5). Enfrentado cada día con las exigencias del Evangelio, descubres que dificil es ser pobre y perdonar a los que te han herido. Si eres sincero contigo mismo, debes reconocer que tus fuerzas te traicionan y que no puedes obedecer a Dios. Entonces existe la gran tentación de decir: Dios me pide cosas imposibles...la vida es demasiado dura...no puedo seguir luchando...
Si has llegado ahí, permíteme que te diga que te viene encima una gracia grande pues, un día u otro, todo discípulo de Cristo debe hacer este descubrimiento; sólo entonces puede ser revestido del poder de la resurrección. Pobre de tí, si te resignas excusándote o rebajando las exigencias del Evanelio a la medida de tus propias fuerzas. Confiesa entonces con sencillez: Tengo un corazón duro como una piedra! Ahí es donde debes ser instruído para un nuevo combate, no esa lucha en la que piensas habitualmente... la que debes evitar a cualquier precio pues está inspirada por el orgullo. Al principio luchas torpemente en un combate estéril, llamado al fracaso, como la lucha de San Pedro, antes de la caída. Trataba de ser fiel a Cristo siguiéndole hasta la muerte. En el momento en que se derrumba descubre su orgullo de querer seguir a Cristo a fuerza de puños. Para llegar a esto, debes recibir una luz muy profunda y muy desgarradora para discernir el buen combate del malo.
Tus ojos deben abrirse sobre la dimensión extraordinaria del rostro de amor de Dios que te ha enviado a Jesucristo y al Espíritu como Defensor. Dios está pronto a darte todo si te decides a pedírselo de rodillas. Debes desear de verdad esta luz para que aprendas a luchar el buen combate. Entonces en este momento, Dios te puede enviar algo que cambie totalmente tu vida y te de la verdadera fuerza: La Eucaristía, es decir el poder del Espíritu Santo. Si sufres porque estás sin querer y sin amor a Dios, entonces lo que acabo de decir: es para tí! A menudo admiras a los santos y te dices: si tuviese la mitad de la cuarta parte de su voluntad...Teresa de Lixieux te respondería: No se trata de eso!!! No se va al cielo a fuerza de heroísmo, y tampoco se llega allí descansando!!! Teresa quiere manifestar que el secreto de su fuerza venía del Espíritu Santo.
La vida de los santos es un combate porque han luchado contra la dureza de su corazón para tener confianza en el amor de Dios y ""pedir socorro"". Cuando Jesús está presente con el poder de su Espíritu, se puede todo. Tu verdadera miseria es el no saber pedir ayuda al Espíritu Santo. Cuando hayas entendido lo que te propone Cristo, gritarás o no gritarás. Pero si gritas de verdad, el Espíritu caerá sobre tí con su poder y conocerás la fuerza verdadera, con el renunciamiento, la alegría y la salvación. Pero no olvides que toda esta fuerza está en el Espíritu:
"Ven Espíritu de santidad,
llena nuestros corazones de tu amor,
abrázanos con tu fuego"".
Si entre la multitud surge alguien que te reconoce y te llama por tu nombre, experimentas de pronto como un nuevo nacimiento; desde el momento en que una verdadera amistad nace entre dos personas, existe siempre un antes y un después, entre los cuales se puede decir: Ya no soy el mismo. Cuando abres la Biblia, ves también a hombres satisfechos o insatisfechos, santos o pecadores, a quienes el encuentro con Dios hace felices porque su vida ha encontrado de pronto un sentido nuevo. Todos aquellos a quienes Dios ha salido a su encuentro podrían decir: ¿qué sería yo sin tí que viniste a mi encuentro? Quien quiera que seas, eres el hermano de estos hombres en su aventura. Aunque fueras el mayor de los pecadores, el más desequilibrado y el más pobre, todas estas situaciones son una oportunidad que se ofrece a Dios para salir a tu encuentro. En la oración, grita este deseo de ser seducido por Dios y levanta ante El esas montañas de sufrimiento. Si oras con fe y en verdad, Dios transportará esas montañas al mar. Ora el tiempo suficientemente fuerte para que él transforme esa amargura en dulzura. En el seno de esta paz austera te descubrirás amado de Dios. Nada se le escapa, te ve en lo secreto y te ama. Deja que resuenen en tí estas palabras de Isaías: No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tu eres mío. Si pasas por las aguas yo estoy contigo, si por los ríos no te anegarán. Si andas por el fuego no te quemarás, ni la llama prenderá en tí. Porque yo soy Yavé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar, dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo. No temas pues, ya que yo estoy contigo. (Is 43,1-5)
Si hay hombres que emplean su vida en rezar, es para mantener viva y activa esa fe que Jesús desea encontrar en el corazón de todos los suyos. Para comprender esto, hay que remontarse al corazón de la Trinidad y entender que Jesús, en cuanto hombre, ha sido el primero en orar sin cesar y sin desfallecer. El es nuestro modelo, el gran suplicante, nuestro Intercesor ante el Padre. En el corazón de los Tres, el Hijo es sin cesar colmado por el Padre; está en estado de perpetua escucha por su parte, porque él está en estado perpetuo de súplica por el suyo.
Y en medio de la tierra, Jesús no dejó de proseguir esta oración, esperándolo todo de su Padre, el ser como el obrar y devolviéndole sin cesar toda la gloria y todo el gozo. Suplicaba siempre en el tiempo y era escuchado a cada instante. Por eso podía decir: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas.
Su oración era una respiración permanente, pedía el amor al Padre (por tanto, al Espíritu Santo) y al instante mismo el Padre escuchaba su petición, concediéndole el Espíritu. Su oración tenía la densidad de un instante, lo cual me permite decir que la respuesta estaba incluída en la petición. Por eso su oración era al mismo tiempo súplica y acción de gracias. Esto nos resulta difícil de comprender, porque vivimos en el tiempo y no vemos llegar lo que habíamos pedido, mientras que Jesús nos asegura que el Padre nos escucha siempre. Para nosotros, la oración está ligada al tiempo y por tanto a la perseverancia.
Cuando no vemos que ocurra algo es cuando más tentados nos sentimos a bajar los brazos. Sólo la fe puede mantenernos; por esto la cuestión que atormenta a Cristo es precisamente esta: ¿encontrará fe cuando venga a la tierra? ¿encontrará hombres que se mantengan y perseveren lo suficiente en la oración para creer que han sido ya esuchados?
La prueba de la fe perseverante autentifica la cualidad de la oración. Como en el perdón de las ofensas, al que la oración está ligada, se perdona una, dos, diez, setenta veces; pero un buen día se corre peligro de cesar. Por eso he sentido siempre admiración ante las palabras de K.Rahner, que me parecen la mejor definición de lo que es un hombre de oración: "Debemos ser hombres de Dios, y para decirlo más sencillamente, hombres de oración con el suficiente valor para arrojarnos en ese misterio de silencio que se llama Dios sin recibir aparentemente otra respuesta que la fuerza de seguir creyedo, esperando, amando y por tanto orando".
En el fondo, cuanto más se avanza en la vida de oración, más se penetra en el misterio del silencio de Dios. Uno mismo se ve reducido al silecio; no se sabe ya lo que hay que decir, e incluso pedir. Sin embargo, se está convencido en lo más hondo de que la oración es la única cosa importante, la única a la que vale la pena consagrarle la vida.
La gran cuestión es entonces la perseverancia: "Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados" "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas".
De vez en cuando el Señor se encarga de recordarnos nuestra poca fe y nuestro miedo a la oración: Hombre de poca fe... ¡Hombre de oración! Y entonces comprendemos nuestro verdadero pecado. La fe es el único combate de la vida: seguir creyendo que el Padre nos escucha y nos atiende cuando no se ve ningún resultado.
Me gusta invocar al Espíritu, pues él penetra el fondo del corazón, conoce todos mis deseos y formula al Padre una oración y una petición que corresponden a los designios de Dios. Y luego, naturalmente, está la Virgen Santísima. Jamás he recurrido tanto a ella como en estos momentos. Cada noche me despierto hacia medianoche para rezar los misterios gozosos. Creo que el Espíritu Santo y la Virgen son mis dos grandes intercesores orantes.
La necesidad de un cuarto de hora de oración al día.
No soy yo el que te da este consejo, sino la misma Santa Teresa de Avila. Había abandonado casi totalmente la oración después de su profesión en el Carmelo de la Encarnación de Avila y la vuelva a iniciar a los 28 años, a la muerte de su padre. A petición de sus hermanas carmelitas empieza a "escribir algunas cosas de oración". Se encuentra en ella una frase extraordinaria en la que dice esto: "Respondo de la salvación de aquel que haga un cuarto de hora de oración al día".
Para Teresa no se trata de un seguro de vida, sino quiere decirte sencillamente que si haces de verdad oración cada día, van a sucederte , la gloria de Cristo resucitado va a invadirte progresivamente y a la larga ahogará al hombre viejo. En esto sentido afirma que el pecado puede cohabitar en ti con la oración.
Teresa de Avila sabe muy bien que aumentarás la dosis. El Espíritu Santo te dará a gustar el agua viva y a diferencia de otras bebidas, no te saciarás nunca. La oración, cuanto más la posees, más la deseas. En el terreno de la oración, por el Espíritu Santo tú harás mucha oración. Pero empieza primero por un cuarto de hora. Luego, te apasionarás por la oración y presentirás, con deseo y temor que puede llegar a ser una vida interior a tu propia vida.
Ahora bien, si te propones hacer un cuarto de hora de oración cada día, puedes prever numerosas infidelidades; no hacerla, acortarla, o lo que es más peligroso, hacer como si la hicieses a tus propios ojos o ante los de Dios. Encontrarás muchas excusas: el trabajo, el cansancio, lo aburrido de la oración, la impresión de que pierdes el tiempo; en este terreno somos bastante imaginativos. Pero si has tomado la decisión de hacer oración cada día, hay una regla fundamental que podríamos enunciar así: las infidelidades no tienen ninguna importancia, con tal de que las reconozcas como tales y sobre todo que no te instales en ellas.
Si durante muchos meses no haces oración, pero estás atormentado por ello, estás salvado. Por el contrario, si haciendo oración, dejas penetrar en ti la turbación, estás en peligro. Estoy pensando en todos aquellos que afirman: la oración no es para mí, o vale más que entregarse a los demás que perder así el tiempo, o los que hacen objeciones más sutiles sobre la posibilidad misma de la oración o sobre la forma de hacerla.
Teresa define así la oración: "Tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". Te invita sencillamente a dejar que la presencia trinitaria, que impregna el fondo de tu ser, suba a la superficie de tu conciencia para investirlo por entero de un sentimiento de alegría. Me dirás tal vez que la oración no es siempre para ti un tiempo de alegría, y es cierto pero poco a poco, irás distanciándote de lo que experimentas para poner únicamente tu alegría en Cristo resucitado.
La oración es el comienzo del cielo en tu corazón, pero el cielo no está nunca fuera de ti, está siempre escondido en el fondo de tu corazón y es de dentro de donde brotará el agua viva.
Das un gran paso en la vida espiritual, cuando compruebas que todas tus resoluciones, deben transformarse en oración. Es la Virgen la que te va a ayudar a hacerte niño. "He aquí a tu Madre, en el seno de la cual debes entrar para encontrar la puerta del reino de los cielos y hacerte niño".
Sigue siendo Grignion de Monfort el que aconseja pasar por la Virgen para purificar todas tus peticiones. Te pones en sus manos para buscar a Dios. Para ir bajo el sol, es bueno ponerse a cubierto. La Virgen enseña la única actitud válida para entregarte totalmente a la acción de otro al cual no puedes controlar el ritmo, ni para aminorarlo, ni para acelerarlo.
Por eso, te invito a entrar en el movimiento de abandono por la oración a la Virgen. Importa poco la fórmula que emplees. Lo esencial es que te pongas en manos de otro y que le des carta blanca sobre toda tu existencia. Es como un cheque en blanco que tú firmas, dejando a Dios el cuidado de llenar la fórmula. A este nivel es al que tú haces pasar tu ofrenda por el corazón de la Virgen.
En tus relaciones con Dios todo es gratuito, aún el hecho de volverte a hacer niño. Dios te puede dar esto cuando él quiera, pero te pide que colabores en ello reconociendo con humildad la gratuidad de la gracia. La única manera de colaborar con este don de la infancia espiritual, es pedirlo: "Pide y recibirás, busca y encontrarás, llama y se te abrirá".
En la parábola del amigo importuno, Dios se compara a sí mismo con uno que no tiene ganas de dar, pero que acaba por cansarse de ser implorado sin cesar. Dios desea que le pidas y le importunes en la oración. Es la única manera de recibir este abandono, como un don gratuito.
Así es concretamente la oración: tú pides la gracia del Señor y le das gracias por habértela concedido. El gran movimiento de respiración de la oración, es la súplica y la acción de gracias. En un movimiento de aspiración, suplicas a Dios y tiendes hacia él. Y descansas esperando el don de Dios en la confianza, dándole gracias: es la espiración.
Este doble movimiento está muy bien señalado en el prefacio del Espíritu Santo: "Porque nos concedes en cada momento lo que más conviene y diriges sabiamente la nave de tu Iglesia, asistiéndola siempre con la fuerza del Espíritu Santo, para que, a impulso de su amor confiado, no abandone la plegaria en la tribulación, ni la acción de gracias en el gozo".
Te abandonas entonces en las manos del Padre, lo que equivale a decir que en el fondo de tu ser, los límites deben desaparecer y ante todo el límite entre el hecho de disponer de ti y el hecho de dejar a Dios disponer de ti. Tu deseo no es cumplir la voluntad de Dios, sino que esta voluntad se cumpla en ti. Es exactamente la tercera petición del padrenuestro: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo (Mt.6,10). Es un deseo y una oración.
Renuncias a disponer libremente y dejas definitivamente a Dios que disponga de ti. Dejas al Señor que realice este abandono por su presencia: la Eucaristía; esto es comulgar de verdad. Es exactamente el "hágase en mí según tu palabra" de María, que creó en ella el espacio libre para que la palabra de Dios se hiciera carne. Sólo el amor puede empujar a un ser no sólo a darse, sino a abandonarse en Dios, a ponerse entre sus manos, sin medida, con una confianza infinita.
Entonces puedes hacer eucaristía y decir como el padre de Foucauld: "cualquier cosa que hagas de mí, te doy las gracias, estoy pronto a todo, acepto todo". Para abandonarte es preciso recibir una luz muy profunda sobre la dimensión infinita del amor de Dios para contigo y comprender que es Padre; desde ese momento, ya no se trata de caminar hacia Dios, sino de no decidir nada por uno mismo, de dejar el timón de la vida. Es una disolución de la voluntad en la de Dios. Es lo que santa Teresa de Lisieux llama el abandono y que le hizo decir después de haberse ofrecido al amor misericordioso: "Ahora, el abandono es lo único que me guía".

viernes, 1 de julio de 2011

Mi prójimo

Señor, escucha mis gritos, atiende a mis clamores, presta atención a mi plegaria, pues no hay engaño en mis labios.

Si quieres sondear mi corazón, visítame por la noche o pruébame con fuego.

Confirma mis pasos en tus caminos para que mis pies no vacilen.

Soy yo quien te llamo, esperando tu respuesta , oh Dios. Inclina a mí tu oído, escucha mi ruego.

Manifiéstate, Dios Misericordioso, que salvas a quienes confían en tu mano.

(Salmo 17)





No tendrás que temer desgracia alguna, pues contigo está Yavé, rey de Israel.

Ese día le dirán a Jerusalén: "¡No tengas ningún miedo, ni te tiemblen las manos!

Yavé, tu Dios, está en medio de tí como un héroe que salva, él saltará de gozo al verte a tí y te renovará su amor.

Por tí lanzará gritos de alegría como en los días de fiesta."

(Sofonías 3:15-18)





Señor, hoy estuve en la Santa Misa y tu Palabra no me fue indiferente. Me dejó su huella en el pensamiento y me hizo reflexionar. El sacerdote habló del prójimo y del amor que debemos prodigarle, cumpliendo así tu segundo gran mandamiento.
Señor, ¿quién es verdaderamente mi prójimo?



Que pregunta que me has hecho! Y me dejas contento por haberte interesado. Ya te hallas en el camino de descubrirlo y por lo tanto te bendeciré y te ayudaré a encontrarlo. No te será dificil, créelo.

Prójimo es cercanía. Es mirar a tu alrededor y descubrir a "una persona igual a tí" No importa el color, la edad, su estado, porque en Mí es tu hermano en el Amor.

Pero por estar cerca tuyo, todavía no es prójimo, tienes que romper la barrera invisible de la separación, la distancia y el temor. Cualquier actitud tuya, por mínima que sea, desde un pensamiento positivo hasta un hecho concreto, recién a partir de tu receptividad y tu mirada, en ese preciso instante lo conviertes en prójimo. Has podido mirar a tu hermano.

Pero mirarlo no es precisamente descubrirlo. Lo descubres verdaderamente cuando propicias un encuentro, un tú a tú, cuando trascendiendo el movimiento, te detienes y comienzas a amarlo. Luego el movimiento continúa, pero es necesario un momento preciso, brevísimo, donde te descentras de tí mismo y vas hacia él.

A veces puedes preguntarle simplemente ¿qué necesitas? otras, prontamente te adelantas a sus necesidades, estirando quizás tu cálida mano o brindándole lo que piensas que le hace falta.

Cada actitud de entrega, cada actitud de servicio a los demás, es un gran paso de tu amor. Sales de tí. Si te encierras en tí mismo, continuarás amando, pero a tí mismo, nada más. Si te abres, saliendo de tí mismo y si a su vez eres receptivo para que alguien pueda entrar en tí, el prójimo estará ante tu presencia.

Cuando des un vaso de agua a un sediento, cuando des un pedazo de pan a un hambriento, cuando visitas a un enfermo solitario y triste, cuando hablas con tu vecino, cuando llamas a un amigo, cuando le sonríes al colectivero, cuando haces un favor a tu compañero de trabajo, cuando juegas con tus hijos, cuando acompañas a tu esposa a su reunión preferida, cuando dices gracias, cuando haces un sacrificio sin importar la recompensa, cuando te comprometes con los derechos de los demás, cuando das testimonio de Mí, cuando piensas en los demás, cuando...ahí estará tu prójimo, a tu lado.

Ahora bien, cuando discriminas por el color, por el poder o la riqueza, por la vestimenta o por las diversas formas de pensar, vuelves a encerrarte en tí y amarte sólo a tí, aunque con un amor muy especial e individualista. Este no es el Amor de mi Reino, pues el amor siempre es de a dos, es una actitud de entrega a "un otro/a". Cuando dejas de dar agua a un sediento, cuando dejas de dar un pedazo de pan, cuando dejas de visitar a un enfermo, cuando dejas de dar gracias, cuando dejas de ayudar, cuando todo te es indiferente, y estableces la barrera y la pared de la incomunicación, cimentada con ladrillos de agresión, enojo y hostilidad, entonces ya no podrás ver a tu prójimo. Le has cambiado la denominación: Ahora se llama enemigo.

Pero yo he venido a enseñaros un camino, la buena nueva y si me escuchas rogaré al Padre, vendremos a tí, moraremos en tí y soplaremos el poder del Espíritu que cambiará tu corazón de piedra en un corazón de carne, que se volverá sensible para dar cabida a todos tus hermanos. Pídeme la gracia para que ensanche tu corazón y sientas el Amor misericordioso que te llevará a salir de tí para ir a tus hermanos.

Entonces a través de cada hecho que hagas a su favor, por pequeñísimo que sea, aprenderás a amar a tu prójimo como a tí mismo, y no habrá en tí otro sentimiento de orar día a día por los desamparados, por los enfermos, por los pobres, por los desconocidos y sufrientes, orando por toda la creación y cuando los ames con tal intensidad, tanto en el pensamiento como con tus actos, quizás algún día inesperado descubrirás mi Rostro en medio de todos ellos. Ese día quedarás sin palabras y muy perplejo, pues amándote te diré: Conmigo lo has hecho! Ven a mi lado y disfruta de mis delicias.

Quiero nacer Señor!!!

Señor, te hablo bajito para que no me escuche mi madre. Te quiero contar algo y por favor ayúdame cuanto antes. He sentido hablar a mamá y papá y decidieron que no nazca. Han discutido, han peleado con gritos muy fuertes porque no están muy de acuerdo, pero creo que ya han llegado a la decisión y van a matarme.

Ni te imaginas como me siento acá, solito, solito, desamparado totalmente y con una tristeza que embarga mi pequeño corazón. Por favor Señor, sálvame. Quiero vivir, quiero conocer la alegría de vivir la vida, quiero nacer!

Todavía no estoy definitivamente formado, pero estoy vivo. Ya tengo mi cuerpecito, pero está todavía desarrollándose, sabes. Me he dado cuenta que he empezado a sentir, pero lo más lindo es que he empezado también a pensar. Puedo percibir mis pequeños movimientos dentro de las entrañas de mi madre. Ayer ví mis manitos con sus deditos incipientes, los pies se me movían lentamente y el corazón latía y latía. Cuando mi madre se alimenta, es mi regocijo, cuando ella está tranquila disfruto la paz inmensa de la cálida agua que me rodea.

Pero cuando los escucho hablar sobre mí, me invade Señor, una soledad terrible y un temor lastimero incontrolable.

No sé bien lo que hay afuera, pero estoy ansioso de conocerlo. He escuchado muchas voces que hablan de cosas que todavía no entiendo. Algunas personas hablan de amor, de amistad, de proyectos, de trabajo, pero otras gritan, pelean, se vuelven agresivos y solitarios.

Dicen que hay guerras donde matan a la gente, donde dejan morir a las personas, donde sólo quieren disfrutar y disfrutar sin importarle quien está a su lado. Que dificil la vida, Señor!

Pero a pesar de todo lo que puedo estar imaginándome, quiero vivir! Permítelo Señor, así te puedo conocer más de cerca, crecer, ser alguien, quizás un profesor o un profesional. Quisiera jugar con los niños, disfrutar de mi niñez, soñar, aprender, trabajar, ayudar a los demás. He escuchado que tu eres muy bueno, por eso te llamé. Que tú eres amor incondicional y que siempre estás a la orden para ayudar a los más necesitados, a los que están en gran peligro como ahora estoy yo.

Dicen que hace mucho tiempo hiciste milagros ¿que será un milagro? ¿los podré conocer? que curabas a la gente con tu mano, que eras un gran Maestro y todos te querían, que enseñabas la forma para vivir con dignidad y que dabas un camino para que todos fuésemos salvados.

Pero lo que más me entristeció es que a tí te pasó lo mismo que me está pasando a mí. Te mataron injustamente en la cruz! Que dolor y que injusticia. Por eso te llamé, porque sólo tú y nadie más que tú, sabes y comprendes la soledad y el vacío del dolor de sentirse aunque sea por un momento abandonado en las puertas del abismo. Así estoy yo Señor. Pero dicen también, que tu Papá vino a salvarte en el momento de tu muerte, cuando más sólo estabas, El no te defraudó, porque he escuchado que tiene mucho Amor y misericordia. ¿me entiendes Señor? ¿a quién podría recurrir sino a tí?

Ayyyyyy, ahora pude respirar y estoy más tranquilo, pero temo las voces de mis padres y su decisión que pronto llevarán a cabo. Señor, seca mi llanto lo cual yo no puedo hacer. Pon tus manos bondadosas sobre mi cuerpecito, para que pueda vivir y no me maten. Sabes, presiento que mi mamá me quiere, pero está confundida. A pesar de todo, ella me sigue alimentando, a veces, pone su mano sobre mí y siento su calor y su sentimiento maternal. Y mi padre también me habla y esto me da esperanza, pero AHORA están decididos Señor, ven rápido, aýudame y sálvame. QUIERO VIVIR. Yo los quiero Señor y los quiero querer...


Mi pequeño, mi pequeño, todavía no tienes nombre pero te aseguro que ya está grabado con fuego en mi corazón. No temas. Vivirás!

Escucha y permanece tranquilo: Eres de los más preferidos de mi Padre y de ninguna manera permitirá que algo te suceda, porque lo único que sucederá es que vendrás a la vida en la alegría de las alegrías como el nacimiento silencioso de una flor. Tu inocencia y tu limpio corazón enternecen a mi Padre y Yo le rogaré a El y vendremos a tí y estaremos y viviremos en tí. Te ampararemos amorosamente, te cobijaremos con ternura y no te faltará leche y miel. Crecerás fortificado y la luz del cielo nunca te faltará.

Hace tiempo, Yo les hablaba a los grandes, a los adultos y les decía que si no se volvían como tú, no entrarían en mi Reino, un reino de paz, de amor y de felicidad. Confía, estamos contigo y además cuentas con tu otra Madre, la del cielo pero aquí en la tierra, mi Madre, la que me concibió con infinito Amor. Ella y más que ninguna hará lo mismo contigo. ¿que dices? ¿estás más tranquilo?

Ahora, espera en nuestro trabajo. Soplaremos un rocío resplandeciente, el del Espíritu, el que da vida, aquel que con su sombra cubrió a mi querida Madre para que Yo pudiera nacer. Tenlo por seguro: tus padres cambiarán de opinión. Sus corazones se volverán nuevamente al camino de la esperanza, al camino de la ansiosa espera, al camino del amor y de la vida, porque Yo soy el camino, la resurrección y la vida.

Duérmete mi niño, descansa, crece sanamente, te cuidaremos y cuando despiertes conocerás la inimaginable e indescriptible alegría de una nueva creación: serás tú mismo con un precioso nombre que ya está escrito para siempre en los cielos...y que tendrá su lugar, aquí en la tierra. Tus padres te estarán esperando. Vivirás!



Quisiera retirarme a solas contigo

Señor, quisiera retirarme algún día a solas contigo. Tengo tantas cosas que contarte. Estoy en medio de un mar de actividades, que me quitan tiempo para Tí. Escucho permanentemente muchos ruidos, todo es movimiento, es un andar de idas y venidas y no te encuentro.

La música que me deleita, los ruidos de los coches, el teléfono que suena, la televisión, los avisos comerciales, el hablar de la gente, todo es un inmenso ruido de palabras e imágenes que me llevan a un torbellino que no tiene fin. ¿Donde puedo encontrar silencio?

Cuando me levanto, de mañana temprano, comienzo a escuchar los ruidos de mi interior, quizás son aquellos más silenciosos, pero los que más demandan ser escuchados. Vienen a mi mente recuerdos de mi juventud, lo que debí haber hecho y no hice, lo que debí comprar y no compré, lo que soñé y no lo pude realizar, lo que perdí y no volví a tener, lo que amé, lo que destruí, lo que ansié, lo que compartí. Estos ruidos me golpean insistentemente y a veces me producen angustia y tristeza porque no los puedo dominar.

De a poquito, comienzo a escuchar otros sonidos, el canto de un pájaro, el cobrador de mis gastos, voces que pasan raudamente, la computadora que prendo, mi canción favorita, el aullido del perro de mi vecina, las hojas de los árboles... Estoy rodeado de melodías que a veces producen una canción de encanto pero otras... más vale olvidarlas.

También escucho el timbre de la puerta, el pobre hombre que me viene a pedir un pedazo de pan y me mira con sus ojos tristes y la mano tendida, el teléfono que suena como en eco, de mi hija para avisarme que hoy me trae a mis nietos, el acordarme que hoy es día de reunión con mis amigos, la telenovela que no me la puedo perder porque está en el capítulo más excitante, los llamados de la cocina que me indican que la comida va a estar a punto... ¿Dónde puedo encontrar silencio, Señor?

Sabes, también oigo el sonido de mi cuerpo, con dolores y tensión. En ocasiones no me responde porque está cansado de tanto trajín. Voy al médico, consulto al Homeópata, leo las medicinas alternativas para encontrar alguna vía de alivio, todavía no me doy cuenta como pude dejar el yoga y los ejercicios en el gimnasio, la gente que me quiere me aconseja y no hago tanto caso, sí, Señor esta es mi estampa de hoy en día. ¿qué me dices?



Te he escuchado muy atentamente y no he dejado de prestarte atención. Créelo.

Hace muchos años, me encontré con Marta y María y Marta estaba como tú, muy atareada con las cosas de la casa. María en cambio, sin dejar sus responsabilidades había preferido un momento de silencio. Marta, Marta...la llamé por su nombre y la tranquilicé.

Hay tiempo para todo, le dije. Si te reorganizas podrás hacer las cosas más pronto pero todavía mejor. Pero antes...pero antes dedícame un poquito de tu tiempo. Retírate a ese sillón que tanto disfrutas, siéntate, descansa y no pronuncies la menor palabra. Cierra los ojos, respira profundamente, déjate invadir por mi silencio y los ruidos acabarán.

Mis palabras no tienen ruido, son silenciosas y solamente me encuentras en el silencio. Allí en escasos momentos, te hablaré con dulzura y sólo estaremos tú y yo. Tengo mucho para decirte y mucho tiempo para escucharte. Ven, deja que el rayito de sol alumbre todavía más el esplandor de mi presencia.

Estaré y me quedaré aquí contigo un buen rato. Hablaremos, nos reíremos, haremos proyectos y sin que te des cuenta te sentirás tan abrazada por mi Amor, que dirás como Pedro: quédemonos aquí, Señor.

Y antes de que estés pronta para volver a tus actividades, te enseñaré el lenguaje que sólo lo doy cuando estoy contento como ahora, contigo: el lenguaje del silencio que es el idioma del amor más profundo. No habrá más ruidos, solamente tú y yo, sin palabras. Te lo pido, regálame este momento y a cambio te daré un poquito de cielo. Estoy seguro que volverás...y rezaremos juntos.

Sentido de la vida

Señor, he venido al lugar de tu habitación, al Santísimo Sacramento, a buscar un momento de paz y sosiego para llenarme de tu gracia y tu sabiduría. He venido un poco atribulado, preocupado y deseo me concedas la gracia en este preciso momento, de que pueda abrir mi corazón y contarte lo que me está pasando. Quiero ser sincero contigo y manifestarte que hace mucho tiempo que ansiaba este momento, pero de alguna manera lo rehuía, lo evitaba, porque sé que al hablar contigo hallaría una respuesta y después no tendría la posibilidad de volver atrás. Eres muy misericordioso y comprensivo, pero contigo no hay doblez, porque tu propuesta es exigente y determinante. Lo sé.

Tengo temor de dar un paso adelante que me comprometa, que me haga ver que debo cambiar, pero ya de estar aquí contigo, a tu lado, siento que no existe otro camino que me libere de mis temores y miedos, para que, después de este diálogo, comience a ver con otra luz, tanto a mi mismo como al ambiente que me rodea.

Sabes que tengo una vida desahogada, que no tengo problemas económicos, que puedo darme los gustos que quiero, que he sabido contruir una posición relevante en la sociedad y lograr en varias áreas el reconocimiento de los demás. A los ojos de muchas personas, soy exitoso y triunfante.

No me quejo de lo que la vida me brindó, adquirí cultura y conocimiento, amistades y vínculos que me permiten estar rodeado y acompañado. En el trabajo, adquirí consistencia y estabilidad y soy respetado por mis colegas. He realizado mis sueños en gran medida, consiguiendo logros materiales a través de los cuales compré la casa que siempre quise tener, viajar y conocer muchos países y lo más importante una familia a la cual adoro.

Parecería que tengo todo, que estoy satisfecho y sería injusto que pudiera esbozar alguna queja. Pero, en este silencio especial y delante de tu santísima habitación, solamente frente a Tí, te quiero decir que me falta lo más importante: darle sentido a mi vida.

Señor, no he encontrado todavía algo que me satisfaga completamente, tengo una carencia existencial que no la puedo expresar en palabras, pero que en momentos, igualmente rodeado de todas mis posesiones, siento un vacío que se hace carencia, debilidad y desesperanza.

Hace mucho tiempo, que ansiaba venir a visitarte y con lágrimas en los ojos, poder susurrarte: Ten compasión de mí Señor, y ven a inundar la habitación de mi espíritu, que está pobre, seco y árido, porque cuando Tú golpeabas insistentemente no supe escucharte y la puerta permaneció cerrada. Señor, hazme conocer el verdadero sentido de mi vida!



Hijo, tienes todo y te falta todo. Esta es la verdad. La riqueza material por más abundante que sea no te proporcionará riqueza de vida. El sentido de tu existencia no brotará nunca de esa fuente, porque ella es efímera y el manantial que yo te ofrezco es eterno y perdurable.

Adquiere y busca por todos los medios La Sabiduría que ella te instruirá y el primer paso que debes dar es temer mi Nombre. No es un temor de miedo y de oscuridad, es el temor de respeto y confianza en Mí que te he creado y te he dado todo y te daré aún más. Es el temor de acordarte de Mí y de tenerme presente en cada momento. Entonces brotará la luz que te brindará riquezas incalculables pero que no tienen el valor que tú le das a las materiales. Ellas no tienen precio y no se pueden comprar.

Sólo Yo te las puedo dar si buscas con persistencia mi Sabiduría. Si te despojas de tus bienes, compartiéndolos y no aferrándote a ellos, te volverás pobre a tu parecer, pero muy rico delante de Mí. El camino que te propongo es que dejes en cada estación parte de tus cargamentos. Cuanto más los abandones menos preocupado estarás. A medida que avances estarás liviano, suelto, sin nada en que apoyarte. Ahí estaré Yo para caminar contigo y mi cargamento es suave y ligero. Al tener menos, tendrás más, al despojarte, te enriquecerás. Esta es la paradoja de mi propuesta. ¿quieres seguirla?

Te entiendo, es muy dificil, porque los lazos que te unen a las cosas parecen indestructibles y romperlos es una tarea que no puedes hacer por sí solo. Yo, te lo prometo, desataré los nudos con el poder de mi Espíritu, tomaré tus pertenencias y las repartiré a muchas personas de muchos lugares. No temas, no permitiré que te entristezcas. Entonces, cuando ya no te quede nada en los graneros y estés muy vacío y sin nada de lo cual asirte, vendré a tí y te llenaré en abundancia. Ahora lo tendrás todo y serás muy rico en tu verdadera pobreza.

Descubrirás entonces el verdadero sentido de la vida que tus posesiones te impedían verlo y realizarlo. Adquirirás una nueva dimensión de las cosas, tu espíritu crecerá y buscarás nuevos horizontes donde el sol de la mañana te hará escuchar un nuevo sonido de todo lo que te rodea.

Hijo, sigue tras la huella de la verdadera Sabiduría, la celestial, para inventar nuevos espacios de amor y generosidad que te devuelvan la increíble experiencia de aprender a amar a los demás, como Yo te he venido amando, sin que tú te dieras cuenta.

Percibe en la abundancia de mis signos el sentido de lo que tengo guardado para tí. Búscame, llámame y sobrenaturalmente poseerás todo: conmigo tendrás un verdadero motivo para vivir.

Adoración

Señor, desde mi niñez mis padres me han enseñado a rezar, a orar, a recitar el Padre Nuestro y el Avemaría y ha sido mi sustento espiritual hasta estos días.

También he participado en grupos de la Parroquia, en cursos sobre Oración y todo ello me ha enriquecido mi dimensión espiritual. He aprendido a leer tu palabra, a comprenderla y a escudriñarla, gracias a las enseñanzas que recibí de muchas personas, sacerdotes a quienes todavía hoy sigo recordando por su dedicación y disponibilidad, pero también a laicos, quienes con su ministerio me han brindado su tiempo y su conocimiento para ahondar en tu Palabra.

Luego, en la realidad de la vida, en las dificultades y pruebas que fuí experimentando, empecé a sentir la división que tenía en mi interior, entre lo que sabía de tu Palabra y "vivir" tu Palabra com mis hermanos, familiares y con el ambiente que me rodeaba.

Sinceramente, entré en un conflicto muy grande, porque comenzaron a aparecer por doquier mis contradicciones e inconsistencias. Me ví reflejado en San Pablo, sujeto a otra ley, la del pecado, haciendo lo que no quería y no haciendo lo que deseaba. Ahora que estoy hablando contigo, te digo que esto me deja preocupado. Cuando por diversas circunstancias, he dejado de leer y cumplir tu Palabra, he perdido la referencia: comencé a deslizarme cada vez más hacia abajo. Cuando sin darme cuenta permití que se diluyera el sentido del pecado, lo cometí y volví a cometerlo y aún mas: no he quedado perturbado! Pero, seguí deslizándome más abajo. Cuando las necesidades de las personas y sus llamadas de auxilio comenzaron a serme indiferentes, un día, lo recuerdo bien, me sentí realmente vacío y acobardado.

Ayer, me prestaron un libro, el cual sostiene que la solución a estos problemas es simplemente saber adorar. Señor, asísteme e instrúyeme. Dime que significa la adoración.



Hijo, cuando me encontré con la mujer Cananea, ella estaba muy sedienta y Yo le ofrecí un manantial inagotable para calmar su sed. Le dije: Adora al Padre en Espíritu y en Verdad, porque El se complace y busca adoradores que lo hagan de esa manera.

No es nada dificil, simplemente escucha. Ahora estás en el piso de un gran fondo oscuro. Si miras a los costados, sientes que te aprisionan las paredes que se achican segundo a segundo. Te sientes como atrapado y sin ninguna salida, te falta la luz, y no puedes huir ni correr. Estás quieto, sin movimiento y muy rígido. No temas. Comienza a adorar. Inclina tu cabeza hacia arriba, y verás lo único que puedes percibir: un tenue rayo de sol. Este es el inicio. Esta luz te alcanza.

No preguntes nada, calla por un pequeño tiempo. Sólo mira hacia arriba. Mira y fija tu mirada a lo invisible, pero con fe y mucha confianza. El sol te alumbrará un poco más y así verás grandes cosas, aún mayores de lo que han visto otras personas. Siéntelo, El está ahí, no busques su rostro porque es inescrutable. Escucha su murmullo, abre tu corazón ahora para que disfrutes su dulzura y misericordia. Tiéndele la mano porque ha venido a estrechar su mano con la tuya y luego déjate llevar. El te alzará como en un soplo, vendará tus heridas y se sentará junto a tí sobre una roca.

Temblarás ante su presencia, tus emociones se colmarán de plenitud por su cercanía, tus lágrimas caerán a borbotones por la inmensa alegría que experimentarás en su nube de gozo y felicidad. Ahora estás con El. Míralo, escúchalo, pero no hables. El te entiende y te responderá tus interrogantes. Sólo disfruta en calma y quietud. Ensancha tu corazón y observa a tu alrededor. Percibe los colores, la nueva dimensión de las cosas, las flores que crecen, el agua que fecunda el desierto seco de lo que pisabas y entonces sólo dí: Gracias Padre! Nada más.

La adoración es extasiarse con gozo y gratitud simplemente ante su Presencia, es el silencio del lenguaje del Amor. Si por algún motivo tu alma se entristece, vuelve a la adoración. El te necesita así, humilde y confiado en creer que de nuevo vendrá cuando lo llames. No busques su rostro. Lo encontrarás; en todas las cosas y personas que te rodean. Y cuando lo encuentres y tu amor se plasme en una oración de alabanza, estarás adorando. Y porque El así lo prefiere, te volverá a buscar. Pero no lo olvides: déjate hallar.

Por nuestro matrimonio

Señor, ya va a comenzar la noche y en la calma de nuestro hogar, nos hemos dado este tiempo para conversar contigo.

Hace veinticinco años años que estamos casados, que hemos consolidado a través del tiempo, nuestro matrimonio. Atrás, ha quedado, aunque permanece intacta, nuestra historia de amor: nuestros hijos, nuestro trabajo, nuestros sueños cumplidos y los no realizados, nuestras cruces y momentos muy dolorosos. Pero también las hermosas alegrías, los momentos gratificantes que hemos vivenciado, los recuerdos, las imágenes estampadas con emoción en nuestros corazones, en fin, Señor la vida que tus has sabido regalarnos a través de tu bendición y tu amparo.

Gracias Señor, por la atención cuidadosa que nos has brindado, gracias por lo que nos has permitido conocer, vivir, sentir, gracias por tu Palabra y tu aliento en los momentos decisivos de nuestra pareja y gracias especialmente por nuestros queridos hijos y por todas las alegrías que ellos nos dan y nos han dado.

Pero hoy, delante de Tí, los dos, unidos en un único deseo queremos conversar y escuchar tu palabra, tu consejo en estos muy delicados años de nuestro matrimonio.

La rutina de la vida, el trabajo y las preocupaciones nos han reducido el tiempo para comunicarnos, estamos hablando muy poco entre los dos, quizás compartiendo solamente y a veces simples miradas que evaden la palabra y la posibilidad de expresar nuestros sentimientos más íntimos. Se ha instaurado de alguna manera la barrera de la distancia, que ha podido llegar en ocasiones hasta la indiferencia y la incomunicación.

Nos hemos convertido en islas, donde cada uno permanece en sí mismo y cumpliendo mecánicamente las obligaciones y responsabilidades de rigor. La espontaneidad se ha ido diluyendo, la sorpresa ha quedado en el olvido, los regalos que antaño eran repetidos, permanecen en las estanterías de las tiendas.

La rutina nos ha dominado, provocando cansancio y monotonía. Hemos dejado los paseos domingueros, las visitas a nuestros amigos, las reuniones, los proyectos y durante mucho tiempo permanecemos inmóviles frente a nuestro televisor. Hemos paralizado a la palabra y ya no están más las pequeñas pero maravillosas muestras de ternura que nos brindábamos mutuamente.

Señor, somos jóvenes todavía pero parecería que vamos cargando años de más y estamos dejando pasar las diversas oportunidades que aún la vida nos presenta. La desmotivación se hizo nuestra compañera en este camino de existencias paralelas y ya no luchamos como antes para alcanzar a dúo los objetivos de nuestra superación personal.

Por ello, hoy, tranquilos, acudimos a Tí para que nos ayudes a renovar y recobrar una historia de vida que deseamos con mucho fervor y mediante tu gracia, darle la fecundidad y continuidad que sólo Tú puedes hacer posible.



Gracias por haberme llamado y por haber acudido a Mí. Tómense de las manos, descansen que Yo les aliviaré la carga y llevaré vuestro yugo. Yo soy el Camino en el cual a partir de ahora transitarán con mi compañía. Falta todavía más tiempo para que compartan juntos muchos proyectos. El rocío de mi Espíritu los va a alumbrar y haré renacer en vuestros corazones un nuevo sentido para coronar la hermosa experiencia de vivir.

Permítanme que sea el centro de sus anhelos, que sea vuestro compañero de viaje en todos los momentos, que los guíe hacia pasturas abundantes y hacia el manantial inagotable en un bosque donde el sol aparece muy temprano.

Búsquenme diariamente a través de la oración, preséntenme vuestras plegarias expresándome las preocupaciones y angustias que debo solucionar. Abran su alma a la generosidad y fuerza de mi Palabra y aliméntense con mi comida celestial.

Un día, sin que se den cuenta, volverán a mirarse sin palabras, se re-descrubrirán nuevamente y mi presencia hará posible la cercanía del Amor. Ya no habrá caminos paralelos, caminarán juntos cantando aquella vibrante melodía que susurraban en su juventud y reposarán plácidamente en aquel lugar pérdido donde hace tiempo murmuraban sueños y esperanzas. Yo estaré ahí, sin que ustedes lo percaten y diré a mis ángeles que entonen la sinfonía que más prefiero para que vuestro amor quede enternecido en un abrazo perpetuo.

Vuelvan a decirse: SI, no teman expresar lo que sienten el uno al otro, vuelvan al compartir, jueguen, inicien un viaje, realicen tareas en reciprocidad, permanezcan bajo la sombra de un arbol solazándose con sus nietos, disfruten! pero siempre juntos. Respétense mutuamente aceptando y tolerando la individualidad y personalidad de cada uno, para que vuestro vínculo se enriquezca a pesar de las diferencias.

Cuando regresen al hogar, hagan una fiesta, inviten a sus seres más queridos y cuéntenles lo que ha sucedido. Renueven una vez más su amor, compartan la dicha y el gozo aún en medio de las dificultades que se presentarán. Oren y recen día a día para que se vean fortalecidos en la unión indestructible que un día se prometieron ante mi Presencia. Alégrense y vivan... Estoy con ustedes.

Por los niños enfermos

Padre de Misericordia, Padre de bondad, que siempre escuchas nuestras súplicas, hoy nos postramos delante de tu imagen para pedirte por nuestro querido/a hijo/a. (Sea en caso de enfermedades, operaciones de cirugía, evolución post-operatoria, accidentes)

Hemos venido del Hospital muy consternados puesto que los médicos nos aseveraron que su problema todavía es reservado. Estamos ante tí, con nuestro corazón lleno de dolor, queriendo compartir contigo estos momentos. Atiende esta plegaria que te realizamos con toda nuestra fuerza y confianza, para que protejas a nuestro hijo, lo ampares y le brindes tu poder infinito de sanación para que se cure rápidamente y sufra lo menos posible.

Tu sabes cuanto lo amamos, cuanto quisiéramos robarle su dolor para evitarle este trance; toma entonces, Señor, su sufrimiento y que se haga carne en nuestros cuerpos. Sabremos soportarlo con humildad y paciencia. Acepta Señor este ofrecimiento para que nuestro querido hijo evolucione satisfactoriamente y si debe ser intervenido, Tú, con tu presencia siempre atenta, dirijas y conduzcas las manos de los médicos para que todo sea un éxito y pronto lo veamos nuevamente en casa, corriendo, jugando, con su cara sonriente y su dulzura. Padre, ten compasión de nosotros en estos momentos. Depositamos nuestra confianza en la Misericordia de tu Amor, por favor, cuídalo, ten tu momento con él a solas para que sienta el regazo de tus brazos llenos de cariño y protección.

Ahora está solito en la habitación, quizás dormido. Hemos venido a casa extremadamente preocupados y nuestra fe nos ha traído ante Tí, sabiendo de tu poder omnipotente. Tú obras milagros de curación, porque estás vivo y resucitado hoy en medio de nosotros. Tú eres el Pastor que cuida y venda las heridas de sus ovejas. Contigo todo es posible, contigo todo es calma y tranquilidad, contigo está la esperanza ...

Tomados de la mano fuertemente, elevamos ante Tí esta súplica de amor para que nuestro hijo quede totalmente a tu cuidado. Señor, gracias.



No se preocupen. En estos momentos estoy con vuestro hijo, a su lado, cuidándolo como un tesoro muy preciado. Está en calma, sin dolor. Ya he puesto mi mano sobre él y todo estará bien. No lo dejaré ni siquiera un segundo, le hablaré tenuemente y él me escuchará. Ya estoy viendo sus ojitos de alegría, porque ha descubierto mi Presencia.


Señor, gracias por cuidarme, gracias por estar junto a mí. Hoy tenía un poquitín de miedo y temor, pero ahora contigo siento mucha alegría y confianza porque es como si que mamá y papá estuvieran aquí. ¿quienes como tú y ellos me podrían cuidar mejor? Sé que ellos están muy tristes por mí, pero diles que los quiero mucho, que los extraño y que muy pronto, pero muy pronto, me podrán besar y abrazar porque Tú has venido a verme, a curarme y entonces ya no habrá más dolor ni preocupación. Volveré a jugar, a correr, a brincar con mi cachorro, ir a la escuela...como antes... Díles eso. Y por favor, tranquilízalos y cuida de ellos.

Mi niño, alégrate pero ahora, duerme, duerme tranquilamente que Yo me quedaré a tu lado. Nada sentirás y lo bueno sucederá. Y cuando despiertes, sanadas tus heridas, te prometo que tendrás el más anhelado regalo, lo que más esperas: la sonrisa de mamá y papá.

Oración para dejar de beber

Día a día, hablar con el Señor en intimidad y elevarle esta súplica. Dios hoy, continúa haciendo milagros, de acuerdo a la muchedumbre de sus maravillosas misericordias. Todo es posible para Dios y cuenta contigo.

Señor, Señor, por favor, ayúdame, estoy desesperado y hundido, el alcohol me ha destruído. No puedo parar de beber, es una obsesión irresistible que no la puedo controlar. Señor, Señor, grito desesperadamente clamando por tu ayuda. Ven Señor, te necesito. Dame las fuerzas que ya no tengo. Oyeme, ven Señor porque ya no tengo salida. Me destruyó por completo!

Señor, quiero volver a recuperar a mi familia, a los seres que más amo en el mundo, mi esposa y mis hijos. Yo he vivido con ellos momentos de felicidad y de dicha incomparables. Eramos una familia constituida, unida, que disfrutábamos de todo lo que habíamos ganado y obtenido con nuestro esfuerzo y trabajo.

Era un hombre digno y respetable, querido por todos, que gozaba de la amistad de muchas personas. La alegría reinaba en nuestro hogar, compartiendo la riqueza de los afectos, de sabernos queridos y amados. Había proyectos que realizábamos en mancomunión. Había una esperanza.

Pero hoy, Señor, ya todo esto no está y es por mi culpa.

Escúchame: Un día, lejano, me sentí muy bien en compañía de amigos, y disfruté de esa primera copa alcohol. Estaba eufórico, alegre, complaciente. Luego vinieron más y más. No lo volví a dejar.

En pocos años fuí perdiendo la dignidad, el respeto de los demás y me fuí convirtiendo en un desperdicio, sí, Señor, en un terrible desperdicio humano. Comencé a destruir a mi familia, con mis comportamientos, con mi agresión, con mi irresponsabilidad. Ya no me importaba más nada que beber y seguir bebiendo. Al levantarme, decía hoy no, y era un SI con mayúsculas ya que el alcohol me atraía como un poderoso imán.

Perdí el trabajo, las amistades y estoy casi perdiendo a mi familia. Tu sabes Señor, que ellos han sido los que más han sufrido, los que han sido víctimas inocentes de mi conducta. Pero a pesar de todo, los amo, Señor, los amo con todo mi amor, pero no puedo dejar de beber. Me digo que los quiero, pero me miento a mí mismo y les sigo haciendo un daño todavía mayor. No puedo superar este conflicto, por favor ayúdame.

Cuando no tomo, por momentos vuelvo a ser el de antes, afable, cariñoso, comprensivo, atento, pero también al momento, el alcohol me llama y yo no lo resisto. Y estoy enloqueciendo, porque me doy cuenta de lo que debo hacer para no perder lo que me queda, pero el alcohol me domina y hago todo aquello que me está haciendo perder lo que más quiero. Señor, ven, guárdame y pon tu mano en mi corazón, que ya no puede más. Cuida a mi familia, te lo pido, ampáralos y que me puedan comprender otra vez más. Reconozco que me han dado una y mil oportunidades pero siempre volví a fallarles. Deseo sinceramente que sea la última, lo necesito así y por ello estoy acudiendo a Tí. Sálvame, Señor.

No tengo fuerzas ni deseo de recuperarme, no he dado ningún paso para salir adelante, porque el deseo de beber me tiene atado y atenazado con sus poderosas garras y me he convertido en su esclavo encadenado. Suéltame Señor, estoy desesperado, sácame de este infierno, ven en mi ayuda, por favor, estoy gritándote y clamando con lo único que me queda: mi esperanza en Tí.


Me tienes aquí. Cálmate. Todavía no está nada perdido!

¿Crees en mis milagros? Yo haré de tí un milagro y desde ya mi Amor está interviniendo para tu pronta recuperación, pero colabora pues debo también contar contigo.

No te culpes más de lo debido, te harías más daño aún. Con esta oración que me has hecho, he sentido tu arrepentimiento y cuando presiento un corazón sincero y sediento así como el tuyo, me enternezco hasta el límite haciéndome vulnerable al Amor más intenso y sublime que puedo dar.

Quédate tranquilo, porque allí donde abundó el pecado sobreabundará la gracia y ella, mi gracia te salvará.

No eres tú el único responsable, el Enemigo ronda tu puerta y te ofrece el efímero deleite de una tramposa tentación. Conmigo también lo hizo, pero mis Angeles le dieron batalla y el poder de mi Padre, tu Padre, lo alejó. Tú sólo no podrás combatirlo, pero ahora que me has llamado con tanta fuerza y desesperación, por la fe que me has demostrado, Yo pelearé por tí. Ya no estarás sólo y juntos venceremos al Arquitecto de la maldad y de la desunión.

Yo te sustentaré, te daré fuerzas a través del soplo de mi Espíritu, estaré a tu lado en tus momentos más difíciles, pero sólo te pido una cosa y que deberás cumplir estrictamente: VOLUNTAD.

Voluntad para decir NO, voluntad para resistir, voluntad para luchar, voluntad para vencer, voluntad para sufrir, voluntad para salir adelante, voluntad de querer cambiar. LA VOLUNTAD es el secreto de tu victoria.

Cuando no tengas fuerzas, te sostendré con mis brazos, cuando estés decaído, te levantaré para que camines, cuando estés triste y desalentado, correré raudamente por tí. Conmigo todo es posible, pero tú debes cooperar. Conmigo verás el milagro, pero tú también debes ayudar a verlo realizado.

Toma una balanza, pon de un lado una copa vacía y del otro, pon tu persona, a tu familia, a tus seres queridos, a lo que quieres volver a ser. Ahora que sabes que cuentas con mi amistad, ¿serías capaz de volver a llenarla? Ya sé, te veo respirando profundamente y tus manos temblorosas que vuelven hacia atrás. El milagro comenzó!

Ve al médico, cúrate el cuerpo; ve a los grupos AA, curarás tu mente (no faltes); ve a tu casa, curarás tus afectos, ellos te quieren y están esperándote, ve a la Iglesia, curarás tu Espíritu.

Si me necesitas, ora. Regresa a la oración confiada y perseverante todos los días. Ella te dará la fortaleza del cielo para combatir y ahuyentar al Enemigo. No temas. Estando Yo, se alejará y pon de tí toda tu ansia y anhelo de reconquistarte y reconquistar lo que todavía no has perdido. Sabes, he venido para los enfermos, los sanos no necesitan doctor. No he dejado de amarte, y cuando tú lo necesites contarás siempre conmigo. Si caes nuevamente, te levantaré en mis brazos y te descubriré mis sendas...Recuerda: VOLUNTAD!!! y confianza absoluta en Mí, pues para ello he venido.

No olvides estas palabras: Bebe de mi copa, que es un vino de salvación. Deja tu copa, que es un vino de maldición y destrucción.



Proverbios 23 29-35


¿Para quién es el ay? ¿Para quién es el dolor? ¿Para quién las rencillas?
¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas sin razón? ¿Para quién los ojos turbios?
Para los que se detienen mucho en el vino. Para los que van buscando las mezclas alcohólicas.
No mires al vino cuando rojea. Cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente.
Más al fin como serpiente morderá. Y como áspid dará dolor.
Tus ojos verán cosas extrañas. Y tu corazón hablará perversidades.
Serás como el que yace en medio del mar, o como el que está en la punta de un mástil.
Y dirás: Me hirieron, más no me dolió. Me azotaron, más no lo sentí.


CUANDO DESPIERTE, AUN VOLVERE A PEDIR MAS.




Clama! No te defraudaré!!!
Escucha esta canción de esperanza:





Por la necesidad de abandonar las drogas

Hoy venía caminando y encontré la puerta de la Iglesia abierta. Me comentaron que ayudas a los que están sufriendo pero como yo no creo ni te conozco, tengo mis dudas que puedas hacer algo por mí. Vacilé en entrar pero hubo algo interior que me hizo dar algunos pasos. Y estoy aquí, sentado frente a tu cruz, sufriendo como tú y con la esperanza de encontrar consuelo.

¿que te puedo decir? La droga me ha consumido, me ha terminado y ya no tengo más ganas de vivir. No tiene sentido mi vida, es un desastre total. Estoy acabado. Ya no me salen ni lágrimas, estoy seco. No tengo nada porque llorar. Solo me ronda una idea por la cabeza y quise venir antes a verte para ver si encuentro alguna solución en este momento límite que estoy viviendo.

He destruído mi familia, no he visto más a mis hijos, soy una piltrafa que he echado todo a perder. Los amigos me han abandonado, no tengo a nadie quien me preste su hombro, los demás me rechazan y estoy completamente solo y deprimido. No tengo más ganas de vivir. He perdido el sentido de la vida, estoy abrumado y no tengo interés en salir adelante.

Los recuerdos, quizás algunos de ellos, muy hermosos que estaban dentro de mi corazón se han ido a otro lugar. Estaban cansados de no poder expresarse y brindar un rostro alegre de aquello tan cálido que hube de vivir en tiempos lejanos. Solamente una fría sensación de vacío impregna todo mi ser. No tengo presente, el futuro se me hace imposible y lamentablemente tampoco puedo mirar para atrás.

¿Que dices? ¿porqué me miras y hay tanto silencio entre tú y yo?

Escúchame por favor: No tengo voluntad ni fuerzas siquiera para dar un paso firme que me libere definitivamente de esta situación. Una sensación asfixiante de angustia golpea mi pecho que no tiene defensa. Mi cuerpo está derrotado, inerme y siente que no tiene remedio. Mis ojos ya no tienen humedad y ya no surten más lágrimas: mis afectos se han acabado. ¿me entiendes? ¿como puedo quererme? ¿es posible que le interese a alguien? ¿habrá alguna persona con un poquito de amor que pueda estar pensando en mí?

Cuando la droga entró en mí, nada era pesado, cada momento yo lo creía de intensa felicidad y la euforia era mi compañera. Amaba a todos, hablaba, cantaba, reía, construía proyectos que nunca se hacían, mis amigos estaban a la orden, nunca tenía problema con ellos, todo era tremendamente maravilloso. Pero el tiempo fue pasando, de a poquito y cada día necesitaba aumentar más y más las dosis para vivir lo mismo, aquello que en un principio lo experimentaba con poco. En un momento preciso, algo cambió en mí y ya no pude volver atrás. Nunca más.

¿Me escuchas? Mi persona empezaba a derrumbarse, ya no me interesaba la higiene, mis pensamientos eran un remolino de ideas y de colores sin ningún sentido, no concretaba absolutamente nada y mi único objetivo era quedarme tirado todo el día en una cama, solitario a veces o en compañía con otros fantasmas, cuyo espejo me devolvía la imagen lacerante y demacrada de mi rostro desfigurado. Dejé mi hogar. Les dije adiós una tarde lluviosa y caminé por la calle sin rumbo mirando la tierra, ya que los árboles me habían dado su espalda.

Estuve enfermo, me asistieron por lástima y en ese momento de dolor y tristeza, nadie estuvo a mi lado. Mis amigos de andanzas hicieron silencio y no hubo una mísera presencia. Necesitaba más droga pero no tenía dinero. La realidad incrementaba sus matices de negros y grises. Solo me quedaba una decisión!! Escapé y escapé. Nunca quise enfrentar el dolor y aproveché cada circunstancia para evadirme. Y ahora me encuentro aquí, pero tú sigues en silencio. ¿por qué no me dices nada? Te he contado todo, y necesito tu palabra, por favor, háblame!





Un día, hace muchísmo tiempo, iba por los caminos y alguién me gritó. Continué caminando y volví a escuchar ese grito que salía desde lo más profundo de un corazón herido.

Me detuve.

Sentí unas firmes palabras: Señor, ten piedad de mí! El corazón me latió intensamente y una fuerza irresistible de amor me hizo acercar a aquella persona. ¿que quieres que haga por tí? !le pregunté!

SANAME! me respondió.

Tus palabras volvieron a conmoverme y te pregunto: ¿quieres que haga lo mismo por tí? Si lo deseas, dime simplemente SI, abandónate en mis brazos para que sientas la dulzura y ternura de mi regazo. Estoy y estuve siempre contigo a pesar de tu olvido. Y este momento ya estaba marcado para que tú y yo nos encontráramos. Ya ha pasado todo. Nada ha quedado, todo está completamente perdonado y todo vuelve a comenzar. Dame tu mano y ven por aquí, cambia de una buena vez tu rumbo. Yo soy el verdadero camino! Mañana habrá un nuevo tesoro en tu corazón, guárdalo y defiéndelo. He venido para amarte en abundancia, porque el Padre me ha enviado para que en tí y por tí, resplandezca su eterno amor y misericordia.

Levántate pues. camina y mira el hermoso horizonte que tienes por delante. Yo le diré al Sol que de luz a tus pasos cada día y la claridad cubrirá las tinieblas que nunca más volverán a aparecer. Cree en lo imposible! Pon de tí lo mejor y lucha por esta oportunidad. Recuérdalo siempre: Mi Amor todo lo puede! Te seguiré cuidando.

Por la necesidad de trabajo

Señor, hace días que estoy llamándote y no me respondes. Tú me dices: pidan y recibirán, busquen y encontrarán...pero mi corazón está más que entristecido porque no puedo ver cumplidas tus palabras.

Tú sabes que hace más de seis meses que estoy sin trabajo. Desde entonces me he deprimido. He buscado, he ido aquí y allá, he dejado mis datos en varios lugares y la respuesta siempre es negativa. Estoy cansado y me está apremiando la desesperanza. Veo el rostro de mi esposa, cabizbaja, con pocas palabras, que hace todo el esfuerzo por el amor que me tiene para que yo me sienta bien. Veo a mis queridos hijos, repitiendo la misma comida todos los días, con la ropa desgastada y sus ojitos angustiados.

Estoy atrasado en el alquiler de la casa, no he podido abonar los gastos de la luz, del teléfono, del agua corriente y menos queda todavía para lo más imprescindible, nuestra comida.

Ya no hay alegría en casa, Señor, ya no hay esperanza. Estoy devastado anímicamente. Golpeo, golpeo y nadie me abre la puerta.

He perdido los proyectos, la esperanza de una vida más digna y honesta. La realidad cotidiana me constriñe contra la pared y no me deja alternativa. Llamé a varias personas y todas me responden lo mismo: por ahora no, vuelva más adelante y así los días se estiran y se estiran y las veinticuatro horas se transforman en un desasosiego. No puedo dormir, el corazón pulsa rápidamente, estoy tenso y de mal carácter. He quedado como encerrado y sin ganas de nada.

Te he llamado, he clamado a tí porque no quiero perder la fe ni la confianza en Tí, que lo puedes todo. No dejé de asistir a la Iglesia con mi familia y lo poco que tengo, sabes que he sabido compartirlo con otras personas. No entiendo entonces Señor, porque me está pasando esto. No veo salida alguna, no quiero enfermarme. Escúchame por favor, quiero darle a mis seres queridos una vida digna, sustentándolos en sus necesidades más primarias, quiero que vuelva al hogar la sonrisa, la alegría, las ganas de vivir, pero siento que estoy frente a una pared firme que no me permite avanzar ni caminar.

Creo que tengo derecho Señor a estas cosas, no te estoy pidiendo riquezas ni honores, sólo lo necesario para que el amor que un día supe ir contruyendo, perdure... en mi esposa, en mis hijos, en nuestros sueños, en el pan que me debo ganar con el trabajo de mis manos. Señor, te elevo esta plegaria con toda la sensibilidad de mi corazón y espero prontamente tu ayuda. Muéstranos tu Misericordia y escucha nuestro clamor. Hemos depositado en Tí nuestra confianza. Recibe nuestra gratitud.



¿Tú piensas que yo he estado indiferente a tu situación? ¿piensas que en algún momento te he abandonado? ¿me crees un Padre poco generoso?. No, no es así. Siempre te tuve en cuenta y mucho más de lo que te imaginas. Pero, no desesperes, hay solución para tu pedido. Pero antes te diré algo, presta atención.

Cuando todo era bonanza y tu situación era desahogada, Yo todo lo disponía. Cuando había alegría, seguridad y esperanza, Yo todo lo permitía. Pero tú no te dabas cuenta. Mi amor por tí y tu familia lo derramaba incesantemente, a pesar que no me llamabas, a pesar que no orabas, a pesar que no me lo agradecías. Ahora lo haces y está muy bien, y espero que perseveres más aún.

Te he puesto a prueba para ver tu fidelidad, para que puedas mirar siempre al cielo tanto en los buenos momentos como en las pruebas y angustias. No temas. Ora! ora siempre, a cada momento. Llámame, te responderé. Las aves no trabajan, no hilan y sin embargo las atiendo. ¿como podría dejarte de lado?

Sé bien tu situación y habrá pronto un gran milagro. Ten confianza, pero afánate también por la comida que perdura. Clama por el alimento que te saciará abundantemente, suspira por lo eterno. Ahí tendrás un lugar seguro y Yo seré tu refugio y tu amparo en todas las circunstancias de tu vida. Ahí encontrarás seguridad y respuesta concreta a tus necesidades. No te olvides de Mí. Invócame cada día y estaré a tu lado. Como Pedro, vuelve a tirar la red...y muy pronto recogerás más de lo que te imaginas! Mantén tu fe.

La Medalla Milagrosa

La Inmaculada Virgen María
y su Medalla Milagrosa




Extraído del Título original francés L'Immaculée et sa Médaille por J. Eyler C.M. París 1971 - Versión castellana: Horacio Palacios C.M. Luján-Buenos Aires





Capítulo I



La Vidente Santa Catalina Labouré

Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès.Moutier, en la Cote-d'Or (Francia) y era la novena hija de una

familia que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magadalena Gontard, propietarios de la granja que ellos

mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios. La devoción a

María era muy estimada.

Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la

niña se buscó otra madre en la SS. Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja, la sorprendió subida sobre

la mesa con la estatua de María que había tomado de la chimenea y la estrechaba sobre sus bracitos.

A los doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana mayor en la Compañía de las Hijas de la Caridad, su padre le

confió el cuidado de la casa, en cuya tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su hermana menor Antonieta, llamada

familiarmente Tonina. Los testigos en el proceso de beatificación han asegurado que se desempeñó muy bien en su cometido.

Tonina reveló que a partir de los catorce años, pese a los trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar el viernes y el

sábado y a concurrir a misa entre semana, en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros. Prácticamente no

fue a la escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a escribir aún bastante imperfectamente.

Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa. Rechazó varias veces propuestas de

matrimonio. Dudaba sin embargo, en la elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse. Un venerable sacerdote se le

había aparecido y le había dicho estas palabras: "Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus designios sobre tí".

Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de ir a la Casa de las Hijas de la Caridad en Chatillon-sur-Seine. Entrando

al locutorio su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared: "Ese, exclamó, es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es

su nombre?" Se le hizo saber que era San Vicente de Paul. Desde ese momento no dudó más.

El 21 de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de la calle du Bac. Algunos día después tuvo la dicha de asistir

a la traslación solemne de las reliquias de San Vicente de Paul, desde Notre-Dame hasta la Capilla de los sacerdotes

lazaritas, en la calle de Sèvres.

Su noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo atestiguan las gracias extraordinarias con que fue favorecida y su

alma mariana debió apreciar profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada

Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la atención de los que la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante que

sus superiorers emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado: "Catalina Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y

escribir para sí misma. Su caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son sobresalientes. Es piadosa. Trabaja en

adquirir la virtud."

Catalina fue colocada entonces en París mismo en el hospicio del barrio Saint Antoine en la seccional XII y allí pasó toda su

vida, entregada a los humildes trabajos de servir a los ancianos, atender la cocina, la ropería, el gallinero y la portería.

Catalina guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de la Virgen María. Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue

el confidente. María lo quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella, creyó Catalina que debía

hablar a su superiora, porque la estatua que la Virgen había pedido aún no había sido hecha.

Catalina Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo fue encontrado intacto con ocasión de su beatificación en 1933,

y reposa en la Capilla de las Apariciones bajo el altar mismo en el que María se le apareció. Fué canonizada el 27 de julio de

1947.

Tal fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima Virgen se eligió como mensajera cuando se dignó revelar al mundo su

"Medalla Milagrosa" ¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta elección! Nuestro espíritu superficial, tan poco apto para

juzgar las cosas sobrenaturales, esperaría encontrar en semejante vidente un caracter más definido, sucesos extraordinarios,

éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante y no hay nada de esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin

nerviosismo ni exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.

Dios hace bien lo que hace: el caracter de la vidente basta, en efecto, para autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de

sí misma a su Superiora que le felicitaba por haber sido favorecida con gracias extraordinarias: "¿Yo favorecida? Solo he sido

un instrumento. No fue debido a mis méritos el que la SS. Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía nada ni siquiera

escribir; en la Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo la SS. Virgen me eligió, a fin de que no se pueda dudar."

No se podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los instrumentos más humildes para sus obras más hermosas y las

apariciones de la calle du Bac no son una excepción a esta regla.





Capítulo II

Las Apariciones







Primera Aparición

La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paul y debía

preparar a la vidente a su misión posterior.

He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor:

"Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dió una charla sobre la devoción a los santos,

en particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la SS. Virgen que me fuí a

acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé

dormida. Como se nos había distribuído un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la

tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS. Virgen.

En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre: Hermana, Hermana. Despertándome, miré

hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de

4 o 5 años de edad, que me dice: Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen. Inmediatamente me asaltó la idea: Me van a

oir. El niño me respondió: Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.

Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera

de mi cama. El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban prendidas en

todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas

el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando ví todos los cirios y antorchas

encendidos, lo que me recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.

El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el

tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche)

no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice. ¡He aquí a la SS. Virgen, héla aquí!. Escucho

un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a

detenerse sobre las gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que no tenía el mismo

aspecto que el de Santa Ana.

Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible

expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la SS. Virgen. Entonces el

niño me habló no como un niño sino como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no hice más que

dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.

Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo: ¡Hija

mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de

Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la

gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas.

Te sentirás inspirada durante tu oración.

La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.

Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y

desahogar mi corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.

Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado

por desgracias de toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid al pie de esta altar: ahí las

gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y

chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en particular, a la que amo mucho...

Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la SS. Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París

tendrá sus víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La cruz será despreciada, correrá

la sangre en la calle (aquí la SS. Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo el

mundo estará triste. (todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).

Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.

No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se

desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado.

Me levanté de las gradas del altar y ví al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo: ¡Se ha ido! Volvimos por el

mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se

había vuelto visible para hacerme ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este favor.

Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos

de cuatro a cinco años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más."

Segunda Aparición

Esta es la gran aparición en la que María comunica a la Vidente el mensaje que debía transmitir. Nada mejor que dejar también

aquí, la palabra a la misma Sor Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, mientras las novicias se

encontraban reunidas en la Capilla para la meditación de la tarde, víspera del primer domingo de Adviento. La escena se

desarrolla en tres cuadros sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente cada vez más profundamente en la inteligencia

del mensaje y de todo el misterio mariano.

"Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que

vería de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la

tarde, algunos minutos después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado

de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda."

Primer cuadro: La Virgen con el globo.

"Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de

estatura mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen", mangas lisas; un velo blanco le

cubría la cabeza y le caía por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad,

ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta.

Sus pies se apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también bajo sus pies una

serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que

representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su

aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.

De pronto ví anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno

más pequeño en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos de luz, unos más

hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más

pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más

sus pies."

Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y

teniendo los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor Catalina.

Segundo cuadro: El anverso de la Medalla.

"En ese momento en que yo la contemplaba, la SS. Virgen bajó sus ojos mirándome. Una voz se hizo escuchar y me dijo estas

palabras: Este globo representa al mundo entero, especialmente a Francia... y a cada persona en particular. Aquí yo no sé

expresar lo que experimenté lo que ví. La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos... son el símbolo de las gracias que

yo derramo sobre los que me las piden, haciéndome comprender cuán generosa se mostraba hacia las personas que se las pedían,

cuánta alegría experimenta concediendóselas... Estos diamantes de los que no salen rayos, son las gracias que dejan de

pedirme.

En este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se formó un cuadro alrededor de la SS. Virgen, algo ovalado, en

el que se leían estas palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando por encima de la

cabeza de la SS. Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que

recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces oí una voz que me dijo: Haz acuñar una medalla según este modelo,

las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán abundantes para las personas que la

llevaren con confianza.

Tercer cuadro: El reverso de la Medalla.

En aquel instante me pareció que el cuadro se daba vuelta. Vi sobre el reverso de la Medalla la letra M, coronada con una

cruz, apoyada sobre una barra y, debajo de la letra M los sagrados Corazones de Jesús y de María, que yo distinguí, porque uno

estaba rodeado de una corona de espinas y el otro, traspasado por una espada.

Inquieta por saber que sería necesario poner en el reverso de la Medalla, después de mucha oración, un día, en la meditación,

me pareció escuchar una voz que me decía: La letra M y los dos corazones dicen lo suficiente.

Las notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que rodeaban el monograma de María y los dos corazones. Sin embargo

han figurado siempre en el reverso de la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha sido dado de viva voz por la Santa

en el momento de las apariciones o un poco más tarde.

Tercera Aparición

El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su

penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de

borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni

tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.

En efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a

la del 27 de noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin embargo una diferencia notable. La SS.

Virgen se apareció no a la altura del cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del Tabernáculo.

Sor Catalina debía tener la certeza de que no se había equivocado en el momento de la visión del 27 de noviembre. Recibió

nuevamente la orden de hacer acuñar una medalla según el modelo que veía. Termina el relato de esta aparición con estas

palabras: Decirle lo que sentí en el momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible expresarlo,

como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos

rayos son el símbolo de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.

María insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo del globo que Ella tenía en sus manos: Hija mía, este globo

representa el mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular. Fíjese bien (dirigiéndose a su

Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a cada persona en particular.

Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación: ¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del

Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.





Capítulo III

Los designios de la Inmaculada

El mensaje de las apariciones a Santa Catalina Labouré, contiene una gran riqueza. El canónigo Laurentin lo hace notar en su

"Breve tratado de teología Mariana". Uno se admira, vista esta riqueza, de que este mensaje no haya tenido todavía su teólogo,

ni previamente al mismo, su historiador.

En efecto, cuando se analiza el contenido doctrinal de una manifestación (sea mariana o no) reconocida por la Iglesia, será

necesario buscar este contenido, no sólo en las palabras mismas de la SS. Virgen. Las palabras pronunciadas van acompañadas de

un conjunto de hechos, de gestos y de signos simbólicos que contienen enseñanzas y sobre las cuales debe detenerse nuestra

reflexión.

María cuidó de explicar Ella misma ciertos detalles de su manifestación a Catalina Labouré. Así cuando dice: ¡Hija mía! Este

globo representa al mundo... Estos rayos son símbolos de las gracias que yo derramo sobre aquellos que me las piden. En cambio

ha expresado ciertas verdades que nos quiere enseñar únicamente mediante símbolos. Esto es particularmente cierto, tratándose

de los signos que figuran en el reverso de la medalla. Estos contienen una lección profunda bastante fácil de leer. María

misma ¿no dijo a la vidente que le preguntaba que debía escribir en el reverso: La letra M y los dos corazones dicen lo

suficiente?

Procuremos descubrir los elementos del mensaje de 1830, sin pretender agotarlos, lo que sobrepasaría los límites de este

folleto. Veamos en primer lugar, en este capítulo algunos objetivos generales buscados por la SS. Virgen.

Lo que primero impacta en las apariciones de la calle du Bac, cuando se las compara con las manifestaciones posteriores de la

SS. Virgen, que la Iglesia ha aprobado, son las numerosas relaciones que tienen con estas últimas.

No solamente es necesario relacionarlas con las otras cuatro grandes manifestaciones marianas que se sucederán en Francia a lo

largo del siglo XIX, en 1846 en la Salette; en 1858 en Lourdes; en 1871 en Pontmain; en 1876 en Pellevoisin, sino también,

señalar su nexo con las de Fátima de 1917.

Las apariciones de 1830 contienen en germen todas las otras. Son como el resumen de todo lo que María dirá cada vez con más

claridad e insistencia en sus manifestaciones sucesivas. María tiene un plan que va a desarrollar con mayor precisión en las

otras intervenciones. Como se ha dicho: la aparición a Santa Catalina Labouré es la aparición-madre de la cual saldrán todas

las demás.

Desde este punto de vista, las manifestaciones ulteriores de la Santísima Virgen pueden también ayudarnos a encontrar el

sentido de tal o cual detalle simbólico de las apariciones de la calle du Bac. Así, en el transcurso de sus apariciones

posteriores de los siglos XIX y XX, María va a insistir más y más sobre el Rosario. En la Salette donde habla también

abundantemente por símbolos, María lleva alrededor de su corona, en los bordes de su pañoleta y de su vestido, rosas de color

rosado, rojo y oro. A no dudarlo, María quiere hablarnos del Rosario con sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. El

Lourdes es ya más precisa, lleva el Rosario en su brazo, lo toma entre sus dedos, hace señas a Bernardita para que lo rece, se

asocia también al rezo pasando las cuentas del Rosario, diciendo el Gloria al Padre juntamente con la niña. En fin, en Fátima

será más explícita todavía: María se aparece seis veces y cada vez pide el rezo diario del Rosario. Y en el desarrollo de la

última visión, el 13 de octubre de 1917, declara: "Soy Nuestra Señora del Rosario. Deseo que se levante aquí una Capilla en

honor mío y que se continúe rezando el Rosario todos los días." Habiendo dicho esto, sería desconcertante no encontrar el

anuncio del Rosario en 1830. En efecto, como lo veremos más adelante, parece correcto afirmar que los quince anillos

esmaltados con piedras preciosas que María lleva en cada mano, no tienen otro significado más que los quince misterios del

Rosario. La verificación de estas relaciones con las manifestaciones ulteriores de María nos muestra por consiguiente de

antemano la importancia y riqueza de la aparición a Catalina Labouré.

Otro fin buscado por la SS. Virgen en sus manifestaciones de 1830 fue el de preparar los espíritus a la definición de la

Inmaculada Concepción.

Parece comprobado que la Medalla Milagrosa suscitó la corriente anhelada de fe y de invocación, por así decirlo el grado de

presión espiritual necesario para la definición dogmática de 1854.

En efecto, es debido a millones de medallas el que rápidamente la Medalla de la Inmaculada Concepción (como se llamaba al

principio), se extendiera como un reguero de pólvora, no sólo en Europa, sino también en todo el mundo, sembrando gracias de

conversiones y a menudo el milagro, de aquí el nombre que le adjudicó la voz popular "La Medalla Milagrosa". Desde 1833 (la

medalla empezó a acuñarse en 1832) llegan cartas de Obispos a la calle du Bac o al arzobispado de París para atestiguar que la

fe renace, que la oración florece de nuevo, movimientos de conversión se manifiestan a raíz de la difusión de la medalla de

María sin pecado concebida, revelada en París. Por eso en todas partes reclaman la famosa medalla, no solo las personas

particulares, sino parroquias enteras y aún diócesis, por medio de sus párrocos y obispos. De manera que la invocación "Oh

María concebida sin pecado..." que llegó a ser como la oración jaculatoria de los años 1830 a 1850, preparaba todos los

corazones católicos al acto solemne por el cual Pío IX, proclamaría el 8 de diciembre de 1854, como dogma de fe que debía ser

creído por todo el mundo, el hecho de que María fue preservada del pecado origininal desde el primer instante de su

Concepción.

Esta contribución de la Medalla Milagrosa a la creación del clima requerido para la proclamación de este dogma, ha sido

reconocida en el Congreso Romano del Cincuentenario de la definición de la Inmaculada Concepción en 1904.

Ha sido afirmada también por el oficio litúrgico de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa. La Divina Providencia todo lo conduce

maravillosamente. La definición dogmática de 1854 fue preparada por las apariciones de la calle du Bac y fue confirmada

magníficamente por las de Lourdes en 1858.


María además tenía otro fin al aparecerse a Catalina Labouré: Dar un antídoto al racionalismo reinante y al materialismo que

estaba por aparecer.

En el centenario de las apariciones de Lourdes, el Canónigo Barthas sacó a luz un libro: "De la Gruta a la encina verde (de

Fátima)". Allí muestra que en las manifestaciones marianas de 1830 a 1953 (Siracusa) el dato más evidente es la revelación

progresiva de las riquezas del Corazón Inmaculado de María, como antídoto a las falsas místicas de los siglos XIX y XX.

Analiza particularmente los casos de Lourdes y de Fátima y muestra que Lourdes fue un remedio al racionalismo y Fátima al

ateísmo. Pues bien, ambas manifestaciones son intervenciones de la Inmaculada.

La Inmaculada Concepción revelada en Lourdes ha sido un remedio providencial contra el racionalismo. Los Papas Gregorio XVI y

Pío IX, había ya comprendido que el dogma de la Inmaculada Concepción era un contrapeso de los errores modernos.

Pío IX sobre todo había captado el nexo real entre este dogma mariano, que se encuentra en el centro de los misterios de la

salvación y las negaciones o alteraciones de la verdad provocadas por el racionalismo. Por este motivo sobre todo, definió la

Inmaculada Concepción, dogma que María debía confirmar cuatro años más tarde en Lourdes.

Por otra parte la revelación del Corazón Inmaculado de María y del Rosario en Fátima constituyó un remedio contra el ateísmo.

María se aparecía aquí al mismo tiempo que estallaba en Rusia la revolución roja y declaraba al respecto: "Si se hace lo que

pido (recitación diaria del Rosario y consagración del mundo a su Corazón Inmaculado) habrá paz y Rusia se convertirá."

Según esto al aparecerse en la calle du Bac en 1830 y traer la Medalla, la Virgen se declara ya Inmaculada en su Concepción y

anuncia la devoción a su Corazón Inmaculado. Sobre la Medalla hace escribir: "¡Oh María sin pecado concebida...!"; es lo

equivalente a lo que dirá en Lourdes: "Soy la Inmaculada Concepción". Comienza por lo tanto en 1830 a combatir el

racionalismo. Por otra parte sobre la Medalla está su Corazón Inmaculado al lado del corazón de Jesús.

Anuncia de antemano la lucha contra el materialismo que no iba a tardar en aparecer. Es evidente que las apariciones de la

Virgen están en relación con las necesidades de las almas y de la Iglesia. Están adaptadas a la naturaleza de los errores que

era especialmente urgente combatir. He aquí porqué desde que conoció las manifestaciones de la calle du Bac el Papa Gregorio

XVI favoreció con todo su influjo la devoción a la Medalla Milagrosa.

He aquí porqué justamente en nuestro tiempo en que el materialismo, teórico o práctico, hace correr el riesgo de sumergirlo

todo, más que nunca es necesario que nos volvamos a la Inmaculada, que escuchemos las recomendaciones del Corazón Inmaculado

de María hacia el cual nos orienta ya la Medalla y repitamos sin cesar la invocación: "¡Oh María sin pecado concebida, rogad

por nosotros que recurrimos a Vos!".





Capítulo IV

Mensaje Doctrinal de la Medalla

Lo que impacta primero es que la Medalla presenta el misterio de María en un contexto escriturístico como lo hacen la teología

actual y especialmente el Concilio Vaticano II.

El anverso de la Medalla sintetiza la gran promesa de Dios en la primera página de la Biblia, la del Redentor y de la Mujer

que le será asociada y que aplastará la cabeza de la serpiente infernal. Porque el mismo decreto divino que requería al

Redentor, quería también la asociación de María a su obra redentora. Por el contrario el reverso de la Medalla nos muestra la

última revelación mariana de la Escritura, la de esa mujer que San Juan nos presenta en el Apocalipsis "revestida de sol, la

luna bajo los pies y coronada de doce estrellas". Y entre ambas está la página central de la Revelación y de la actitud del

amor de Dios a favor de la Humanidad, el misterio de la Encarnación y el de la Cruz en que el Redentor y su Madre están unidos

en la obra común de nuestra salvación, así como lo sugieren el simbolismo de la M coronada por la Cruz y el de los dos

Corazones doloridos. María estaba de pie junto a la Cruz y su corazón traspasado por una espada sufría al mismo tiempo que el

de su Hijo, Rey de los Judíos, crucificado y coronado de espinas.


Por el hecho de mostrar la Medalla a la Virgen asociada a su Hijo, subraya otro aspecto de la verdad teológica mariana; la de

ser Cristocéntrica, es decir que María existe totalmente en función de Cristo y la devoción mariana no tiene otra razón de ser

sino la de llevarnos a Cristo.

La Misión de María era darnos a Cristo. Ella es Madre de Cristo para darlo al mundo. Esto crea entre Ella y El un lazo tan

profundo y tan único, que en adelante estará ligada inseparablemente a El para toda la obra de salvación tanto en su fase

terrenal como en su fase celestial. Sin Cristo, María jamás habría existido con sus privilegios incomparables. Todo en Ella

está en función de Cristo: dar a luz a Cristo, ayudar a Cristo en su misión, conducirnos a Cristo. Lo mismo debe decirse de

nuestra piedad mariana. No amamos a María principalmente por Ella ni por nosotros, sino porque es Madre de Cristo, y porque

esta prerrogativa única de la Madre de Dios le ha valido todos los demás privilegios que admiramos en Ella, que menciona la

Medalla y que someramente vamos a recordar.

El primer privilegio después de la Maternidad Divina y exigido además por esta última, es el de la INMACULADA CONCEPCION.

La Medalla lo contiene clarísimamente. Ante todo en la breve invocación que en ella está grabada: "Oh María sin pecado

concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos". Después en la imagen bíblica de la mujer que aplasta la cabeza de la

serpiente. María ha vencido totalmente el pecado. Jamás pudo el demonio perjudicarla en lo más mínimo. Aún en el primer

instante de su concepción, Ella estuvo exenta del pecado original y de sus consecuencias.

Ella es la Inmaculada, la Purísima, la Santísima, poseyendo desde el primer instante de su existencia una santidad en ese

momento mayor que la del santo más grande al final de su vida y aún según muchos teólogos, que la de todos los santos juntos.

Se ha visto más arriba, que uno de los fines de la Virgen o mejor, de Dios al revelar la Medalla Milagrosa y al querer que se

repartiese tan rápidamente por millones en el mundo entero era el de preparar la definición dogmática de la Inmaculada

Concepción. Debemos creer, como un artículo de nuestra fe, revelado por Dios, que María ha sido concebida sin pecado, en

virtud de los méritos de su Hijo, que le fueron aplicados anticipadamente. Porque la Madre de Dios no es una excepción a la

ley de la Redención. Al contrario, fue rescatada más maravillosamente que todos los demás descendientes de Adán. Estos fueron

redimidos por Cristo después de haber caído en el pecado. María en cambio, se benefició de los merecimientos de su Hijo siendo

preservada del pecado.

Complazcámonos en proclamar nuestra fe en este privilegio único de María, tan importante en la economia de la salvación.

Repitamos al mundo la invocación: "Oh María sin pecado concebida..." Que ésta sea también, en nuestro tiempo en que el

materialismo domina, nuestra oración jaculatoria preferida, a fin de que la Virgen Inmaculada, tan poderosa ante Dios, por no

haberlo ofendido jamás y por haberle agradado siempre, nos haga vivir esa santidad que, según el Concilio, es deber de todo

bautizado y para que asista a la Iglesia en las circunstancias actuales en que el demonio se manifiesta tan encarnizado contra

Ella.

Después de la Inmaculada Concepción, otra prerrogativa de la SS. Virgen, bien puesta en evidencia por la Medalla, es su

MEDIACION UNIVERSAL, bajo su doble forma: Mediación de intercesión y Mediación en la distribución de la gracia.

En la aparición del 27 de noviembre de 1830, María se presenta desde el primer instante a Santa Catalina, en su esplendor

inmaculado y regio con un globo entre las manos, que representaba al mundo entero y a todos los hombres. Tiene los ojos

levantados hacia el cielo en una súplica intensa y ofrece este globo a Nuestro Señor.

He aquí la función que hasta el final de los tiempos, cumplirá María ante su Hijo, porque su mediación depende totalmente de

la de Jesús. María en el Cielo es la orante suprema de la humanidad; con Jesús y cerca de El, intercede sin cesar por

nosotros. Nuestra salvación está pendiente de este único misterio de intercesión.

Y esto está plenamente de acuerdo con la doctrina mariana del Vaticano II, el cual enseña esta mediación de la Virgen en el

Cielo, pero en dependencia de Cristo, mediador necesario y principal. La primera fase de la aparición del 27 de noviembre de

1830 contiene la misma enseñanza, es a Nuestro Señor a quien María ofrece el globo, dice Sor Catalina. Es a El a quien pide

las gracias, porque todo viene de El, única fuente de salvación.

A esta mediación de intercesión se agrega la de la distribución de las gracias, como lo deja ver la segunda fase de la misma

aparición. Después que María hubo dirigido a su Hijo una súplica ferviente mostrándole todas las almas y sus necesidades

aparecieron en cada mano los quince anillos engarzados con piedras preciosas despidiendo "rayos luminosos, unos más hermosos

que otros, rayos que son el símbolo de las gracias obtenidas por María". Su oración ha sido plenamente escuchada, porque Ella

es la omnipotencia suplicante. Y ahora va a distribuirlas.

Efectivamente, de repente, las manos de María cargadas de gracia se dejan caer hacia el globo terráqueo sobre el cual está

Ella de pie, y derrama sus gracias sobre todo el mundo particularmente sobre Francia y sobre cada alma en particular.

Mas esta noble Mediación de la Madre de Dios, de intercesión y distribución, supone en nosotros el deber de "recurrir a Ella"

a fin de obtener las gracias que necesitamos. No descuidemos el pedirlas, porque es la ley establecida por Dios que todo lo

pidamos. Hay gracias que no se obtienen porque no se las pide: "Las piedras que no brillan, explica la Virgen a Catalina, son

las gracias que no se piden" y sin embargo Ella se sentiría muy feliz en conseguírnoslas. Dirijámonos pues a nuestra Madre del

Cielo, pero con entera confianza; porque siendo Inmaculada, es todopoderosa en el Corazón de Dios, nos puede obtener todo

cuanto pedimos lo que es conforme con la voluntad de Dios.

El anverso de la Medalla muestra a María como dispensadora de todas las gracias; el reverso enseña otra verdad. Presenta a

María unida a Jesús en la adquisición de la gracia. Porque la Virgen no es solo distribuidora de todas las gracias. Con Cristo

en el Calvario es también la CORREDENTORA, adquiriendo con su Hijo las gracias que podrá distribuir.

La letra M lleva encima la Cruz. Esta se apoya sobre María, está como plantada en Ella, por así decirlo. Puede que haya en

esto una alusión a la Maternidad divina de la Virgen. Pero en este simbolismo queda ciertamente afirmado que Jesús y María no

constituyen más que UN O en la obra de la Redención.

Los dos Corazones doloridos de Jesús y María yuxtapuestos tienen el mismo significado. No solamente un mismo amor, sino

también una misma sangre han hecho latir estos dos corazones. La sangre que el Hijo ofrece sobre la Cruz, es la sangre que

recibió de su Madre y cuando la lanza del soldado traspase el Corazón de Jesús, es sangre de María la que correrá.

Es, por otra parte, lo que enseña el Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en el Capítulo VIII, Nro. 61:

"María fue asociada a la obra redentora de su Hijo a título absolutamente único... padeciendo con su Hijo que moría en la

cruz, aportó a la obra del Salvador una cooperación absolutamente sin parangón...para restaurar la vida sobrenatural en las

almas. Por eso ha sido para nosotros, en el orden de la gracia, nuestra Madre."

Ciertamente, Jesús solo, porque es Dios, podía ser el Redentor pleno y necesario, pero ha querido que su Madre participe

dependiente de El de un modo secundario y no necesario y por una gracia merecida por El, en el misterio de la Redención. Al

lado del nuevo Adán, Cristo, María es la nueva Eva, que colaboró en nuestro rescate, como la primera Eva contribuyó con el

primer Adán a nuestra ruina.

Y que no se vaya a decir que hay aquí una interpretación forzada del Vaticano II y que en el texto citado más arriba no se

trata de Co-Redención. La palabra sin duda no está, pero sí se encuentra la realidad. Y un mariólogo tan entendido como el P.

Balic, presidente de la Academia Pontificia Mariana, no ha dudado en afirmar, en el Primer Congreso Mundial de Teología

Postconciliar, tenido en Roma a fines de setiembre de 1966, ante 1200 teólogos y expertos, que el texto conciliar contiene

ciertamente la afirmación de la mediación y de la Co-Redención mariana, así como enseña la Maternidad espiritual de María

respecto a los fieles, como jamás y en ninguna parte, había sido afirmada con tanto vigor.

Esta Maternidad Espiritual de María, si no está afirmada explícitamente en la Medalla Milagrosa, está sin embargo

implícitamente contenida en ella.

Por el hecho de que la Virgen ayudó al Redentor en nuestro rescate, es nuestra Madre espiritual, la que nos dio la vida

sobrenatural junto con su Hijo, como lo recalca el texto conciliar citado más arriba. En efecto es allí, bajo la Cruz, donde

se ubica el acto principal de esta maternidad, donde María llega a ser de hecho nuestra Madre, la que lo era ya de derecho por

la Encarnación, porque llegando a ser la Madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, llegaba a ser también la Madre de los

miembros. Pero, además Jesús quiso proclamar la Maternidad espiritual de su Madre en relación con los hombres en el momento en

que moría en el Calvario, entregando a Juan en manos de María, porque es en ese momento precisamente en que María sufriendo

con Jesús nos daba con El la vida sobrenatural.

Esta Maternidad espiritual para con nosotros parece encontrar también confirmación en la primera aparición a Catalina Labouré

el 19 de julio de 1830. Efectivamente, esa aparición y la confidencia que tuvo lugar entre la Virgen y su vidente, se

desarrollan íntegramente en un clima de ternura maternal. Palabras, actitudes, gestos, todo es maternal en María. La Virgen

está sentada sencillamente en el sillón del Capellán, como su propia madre Santa Ana estaba representada en el cuadro que

menciona Sor Catalina. Esta última queda autorizada a apoyar familiarmente sus manos sobre las rodillas de Nuestra Señora,

quien llama a la humilde novicia: "Hija mía". La previene sobre las dificultades que encontrará y le inspira confianza, como

lo hace una madre. Maternalmente, se interesa por todos y por todo, llora sobre las tristes consecuencias de los sucesos que

han de venir. Pero, sean éstos los que fueren, la tranquiliza. "Ten confianza, le repite, yo velaré por tí".

Otra prerrogativa es afirmada por las apariciones de la calle du Bac y la Medalla Milagrosa, la de su Realeza universal. Y

ésta de una manera muy clara. El P. Gasnier O.P. en su estudio ya citado: "La Medalla Milagrosa y la Realeza de María"

escribe: Las tres apariciones a Catalina Labouré tienen su característica propia, su enseñanza particular que sobresale. Es,

creemos, un curso graduado en tres lecciones sobre la Realeza Universal de María.

Sor Catalina quedó muy impactada por la insistencia de la Virgen acerca del simbolismo del globo sobre el cual estaba de pie;

especialmente en la tercera aparición. Este globo representa al mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en

particular. Por una inspiración ciertamente sobrenatural, la vidente vio en esto una afirmación de la realeza de María. Y ella

siempre tan reservada y discreta, exclamó con entusiasmo: "¡Oh! Cuán hermoso será oir decir: María es la Reina del Universo,

particularmente de Francia y los niños gritarán con alegría y entusiasmo "y de cada persona en particular". Será un tiempo de

paz, de alegría y de dicha, que durará mucho, será llevada cual bandera y dará la vuelta al mundo.

Parece que en todas las palabras de María, sean estas últimas, en las que vio la afirmación de la Realeza de Nuestra Señora,

las que más impactaron a Sor Catalina. Y el P. Gasnier, quien piensa que la enseñanza particular de las manifestaciones de la

calle du Bac es ésta de la Realeza de María, cree aún poder decir lo siguiente:
"La primera aparición - Sor Catalina a los pies de la Virgen - nos revela la Realeza de María sobre "cada persona en

particular". La segunda aparición simboliza la Realeza de Nuestra Señora sobre "todo el mundo". Y la tercera aparición, en la

que la Virgen está de pie detrás del altar, teniendo a sus plantas el Sagrario nos recuerda que su Realeza se extiende hasta

el "campo de la gracia".

Y el mismo autor analiza todos los detalles de las tres apariciones, relacionándolos con la Realeza de María.

También aquí la Medalla Milagrosa y las manifestaciones de María en la calle du Bac, anunciaban un nuevo desarrollo de la

teología mariana.

El primero de noviembre de 1954, Pío XII proclamaba a María Reina del Mundo y coronaba la imagen romana de la Virgen, llamada

"Salud del Pueblo" al mismo tiempo que instituía la fiesta de María Reina, fijada en adelante el 31 de Mayo.

La idea de la Realeza de María, ciertamente no era nueva en 1830. Se remonta a los primeros siglos de la Iglesia. Ya en las

catacumbas, la Virgen, porque era Madre de Dios, está representada sentada en un trono, como una emperatriz o reina,

presentando al Niño-rey a la adoración de los magos. Y a lo largo de veinte siglos de historia cristiana, María ha sido

llamada continuamente Reina. Testigo de esto son las hermosas antífonas marianas: "Dios te salve, Reina y Madre" y otras

varias.

Pío XII no hizo sino exponer claramente una verdad ya conocida. Pero no deja de ser una alegría el pensar que aún aquí el

Señor se sirvió de la humilde Medalla Milagrosa para contribuir a poner una nueva perla en la corona real de su Madre. Las

doce estrellas del reverso de la Medalla hacen seguramente alusión al Capítulo XII del Apocalipsis. Seg&ua cute;n esto, María

es ciertamente esa mujer coronada de doce estrellas que vio San Juan en la gloria del cielo, Reina de los Angeles y de los

hombres.

Además, la imagen de la Virgen coronada con doce estrellas permite probablemente hacer una evocación de su Asunción. Está

revestida de sol, es decir, de la gloria celestial, de esa gloria con que brillaba el cuerpo transfigurado de Jesús sobre el

Tabor, en el que su rostro apareció luminoso como el sol dice San Mateo.

He ahí las diferentes verdades de la teología mariana, que según creemos se pueden encontrar en las apariciones de la calle du

Bac y en la Medalla Milagrosa. Esta última es un verdadero libro de teología mariana para uso del pueblo cristiano; un

micro-apocalipsis-mariano, como dice Jean Guitton., una mini-revelación-mariana, una teología mariana en resumen, para uso de

humildes y pequeños, como todos debemos serlo, conforme a la afirmación de Jesús.

En realidad, todo el misterio mariano está aquí condensado: desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción gloriosa, en que

María es coronada Reina de los Angeles y de los hombres; desde el Génesis, la primera y misteriosa alusión a la socia del

Redentor, aplastando la cabeza de la serpiente, hasta el Apocalipsis en que la Virgen, al mismo tiempo que la Iglesia con

quien ella está íntimamente unida, habrá obtenido la victoria definitiva sobre Satanás, pasando por la Maternidad divina, la

asociación de María a Cristo en la Redención, la Mediación Universal bajo su doble aspecto, de intercesión y de distribución

de las gracias. Sí, toda la doctrina mariana de la Iglesia. María unida a Cristo y llevando a Cristo, María en el centro mismo

de la Iglesia. Tal es la enseñanza teológica de la Medalla Milagrosa, tan bíblica, tan Cristocéntrica y tan eclesial, tal cual

el Concilio acaba de recordárnosla en el hermoso capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia.






Capítulo V

Mensaje Pastoral de la Medalla

La primera lección de las apariciones de 1830 es ciertamente un gran llamado a la Oración.

Los historiadores que han hecho un estudio comparado de las diversas apariciones aprobadas por la Iglesia, a partir de 1830,

hacen notar que el llamado a la oración no es una excepción en ninguna de ellas.

No hay nada extraordinario en ésta cuando se piensa el lugar privilegiado que ocupa la oración en la vida de la Iglesia. El

fin primordial de la Iglesia, ha dicho Paulo VI, es enseñar a orar. Recuerda a los hombres la obligación de la oración, excita

en ellos la disposición natural necesaria para la plegaria; les enseña porqué y cómo es menester orar, hace de la oración el

gran medio de salvación y la proclama al mismo tiempo fin supremo y próximo de la verdadera religión. (Alocución en la

audiencia general del 20 de julio de 1966).

Ahora bien, el llamado a la oración y el papel primordial de ésta en la economía de la salvación son particularmente claros en

las apariciones de la calle du Bac.

Desde luego son las únicas, entre todas las que han tenido lugar después y que la Iglesia ha reconocido como sobrenaturales,

que se han desarrollado en una Iglesia, "en una casa de oración". Asimismo las apariciones tuvieron lugar, salvo la primera,

mientras la Comunidad de las Hijas de la Caridad estaba en oración, en súplica, durante la meditación de la tarde.

Después María misma aparece en oración, cumpliendo lo que es su gran función hasta el fin de los tiempos: La Mediación de

intercesión ante su Hijo.

Finalmente, la Medalla que nos da no es ningún amuleto, fetiche, que hay que tener consigo para ser protegido, es sobretodo

una invitación a la oración, que es necesario dirigir al único Mediador entre Dios y los hombres -Jesucristo-por medio de

María: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimo a Vos! La Medalla es el instrumento de las gracias que

María consigue.

Las gracias, María no las distribuye al azar. En sus palabras a Santa Catalina cuida de especificar que derrama las gracias

sobre quienes se las piden: "La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos son el símbolo de las gracias que derramo sobre

las personas que me las piden". Y para que esa lección sea mejor comprendida, la Virgen la repite bajo una forma negativa.

Afirma que hay gracias que no se dan porque no se piden. "Estas piedras de las que no salen rayos son las gracias que se

olvidan de pedirme".

Por consiguiente, no hay que separar la medalla de la oración. Por el contrario aquella debe ser un estímulo y recordar la

necesidad de pedir, por María, todas las gracias que necesitamos. La Medalla debe excitar nuestra fe, unirnos así más

íntimamente con Dios y hacernos conseguir más seguramente las gracias de vida cristiana, pidiéndolas, por medio de María, cuya

intercesión es todopoderosa ante su Hijo.

Pero hay una oración particularmente cara a María y que parece recomendarla al aparecerse a Catalina Labouré, es la del

Rosario.

El P. Gasnier, en su folleto: "La Medalla Milagrosa y la Realeza de María", lo demuestra bien en las páginas 18 y 19.

Dejémosle la palabra. Se nos da mayor precisión acerca de la plegaria por excelencia que conviene dirigir a María, en el hecho

de que los rayos brotarán de los preciosos anillos que adornan las manos de la Purísima, como las manos de una Reina.

Estos anillos eran tres en cada dedo y cada uno de ellos estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado.

Ahora bien, en esa época se recitaba precisamente el Rosario con esa clase de anillos recubiertos con diez granos que se

hacían pasar con el pulgar alrededor del índice. Pues, se utilizaban ya en 1830 las decenas para rezar el Rosario, como se

practica en nuestros días. Y la prueba está en que el 20 de junio de 1836, Roma intervino para declarar que las indulgencias

concedidas a la recitación del Rosario no podrán ser aplicadas a los anillos de oro y de plata recubiertos de diez granos.

Nuestra Señora llevaba tres anillos en cada dedo, es decir tenía en cada mano un Rosario entero de quince decenas. Manera

magníficamente elocuente de advertirnos que la oración que conviene dirigirle, "su oración" es el Rosario. Mas que todas las

plegarias, el Rosario hace brotar de sus manos sobre las almas, torrentes de gracias.

Se ha visto más arriba que la Virgen volverá sobre esta lección en las apariciones posteriores y siempre con más precisión e

insistencia. El llamado será particularmente solemne y urgente en Fátima. María mira el Rosario como el gran remedio a los

males de nuestra época.

Por otra parte es lo que la misma Iglesia no cesa de repetirnos desde hace un siglo, por la voz de los Papas, sobretodo de

León XIII, quien publicó una docena de encíclicas para llamar al mundo católico a recitar el Rosario, y también, Pío X, Pío XI

y Pío XII, Juan XXIII y en fin, Paulo VI. Todos estos Papas no han cesado de confirmar el llamado de María, y hacerse eco del

mismo. La Madre de la Iglesia y la Iglesia misma no tienen sino una sola voz.

Paulo VI, en su Encíclica sobre el Rosario, del 15 de setiembre de 1966, dice hablando del Rosario: "Esta oración, el segundo

Concilio ecuménico del Vaticano, la ha recomendado a todos los hijos de la Iglesia de manera muy clara, aunque no explícita,

cuando dice: Que estimen en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia María que el Magisterio ha recomendado a lo largo

de los siglos. (Constitución dogmática sobre la Iglesia Nro, 67)

Recemos entonces el Rosario si queremos obtener abundantemente las gracias que María distribuye, puesto que los rayos que

simbolizan estas gracias salen de las decenas del Rosario que María llevaba en sus manos. Pero velemos para decirlo con la

devoción requerida. Si algunas piedras de estas decenas no brillan ¿no es porqué recitamos negligentemente el Rosario? En su

lecho de muerte, Catalina Labouré solícita de decir todavía a sus cohermanas una palabra más sobre la SS. Virgen antes de

abandonarlas, murmura sencillamente: "Recomienden que se rece bien el Rosario". Ella había comprendido la importancia de su

rezo ferviente.

Señalamos también una lección que brota claramente de las apariciones de la calle du Bac.

María insiste sobre el culto eucarístico y orienta hacia la Eucaristía. No sólo se aparece en la Capilla, sino cerca del altar

y aún cerca del Tabernáculo. Tal fue el caso en la primera y tercera aparición.

El 19 de julio de 1830, Nuestra Señora va a colocarse sobre las gradas del altar, del lado del Evangelio y se sienta en el

sillón del celebrante que debía estar contra el altar, puesto que Sor Catalina estando de rodillas delante de la Virgen se

apoyaba sobre las gradas del altar.

Más, sobre todo, María invita con vehemencia a su vidente a buscar fortaleza cerca del Tabernáculo en las dificultades que

habrá de encontrar en su misión: "En cuanto al modo de conducirme en mis penas, Ella me mostró con su mano izquierda el pie

del altar y me recomendó de acercarme hasta aquí, abrir mi corazón, asegurándome que aquí encontraría los consuelos que

necesito."

Lo mismo en las calamidades que París habrá de sufrir pronto, es cerca del Sagrario donde será necesario buscar ánimo y

confianza: "Pero venid cerca de este altar, ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidieran con

confianza y fervor: serán derramadas sobre grandes y chicos."

Durante la tercera aparición, como se ha señalado más arriba, la SS. Virgen se aparece no ya a la altura del cuadro de San

José como el 27 de noviembre, sino encima del Sagrario y algo detrás. El Sagrario estaba inundado por los rayos que salían de

sus manos. Esto es muy significativo.

Efectivamente, Jesús en la Eucaristía, ¿no es el mayor don que nos ha hecho María? La gracia no nos puede llegar en plenitud

sino por la Eucaristía.

Este es el medio esencial y normal de recibir la gracia divina. La Eucaristía, a la que rodean como otros tantos canales

derivados los demás sacramentos cristianos, es el instrumento por excelencia de la gracia, como la síntesis de todas las

gracias. Por eso hacia ella nos orienta finalmente María.

Las apariciones de la calle du Bac acaban como había empezado, orientándonos hacia la Eucaristía. El verdadero oficio de

Nuestra Señora es conducirnos a Jesús.

Al conducirnos a la Eucaristía, María nos muestra también el sacerdocio y la Iglesia entera, con su jerarquía y su culto, cuyo

centro es la Eucaristía. Nos recuerda que todas las gracias distribuidas por la Iglesia, Ella las ha merecido con Jesús y con

El las reparte, pero que es necesario pasar siempre por nuestra Madre, la Santa Iglesia para conseguirlas y que no hay que

olvidarlo, cuando nos dirigimos a Nuestra Madre, la SS. Virgen.

He aquí algunas lecciones de esta Epifanía mariana de 1830. No agotan sin duda el rico simbolismo de la Medalla. En efecto, al

mostrarnos la Cruz que domina la letra M, la Virgen ¿no ha querido acaso significar que nuestra vida como la suya debe tener

parte en el misterio de la Cruz?

Al colocar ambos Corazones uno al lado del otro, ¿no ha querido estimular la doble devoción al Corazón de Jesús y a su Corazón

Inmaculado? Al poner en la Medalla las doce estrellas, en las que los Comentaristas del Apocalipsis han visto una alusión a

los doce apóstoles, ¿no ha querido recordarnos el deber del apostolado obligatorio para cada cristiano bautizado? Es posible,

aunque menos evidente. Mas, aún sin eso, la Medalla es bastante rica en lecciones para que la amemos.




Capítulo VI

Llevemos la Medalla Milagrosa

Es la recomendación de María misma a Catalina Labouré: "Haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la llevaren

en el cuello recibirán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza." María

en persona pide, por tanto que se lleve la Medalla e indica de qué modo.

El llevar la Medalla tal cual la Virgen lo recomienda es una manifestación de la auténtica devoción a las sagradas imágenes

como lo quiere la Iglesia. El 2º Concilio ecuménico de Nicea en 787, definió contra los iconoclastas la devoción católica a

las imágenes de los Santos. La cual no se opone a la ley del Antiguo Testamento que prohibía las imágenes talladas y otras

representaciones de la divinidad. Efectivamente, después de la Encarnación, Dios ha tomado una humanidad que puede ser

representada.

Por otra parte, se tributa a las imágenes pintadas o esculpidas de Jesús, de la Virgen y de los Santos solamente un culto

relativo: no es el trozo de metal o papel pintado que se venera, pero hacer pensar en la persona así representada e invita a

honrarla. Así sucede cuando llevo conmigo y abrazo una fotografía de mi madre; mi acto de piedad filial no va al cartón que la

evoca, sino a mi madre en persona.

Por otra parte, es un gesto tan natural y a veces tan necesario entre los seres humanos, aún los más equilibrados, llevar

consigo la imagen de un ser querido, especialmente el de la propia madre. ¿Cómo entonces el cristiano no habrá de llevar la

imagen de su Madre del Cielo, María? ¿Y principalmente esta imagen que es la Medalla Milagrosa, en la que la Virgen ha

indicado ella misma de qué manera deseaba ser representada? ¡Sin contar que la Medalla es una imagen de gran riqueza

teológica! Es la síntesis genial y verdaderamente inspirada de lo Alto, de toda la teología mariana tal como la Iglesia nos la

presenta.

Además la Iglesia ha bendecido esta Medalla. Su gran oración litúrgica ha venido a sancionar la recomendación de la Virgen y

transforma así en un sacramental su imagen llevada con fe y confianza.

Un sacramental es un medio instituído o aprobado por la Iglesia y santificado por ella, a fin de animar nuestra fe y nuestra

oración y atraer así la gracia sobre nosotros.

La Iglesia sabe muy bien que necesitamos señales externas para suscitar nuestra plegaria. Sabe que somos seres sensibles que

tenemos necesidad de ver, tocar, besar un crucifijo, una medalla, para hacer brotar nuestra fe y nuestro amor por Jesús, por

María.

Precisamente el llevar la Medalla Milagrosa nos ayuda eficazmente a tener una actitud filial y amante hacia nuestra Madre del

Cielo. Todos los que la llevan lo han comprobado y pueden dar testimonio de ello.

¡Cuántas veces al levantarse no se olvida uno de la oración de la mañana! Pero aquel que lleva una Medalla Milagrosa al cuello

involuntariamente es llamado al orden y así es conducido de nuevo a pensar en María y en Jesús. Aunque no sea un pensamiento

rápido y una breve oración, la jornada ha empezado con María, con Dios.

Lo mismo a lo largo de las horas; ¡cuántas veces la vista de esa medalla que uno lleva eleva nuestro pensamiento a lo

sobrenatural, nos incita a una breve oración a María, sobre todo si llevamos la medalla de modo visible!

¿Quién conocerá alguna vez las gracias innumerables que estas invocaciones rápidas y filiales habrán atraído sobre nosotros

especialmente si han sido hechas con confianza?

Y, ¿quién sabrá que invocaciones y que buenas inspiraciones suscitará nuestra Medalla en los que nos vean llevarla?

Y, ¡quién dirá la actitud respetuosa que muchas veces un novio, un esposo, se siente obligado a adoptar frente a la persona

que ama, pero porque le ve puesta bajo la protección de María, cuya Medalla le está recordando su dignidad cristiana!

Sí, llevemos con confianza la Medalla Milagrosa. La Iglesia y María, Madre de la Iglesia, saben lo que hacen, cuando

comprometen a sus hijos a llevar con fe y confianza este signo bendito que invita a la oración, atrae la gracia sobre el alma

y a menudo protege también el cuerpo.





Capilla de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa
Rue du Bac Nro. 140 París-Francia.

Apotegmas

La literatura del desierto es accesible gracias a las Sentencias de los Padres del Desierto llamados Apophtegmas, de final del siglo III, ...