domingo, 31 de mayo de 2009

Ignacio Larrañaga - Su Espiritualidad

Para Orar




I. Ejercicios previos

Mucha gente no avanza en la oración por descuidar la preparación previa.
Hay veces en que, al querer orar, te encontrarás sereno. En este caso, no necesitas ningún ejercicio previo. Sin más, concéntrate, invoca al Espíritu Santo, y ora.
Otras veces, al inicio de la oración, te sentirás tan agitado y dispersivo que, si no calmas previamente los nervios, no conseguirás ningún fruto.
Puede suceder otra cosa: después de muchos minutos de sabrosa oración, de pronto te das cuenta de que tu interior se está poblando de tensiones y preocupaciones. Si en ese momento no echas mano de algún ejercicio de silenciamiento, no solamente perderás el tiempo sino que te resultará un momento desapacible y contraproducente.
Te entrego, pues, unos cuantos ejercicios muy simples. De ti depende, cuáles, cuándo, cuánto tiempo y de qué manera utilizarlos, según necesidades y circunstancias.
Siempre que te pongas a orar, toma una posición corporal correcta -cabeza y tronco erguidos-. Asegura una buena respiración. Relaja tensiones y nervios, suelta recuerdos e imágenes, haz vacío y silencio. Concéntrate. Ponte en la presencia divina, invoca al Espíritu Santo y comienza a orar. Son suficientes cuatro o cinco minutos. Esto, cuando estés normalmente sereno.




Silenciamiento corporal. Tranquilo, concentrado, suelta uno por uno los brazos y piernas (como estirando, apretando y soltando los músculos) sintiendo como se liberan las energías. Suelta los hombros de la misma manera. Suelta los músculos faciales y los de la frente. Afloja los ojos (cerrados). Suelta los músculos-nervios del cuello y de la nuca balanceando la cabeza hacia delante y hacia atrás, y girándola en todas direcciones, con tranquilidad y concentración, sintiendo como se relajan los músculos-nervios. Unos diez minutos.



Silenciamiento mental. Muy tranquilo y concentrado, comienza a repetir la palabra "paz", en voz suave (a ser posible en la fase espiratoria de la respiración) sintiendo como la sensación sedante de paz va inundando primero el cerebro (unos minutos sentir como se suelta el cerebro); y después recorre ordenadamente todo el organismo en cuanto vas pronunciando la palabra "paz" y vas inundando todo de una sensación deliciosa y profunda de paz.
Después, haz ese mismo ejercicio y de la misma manera con la palabra "nada", sintiendo la sensación de vacío-nada, comenzando por el cerebro y siguiendo por todo el organismo hasta sentir una sensación general de descanso y silencio. De diez a quince minutos.

Concentración. Con tranquilidad, percibe (simplemente sentir y seguir sin pensar nada) el movimiento pulmonar, muy concentrado. Unos cinco minutos.
Después, ponte tranquilo, quieto y atento; capta y suelta todos los ruidos lejanos, próximos, fuertes o suaves. Unos cinco minutos.
Después, con mayor quietud y atención, capta en alguna parte del cuerpo los latidos cardíacos, y quédate muy concentrado, en ese punto, simplemente sintiendo los latidos, sin pensar nada. Unos cinco minutos.

Respiración. Ponte tranquilo y relajado. Siguiendo lo que haces con tu atención, inspira por la nariz lentamente hasta llenar bien los pulmones, y expira por la boca entreabierta y la nariz hasta expulsar completamente el aire. En suma: una respiración tranquila, lenta y profunda.
La respiración más relajante es la abdominal: se llenan los pulmones al mismo tiempo que se llena (se hincha) el abdomen, se vacían los pulmones, y al mismo tiempo se vacía (se deshincha) el abdomen. Todo simultáneo. No fuerces nada: al principio, unas diez respiraciones. Con el tiempo pueden ir aumentando.
Te repito: como adulto que eres, debes utilizar estos ejercicios con libertad y flexibilidad en cuanto al tiempo, oportunidad, etc.
Al principio, quizás, no sentirás efectos sensibles. Paulatinamente, irás mejorando. Habrá veces en que los efectos serán sorprendentemente positivos. Otras veces, lo contrario. Así de imprevisible es la naturaleza.
Hay quienes dicen: la oración es gracia; y no depende de métodos ni de ejercicios. Decir eso es un grave error. La vida con Dios es una convergencia entre la gracia y la naturaleza. La oración es gracia, si; pero también es arte, y como arte exige aprendizaje, método y pedagogía. Si mucha gente queda estancada en una mediocridad espiritual no es porque falle la gracia sino por falta de orden, disciplina y paciencia, en suma, porque falla la naturaleza.




II. Orientaciones prácticas

Cuando sientas sequedad o aridez, piensa que puede tratarse de pruebas divinas o emergencias de la naturaleza. No hagas violencia para sentir. Hazte acompañar por los tres ángeles: Paciencia: acepta con paz lo que tú no puedas solucionar. Perseverancia: sigue orando, aunque no sientas nada. Esperanza: todo pasará, mañana será mejor.

Nunca olvides que la vida con Dios es vida de fe. Y la fe no es sentir sino saber. No es emoción sino convicción. No es evidencia sino certeza.

Para orar necesitas método, orden, disciplina, pero también flexibilidad, porque el Espíritu Santo puede soplar en el momento menos pensado.

Ilusión, no; esperanza, sí. La ilusión se desvanece, la esperanza permanece. Esfuerzo sí, violencia, no. Una fuerte agitación por sentir devoción sensible produce fatiga mental y desaliento.

Piensa que Dios es gratuidad. Por eso su pedagogía para con nosotros es desconcertante; debido a eso, en la oración no hay lógica humana: a tales esfuerzos, tales resultados, a tanta acción, tanta reacción, a tal causa, tal efecto. Al contrario, normalmente no habrá proporción entre tus esfuerzos en la oración y los "resultados". Sabe que la cosa es así, y acéptala con paz.

La oración es relación con Dios. Relación es movimiento de las energías mentales, un movimiento de adhesión a Dios. Es pues, normal que se produzca en el alma emoción o entusiasmo. Pero ¡cuidado! es imprescindible que ese estado emotivo quede controlado por el sosiego y la serenidad.

La visitación divina, durante la actividad orante, puede producirse en cualquier momento: al comienzo, en medio, al fin; en todo tiempo o en ningún momento. En este último caso, ten cuidado de no dejarte llevar por el desaliento y la impaciencia. Al contrario, relaja los nervios, abandónate y continúa orando.

Te quejas: rezo pero no se nota en mi vida. Para derivar la fuerza de la oración en la vida, primero: sintetiza la oración de la mañana en una frase simple (por ejemplo: ¿qué haría Jesús en mi lugar?) y recuérdala en cada nueva circunstancia del día. Y segundo: cuando llegue una contrariedad o prueba fuerte, despierta y toma conciencia de que tienes que sentir, reaccionar y actuar como Jesús.

No pretendas cambiar tu vida, te basta con mejorar. No busques ser humilde, te basta con hacer actos de humildad. No pretendas ser virtuoso, te basta con hacer actos de virtud. Ser virtuoso significa actuar como Jesús.

Con las recaídas no te asustes. Recaída significa actuar según tus rasgos negativos. Cuando estés descuidado o desprevenido, vas a reaccionar según tus impulsos negativos. Es normal. Ten paciencia. Cuando llegue la ocasión, procura no estar desprevenido, sino despierto y trata de actuar según los impulsos de Jesús.

Toma conciencia de que puedes muy poco. Te lo digo para animarte, para que no te desanimes cuando lleguen las recaídas. Piensa que el crecimiento en Dios es sumamente lento y lleno de contramarchas. Acepta con paz estos hechos. Después de cada recaída, levántate y anda.

La santidad consiste en estar con el Señor, y de tanto estar, su figura se graba en el alma; y luego en caminar a la luz de esa figura. En eso consiste la santidad.

III. Modalidades

1. Lectura rezada

Se toma una oración escrita, por ejemplo un salmo u otra oración cualquiera. Atención, pues; no se trata de leer un capítulo de la Biblia o un tema de reflexión, sino de una oración.
Tomar posición exterior y actitud interior orantes. Sosegarse e invocar al Espíritu Santo.
Comienza a leer despacio la oración. Muy despacio. Al leerla, trata de vivenciar lo que lees. Quiero decir, trata de asumir aquello, decirlo con toda el alma, haciendo tuyas las frases leídas, identificando tu atención con el contenido o significado de las frases.
Si te encuentras con una expresión que "te dice" mucho, parar ahí mismo. Repetirla muchas veces, uniéndote mediante ella al Señor, hasta agotar la riqueza de la frase, o hasta que su contenido inunde tu alma. Piensa que Dios es como la Otra Orilla; para ligarnos con esa Orilla no necesitamos de muchos puentes; basta un solo puente, una sola frase para mantenernos enlazados.
Si no sucede esto, proseguir leyendo muy despacio, asumiendo y cordializando el significado de lo que lees. Parar de vez en cuando. Volver atrás para repetir y revivir las expresiones más significantes.
Si en un momento dado te parece que puedes abandonar el apoyo de la lectura, deja a un lado la oración escrita y permite al Espíritu Santo manifestarse dentro de ti con expresiones espontáneas e inspiradas.
Esta modalidad, fácil y eficaz siempre, ayuda de manera particular para dar los primeros pasos, para las épocas de sequedad o aridez, o simplemente en los días en que a uno no le sale nada por la dispersión mental o la agitación de la vida.

2. Lectura meditada

Es necesario escoger un libro cuidadosamente seleccionado, que no disperse sino que concentre, y de preferencia absoluta la Biblia. Es conveniente tener conocimiento personal sobre ella sabiendo dónde están los temas que a ti te dicen mucho; por ejemplo, sobre la consolación, la esperanza, la paciencia... para escoger aquella materia que tu alma necesita en ese día. También se puede seguir el orden litúrgico, mediante los textos que la liturgia señala para cada día.
En principio, no es recomendable el sistema de abrir al azar la Biblia, aunque sí alguna vez. En todo caso, es conveniente saber, antes de iniciar la lectura meditada, qué temas vas a meditar y en qué capítulo de la Biblia.
Toma la posición adecuada. Pide la asistencia al Espíritu Santo y sosiégate. Comienza a leer despacio, muy despacio. En cuanto leas, trata de entender lo leído: el significado directo de la frase, su contexto y la intención del autor sagrado. Aquí está la diferencia entre la lectura rezada y la lectura meditada: en la lectura rezada se asume y se vive lo leído (fundamentalmente es tarea del corazón) y en la lectura meditada se trata de entender lo leído (actividad intelectual, principalmente, en que se manejan conceptos explicitándolos, aplicándolos, confrontándolos para profundizar en la vida divina, formar criterios de vida, juicios de valor, en suma, una mentalidad cristiana).
Sigue leyendo despacio, entendiendo lo que lees.
Si aparece alguna idea que te llama fuertemente la atención, para ahí mismo; cierra el libro; da muchas vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplícala a tu vida; saca conclusiones.
Si no sucede esto (o después que sucedió), continúa con una lectura reposada, concentrada, tranquila.
Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una amplia relectura para colocarte en el contexto; y trata de entenderlo en éste.
Prosigue leyendo lenta y atentamente.
Si en un momento dado se conmueve tu corazón y sientes ganas de alabar, agradecer, suplicar... hazlo libremente.
Si no sucede esto, prosigue leyendo lentamente, entendiendo y ponderando lo que lees.
Es normal y conveniente que la lectura meditada acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así.
Es de desear que la lectura meditada se concretice en criterios prácticos de vida, para ser aplicados en el programa del día.
Es de aconsejar absolutamente que durante la meditación se tenga siempre en la mano un libro, sobre todo la Biblia. De otra manera se pierde mucho tiempo. No es necesario leer todo el rato. Santa Teresa, durante catorce años, era una nulidad para meditar, si no tenía libro en mano.

3. Pequeña pedagogía para meditar y vivir la Palabra

Hacer una lectura lenta, muy lenta, con pausas frecuentes.
El alma vacía, abierta y serenamente expectante.
Lectura desinteresada: no buscando algo, como doctrina, verdades...
Leer "escuchando" (al Señor) de alma a alma, de persona a persona, atentamente, pero con una atención "pasiva", sin ansiedad.
No esforzarse por entender intelectualmente ni literalmente, no preocuparse de "que quiere decir esto", sino preguntarse "qué me está diciendo Dios con esto", no estancarse en frases sueltas, que, acaso, no se entienden sino dejarlas sin preocuparse de entender literalmente todo.
Las expresiones que le han conmovido mucho, subrayarlas con un lápiz y colocar al margen una palabra que sintetice aquella impresión fuerte.
Retirar el nombre propio que aparece (por ejemplo, Israel, Jacob, Samuel, Moisés, Timoteo...) y sustituirlo por su propio nombre personal, y sentir que Dios lo llama por su nombre.
Si la lectura no le dice nada, quedarse tranquilo y en paz; podría ser que la misma lectura otro día le diga mucho; por detrás de nuestro trabajo está, o no está, la gracia; la "hora" de Dios no es nuestra hora: tener siempre mucha paciencia en las cosas de Dios.
No luchar por atrapar y poseer exactamente el significado doctrinal de la Palabra sino más bien meditarla como María, darle vueltas en la mente y en el corazón, dejándose llenar e impregnar de las vibraciones y resonancias del corazón de Dios, y conservar la Palabra, es decir, que esas resonancias sigan resonando a lo largo del día.
En los salmos, imaginar que sentiría Jesús (o María) al pronunciar las mismas palabras; colocarse mentalmente en el corazón de Jesucristo y desde ahí dirigir a Dios esas palabras, "en lugar de Jesús", rezarlas en su espíritu, con su disposición interior, con sus sentimientos.
Ocuparse con frecuencia en aplicar a la vida la Palabra meditada: reflexionar en qué sentido y circunstancias los criterios encerrados en la Palabra (la mente de Dios) deben influir y alterar nuestro modo de pensar y actuar, porque la Palabra debe interpelar y cuestionar la vida del creyente; de esta manera los criterios de Dios llegarán a ser nuestros criterios hasta transformarnos en verdaderos discípulos del Señor.
En suma: leer, saborear, rumiar, meditar, aplicar.

4. Ejercicio auditivo

Tomar una expresión fuerte que te llene el alma (por ejemplo "mi Dios y mi Todo") o simplemente una palabra (por ejemplo "Jesús", "Señor", "Padre").
Comienza a pronunciarla, con sosiego y concentración, en voz suave, cada diez o quince segundos.
Al pronunciarla, trata de asumir vivencialmente el contenido de la palabra pronunciada. Toma conciencia de que tal contenido es el Señor mismo.
Comienza a percibir cómo la "presencia" o "Sustancia", encerrada en esa expresión va lenta y suavemente inundando tu ser entero, impregnando tus energías mentales.
Ve distanciando poco a poco la repetición, dando lugar, cada vez más, al silencio.
Siempre debes pronunciar la misma expresión.
Variante: Cuando aspiramos, el cuerpo queda tenso, porque se inflan los pulmones. Al contrario, cuando espiramos (expulsamos el aire de los pulmones) el cuerpo se relaja, se afloja.
En esta variante aprovechamos la fase de la espiración (momento natural de descanso) para pronunciar esas expresiones. De esta manera, el cuerpo y el alma entran en una combinación armónica. La concentración es más fácil porque la respiración y la irrigación son excelentes. Y así, los resultados son sumamente benéficos tanto para el alma como para el cuerpo.

5. Oración escrita

Se trata de escribir aquello que el orante quisiera decir al Señor.
Para momentos de emergencia puede resultar la única manera de orar; en tiempos de suma aridez o de aguda dispersión, o en los días en que uno se siente despedazado por graves disgustos.
Tiene la ventaja de concentrar mucho la atención; y la ventaja también de que puede servirme para orar tiempos más tarde.

6. Ejercicio visual

Se toma una estampa expresiva, por ejemplo una imagen de Jesús o de María u otro motivo, estampa que exprese fuertes impresiones, como paz, mansedumbre, fortaleza... Lo importante es que a mí me diga mucho.
Toma la estampa en la mano y, después de sosegarte e invocar al Espíritu Santo, quédate quieto mirando simplemente la estampa, en su globalidad, en sus detalles.
En segundo lugar, capta como intuitivamente, con concentración y serenidad las impresiones que esa imagen evoca para ti. Qué te dice a ti esa figura.
En tercer lugar, con suma tranquilidad trasladarme mentalmente a esa imagen, como si yo fuera esa imagen, o me pusiera yo en el interior de ella. Y, reverente y quieto, hacer "mías" las impresiones que la figura despierta para mí. Y así identificado yo mentalmente con esa figura, permanecer largo rato, impregnada toda mi alma con los sentimientos de Jesús que la estampa expresa. Es así como el alma se reviste de la figura de Jesús y participa de su disposición interior.
Finalmente, en este clima interior, trasladarme mentalmente a la vida, imaginar situaciones difíciles y superarlas con los sentimientos de Jesús. Y así ser fotografía de Jesús en el mundo.
Esta modalidad se presta especialmente para personas que tienen facilidad imaginativa.

7. Oración de abandono

Es la oración y actitud más genuinamente evangélica. La más libertadora. La más pacificadora. No hay anestesia que tanto suavice las penas de la vida como un "yo me abandono en Tí".
Ponte en presencia del Padre, que dispone o permite todo, en actitud de entrega. Puedes utilizar como fórmula: "hágase tu voluntad" o "en tus manos me entrego".
Como disposición incondicional, debes reducir a silencio la mente que tiende a rebelarse. El abandono es un homenaje de silencio en la fe.
Vete depositando pues, en silencio y en paz, todo aquello que te disguste: aspectos de tu persona, enfermedades, ancianidad, impotencias, limitaciones, personas próximas que te desagradan, historias dolientes, memorias dolorosas, fracasos, equivocaciones...
Puede ser que, al recordarlos te duelan. Pero al depositarlos en las manos del Padre, te visitará la paz.

En tus manos, oh Dios, me abandono.
Modela esta arcilla,
como hace con el barro el alfarero.
Manda, ordena, ¿qué quieres que yo haga?
Elogiado y humillado, perseguido,
incomprendido y calumniado,
consolado, dolorido, inútil para todo,
sólo me queda decir a ejemplo de tu Madre:
Hágase en mí según tu palabra.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la Cruz,
no una cruz heroica, que pudiera satisfacer
mi amor propio;
sino aquellas cruces humildes y vulgares,
que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día
en la contradicción,
en el olvido, el fracaso, en los falsos
juicios y en la indiferencia,
en el rechazo y el menosprecio de los demás,
en el malestar y la enfermedad,
en las limitaciones intelectuales
y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo,
aunque yo mismo no lo sepa.
Pero eso basta. Amén.

8. Ejercicio de acogida

En este ejercicio yo permanezco quieto y receptivo y el TU sale hacia mí; y yo acojo, gozoso, su llegada. Es conveniente efectuar este ejercicio con Jesús resucitado.
Ayúdate de ciertas expresiones, comienza a acoger, en la fe, a Jesús resucitado y resucitador "que llega a tí". Deja que el Espíritu de Jesús entre e inunde todo tu ser. Siente que la presencia de Jesús llega hasta los últimos rincones de tu alma mientras vas pronunciando las expresiones. Siente como esa Presencia toma plena posesión de lo que eres, de lo que piensas, de lo que haces, cómo Jesús asume lo más íntimo de tu corazón. En la fe: acógelo sin reservas, gozosamente.
En la fe, siente cómo Jesús "toca esa herida que te duele", cómo Jesús saca la espina de esa angustia que te oprime, cómo te alivia esos temores, te libera de aquellos rencores. Hay que tomar conciencia de que esas sensaciones generalmente se sienten en la boca del estómago como espadas que punzan. Por eso se habla de la espada del dolor.
Luego salta a la vida. Acompañado de Jesús y revestido de su figura, haz un paseo por los lugares donde vives o trabajas. Preséntate ante aquella persona con quien tienes conflictos. Imagínate cómo la miraría Jesús. Mírala con los ojos de Jesús. Cómo sería la serenidad de Jesús si tuviera que enfrentarse con aquel conflicto, afrontar esta situación, qué diría a esta persona, cómo serviría en aquella necesidad. Imagina toda clase de situaciones, aún las más difíciles y déjale a Jesús actuar a través de tí; mira por los ojos de Jesús, habla por su boca, que su semblante aparezca por tu semblante. No seas tú quien viva en tí sino Jesús.
Es un ejercicio transformante o cristificante.
Toma una posición orante. Después de pronunciar y vivir una frase, quédate un tiempo quieto y en silencio, permitiendo que la vida de la frase resuene y llene el ámbito de tu alma.

Jesús, entra dentro de mí.
Toma posesión de todo mi ser.
Tómame con todo lo que soy,
lo que pienso, lo que hago.

Toma lo más íntimo de mi corazón.
Cúrame esta herida que tanto me duele.
Sácame la espina de esta angustia.
Retira de mí estos temores,
rencores, tentaciones...

Jesús, ¿qué quieres de mí?
¿cómo mirarías a aquella persona?
¿cuál sería tu actitud en aquella dificultad?
¿cómo te comportarías en aquella situación?

Los que me ven, te vean, Jesús.
Transfórmame todo en tí.
Sea yo una transparencia de tu persona.
También este ejercicio debe durar unos 45 o 50 minutos.

9. Elevación

En este ejercicio se pronuncia mentalmente o en voz suave alguna expresión (que más tarde señalaré).
Apoyado en la frase, el yo sale hacia el TU. Al asumir y vivenciar el significado de la frase, ésta toma tu atención, la transporta y deposita en un TU. Hay, pues, un movimiento o salida. Y así, todo yo queda en todo TU. Queda fijo, inmóvil. Hay, pues, también una quietud.
Quiero decir: no debe haber movimiento mental. Es decir, no debes preocuparte de entender lo que la frase dice. En todo entender hay un ir y venir. Nosotros, ahora, estamos en adoración. No debe haber, pues, actividad analítica.
Al contrario; la mente, impulsada por la frase, se lanza hacia un TU, quieta y adherida, admirativamente, comtempladora posesivamente, amorosamente. Por ejemplo, si dices "Tú eres la Eternidad inmutable" no debes preocuparte de entender o analizar cómo y por qué Dios es eterno, sino mirarlo y admirarlo estáticamente como eterno.
Después de silenciar todo el ser, haz presente en la fe a Aquel en quien existimos, nos movemos y somos.
Comienza a pronunciar las frases en voz suave. Trata de vivir lo que la frase dice hasta que tu alma quede impregnada de la sustancia de la frase.
Después de pronunciarla, quédate en silencio unos treinta segundos o más, mudo, quieto, como quien escucha una resonancia, estando la atención inmóvil, compenetrada posesivamente, identificada adhesivamente con la sustancia de la frase, que es Dios mismo.
En este ejercicio, tienes que dejarte arrebatar por el TU. El "yo" prácticamente desaparece mientras que el TU domina toda la esfera.
He aquí unas cuantas expresiones que pueden servir para este ejercicio:

Tú eres mi Dios.
Desde siempre y para siempre Tú eres Dios.
Tú eres eternidad inmutable.
Tú eres inmensidad infinita.
Tú eres sin principio ni fin.
Estás tan lejos y tan cerca.
Tú eres mi todo.
Oh profundidad de la esencia
y presencia de mi Dios.
Tú eres mi descanso total.
Sólo en ti siento paz.
Tú eres mi fortaleza.
Tú eres mi seguridad.
Tú eres mi paciencia.
Tú eres mi alegría.
Tú eres mi vida eterna,
grande y admirable Señor.

10. "En lugar de" Jesús

Imaginar a Jesús en adoración, por ejemplo de noche, en la mañana, bajo las estrellas.
Con infinita reverencia, en fe y paz, entra en el interior de Jesús. Trata de presenciar y revivir lo que Jesús viviría en su relación con el Padre, y así participa de la experiencia profunda del Señor.
Trata de presenciar y revivir los sentimientos de admiración que Jesús sentiría por el Padre. Decir con el corazón de Jesús, con sus vibraciones, por ejemplo, "glorifica tu nombre"; "santificado sea tu nombre".
Colocarse en el interior de Jesús y revivir aquella actitud de ofrenda y sumisión que Jesús experimentaría ante la voluntad del Padre cuando decía: "No lo que yo quiero sino lo que quieras Tú". "Hágase tu voluntad".
Qué sentiría al decir: "como Tú y yo somos una misma cosa", al pronunciar "Abba" (¡querido Papá!), tratar de experimentarlo. Ponerse en el corazón de Jesús para pronunciar la oración sacerdotal, capítulo 17 de San Juan.
Todo eso (y tantas cosas) hacerlo "mío" en la fe, en el espíritu para revestirme de la disposición interior de Jesús. Y regresar a la vida llevando en mí la vida profunda de Jesús.
Esta modalidad de oración sólo será posible en el Espíritu Santo "que enseña toda la verdad".

11. Oración de contemplación

Las señales de que el alma entró en la contemplación, según San Juan de la Cruz, son las siguientes:
- Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa y sosegada de Dios.
- Dejar estar el alma en sosiego y quietud, atenta a Dios, aun pareciéndole estar perdiendo el tiempo, en paz interior, quietud y descanso.
- Dejar libre al alma sin preocuparse de pensar o meditar. Sólo una advertencia sosegada y amorosa a Dios.

a) Silencio. Hacer vacío interior. Suspender la actividad de los sentidos. Apagar recuerdos. Desligar preocupaciones.
Aislarse del mundo exterior e interior. No pensar en nada. Mejor, no pensar nada.
Quedar más allá del sentir y de la acción sin fijarse en nada, sin mirar nada ni dentro ni fuera.
Fuera de mí, nada. Dentro de mí, nada.
¿Qué queda? Una atención de mí mismo a mí mismo, en silencio y paz.

b) Presencia. Abrir la atención al Otro, en fe, como quien mira sin pensar, como quien ama y se siente amado.
Evitar figurarse a Dios. Toda imagen o forma de Dios debe desaparecer. Es preciso "silenciar" a Dios de cuanto signifique localidad. A Dios no corresponde el verbo estar, sino el verbo ser. El es la Presencia Pura y Amante y Envolvente y Compenetrante y Omnipotente.
Sólo queda un Tú para el cual yo soy una atención abierta, amorosa, sosegada.
Practicar el ejercicio auditivo hasta que la palabra "caiga" por sí misma. Quedar sin pronunciar nada con la boca, nada con la mente.

Mirar y sentirse mirado.
Amar y sentirse amado.
Yo soy como una playa. El es como el mar.
Yo soy como el campo. El es como el sol.
Dejarse iluminar, inundar, AMAR.
DEJARSE AMAR.

Fórmula del ejercicio:
Tú me sondeas.
Tú me conoces.
Tú me amas.

12. Oración comunitaria

Oración comunitaria, denominada también compartida, se llama al hecho de reunirse un grupo de personas para orar con estas características: a) espontáneamente; b) en voz alta; c) ante los demás; d) lo hacen, no simultánea, sino alternadamente.
Para que la Oración Comunitaria sea verdaderamente eficaz y convincente debe cumplir con las siguientes condiciones:

Se supone que los orantes comunitarios han debido cultivar anteriormente la relación personal con el Señor.
De otra manera, la Oración Comunitaria se torna en una actividad artificial y vacía.
Se debe evitar, a ser posible, el "jaculatorismo"; frases cortas, estereotipadas, formales, dichas de memoria.
Por el contrario, se ha de orar de forma verdaderamente espontánea, de dentro a dentro, como si en ese momento no estuviéramos en el mundo más que El y yo, con gran naturalidad e intimidad.
Para esto, los orantes deben estar convencidos y recordarse a sí mismos que son portadores de grandes riquezas interiores, más riquezas de lo que ellos mismos imaginan, y que el Espíritu Santo habita en ellos, y se expresa a través de su boca; por eso deben hablar con gran soltura y libertad.
Es de desear que no haya entre los orantes cortocircuitos emocionales. Porque si entre dos personas o grupos hay una desavenencia fuerte, notoria y pública, ese conflicto bloquea la espontaneidad del grupo. Los muros que separan al hermano del hermano, separan también al hermano de Dios.
Es imprescindible también que haya sinceridad o veracidad; es decir, que el orante, al expresarse en voz alta, no sea motivado por sentimientos de vanidad, de decir cosas originales o brillantes. Debe en todo momento rectificar la intención, y expresarse como si el orante estuviera solo ante Dios.
Pero la condición esencial es que sea una oración verdaderamente compartida: cuando un integrante del grupo está hablando con el Señor, yo no tengo que ser un oyente o un observador sino que (se supone) yo asumo las palabras que están saliendo de la boca de mi hermano, y con esas mismas palabras yo me dirijo a mi Dios. Y cuando yo hablo en voz alta, se supone que mis hermanos toman mis palabras, y con esas mismas palabras se dirigen a Dios. Y así, todo el tiempo oran todos con todos. Y aquí está el secreto de la grandeza y riqueza de la oración comunitaria: que el Espíritu Santo se derrama a través de personalidades e historias tan variadas y diferentes; y por eso puede resultar una oración muy enriquecedora.

13. Meditación comunitaria

Meditación comunitaria o compartida se llama al hecho de reunirse varias personas para tomar la Palabra de Dios y otro tema, y expresar cada uno espontáneamente delante de los demás lo que esa palabra o tema le sugiere.
Para que la Meditación Comunitaria sea verdaderamente eficaz y convincente se han de tener en consideración las condiciones que hemos señalado para la Oración Comunitaria.
Además, es conveniente comenzar con la invocación del Espíritu Santo, y con una breve oración espontánea o un salmo, para ambientarse.
También es conveniente iniciar la meditación leyendo un fragmento de la Biblia o de algún otro libro, para circunscribir la materia que se va a meditar y para iluminar el tema.
Es también muy conveniente que durante la reflexión se hagan referencias y aplicaciones a la vida y se afinen criterios prácticos para que los criterios puedan transformarse en decisiones concretas para la vida fraterna o pastoral.

14. Variantes

a) Oración comunitaria con apoyo en los Salmos
Se trata de tener delante de los ojos un salmo determinado; el grupo orante lo reza primero en común. Luego, en silencio, tratar de rezarlo privadamente, a ser posible, con la Lectura Rezada.
Después de unos minutos, uno o cualquiera de los asistentes ora en voz alta (siempre teniendo el salmo abierto en la mano) haciendo -en forma de oración- una especie de paráfrasis o comentario del versículo que más le haya llamado la atención. Después, otro hace lo mismo. Y así sucesivamente todos los que desean intervenir. Acaban con un canto.

b) Meditación comunitaria con apoyo de la Palabra
Es algo semejante a lo anterior. Teniendo todos delante la Biblia abierta en un capítulo determinado, uno del grupo lee un fragmento. Quedan en silencio un rato mientras cada uno va meditando en privado, siempre teniendo abierta la Biblia.
Luego, uno cualquiera del grupo hace un comentario -en forma de reflexión- del versículo que más le ha llamado la atención. Después, otro del grupo hace lo mismo, y así sucesivamente, todos los que quieran. Acaban con un canto.

15. Meditación

Se ha de aconsejar esta actividad espiritual a las personas de mente analítica y reflexiva. Para esta clase de personas no es suficiente la lectura meditada. Pueden y deben avanzar más a fondo.
Por otra parte, no hay que olvidar que es en la meditación donde se forjan las grandes figuras de Dios.
Meditar es una actividad mental, concentrada y ordenada, por la que tomamos un texto o un tema, y lo vamos contemplando en su globalidad y detalles; lo analizamos en sus causas y efectos para, de esta manera, forjar criterios de vida, juicios de valoración, en una palabra, una mentalidad según la mente de Dios. Y, por este camino, los criterios acaban por transformarse en convicciones, y las convicciones en decisiones. Y de esta manera nos convertimos en discípulos del Señor.

Preparar:

pedir luz;
escoger la materia que se va a meditar;
para que la mente no se extravíe o se disperse, es conveniente imaginar gráficamente la escena: qué hablan, cómo se mueven, su entorno, otros detalles.

Desentrañar y ordenar:

distinguir los diferentes planos de una escena; buscar el significado y la finalidad de cada palabra y del contexto de las palabras, el sentido de cada escena y del contexto de la escena, detenerse en el significado de los verbos...;
inducir, deducir, explicar, aplicar, combinar diferentes ideas, confrontándolas.
buscar la lógica interna de causa y efecto, principios y conclusiones, qué es y qué no es cada cosa, distinguir los motivos y las intenciones, acción y reacción, esfuerzo y resultado...

Aplicar o comprometerse:

uno mismo tiene que meterse en la escena, como si yo fuera actor y no observador, me hablan e interpelan a mí (las palabras de Cristo a Zaqueo, Pedro, joven rico, ciego del camino..., a mí son dirigidas) y yo, a mi vez, hablo, pregunto a esas personas de la escena...;
confrontar lo que oigo en la escena con mis problemas de hoy, con mi situación actual, con los acontecimientos de este tiempo...;
acabar orando.

IV. Como vivir un Desierto.

La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así lo hicieron los profetas, los santos y sobre todo, Cristo.

Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios, unas cuantas horas cada quince días. Tiempos fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad, y la paz; porque de otra manera las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.

Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a tí: ¿de qué? del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.

Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto. Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar donde uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro. Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia.

Es conveniente disponer de un conjunto de textos bíblicos, salmos, ejercicios de relajación... No olvidarse de llevar un cuaderno para anotar impresiones.

Pauta orientadora:

1. Utiliza esta pauta con flexibilidad porque el Espíritu Santo puede tener otros planes. Debes dar un margen a la espontaneidad de la Gracia. Por ejemplo tienes que tomar con mucha libertad los minutos que asigno a cada punto. 2. Una vez que llegues al lugar donde va a transcurrir el día, comienza con una lectura rezada de salmos. Se trata de preparar y ambientar el nivel profundo de la persona, el nivel del espíritu. Unos sesenta minutos.
3. En caso de que te encuentres en estado dispersivo, prepara tu nivel periférico con ejercicios de relajación, concentración y silenciamiento. Unos treinta minutos. A lo largo del día puedes repetir estos ejercicios, pero, de entrada, es necesario conseguir un estado elemental de serenidad.
4. Diálogo personal con el Señor Dios, diálogo no necesariamente de palabras sino de interioridades, hablar con Dios, estar con El, amar y sentirse amado...Es lo más importante del Desierto. Unos sesenta y cinco minutos.
5. Por ser un día intenso en cuanto a la actividad cerebral, es conveniente que haya varios intervalos de descanso en que lo importante es no hacer nada, sólo descansar.
6. No puede faltar en el Desierto, una prolongada lectura meditada, utilizando los textos bíblicos, confrontando tu vida personal y apostólica con la Palabra de Dios. Unos ochenta minutos.
7. Tampoco debe faltar un sabroso y prolongado diálogo con Jesucristo, expresamente con El. Hablar con El como un amigo habla con otro amigo, haciendo mentalmente un paseo con El por los caminos de la vida, solucionando las dificultades. Unos cincuenta minutos.
8. Un ejercicio intensivo de abandono: sanar de nuevo las heridas, aceptar tanta cosa rechazada, perdonarse y perdonar, consolidar y robustecer la paz. Unos cuarenta minutos. Ten presente las orientaciones prácticas que te doy en este librito. No te pongas eufórico en las consolaciones, ni deprimido en las arideces. El criterio seguro de presencia divina es la paz. Si tienes paz, aún en plena aridez, Dios está contigo. Y recuerda cuántos Desiertos hacía Jesús.

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Señor Jesús, manso y humilde. Desde el polvo me sube y me domina esta sed insaciable de estima, esta apremiante necesidad de que todos me quieran. Mi corazón está amasado de delirios imposibles. Necesito redención. Misericordia, Dios mío.
No acierto a perdonar, el rencor me quema, las críticas me lastiman, los fracasos me hunden, las rivalidades me asustan. Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la humildad, mi Señor manso y humilde de corazón.
No sé de donde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, eliminar al rival, dar curso a la venganza. Hago lo que no quiero. Ten piedad Señor y dame la gracia de la humildad.
Gruesas cadenas amarran mi corazón, este corazón echa raíces, sujeta cuanto soy y hago y cuanto me rodea. Y de esas apropiaciones me nace tanto susto y tanto miedo. Infeliz de mí, propietario de mí mismo. ¿quién romperá mis cadenas?. Tu gracia, mi Señor pobre y humilde. Dame la gracia de la humildad. La gracia de perdonar de corazón. La gracia de aceptar la crítica y la contradicción, o al menos, de dudar de mí mismo cuando me corrijan.
Dame la gracia de hacer tranquilamente la autocrítica. La gracia de mantenerme sereno en los desprecios, olvidos e indiferencias, de sentirme verdaderamente feliz en el anonimato, de no fomentar autosatisfacciones en los sentimientos, palabras y hechos.
Abre, Señor, espacios libres dentro de mí para que los puedas ocupar tú y mis hermanos. En fin Señor Jesucristo, dame la gracia de ir adquiriendo paulatinamente un corazón desprendido y vacío como el tuyo, un corazón manso, paciente y benigno. Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Así sea.

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Hijo, si emprendes en serio el camino de Dios, prepara tu alma para las pruebas que vendrán; siéntate pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz los silencios, ausencias y tardanzas a las que El quiera someterte, porque es en el crisol del fuego donde se purifica el oro.
Señor Jesús, desde que pasaste por este mundo teniendo la paciencia como vestidura y distintivo, es ella la reina de las virtudes y la perla más preciosa de tu corona. Dame la gracia de aceptar con paz la esencial gratuidad de Dios, el camino desconcertante de la Gracia y las emergencias imprevisibles de la naturaleza. Acepto con paz la marcha lenta y zigzagueante de la oración y el hecho de que el camino para la santidad sea tan largo y dificil.
Acepto con paz las contrariedades de la vida y las incomprensiones de mis hermanos, las enfermedades y la misma muerte, y la ley de la insignificancia humana, es decir, que, después de mi muerte, todo seguirá igual como si nada hubiese sucedido.
Acepto con paz, el hecho de querer tanto y poder tan poco, y que, con grandes esfuerzos, he de conseguir pequeños resultados. Acepto con paz la ley del pecado, esto es: hago lo que no quiero y dejo de hacer aquello que me gustaría hacer. Dejo con paz en tus manos lo que debiera haber sido y no fui, lo que debiera haber hecho y no lo hice.
Acepto con paz toda impotencia humana que me circunda y me limita. Acepto con paz las leyes de la precariedad y de la transitoriedad, la ley de la mediocridad y del fracaso, la ley de la soledad y de la muerte.
A cambio de toda esta entrega, dame la Paz, Señor.

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Problemas de perdón


Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo. El resentimiento sólo destruye al resentido.

El amor propio es ciego y suicida: prefiera la satisfacción de la venganza al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos del perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo.


Ejercicios de perdón

1. Ponte en el espíritu de Jesús, en la fe. Asume sus sentimientos. Enfrenta (mentalmente) al "enemigo" mirándolo con los ojos de Jesús, abrazándolo con los brazos de Jesús, como si "fueras" Jesús.
Concentrado, en plena intimidad con el Señor Jesús (colocado el "enemigo" en el rincón de la memoria), di al Señor: "Jesús, entra dentro de mí. Toma posesión de mi ser. Calma mis hostilidades. Dame tu corazón pobre y humilde. Quiero sentir por ese "enemigo" lo que Tú sientes por él; lo que Tú sentías al morir por él. Puestos en alta fusión tus sentimientos con los míos, yo perdono (juntamente contigo), yo amo, yo abrazo a esa persona. Ella-Tú-Yo, una misma cosa. Yo-Tú-Ella, una misma unidad".
Repetir estas o semejantes palabras durante unos treinta minutos.

2. Si comprendiéramos, no haría falta perdonar. Trae a la memoria al "enemigo" y aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estarás tú atribuyendo a esa persona intenciones perversas que ella nunca las tuvo? Al final, ¿Quién es el equivocado? Si él te hace sufrir, ¿Ya pensaste cómo tú le harás sufrir a él? ¿Quién sabe si no dijo lo que te dijeron que dijo? ¿Quién sabe si lo dijo en otro tono o en otro contexto?
El parece orgulloso; no es orgullo, es timidez. Parece un tipo obstinado; no es obstinación, es un mecanismo de autoafirmación. Su conducta parece agresiva contigo; no es agresividad, es autodefensa, un modo de darse seguridad, no te está atacando, se está defendiendo. Y tú estás suponiendo perversidades en su corazón. ¿Quién es el injusto y el equivocado?
Ciertamente, él es difícil para tí; más difícil es para sí mismo. Con su modo de ser sufres tú, es verdad; más sufre él mismo. Si hay alguien interesado en este mundo en no ser así, no eres tú; es él mismo. Le gustaría agradar a todos; no puede. Le gustaría ser encantador; no puede. Si él hubiera escogido su modo de ser, sería la criatura más agradable del mundo. ¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no escogió? ¿Tendrá él tanta culpa como tú presupones? En fin de cuentas, ¿No serás Tú, con tus suposiciones y repulsas, más injusto que él?

Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar.

3. Se trata de un acto de dominio mental por el que desligamos la atención de la persona enemistada. Consiste, pues, en interrumpir ese vínculo de atención (por el que tu mente estaba ligada a esa persona) y quedarte tú desvinculado de él, y en paz.
No consiste, pues, en expulsar violentamente de la mente a esa persona, porque en ese caso se fijará más. Se trata de suspender por un momento la actividad mental, de hacer un vacío mental, y el "enemigo" desaparece. Volverá de nuevo. Suspende otra vez la actividad mental o desvía la atención hacia otra cosa.
Hay unos cuantos verbos populares que significan este perdón: desligar: se liga, se desliga la atención. Desprender: se prende, se desprende. Soltar: se te agarra (el recuerdo) suéltalo. Dejar. Olvidar.
Como se ve, no es un perdón propiamente tal, pero tiene sus efectos. Puede ser el primer paso, sobre todo cuando la herida es reciente.

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Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta Tí para decirte:
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Tí, Señor.
Deposito en tus manos la fatiga y la lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás. Si los nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí.
Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para alguien ¡perdón, Señor! No quiero esta noche entregarme al sueño sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia enteramente gratuita, Señor.
Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente, me has cuidado como una madre, a lo largo de estas horas.
Señor, a mi derredor ya todo es silencio y calma. Envía el Angel de la Paz a esta casa. Relaja mis nervios, sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y serenidad. Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al sueño, como un niño que duerme feliz en tus brazos. En tu nombre, Señor, descansaré tranquilo. Así sea.

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Felices los que no te vieron, y creyeron en Tí.
Felices los que no contemplaron tu semblante y confesaron tu divinidad.
Felices los que, al leer el Evangelio, reconocieron en Tí a Aquel que esperaban.
Felices los que, en tus Enviados divisaron tu divina presencia.
Felices los que, en el secreto de su corazón, escucharon tu voz y respondieron.
Felices los que, animados por el deseo de palpar a Dios te encontraron en el misterio.
Felices los que, en los momentos de oscuridad, se adhirieron más fuertemente a tu luz.
Felices los que, desconcertados por la prueba, mantienen su confianza en Tí.
Felices los que, bajo la impresión de tu ausencia continúan creyendo en tu proximidad.
Felices los que, no habiéndote visto viven la firme esperanza de verte un día. Amén.

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Señora del Silencio

Madre del Silencio y de la Humildad,
Tú vives perdida y encontrada
en el mar sin fondo del Misterio del Señor.
Eres disponiblidad y receptividad.
Eres fecundidad y plenitud.
Eres atención y solicitud por los hermanos.
Estás vestida de fortaleza.
En Tí resplandecen la madurez humana
y la elegancia espiritual.
Eres Señora de Tí misma
antes de ser señora nuestra.
No existe dispersión en Tí.
Es un acto simple y total,
tu alma, toda inmóvil,
está paralizada e identificada con el Señor.
Estás dentro de Dios y Dios dentro de Tí.
El Misterio Total te envuelve y te penetra,
te posee, ocupa e integra todo tu ser.
Parece que todo quedó paralizado en Ti,
todo se identificó contigo:
el tiempo, el espacio, la palabra,
la música, el silencio, la mujer, Dios.
Todo quedó asumido en Tí, y divinizado.
Jamás se vio estampa humana,
de tanta dulzura,
ni se volverá a ver en la tierra
mujer tan inefablemente evocadora.
Sin embargo, tu silencio no es ausencia
sino presencia.
Estás abismada en el Señor,
y al mismo tiempo,
atenta a los hermanos, como en Caná.
Nunca la comunicación es tan profunda
como cuando no se dice nada,
y nunca el silencio es tan elocuente
como cuando nada se comunica.
Haznos comprender
que el silencio
no es desinterés por los hermanos
sino fuente de energía e irradiación;
no es repliegue sino despliegue,
y que, para derramarse,
es necesario cargarse.
El mundo se ahoga
en el mar de la dispersión,
y no es posible amar a los hermanos
con un corazón disperso.
Haznos comprender que el apostolado,
sin silencio,
es alienación;
y que el silencio,
sin el apostolado
es comodidad.
Envuélvenos en el manto de tu silencio,
y comunícanos la fortaleza de tu Fe,
la altura de tu Esperanza,
y la profundidad de tu Amor.
¡Oh Madre admirable del Silencio!

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A Tí, Señor que pasaste por este mundo "sanando toda dolencia y toda enfermedad" levanto mis gritos y gemidos, yo, pobre arbol azotado por el dolor. Hijo de David, ten compasión de mí!
Mi salud se deshace como una estatua de arena. Estoy encerrado en un círculo fatal. Dios mío, cada mañana me levanto cansado, mis ojos enrojecen de tanto insomnio. Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena. Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas y me muerde el dolor. Y, sobre todo el miedo, Señor.
Tengo mucho miedo. El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma ¿qué será de mí? ¿amanecerá para mí la aurora de la salud? ¿podré cantar algún día el aleluya de los que sanan? ¿me visitarás alguna vez, Dios mío? ¿no dijiste un día, "levántate y anda"? ¿no dijiste a Lázaro: "sal fuera"? ¿no se sanaron los leprosos y caminaron los cojos al mando de tu voz? ¿no mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas? ¿cuándo llegará mi hora? ¿cuándo podré narrar también yo, tus maravillas? Hijo de David, ten piedad de mí, Tú que eres mi única esperanza.
Sin embargo sé que hay otra cosa peor que la enfermedad: la angustia. Es buena la salud pero mejor es la paz. ¿para que sirve la salud sin la paz? Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.
La angustia, sombra oscura hecha de soledad, miedo e incertidumbre, la angustia me asalta a ratos y a veces me domina por completo. Con frecuencia siento tristeza... Necesito paz, Señor Jesús, esa paz que sólo Tú la puedes dar. Dame esa paz hecha de consolación, esa paz que es fruto de un abandono confiado. Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud. Lo restante lo dejo en tus manos!
A partir de este momento suelto los remos y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas. Llévame donde quieras, Señor. Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú. Lléname de tu serenidad y eso me basta. Así sea.

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Michel Quoist - Su Espiritualidad

Ahora Señor, voy a cerrar mis párpados: hoy ya han cumplido su oficio. Mi mirada ya regresa a mi alma tras de haberse paseado durante todo el día por el jardín de los hombres.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Yo te pido en la noche, que mañana, cuando abra mis ojos al claro amanecer, sigan dispuestos a servir a mi alma y a mi Dios.


Haz que mis ojos sean claros, Señor. Y que mi mirada, siempre recta, siembre afán de pureza. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse, contemplar.


Da a mis ojos el saber cerrarse para hallarte mejor, pero que jamás se aparten del mundo por tenerle miedo. Concede a mi mirada el ser lo bastate profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.


Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para no apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.


Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para despertar. Haz que mi mirada conmueva las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios. Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú.

Para que mi mirada sea todo esto Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes.

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Amo a los niños


Yo amo a los niños, dice Dios, y quiero que os parezcáis a ellos. No me gustan los viejos, dice Dios, a no ser que sean niños todavía. Y en mi reino no quiero más que niños, esto está decretado para siempre.
Niños cheposos, niños retorcidos, niños arrugaditos, niños de barba blanca, todas las clases de niños que queráis, pero niños, sólo niños. Y no hay que darle vueltas. Eso está decidido. No tengo sitio para los mayores.
Yo amo a los niños, dice Dios, porque en ellos mi imagen no ha sido adulterada, ellos no han falseado mi semejanza, son nuevos, son puros, sin borrón, sin escoria. Por eso cuando Yo me inclino sobre ellos dulcemente es como si me estuviera mirando en un espejo. Amo a los niños porque aún están haciéndose, porque están aún formándose, van de camino, caminan.
Pero con los mayores, dice Dios, con los mayores ya no hay nada que hacer, ya no crecerán más, ni una gota, ni un palmo, ¡basta!, se han estancado.
Es horrible, dice Dios, los mayores creen que ya han llegado.
A los niños grandes, dice Dios, sí los amo, aún están luchando, aún cometen pecados. Bueno, a ver si me entendéis, no es que los ame porque los cometan, dice Dios, es porque saben que los cometen y se esfuerzan en no cometer más.
Pero a los "hombres serios", dice Dios, ¿cómo voy a amarlos? Nunca hicieron mal a nadie, no tienen nada de que arrepentirse, no puedo perdonarles nada, no tienen nada de que pedir perdón.
Es descorazonador, dice Dios. Descorazona porque no es verdad.
Pero sobre todo, dice Dios, sobre todo, los pequeños me gustan por sus ojos. Es ahí donde Yo leo su edad.
Y en mi cielo -veréis- no habrá más que ojos de cinco años de edad. Porque yo no conozco cosa más bonita que una mirada inocente de niño.
Y no es extraño, dice Dios, porque Yo habito en ellos, y soy Yo quien se asoma a las ventanas de sus almas. Cuando en la vida os encontréis una mirada pura, soy Yo quien os sonríe a través de la materia. En cambio, dice Dios, no hay cosa más horrible que unos ojos marchitos en un cuerpo de niño.
Las ventanas están abiertas y la casa vacía.
Quedan dos cuevas negras, pero dentro no hay luz. Tienen pupilas, pero huyó la mirada.
Y Yo, triste, a la puerta, tengo frío, y espero, golpeo, y me pongo nervioso por entrar.
Y el de dentro está solo: el niño
Se endurece, se seca, se marchita, envejece.
Pobrecito, dice Dios.


¡Aleluya, aleluya!, dice Dios. ¡Abríos bien, los viejos! Es vuestro Dios, el siempre Resucitado, quien va a entrar a resucitar en vosotros al niño.
Daos prisa, es la ocasión, moveos. Estoy dispuesto a devolveros un hermoso rostro de niño, una hermosa mirada de niño.
Porque Yo amo a los niños, dice Dios, y quiero que os parezcáis a ellos.

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Amar es entregarse


El hambre de los hombres es terrible, mata a millones de seres cada año. Las privaciones de amor son más mortíferas todavía, desintegran al hombre y a la humanidad. Muy a menudo el hombre no sabe amar, cree amar y no hace sino amarse a sí mismo.
En el largo camino que lleva al amor, muchos se detienen, seducidos por los espejismos del amor.
Si te emocionas hasta las lágrimas ante un sufrimiento, si sientes que tu corazón late con fuerza ante tal o cual persona, no se trata de amor, sino de sensibilidad. Amar, no es sentirse emocionado por otro, sentir afecto sensible por otro, abandonarse en brazos de otro, admirar a otro, desear a otro, querer poseer a otro.
Amar es en esencia entregarse a otro y a los otros. Amar no es sentir. Si esperas sentirte empujado al amor por la sensibilidad, sólo amarás a pocos en la tierra... y seguramente no a tus enemigos. Amar no es un proceso instintivo, es la decisión consciente de tu voluntad de ir hacia los demás y de entregarte a ellos.
Con mucha frecuencia juegas al Pulgarcito, siempres encuentras tu camino, el camino de tí mismo. Piérdete, olvídate de tí mismo y amarás con más seguridad. El hambre te obliga a salir de tu casa para comprar pan. Abres la puerta para contemplar la puesta de sol. Corres al encuentro del amigo que viste desde la ventana.
Del mismo modo, el deseo, la admiración, el afecto sensible pueden arrancarte de tí mismo y lanzarte al camino de la entrega, pero no son todavía el amor. El Señor te los ofrece como medios, para ayudarte a olvidarte y conducirte al amor.
El amor es un camino de mano única: parte siempre de tí y se dirige a los demás. Cada vez que tomas un objeto o a una persona para tí, dejas de amar, pues dejas de entregar. Vas a contramano.
Todo lo que encuentras en tu camino está hecho para que te permita amar más. Encamínate. Acoge todo lo que es bueno, pero para darlo todo. Si retienes algo o alguien para tí, no digas que amas tal objeto o a tal persona, pues en el momento en que los agarras para guardarlos -aunque sólo sea por un instante- el amor muere en tus manos.
Si cortas flores es para hacer un ramo con ellas.
Si haces un ramo, es para ofrecerlo a la amada..., pues la flor no está hecha para que se mustie en tus manos, sino para llevar alegría y fructificar. Si, al cortarla, no tienes el valor de regalarla, continúa tu camino.
Así en la vida si te sientes incapaz de pasar ante un objeto o un rostro sin acapararlos para tí solo, entonces continúa tu camino. Para amar, hay que ser capaz de renunciar a uno mismo.
Revisa con frecuencia la autenticidad y la pureza de tus amores. No te limites a preguntarte: ¿amo? Dite: ¿renuncio a mi mismo, me olvido de mi mismo, me entrego?
No te forjes la ilusión del amor dando objetos, dinero, un apretón de manos o aun un poco de tu tiempo, de tu actividad... si no te entregas.
Amar no es dar algo, es ante todo darse uno. Amarás si te entregas o si te deslizas por entero en lo que entregas, hasta en lo más material.
El amor verdadero nos vuelve libres, porque nos libera de las cosas y de nosotros mismos.
Amará más quien se entregue más. Si quieres amar sin límites, has de estar dispuesto para entregar toda tu vida, es decir para morir a tí mismo, por los demás.
Te ilusionas si crees que amar es fácil. Todo amor, si es auténtico, te cargará tarde o temprano con la cruz, pues desde que existe el pecado resulta difícil olvidarse de uno mismo y morir a uno mismo.
Desde que existe el pecado, amar es ser capaz de crucificarse por los demás.
Si pretendes recibir, nada obtendrás.
Hay que dar.
Si das, diciendo: así recibiré, no obtendrás nada. Hay que dar sin esperar nada a cambio.
Si, lealmente, das sin esperar nada, lo recibirás todo. Lo más difícil en el amor es el riesgo, el renunciamiento en la noche, el paso hacia la muerte... para alcanzar la vida. Por eso retrocedes frente al amor auténtico. Vacilas, engañado por el ofrecimiento inmediatamente rentable de los amores falsos. Tienes miedo de no recibir, y tomas un anticipo.
Si amas, te entregas. Si te entregas a los demás, te enriqueces con ellos. Así el amor engrandece infinitamente a quien ama, pues quien acepta desprenderse de sí mismo descubre a todos los demás y se une a la humanidad entera.
El amor falso -el egoísmo, la vuelta a sí- lleva siempre consigo la decepción, la frustración de la persona, pues es un fracaso de expansión, es envejecimiento, es muerte. El amor verdadero ofrece siempre la alegría, pues es desarrollo de la persona, perfeccionamiento, entrega de la vida.
Cristo es quien más ha amado, no por experimentar el mayor afecto sensible por los hombres, sino porque fue quien más les dio
y más conscientemente,
y más voluntariamente,
y más gratuitamente.
Si dejas de amar, dejas de amar.
Si dejas de amar, dejas de engrandecerte.
Si dejas de engrandecerte, dejas de perfeccionarte, dejas de desarrollarte en Dios,
pues amar es tomar el camino de Dios, es encontrarlo.

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La avenida del amor conduce a Dios... para amar con el corazón de Jesucristo.

"Todo amor, si es auténtico pone al hombre en el camino de Dios, pues San Juan nos dice que "el amor procede de Dios". Pero si bien en el plano puramente natural el amor ya lleva consigo la promesa de lo infinito, necesita para desembocar en lo sobrenatural que el hombre consciente y libre, abra de par en par su corazón al amor de Cristo. Ahí el cristiano tiene, mediante la gracia de la caridad, el poder extraordinario de amar a Dios y a sus hermanos como Dios mismo ama a sus hijos".

El hombre no puede ser habre sin alimento, sed sin bebida, pregunta sin respuesta, amor sin amor. El hombre camina dolorosamente en busca de su perfeccionamiento.

En la base de tu deseo de amar y de ser amado buscas tu desarrollo. Pero esta búsqueda perpetua de la unidad te dejará insatisfecho mientras no estés lleno del amor infinito: DIOS.
En el fondo del ser humano, la búsqueda del amor es siempre búsqueda de Dios.

El amor te acerca a Dios porque te desprendes de tí mismo, pues sólo hay dos polos de atracción y de entrega en la vida de todo hombre: él mismo o los demás y Dios.

Tú eres un pensamiento de amor de Dios.
Tu vida debe ser una respuesta de amor.
La gran revelación de Jesucristo, es que Dios es Amor, que la gran aventura del mundo y de los hombres es una historia de amor y que el triunfo no puede ser sino el fruto del amor.

En ti y en los demás, el amor auténtico es siempre la señal de la presencia de Dios, pues Dios está presente en todo amor como el sol está presente en cada uno de sus rayos. "El amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor... Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (Primera Epístola de San Juan)

Puedes seguirlo a Dios adivinando los gestos de amor verdadero.
Puedes hacer que Dios penetre en los hombres, olvidándote de tí para sembrar el amor a tu alrededor.
Puedes conducir a los demás al encuentro de Dios, ayudándolos a amar a sus hermanos en forma concreta.
Cada vez que amas eres testimonio del Amor, en silencio anuncias a Jesucristo.
Todo avance en el amor es siempre un avance hacia Dios.

En la vida, las etapas importantes del amor son la ocasión ofrecida para acercarse a la unión con el Hijo:
la búsqueda del amor del adolescente, la amistad, el matrimonio, la maternidad y la paternidad, el compromiso adulto para la lucha por un mundo mejor y luego las múltiples invitaciones a la entrega: la salida con el grupo, el partido de fútbol, el niño a quien hay que escuchar, el beso que hay que dar a pesar del cansancio... y durante todo, todo el tiempo, incesantes ofrecimientos del Amor que propone vivir por amor y del amor.

Serás juzgado por tu fidelidad a Dios en el amor cristiano.

El deseo del amor consiste en formar una unidad con los seres amados. Si quieres triunfar en el amor, debes acoger a Dios en tí e interiormente Dios te unirá con quienes amas.
Tu corazón es demasiado pequeño para amar a tus hermanos como Dios los ama, y sin embargo Dios desea ser amado y ver que amas a tus hermanos con este amor infinito.

Los demás esperan de tí no sólo amor a secas, sino el amor divino.
Tu caridad no debe ser caridad "natural" sino "sobrenatural".

Necesitas de toda la Redención de Cristo para salvar tu amor del egoísmo. Necesitas de todo el amor de Cristo para transfigurar tu amor humano en caridad.
La caridad, por el don de la gracia, es el misterioso poder de amar como Dios ama, con el "corazón" de Cristo:

a Dios, tu Padre,
a los hombres, tus hermanos.

Si quieres amar más, toma más Amor en tí, deja que el Amor ame en tí y por tí cada vez más.
Haz que, por tí, Dios ame a tus hermanos.
Si amas "humanamente" al otro, lo unes a tí.
Si lo amas en la caridad, lo unes a Cristo.
Si amas con Cristo y en Cristo, haces que el Cuerpo místico crezca,
haces que el Reino del Padre progrese,
al mismo tiempo que lo anuncias.

No se trata de "hacer caridad" SINO DE SER "AMOR".

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La Virgen María no es "moderna" a los ojos de nuestros contemporáneos, pero el mundo moderno necesita a la Virgen María para recordar los valores de la vida que olvida.
María es testimonio de la fecundidad espiritual de la virginidad. Por obra del Espíritu Santo es Madre de Dios y de todos los hombres, en Cristo.
María, sin gestos deslumbrantes, sin prédicas, sin acción, sin lucha, sólo diciendo SI a Dios durante toda su vida, dio a Cristo al mundo y con El, salvó al mundo.
María te recuerda el poder infinito de la ofrenda pura, de la presencia en el amor, de la disponibilidad interior, del silencio...
El sí de María es doble: es el consentimiento a la Encarnación y el consentimiento a la Redención. Porque se entrega completamente al servicio del Reino, porque es absolutamente pura, en Ella nada se opone a esta encarnación y a esta redención.
A la cabeza de la enorme multitud de hombres, marchó al encuentro de Dios: fina aurora de pureza de la humanidad, corazón entregado al amor.
Ella es la primer mujer que renovó definitivamente con Dios la Alianza del Amor infinito. En su alma y en su propia carne es lugar de encuentro:
de lo natural y lo sobrenatural,
de lo finito y lo infinito,
del hombre y de Dios.
Jesucristo, a través de María, introdujo en el amor trinitario el corazón de una madre de la tierra.
Busca en el Evangelio a la "pequeña" Virgen María, madre de Jesús, fiel, discreta y dolorosa. ""Amala y rézale""
María continúa su obra en el mundo. Esposa fiel del Espíritu Santo, jalona en su sí eterno los mínimos gestos de gracia de su Hijo.
No puede aparecer vida si no hay una madre que la dé. No puede surgir ninguna partícula de gracia divina en ti, sin el amor fecundo de María. Si luchas en el amor, para tener más paz, más justicia, María sostiene tus esfuerzos, pues Ella siempre está donde hay que dar la Vida en su Hijo.
Si sufres, también María está, pues dondequiera que se eleve una cruz, Ella está de pie, lista para ofrecer, para que en su Hijo florezca la Redención.
Ella se eclipsa, silenciosa...
Ella calla pero está.
Dile cada día, en cada instante de tu vida, en la forma más simple:
Dios te salve, María!

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¿Te aburre el Evangelio?
Sólo conoces algunos pasajes que has escuchado muy por encima en la misa del domingo. ¿Has abierto el Evangelio, de vez en cuando y no has encontrado nada?
Si penetras en el Evangelio como en un libro humano, sólo encontrarás en él, ideas y recetas humanas. Si te acercas a él como a una obra dictada por el Espíritu Santo, sus palabras serán, en tí y en tu vida, semillas de eternidad.
¿Quieres comulgar en forma auténtica con el Evangelio? Has de acercarte religiosa y desinteresadamente a él... para ESCUCHAR Y VER (es decir contemplar) a Jesús VIVO que se dirige hoy a tí a través de su vida y sus palabras.
Necesitas una palabra que resuene en el infinito. Respeta esa hambre pues es, en tí, esa partícula de amor creador que llama al Amor, para conversar. Es el hambre de una Palabra viva e infinita, es el hambre de Evangelio.
Dices: "Hablo a Dios y no me responde" Te equivocas. Desde siempre estás llamado al diálogo. Si te quejas del silencio de Dios, quiere decir que no escuchas el Evangelio. En él, Dios entabla la conversación contigo. Respóndele. Así puedes comunicarte con Jesucristo vivo. ¿Estás atento a las confidencias que te hace Jesucristo?
No puedes encontrar al Señor y comprender su Palabra si no has pedido al Padre que sea el guía que te conduzca y al Espíritu Santo, el Intérprete que te traduzca.
Jesucristo no habla el mismo idioma que tú, por eso te cuesta comprenderlo. Hablas de eficacia, El dice: por la cruz. Hablas de influencia en el mundo, El dice: siendo el último; hablar de poder, El dice: siendo un niño; hablas de riquezas, El dice: desposándote con la pobreza. Resulta difícil entenderse cuando no se habla el mismo idioma. Acepta que te cambien la manera de ver las cosas. No huyas del Evangelio.
Proclamar el Evangelio durante toda tu vida, no es predicar sobre una mesa en la fábrica, en oficina, es estar tan disponible al Espíritu y lleno de Evangelio, que tus sentimientos, pensamientos, opiniones y mentalidad se convertirán en los de Cristo. Así cuanto más medites el Evangelio, tanto más evangélico, más apostólico serás.
Deja que el Espíritu Santo te inspire, cuando quiera, el papel que Cristo quiere desempeñar a través de tí. Si eres fiel y atento, te sorprenderás al verlo intervenir con frecuencia. Esto es el Evangelio en la vida. En la meditación del Evangelio sois dos los que actuáis. Tú que recoges y te dispones a recibir a Cristo. El Espíritu Santo que te conduce al Señor y te transforma en El. No te desanimes nunca.
Corre al Evangelio. No faltes a la cita de Dios.

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El Otro


Si quieres influir en otro, ten presente esta regla de oro: No seas nunca destructivo, sino siempre constructivo. El otro es extremadamente sensible al juicio de los que lo rodean. La indiferencia de éstos, su falta de confianza y más aún su desprecio lo paralizan y lo condenan al estancamiento.

Si quieres influir en otro, comienza por amarlo sinceramente, de lo contrario, no lograrás hacerle avanzar ni un paso. Luego, pon en él tu confianza, no importa lo que suceda; finalmente admíralo, siempre hay algo que admirar en el otro. Ama, confía, admira concretamente. No basta con tener esos sentimientos en tu corazón. Debes expresarlos. El otro interpreta siempre el silencio como una reprobación y cuanto más débil es, tanto más le invita ese silencio al desánimo.

El piensa: "soy poca cosa a sus ojos", "me juzga incapaz, sin reacciones", "me desprecia", "sin duda no le gusto", y muy rápidamente saca una amarga conclusión: "en el fondo, tiene razón".

Frente al otro, no pienses nunca: soy superior, sino piensa: en tal punto me supera. Si piensas lo primero, lo aplastarás, si lo segundo, lo animarás y lo engrandecerás. El otro siempre tiende a ser lo que tú piensas y dices que es. Si piensas muy mal de alguien, no vale la pena que trates de influir en él. Antes de abordarlo, empieza por esforzarte para rectificar tu juicio.

La alabanza sincera tiene un poder mágico. Si quieres que el otro progrese, felicítalo con sinceridad. Eso es siempre posible. Mira al otro, ve sus cualidades, sus dones, pónlos a plena luz; muchos están ocultos, por negligencia, por desaliento. Devolvérselos es revelárselos, es salvarlo, pues Dios condena al que entierra sus talentos.

Si buscas las cualidades del otro y se las alabas, no eres un hipócrita adulador, sino un adorador del Padre. Cuando en la Fe te acercas religiosamente a otro, estás en el camino de Dios, pues es El quien deposita sus dones en cada uno. Confía, confía siempre en el otro, a pesar de las apariencias, a pesar de los fracasos.

Si dices al otro: "no se puede hacer nada contigo", el otro que ya tiene muchos problemas consigo, pensará "es verdad..." y no tratará de hacer nada. Si dices al otro: "con esfuerzos y paciencia, llegarás seguramente a alguna parte", el otro pensará "quizás tenga razón" y estará tentado a probar.

Si a pesar de todo debes hacerle reproches, condenar una actitud, una acción, empieza felicitándole sinceramente por una cualidad, un progreso, un éxito. El reproche sólo agria, entorpece o desanima. Si quieres que un reproche sea constructivo, el otro tendrá que estar preparado para recibirlo. No se trata de admitir lo malo, sino de estimular lo bueno.

No remuevas indefinidamente las cenizas, inclínate inmediatamente sobre la brasa encendida, por poca que sea; aliméntala, sóplala y encenderás un brasero... Es decir, enciende en el otro el esfuerzo más insignificante, el progreso más insignificante y alégrate sinceramente. Tu alegría, tu admiración revelarán a otro sus posibilidades. Creerá más en ellas, llegará más rápido y más lejos.
¿Quieres influir en el otro? Olvídate de tí mismo. Si bien crees que puedes hacer algo, estorbas. Sólo puedes preparar el terreno, abrir el camino. Hace ya mucho tiempo que Dios salva y redime. Influir en el otro es ir al encuentro del Amor todopoderoso, que transforma el corazón.

¿Estás desanimado ante el pecado que no puedes dejar de notar en el otro? Repítete las palabras de San Pablo: "donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia".

No existe nadie (ni jamás existirá sobre la tierra) que haya caído tan bajo como para escapar al amor infinito de Dios. No tienes derecho a no amar y a no confiar donde Dios ama y confía.

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La fe recibida en el bautismo es una semilla, pero una semilla está hecha para producir una planta y la planta para dar frutos.
Tu Fe puede crecer, pero no: buscando indefinidamente nuevas razones para creer, ni imaginando la bondad, el poder, el amor de Dios, ni tratando de sentir la presencia del Señor, ni convenciéndote que crees más. Tu Fe crecerá si te comprometes a seguir a Cristo, no sólo en actos religiosos, sino en todo momento, durante toda tu vida: "Si alguno quiere ser mi discípulo, que me siga". Sólo tiene valor la fe que actúa por la caridad.
¿Tienes dificultades de Fe? ¿Cuáles?
¿Obstáculos intelectuales? No te pelees con las ideas, escuentra a Jesucristo, luego reflexionarás con más calma y eficacia sobre su Luz. ¿Obstáculos con la Iglesia? No tropieces con los estandartes, cirios, con la nueva liturgia, con las condenaciones... corre hacia Jesucristo. El Señor que vive en el Evangelio, en la Eucaristía, te hará comprender que El es el mismo Señor que vive en la Iglesia. ¿Obstáculos morales? Implora a Jesucristo. El te ayudará y te perdonará mediante el Sacramento de la Penitencia.
Tranquilízate, si eres leal y generoso, tus crisis de Fe son sólo crisis de crecimiento. Los obstáculos son ocasiones de elevación, como el dique, que obliga al agua a elevarse para dar una nueva potencia. Pero cuanto más avances en la Fe, tanto más encontrarás oscuridad, pues en la tierra Dios será siempre un Dios oculto.
Desarróllate armoniosamente y no te contentes en la edad adulta con una fe adolescente... o aun de niño. Si vives con una fe adulta, ya no tendrás que tabicar tu existencia: en un lado la vida cristiana, en el otro, la vida a secas. Sólo habrá un gran esfuerzo pacífico de todo tu ser para adherirte por Cristo, con El y en El, a través de la más breve de tus palabras, y el más insignificante de tus gestos.
Habrás triunfado cuando puedas decir con lealtad: "Mi vida es Cristo"·

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Es fácil demoler una casa, es más dificil construir una. Es fácil concebir planes, pero es dificil realizarlos. Tus buenas intenciones de nada sirven si no se dirigen a la acción. Porque no puedes hacer mucho, más vale que hagas un poco.
El miembro que no se usa se atrofia. El hombre que no actúa, no sólo no progresa, sino que retrocede. Sólo puedes perfeccionarte actuando.
Mira a los hombres a tu alrededor. Se agitan mucho, se gastan, hablan, reaccionan, se pelean y finalmente se desaniman, pues el resultado es insignificante comparado con sus esfuerzos. No es la intensidad del movimiento quien da eficacia a tu acción, sino el peso del Espíritu que, gracias a tí, ella lleva consigo.
Algunos hombres con poco tiempo, pocos gestos, poca acción harán mucho, otros con más tiempo, más gestos, más acción harán muy poco. La diferencia radica en "el alma" de quienes actúan.
Cuánto más mires tu acción y más reflexiones sobre ella, más "persona" humana te vuelves.
Si quieres actuar seriamente, mira primero la realidad. Humanamente, es prudencia: mide con exactitud las necesidades, marca el punto preciso en el que has de insertarte, calcula las fuerzas que has de emplear...
Cristianamente, es evitar la ilusión: si preguntas a la realidad guiado por la fe, "Dios te contestará" y a través de la vida concreta, te invitará a la acción.
En la fe someterse a la realidad es someterse a Dios. No puedes actuar recta y cristianamente si primero no has visto y juzgado en la fe.
La acción debe llegar a ser la puesta en marcha del designio del Padre, después de haberlo descifrado, con una mirada fiel a la vida.
Quieres ser eficiente, te impacientas por el pobre resultado de tu acción, sufres al comprobar todo el trabajo que se te ofrece, oyes el llamado de tu ambiente y de toda la humanidad... si quieres dar a tu vida su máxima eficacia, cambia tu voluntad limitada por la voluntad infinita de Dios. El cambiará tus débiles fuerzas por su Omnipotencia infinita. Dios hace grandes cosas con lo pequeño.
Tu limitas tu eficacia creyendo aún en tu poder. Si desapareces, Jesucristo podrá aparecer y perfeccionar el designio de Su Padre por tí.

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¿Dejarás de construir tu casa porque el material enviado no corresponde al pedido?
¿Tirarás la lana de tu tejido porque no te alcanza para tal modelo?
¿Abandonarás a tu hijo porque no tiene el temperamento y el carácter que esperabas?
¿Renunciarás a construir tu hogar porque tu marido no es el que habías soñado, porque tu esposa no es la que esperabas?
Si te casaste con tu sueño, actuaste como un adolescente. Acúsate sólo a tí mismo y no acuses a tu cónyuge de no ser como habías imaginado.
Si estás decepcionado y sigues en tu decepción, muy a tu pesar, se te notará y si se te nota, alejas al otro un poco más de ti, puesto que el otro, para acercarse, necesita confianza.
Tus lamentos son barreras que separan, mientras que lo que conviene es unir.
Nunca es demasiado tarde para casarse al fin con quien comparte tu vida. Sólo es preciso que te decidas.
No puede haber un matrimonio de tres: tu esposo, tú y tu sueño. Si quieres casarte seriamente, divórciate de tu sueño.
Si no puedes construir un castillo, puedes por lo menos construir una choza, pero no serás feliz en tu choza mientras sigas soñando con tu castillo.
Estás decidido a romper con tu sueño, a abandonar tu castillo...¿Significa eso renunciar a tus ilusiones? No, así no las suprimirías.
Empieza por perdonar a tu esposo, pues nunca le perdonaste que no sea como tú habías imaginado. Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y lo que en tí se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos.
Acepta por fin profundamente la REALIDAD del otro y la de tu hogar.
No se trata de "rehacer tu vida" sino de rehacerte.
Quizás no lo amaste nunca de verdad, sólo lo deseabas para tí. Quizás nunca te amó de verdad, sólo te deseaba para sí... y vuestros dos egoísmos se unieron en un momento, forjándoos la ilusión del amor.
Aunque el afecto sensible haya desaparecido en apariencia, puedes amarlo, puedes querer su bien.
¡Pero él...! ¡Pero ella...!
No juzgues al otro, júzgate a tí mismo. Si realmente ya no te ama, ámalo más y sin esperar nada a cambio. Son pocas las personas que se resisten por mucho tiempo a un amor auténtico. Amando lo ayudas a amar.
Siempre piensas: me desilusionó.
Piensa, pues, también: lo he desilusionado.
Fue él quien comenzó.
Entonces empieza a amarlo con un corazón completamente nuevo. Si tu copa está vacía, puedes llenarla. Pero si está llena...
Es la profundidad de tu alma la que mide la profundidad de amor que recibes.
Dices que tiene todos los defectos. Decías que tenía todas las cualidades. Ayer te equivocabas, hoy también. Posee cualidades y defectos, y debes casarte con todos ellos.
No es culpa mía, cambió.
¿No habrás cambiado tú?... y si cambió, ¿por qué te asombras? Te has casado con un ser vivo y no con una imagen fija. Amar no es la elección para un momento, sino para siempre.
Amar a un hombre, amar a una mujer, es siempre amar a un ser imperfecto, a un enfermo, un débil, un pecador...
Si lo amas de verdad, lo curarás, lo sostendrás, lo salvarás.
El sacramento del matrimonio consagró vuestra unión y os ayuda a realizarlo cada día.
En el corazón de vuestro hogar, sólo Cristo podrá libraros del egoísmo y restituir el amor, pero para entrar en vuestra casa, hoy como ayer, El necesita un SI.
Aceptar el propio hogar es aceptar el otro, pero es también aceptar a Jesucristo salvador.


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El hombre necesita hablar, contarse cosas, que lo compadezcan, que lo alienten, que lo guien. Escucha a los demás, escucha más, sin cansarte, con interés.
Hablar con otro es ante todo escuchar.
Si el otro calla ante tí, respeta su silencio, luego con dulzura ayúdalo a hablar. Pregúntale por su vida, sus preocupaciones, sus deseos, sus molestias; pues hablar con otro, a menudo es preguntar también.
Cuida que el otro no se vaya si haber dicho todo lo que quería decir. Si murmura: "lo encontré preocupado", quiere decir que no estabas disponible. Si suspira: "no insistí, parecía ausente", quiere decir que estabas en otro lado.
Estás inquieto, preocupado por muchos problemas y se presenta alguien que quiere hablarte. Sácate dulcemente las preocupaciones, el mal humor, el nerviosismo, la obsesión y ofrécelo todo al Señor. Comienza de nuevo tantas veces como sea necesario y entonces quedarás libre para escuchar, recibir, comunicar.
Ve al encuentro del otro!
En la entrada de tu casa hay algunos escalones, tiéndele la mano. Para levantar ese paquete hay que hacer un esfuerzo, tiéndele la mano.
Para destapar esa herida no hay que temblar, tiéndele la mano. Tender la mano es sonreír, tomar del brazo; es preguntar: ¿Y como sigue su hijo?
Y entonces... después ¿qué pasó amigo?
¿Cómo se arregló el asunto del otro día?
Y en cada uno de esas frases cortas, vuélcate por entero, vuelca todo el amor del Señor que invita eternamente.
Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Sé atento, silencioso, recogido. Tal vez, antes que pronuncies una palabra constructiva, el otro se habrá ido, feliz, liberado, iluminado. Pues lo que inconscientemente esperaba no era un consejo, una receta de vida, sino a alguien en quien apoyarse.
Si debes responder, no pienses qué decir mientras el otro habla, pues ante todo necesita atención, sólo luego palabras. Después ten confianza en el Espíritu Santo, lo que llega primero no es el fruto de un razonamiento, sino el fruto de la gracia.
Sólo es verdadero el diálogo si haces en tí un profundo silencio, un silencio religioso para acoger al otro, --pues en él y por él Dios llega a tí.

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¡Estoy abatido!...
No hay que decirlo nunca. No hay que permitir que se diga. No hay que pensarlo nunca, lo creerías y sería desastroso. Los grandes hombres trabajan diez veces más que nosotros, en un tiempo diez veces menor. ¿Por qué? Saben organizarse, protegen, defienden o son capaces de recobrar la calma, se dedican por entero a cada tarea.
No escribas: no tengo un minuto para mí, te envío sólo unas líneas...hubiera deseado..., etc. Escribe inmediatamente estas líneas en forma simple; ganarás tiempo y defenderás tu tranquilidad.
No digas a quien te visita: "Sólo tengo un minuto, no te hago pasar..., etc." y no lo entretengas un cuarto de hora mientras haces otra cosa. Hazlo sentar y atiéndelo diez minutos, con calma, dándole la impresión de que le dedicas todo el día.
¿Te piden una entrevista? No comiences pretextando: "es imposible, tengo otro compromiso...". Di sonriendo: "Por supuesto, con gusto", y ofrece la primera fecha libre, aunque sea lejana.
Si te dicen varias veces: "No me atreví a molestarlo tal día... pues parecía muy apurado"; es grave, pues muchos otros vinieron y se fueron y no te lo dijeron nunca. Ahora bien, quizás ese día necesitaban de tí.
Nadie se confía al hombre abatido pues se supone que no puede recibirlo: ¡está abatido!
Si quieres vivir como hermano, mantén siempre abierta la puerta de tu casa y una o dos habitaciones de huéspedes para acoger al forastero.
Tienes mucho tiempo a tu disposición, pero pasas el tiempo perdiéndolo.
Repite sin cesar: por el momento tengo sólo una persona que recibir: la que recibo, tengo sólo una carta que escribir: la que estoy escribiendo, tengo sólo una cosa que hacer: la que estoy haciendo, así harás todo con más rapidez, mejor y con mucho menos fatiga.
Dormir y descansar no es perder el tiempo; es ganarlo. Las necesidades de cada uno difieren. Debes conocerte y atribuirte exactamente lo que te hace falta para conservar tu equilibrio y tu tranquilidad.
No tomes menos de lo que necesitas, te debilitarías.
No tomes más de lo que necesitas, serías goloso.
¿Estás abrumado de trabajo? Ofrece tu sueño o tu ocio al Señor y quédate en paz, no pierdas el tiempo.
El tiempo es un hermoso regalo que nos hace Dios. De él nos pedirá una cuenta exacta. Pero tranquilízate. Dios no es un mal padre, no da un trabajo sin procurar a la vez los medios para realizarlo. Siempre hay tiempo para hacer lo que Dios nos da para hacer.
Cuando te falta tiempo para hacerlo todo, deténte algunos instantes y reza. Distribuye luego tu tiempo bajo la mirada de Dios. Lo que lealmente no puedas llevar a cabo, déjalo, aunque los hombres insistan y no comprendan, pues Dios no te lo da para hacer. De modo que nunca tienes demasiado trabajo.
Cuando hayas descubierto qué es lo que Dios desea que hagas, deja todo y dedícate por entero a esa tarea. Dios te espera en ella, en ese momento, en ese lugar y en ninguna otra parte.

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Señor ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres? Acabo de intentarlo y heme aquí que vuelvo a Tí aterrorizado. Yo estaba Señor, tan tranquilo en mi casa, me había organizado la vida, estaba instalado, mi interior estaba puesto a punto y me encontraba a gusto. Solo, yo estaba completamente de acuerdo conmigo mismo. Al abrigo del viento, de la lluvia, del fango. Encerrado en mi torre, limpio y puro por siempre yo habría estado.

Pero en mi fortaleza Señor, Tú has abierto una grieta. Tú me has forzado a entreabrir mi puerta y, como una ráfaga de lluvia en pleno rostro, el grito de los hombres me ha despertado; como una borrasca, una amistad me ha estremecido, como se cuela un razo de sol, tu Gracia me ha inquietado y yo, incauto de mí, he dejado entreabierta mi puerta. Y ahora, Señor estoy perdido! Fuera los hombres me espiaban. Yo no me imaginaba que estuvieran tan cerca, aquí en mi casa, en mi calle, en mi oficina, mi vecino, mi colega, mi amigo. Apenas entreabrí los ví a todos con la mano extendida, la mirada extendida, el alma extendida, pidiendo como los pobres a las puertas de las iglesias.

Y los primeros entraron en mi casa. Sí, había un poco de sitio en mi corazón. Yo los acogí: los curaría, los acariciaría, los festejaría ¡ah, mis queridas ovejitas, mi pequeño rebaño! Con ellos Tú te quedarías contento de mí, orgulloso, servido, honrado, digna, exquisitamente. Sí, todo esto era perfectamente razonable.

Pero a los otros Señor... a los otros yo no los había visto: los primeros los tapujaban. Y éstos eran más numerosos, más miserables: me invadieron sin llamar a la puerta siquiera. Y hubo que hacerles sitio, apretarse. Pero luego, han seguido viniendo de todas partes, en olas y más olas, empujándose los unos a los otros, atropellándose. Han venido de todos los rincones de mi ciudad, de la nación, del mundo, innumerables, inagotables. Y éstos ya no han venido de uno en uno, sino en grupos, en cadena, enganchados los unos a los otros, mezclados como bloques de humanidad.

Y ya no vienen a cuerpo sino cargados de inmensos equipajes: maletas de injusticia, paquetes de rencor y de odio, baúles de sufrimiento y de pecado...Se traen con ellos el Mundo, con todo su material mohoso y retorcido, o demasiado nuevo, inadaptado, inútil.

Oh, Señor, que lata! Que embarazosos son, que absorbentes! Además tienen hambre, me devoran! Y ya no sé que hacer, siguen viniendo, siguen empujando la puerta que se abre más y más... Mira, Señor ahora: mi puerta abierta ya de par en par! No puedo más! Es demasiado! Esto ya no es vida! ¿y mi situación? ¿y mi familia? ¿y mi tranquilidad? ¿y mi libertad? ¿y yo? Ah, Señor, ya lo he perdido todo, ya ni me pertenezco. En mi alma ya no hay un rincón para mí.


No temas, dice Dios, hoy lo has ganado todo, pues mientras estos hombres entraban en tu casa Yo, tu Padre y tu Dios, me he deslizado dentro de tí entre ellos...

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He caído, Señor. Otra vez. Y ya no puedo más.Ya no venceré nunca. Me avergüenzo de mí y ni me atrevo a mirarte. Y, con todo, Señor, yo he luchado: te sabía junto a mí, incluso, sobre mí, atentamente. Pero la tentación ha soplado como una tempestad, y yo he vuelto los ojos y me he salido del camino, mientras que tú quedabas silencioso y dolido, como un novio despreciado que ve su amor alejarse en los brazos del rival.

Luego el viento calló, se calló bruscamente como bruscamente se había levantado, luego el relámpago se apagó tras de haber desgarrado bruscamente la sombra, y yo me encontré solo, avergonzado, triste, con mi pobre pecado entre las manos.

Este pecado que yo he elegido como un cliente su compra, este pecado que ya no puedo devolver porque se ha ido el vendedor, este pecado sin olor, insípido, este pecado que me repugna, inútil objeto que quisiera tirar en cualquier sitio; este pecado que quise y ya no quiero; este pecado que yo vengo soñando, rebuscando, olfateando, acariciando, desde hace tanto tiempo, este pecado que al fin he conquistado apartándome fríamente de Tí, Señor, arrastrándome panza abajo, extendiendo mis brazos, mis manos, mis dedos, mi cara, mi corazón, este pecado que al fin he conquistado apartándome voraz.

Ahora lo poseo y me posee como la tela de araña tiene cautivo al moscardón. Ya es mío, se me pega a la piel, se cuela dentro de mí, me corre por las venas, ocupa mi corazón, se desliza por todas partes como la noche se insinúa en el bosque y va copando los últimos rincones de la luz.

Ahora ya no puedo desembarazarme de él. Corro y me sigue. Este pecado tiene que notárseme, pienso. Y me avergüenza ir por la calle; quisiera arrastrarme para huir las miradas. Me aterra encontrarme con los amigos, me da vergüenza encontrarme contigo, Señor, pues tú me amabas y yo te he olvidado. Te he olvidado porque he pensado en mí y no se puede pensar en dos señores a la vez. Hace falta escoger y yo he escogido.

Y tu voz, tu mirada, tu amor hoy me hacen daño. Sobre mí están, pesados, más pesados aún que mi pecado.

Oh, Señor, no me mires así. Estoy desnudo y sucio, caído por el suelo, destrozado. Ya no me quedan fuerzas, ya no me atrevo a prometerte nada, sólo me queda permanecer así, curvado, ante Tí.


Vamos niño, levanta tu cabeza. ¿No será sobre todo tu orgullo quien te hiere? Si me amases de veras estarías triste, sí, pero confiarías. ¿Acaso crees que mi amor tiene límites? ¿Piensas que he dejado de amarte un solo instante? Aún estás contando contigo mismo, hijo, y no debes contar más que conmigo.

Ea, pídeme perdón, y luego, rápido, levántate, porque, fijate bien, lo más grave no es el haber caído sino el seguir en tierra.

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sábado, 30 de mayo de 2009

Sanación espiritual

Los diez mandamientos de la Sanación



Extraído del Libro "Manual del Laico para el Ministerio de Sanación" del autor Rev. Robert De Grandis S.S.J.



Yo soy la vid, ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada" (Jn. 15:5).



Se dice que San Francisco Javier enseñó a los niños en India a orar y sanar a los enfermos. Después de haber sido sanados, eran traídos ante él y éste les explicaba lo que había ocurrido. Se dice también que Vicente Ferrer, el domínico, resucitó más gente de la tumba que Jesús. Estas personas no fueron más perfectas de lo que somos nosotros y todos estamos habilitados por el mismo Espíritu Santo que reside dentro de cada uno de nosotros. Se supone que podemos hacer obras más grandes que Jesús, "...pero les digo: el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago y aún hará cosas mayores" (Jn. 14:12).




Las siguientes son unas guías que a veces denomino "mandamientos". Pueden ser de utilidad en tus esfuerzos de orar por la sanación de las demás.






1. Cree que Dios, por lo general, quiere que todos los hombres estén sanos, saludables, íntegros en cuerpo, mente y espíritu.

"Cuando Jesús bajó del monte, lo siguió mucha gente. Un leproso vino a arrodillarse delante de él y le dijo: Señor, si quieres, tú puedes limpiarme. Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: ¡Lo quiero, queda limpio! (Mt. 8:1-3). En este pasaje bíblico tomado de la Biblia de Jerusalén hay admiración al final de la contestación dada por Jesús. Por un momento, imagínense el tono de la voz de Jesús diciendo: "Por supuesto, ¿no se fijaron en lo que les estaba diciendo a las personas allí en el camino? No se fijaron en lo que hice ayer y ahora me preguntan: ¿Quiero sanarlos? Por supuesto que sí. ¡Sanaos!"

Esta historia, tomada del Evangelio, ilustra convincentemente el deseo de Jesús de sanar a todo aquel que viniera a El. Está escrita cuatro veces en los Evangelios: Jesús quería que todo aquel que viniera a El fuera sanado; Mateo 8:16, Mateo 12:15, Lucas 4:40, Lucas 6:19. Las mismas obras que Jesús realizó, las comisionó a sus apóstoles y discípulos. Nunca los envió únicamente a predicar, todo lo contrario. Siempre dijo: "Prediquen la Palabra y sanen al enfermo". En mi opinión, la predicación y la sanación son inseparables.



Jesús dio a sus apóstoles las siguientes instrucciones: No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los samaritanos, sino que primero vayan en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Mientras vayan caminando, proclamen que el Reino de Dios se ha acercado. Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios. Den gratuitamente, puesto que recibieron gratuitamente" (Mt 10:5-8). Nuestra misión, hoy día, es como fue la de los apóstoles en su época, convertirnos en seguidores de Jesús. Como católicos hemos aceptado abiertamente la invitación de ser testigos de Jesús, hacer sus obras ahora como El las hubiera hecho, a través del poder del sacramento de la confirmación. Por lo tanto, ahora que tú empiezas a orar por los enfermos y a leer el Nuevo Testamento prestando especial atención a la sanación, puedes preguntarte: ¿Dónde he estado todos estos años? Los Evangelios claramente expresan lo que Jesús dijo: "Prediquen el Evangelio y sanen a los enfermos".

En el libro Sanación de Francis MacNutt hay un capítulo sobre sanación que recomiendo leer a todos. "El mensaje fundamental de la cristiandad: Jesús salva". MacNutt dice que el mensaje del Evangelio es que Jesús salva y los domingos cuando el sacerdote o predicador está en el púlpito, debe predicar precisamente esto. Este simple mensaje puede ser enseñado, bien sea por la palabra hablada o dada, o por la comprensión que la gente derive a través de la sanación. Creo que Jesús concibió ambas cosas.

Cuando Kathryn Kuhlman vino a Mobile, Alabama en 1975, las entradas se agotaron. De hecho, hubo mucha gente que se quedó sin entrar. Por la misma época se presentó también en Mobile otro evangelista, un excelente orador y quien contaba con una enorme campaña publicitaria, pero que no contó con la cantidad de público que fue a escuchar a Kathryn Kuhlman. El único método que utilizó fue el de la predicación mientran que Kathryn usó la predicación y la sanación. Siempre que se han utilizado la predicación y la sanación, los ofrecimientos de Jesús, los auditorios donde se han llevado a cabo las presentaciones no han tenido la capacidad suficiente para albergar a toda la gente que ha querido acudir. Esto ha ocurrido en muchas ocasiones.

En mi propio ministerio tuve la misma experiencia recientemente cuando estaba en unos retiros espirituales en Brasil con sacerdotes, religiosas y laicos. La noticia de que se estaban llevando a cabo unos retiros espirituales de sanación se esparció por todos los vecindarios. Las puertas del lugar donde se desarrollaban los retiros fueron colmadas por personas provenientes de toda la región que querían asistir. ¿Por qué? Porque hay una atracción natural hacia la sanación. Esta atracción fue evidente también en la época de Jesús, cuando leemos que era seguido por multitudes. Todos necesitamos sanación, de una forma o de otra, porque seguimos siendo personas con necesidades.

Algunos teólogos afirman que el Señor no sana a la gente enferma de hoy porque esto era solamente para las personas del siglo primero. Sin embargo, en estas épocas modernas podemos ver claramente como la gente común y corriente tiene, en cierto sentido, un entendimiento más profundo del Señor, y visitan santuarios para hallar sanación, o siguen a predicadores, o acuden a la última aparición de Nuestra Santísima Madre para ser sanados. Personalmente, no tengo nada en contra de tomar un avión para ir a Lourdes, claro que el ochenta por ciento de los cristianos hoy en día no puede costearse este lujo, y la cristiandad no es sólo ese veinte por ciento que puede saltar a un avión e ir a santuarios o a lugares santos. La cristiandad está siempre a disposición de todos los hombres sin importar su raza, y el poder de sanación de Jesucristo está donde haya un cristiano, donde haya una apertura al poder sanador del Señor Jesucristo.

Mi método total de sanación se basa en la idea de que la sanación es "una respuesta a la oración", opinión que ha sido objetada por algunas personas. Otros la ubican en la comunidad. Esto está bien ya que queremos darle importancia a la comunidad. Si podemos creer en el amor que el Señor nos tiene, entonces, El va a actuar a través de nosotros, que somos sus instrumentos, para darnos la respuesta a nuestra oración. Yo creo que Jesús, por lo general, quiere que todos los hombres sean sanados, porque El prometió darnos signos. "Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre(...) pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán (Mc 16:17-18). Este relato bíblico refleja la actitud de Jesús sobre la sanación, fue resaltado, utilizado y vivido entre los primeros cristianos y cuyo poder nos fue dado a nosotros por el Evangelio según San Marcos.

En cada sanación existen cuatro factores: la persona que ora, la persona por la que se ora, la oración que se dice y la fe de la comunidad. Mencionaré aquí brevemente el cuarto factor. ¿Cuánta fe tenemos dentro de la comunidad católica para alcanzar la sanación? Hago siempre énfasis en la fe de la comunidad porque la experiencia me ha mostrado lo importante que es. Por ejemplo, estando en Birmingham, Alabama, una mujer que había pertenecido a la iglesia pentecostal antes de ser católica, me dijo un día algo con respecto a sus experiencias de sanación: "Padre, cada vez que nos enfermábamos, como miembros de la Iglesia pentecostal, acudían los ancianos y el ministro, nos ungían y nos sanaban en cada oportunidad. Nunca supe lo que era ir a donde el doctor. Hacíamos lo que la Biblia indica: El que esté enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que rueguen por él, ungiéndolo con aceite en el Nombre del Señor (Stgo. 5:14).

Esta mujer me hizo reflexionar sobre la fe de la comunidad que oró por ella. Concluí lo siguiente: Empezamos a orar por sanación y no nos sorprendamos si nuestras oraciones son contestadas. La comunidad entera, a diario, crece en afirmación y experiencia a medida que extiende la mano y ora por la sanación de los enfermos. La experiencia es supremamente importante ya que la mayoría de nosotros duda como Santo Tomás, y necesitamos ver la sanación para creer. Es triste decirlo, pero no espero que la mayoría de los católicos crean en la sanación sino hasta que la vean debido a la fuerte resistencia que tienen. Ellos la buscan en santuarios, lugares santos, y rezando novenas.

Una de las mejores experiencias de fe en mi vida ha sido la cruzada de Kathryn Kuhlman, en la que fui testigo de 100 sanaciones en Pittsburg. Mi experiencia personal hizo crecer mi fe. Algunas personas están haciendo un seguimiento a estas cruzadas de sanación argumentando que la gente no es en realidad sanada, sino solo aparentemente. A mi modo de ver lo que pasa es que cuando las personas salen de las sesiones de sanación, la fe y el amor retornan a sus comunidades negativas en donde no hay amor, paz o alegría, sino solo rabia, frustración y culpa. Estos últimos síntomas empiezan a aflorar de nuevo y los que habían sanado se enferman de nuevo porque el ambiente donde viven no cambia.

En la cátedra de "oración de sanación", llevada a cabo en Mobile, Alabama, la gente entraba a la cafetería donde se estaban dando las clases, y los que tenían un dolor físico dejaban de sentirlo. Podían sentarse por dos horas en la clase sin experimentar ningún tipo de dolor, sintiéndose maravillosamente, pero cuando abandonaban la cafetería, el dolor regresaba. ¿Por qué? La fe de la comunidad es muy importante en toda el área de sanación y ciertamente uno de los factores primordiales.


"Señor Jesús, sé que deseas que todos te amemos en forma completa y que estemos totalmente bien para que podamos orar y alabar. Permite que el Espíritu Santo se manifieste hoy y que nos enseñe la verdad de que Tú realmente nos quieres saludables en cuerpo, mente y espíritu. Aumenta hoy nuestra fe como comunidad para creer en tu amor sanador".




2. Recibe los sacramentos tan frecuentemente como te sea posible para lograr la sanación.

Nuestro Señor Jesús dio su vida por los hombres de todas las épocas. Para continuar con su trabajo de redención y de santificación a través de los tiempos, dio a la Iglesia los siete sacramentos con el fin de moldearnos, llenarnos, usarnos y fundirnos. Básicamente, gracias a los sacramentos, el hombre se sana.

El teólogo Donald Gelpi S.J., escribió lo siguiente en su libro La piedad pentecostal: "Pero los católicos no pueden redescubrir el propósito de estos sacramentos de manera significativa a menos que estén plenamente convencidos de que estos poseen un don efectivo de sanación. Esto, simplemente, significa que no podemos desechar o desdeñar más la sanación por la fe practicada por muchos de nuestros hermanos no católicos".

Por el contrario, debemos entender su verdadero significado y lugar en la vida de cada comunidad cristiana. Debemos también contemplar el ministerio sacramental de la sanación como una parte integrante de las vocaciones sacerdotales. Y debemos llegar a un entendimiento teológico sólido de la relación entre un ministerio sacramental y un ministerio caristmático de la sanación.

Como católicos, el centro de nuestra vida espiritual es la misa, la Eucaristía. Durante la celebración de la misa encontramos oraciones maravillosas para curar la mente, el cuerpo y el espíritu. En la plegaria del Padre Nuestro encontramos una súplica: "Líbranos de todo mal". Ya que el hombre es un todo -cuerpo, mente y espíritu- no susceptible de separación, entiendo que ésta es una solicitud de protección contra el mal físico, psicológico y espiritual.

En la oración que el sacerdote dice a la congregación: "La paz del Señor esté siempre con vosotros", Cristo está presente en su gente. Esto significa repetidamente la paz total del hombre: cuerpo, mente y espíritu. Si alguien tiene un dolor intenso durante la Eucaristía, es dificil entender cómo puede estar en paz y permanecer dispuesto a recibir lo que Jesús le está ofreciendo. La paz es armonía de mente, cuerpo y espíritu que se traduce en tranquilidad. Ciertamente, las personas que se aproximaron a Jesús para ser curados sintieron esta paz dentro de ellas, y las experiencias de los que hoy se encuentran en el ministerio de la sanación tienden a estar de acuerdo con que la sanación le brinda al hombre una sensación de paz no conocida anteriormente. Por consiguiente, la misa es la oportunidad perfecta y natural de acercarse al Señor si se está sufriendo de falta de arreglo interior y se busca la paz del Señor.

La segunda oración antes de la comunión: "Señor Jesucristo, con fe en tu amor y en tu misericordia, como de tu cuerpo y bebo de tu sangre, no me condenes sino dame salud en mente y cuerpo", es una referencia directa a la sanación sin requisitos. Los sacerdotes harían bien en llamar la atención de los fieles. Ciertamente se ayudaría a muchas más personas si llegaran a la Eucaristía con la gran convicción de fe que el Señor Jesucristo las sanará. Si no decimos estas oraciones con un gran convencimiento, perdemos mucho del poder de sanación que nos brinda la misa.

Todos hemos repetido esta oración antes de la sagrada comunión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". Pero ¿cuántos han reflexionado realmente sobre esta súplica? Esta es una magnífica oportunidad de mostrar al Señor nuestra necesidad de sanación y de esperar que, así como El se entregó por nosotros, nos dé un don menor, como es la sanación total del hombre.

El Reino de Dios está sobre nosotros y en la misa nos damos cuenta de su presencia en forma muy profunda. Este es el momento para los frutos del Reino, uno de ellos es la integridad, la cual debe ser hecha y recibida por el creyente.

Hemos recibido los sacramentos como ayuda para lograr la sanación, Dios tocando al hombre, el hombre tocando a Dios. "Extiende la mano y toca a Dios cuando El pasa", como dice la canción. Esto es lo que ocurre en los sacramentos: Jesús desciende y nos toca. Recíbelos con la confianza de recibir la sanación.


"Señor Jesús, tócanos y sánanos hoy. Renueva dentro de cada uno de nosotros nuestro compromiso de recibir tu amor sanador que nos es dado en los sacramentos".



3. Ora por el enfermo tantas veces como te sea posible

Aparentemente, entre más oremos con el enfermo, más relajada y profunda se vuelve la oración. Si éste es el caso, es valioso orar por él tantas veces como sea posible. Así como existen barreras a la sanación, el enfermo tiene barreras también y entre más se ore por él, más receptivo se volverá y más barreras se removerán, permitiendo que el amor de Dios fluya libremente.

Generalmente, cuando las familias me traen a sus enfermos, les digo: "Oren por ellos tres veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche. Impongan las manos sobre ellos por lo menos tres veces al día. Oren tantas veces como les sea posible, especialmente por los enfermos que hay en casa ya que se consiguen muchas más cosas de las que se creen mediante la oración". Raras veces oramos demasiado por los enfermos. El peligro está en que oramos muy poco, no lo contrario. Es imperativo que nunca dejemos de orar, sin importar que tanto lo hayamos hecho con nuestros enfermos antes. Jesús es el modelo que debemos seguir ya que El dedicó mucho tiempo de su vida a la oración.

Nosotros mismos estamos recibiendo la sanación cuando oramos por los enfermos. Estamos creciendo en amor, fe y confianza. Este crecimiento, además de justificar nuestra preocupación por la sanación de los enfermos, debe justificar una frecuente oración. Por lo tanto, sea constante y ore por los enfermos tantas veces como le sea posible.


"Señor Jesús, fortalécenos y haznos alcanzar la fe. Pon tus manos sobre los enfermos sabiendo que tu deseo de sanación es más fuerte que el nuestro. Al seguir tu ejemplo, Jesús, ayúdanos a percibir las necesidades de tu pueblo y a ayudar con compasión. Gracias, Jesús".


4. Ten confianza en el amor de Jesús para la sanación del enfermo

Cuando la mayoría de los laicos se ve ante la posibilidad de orar por otras personas para pedir sanación, se sienten temerosas porque se creen carentes de la suficiente fe. La fe personal de la mayoría se vuelve un nudo, incluso la de aquellas personas que han estado orando durante muchos años por los enfermos. El Señor sólo nos pide que tengamos fe como un grano de mostaza. Es aconsejable poner toda nuestra atención en Jesús, haciendo énfasis en el Señor y no en nuestra propia fe. Al poner nuestra fe en el amor de Jesús durante la oración, podemos orar de la siguiente manera: "Señor, tú amas a esta persona. Yo estoy aquí para canalizar tu amor y creo y confío en tu amor". Luego, si es posible, visualice a Jesús allí de pie con sus manos sobre la persona por la que se está orando; pídale a ella que haga también esta visualización. La visualización es muy importante en el ministerio de la sanación porque ayuda a enfocarnos en Jesús y no en la fe suya o en la de la persona por la que se está orando.

El don carismático de la sanación, como yo lo entiendo, es una apertura, una "pasividad" hacia el Señor. No lo puede encender y apagar. Inclusive si usted se siente como un tubo oxidado, el amor del Señor puede fluir a través suyo. El agua cristalina corre por tubos oxidados. Por esto, cuando se les enseña a los niños a orar, ocurren milagros. Los niños no tienen los complejos de los adultos. Hace algunos años, un grupo de misioneros en el Africa tradujo el Evangelio de San Juan a la lengua nativa del lugar antes de que fueran expulsados por el gobierno. Al regreso de los misioneros años más tarde, estos se quedaron atónitos al ver que los enfermos de las diversas poblaciones estaban sanos. Atribuyeron esto al hecho de que la gente estaba leyendo el Evangelio de San Juan, a que creían de todo corazón en lo que leían y a que vivían la vida cristiana escrita en el Evangelio. Esto dice mucho de cómo obra la fe en los niños y en las personas simples.: sencillamente creen. Niños de tres, cuatro, cinco años de edad han dicho: "Déjame orar por tí" Los niños oran y después corren a jugar. Poco después la mamá está sorprendida porque se sanó. En repetidas ocasiones he escuchado esta historia. Los chicos no han sido educados en teología. El Evangelio de Jesús siempre ha sido para todos los hombres sin distingos de raza, y es relativamente fácil de seguir. No es sólo para los intelectuales o los teólogos, es para todo aquel que esté abierto a El.

Hoy en día, muchos jóvenes se están adhiriendo a sectas religiosas orientales, situación que nos preocupa. Para sus seguidores, el atractivo de estas sectas religiosas parece radicar en que éstas profesan la garantía de un conocimiento profundo que conlleva a la felicidad. Puedes ir a la cima de una montaña y sentarte con un gurú y aprender los secretos de todos los tiempos, así dicen. Sin embargo, ¿no tiene sentido que tú tengas el Evangelio de Jesús que enseña a entregarse y a enlodarse los pies y ayudar al pobre, o te permite encerrarte en un armario y alcanzar la más alta contemplación? La cristiandad es, ciertamente, la religión más realista. Jesús tenía los pies en la tierra aunque pasó noches enteras orando en las montañas. Ya que profesamos la fe cristiana, sea en lo más alto de una montaña o en las calles de Calcuta o en las ciudades donde vivimos, cree en el amor de Jesús acompañándolo, confía en el amor del Señor para sanar. "No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mí" (Jn. 14:1).


"Señor Jesús, creemos en tu amor y creemos en tí, pero existen momentos en que estamos pensando sólo en nosotros. En estos momentos, cuando nuestra fe se tambalea, ayúdanos a centrar de nuevo nuestra atención en tí y en tu amor. Quédate con nosotros, Jesús, dondequiera que estemos, para traernos de regreso a tu luz sanadora".


5. Pon tus manos sobre la persona cuando sea razonablemente posible

Existe una comunicación especial cuando tocamos a alguien con amor. Si no lo crees, pregunta a una joven pareja de enamorados que van por la calle con las manos entrelazadas y diles que no es necesario que se tomen de las manos. Ellos te contestarán: "Usted no sabe lo que se siente". Existe, definitivamente, una comunicación por el tacto, porque es una manera no verbal de transmitir amor.

Aquellas personas, en el ministerio de la sanación, que han orado imponiendo sus manos, pueden dar fe de su poder. Muchos han sentido calor o alguna otra sensación como vibraciones cuando lo hacen. Es natural que cuando nos encontramos con alguien le estrechamos la mano. Ya que el tacto es un gesto natural de comunicación para transmitir nuestro amor y nuestra preocupación, grandes cosas parecen ocurrir cuando combinamos oración e imposición de manos.

El Nuevo Testamento cita muchos ejemplos de imposición de manos hecha por Jesús y por sus discípulos. Jesús sabía del valor de la imposición de manos.
"Entonces trajeron a Jesús algunos niños, para que les impusiera las manos y rezara por ellos" (Mt. 19:13).
"Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero, quedas limpio" (Mt. 8:3).
"Había ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre. Jesús la tomó de la mano y le pasó la fiebre" (Mt. 8:15).
"Le rogaba: Mi hija está agonizando; ven, pon tus manos sobre ella para que sane y viva" (Mc 5:23).
"Tomando la mano de la niña, le dijo: Talita Kum, que quiere decir: Niña, a tí te lo digo: levántate. Y ella se levantó al instante y empezó a corretear" (Mc. 5:41-42).
"Al verla Jesús, la llamó. Luego le dijo: Mujer, quedas libre de tu mal. Y le impuso las manos. Y ese mismo momento ella se enderezó, alabando a Dios" (Lc. 13:12-13).
"Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo. Al instante fue como si le cayeran escamas de los ojos y pudo ver (Hechos 9:17).

Nosotros, como discípulos de Jesús, también somos enviados por El para comunicar su amor a través de la imposición de manos en la búsqueda de la sanación. "Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre (...) impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán" (Mc. 16:17).


"Jesús, cuando oramos por otros en tu Nombre te pedimos que uses nuestras manos como si fueran las tuyas para alcanzar y tocar a aquellos por quienes oramos. Permite que el Espíritu Santo actúe a través de nosotros hoy, especialmente cuando oramos por los miembros de nuestras familias o comunidad. Gracias Jesús por tu amor sanador que fluye a través de mí en este momento".


6. Pongamos nuestras vidas en las manos de Jesús

En la medida en que nos entreguemos más a Jesús, El vivirá más dentro de nosotros y más podrá actuar a través de nosotros. ¿No es acaso esto lo que es la vida cristiana, un total abandono en las manos del Señor? Nosotros cantamos, "A donde me lleves te seguiré", y esto es tan cierto como que tenemos que seguir a Jesús tan cerca y sinceramente como podamos.

Debemos recordar siempre que somos "sanadores divididos". No existe nadie que sea verdaderamente completo en todos los sentidos, es decir, en mente, cuerpo y espíritu. Algunos se excusan: Bien, no puedo orar por los demás porque yo mismo tengo demasiados problemas... Recuerde que somos sanadores divididos y cuanto más sirvamos de canal al Espíritu Santo, más sanación tendremos y más efectiva será nuestra intermediación.

El don del Espíritu Santo dentro de nosotros parece ser una apertura continua, de manera que cuando El quiera actuar a través de nosotros lo pueda hacer. De esto se trata. "Y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gál. 2:20). Se trata de estar en total unión con Cristo en su Espíritu Santo. Esta es la luz de Cristo que brilla a través de nosotros.

Una de las formas en que más podemos ponernos en las manos del Señor es por medio de la alabanza. Podemos entregarnos más a Dios si lo alabamos en este momento, sin importar nuestra situación. Si pierde el camino de regreso a casa una noche cualquiera, debe orar y alabar a Dios. Si al salir de una reunión de sanación se da cuenta que su grabadora portátil no está funcionando, alabe a Dios. La alabanza es una hermosa forma de espiritualidad porque se mezcla de manera perfecta con lo que hemos aprendido, que es el don de ser capaces de vivir en el momento presente.

Debemos recordar siempre que Jesús es el sanador y que "...sin mí no pueden hacer nada" (Jn. 15:5). Somos únicamente el canal que El escoge. Su Espíritu actuará con mayor libertad a través de una oración profunda a la vida, una alabanza y una constante dependencia de El.


"Jesús, aumenta mi dependencia en tí a medida que mi entrega se hacer mayor por el poder de la oración y de la alabanza en mi vida diaria. Me entrego a ti en forma completa y te pido que tu Espíritu me llene de luz y permita que cada parte de mi mente sea iluminada. A tí Señor Jesús, el poder y la gloria por siempre jamás".


7. Perdona a todos los que te han ofendido o herido

La falta de perdón es una de las pocas cosas que son una verdadera barrera para lograr la sanación. Algunos dirían que la falta de fe es lo más, pero la experiencia que tengo en mi propio ministerio me ha demostrado que la falta de perdón es el obstáculo más común. Muchas, veces, personas de poca fe son sanadas por la inmensa fe de la comunidad, pero si la persona por la que se está orando alberga falta de perdón, no se sanará hasta que haya perdonado del todo. El poder sanador del Señor Jesucristo no puede penetrar debido a la falta de perdón. "Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre celestial los perdonará. En cambio si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes" (Mt. 6:14-15).

La gente nunca está segura de haber perdonado. Frecuentemente me preguntan: ¿cómo se sabe que uno perdonó del todo? Siempre respondo: Cuando ore por la persona que lo ofendió o hirió, puede estar absolutamente seguro de que fue perdonado porque al orar por ella, se está pidiendo al Señor que le brinde a esta persona bondad y cosas buenas. Amar es desear lo que más le convenga al otro y hacer lo que razonablemente se puede para brindarle felicidad y cosas buenas. Las definiciones de amor y oración en estas circunstancias son paralelas: en la oración se pide lo que más convenga y en el amor se desea lo mejor. Por lo tanto, cuando oramos por una persona, nuestra oración se convierte en manifestación de amor en acción. Lo repito una vez más, una vez que hayamos orado por alguien sinceramente, podemos estar seguros de que la hemos perdonado en un acto de voluntad. ¡El perdón es decisión, no sentimiento!.

Es la decisión de perdonar la que te libera y te redime, y esto es todo lo que el Señor te pide.


"Jesús, ayúdame a amar y a orar por aquellos que me han herido porque conozco tu amor y los perdono incondicionalmente así como tú me has perdonado. Dejo bajo tu luz sanadora cualquier resentimiento o falta de perdón que albergue hacia ellos. Elevo una oración en este momento por la persona que más me haya ofendido en la vida y te pido que colmes de bendiciones su vida. Te agradezco el haberme liberado del mal de la falta de perdón".


8. Ora por quienes te han herido

Cree en las palabras de Jesús, "Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen a la puerta y les abrirán" (Mt. 7:7). La sanación no es otra coas que un ministerio de oración y fe, y el Señor lo dice claramente en las Escrituras.

Como dije con anterioridad, cuando oramos por una persona se puede estar razonablemente seguro de que estamos amando y haciendo lo mejor que podemos. Le pedimos al Señor que le brinde bienestar en su vida. Si después de haber orado por alguien todavía sentimos dolor, podemos pedirle al Señor que sane este sentimiento. Un método para eliminar los sentimientos negativos es visualizar a la persona en nuestra mente y verla como Dios la ve. Decimos: "Te perdono y te amo porque Jesús te ama". Podemos repetir esto cuantas veces sea necesario y tan despacio como sea posible para permitir que el amor de Nuestro Señor Jesús se haga presente y sature a esta persona. Eventualmente, se producirá un verdadero cambio en nuestros sentimientos y actitudes hacia la persona por quien estamos orando.

Durante mis clases de oración de sanación en la Diócesis de Mobile, Alabama, iniciada hace muchos años, la gente me pedía que continuara después del curso de seis semanas porque apenas empezaban a entender el Nuevo Testamento bajo una nueva perspectiva. Sus mentes habían sido iluminadas por medio del ministerio de la oración de sanación. Esto ocurrió en 1974 y el curso todavía existe. Había un promedio de 250 personas por curso; mitad católicos, mitad no católicos. A los tímidos católicos se les enseñó la oración de sanación y contaron después como no salían de su asombro al ver las sanaciones que estaban ocurriendo, en la medida que ampliaban su oración pidiendo por su familia y otras personas. La sanación ocurrirá durante la oración porque ésta es la voluntad del Señor Jesucristo. "La súplica del justo tiene mucho poder..." (Stgo. 5:16). "Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan" (Lc. 6:27-28)


"Jesús, a veces, mes es dificil orar por aquellos que me han herido o han abusado de mi ya que estoy concentrado en mi dolor y no en tí ni en el amor que prodigas tanto a mí, como a ellos. Ayúdame, Jesús, en la ardua lucha que libro en estos momentos y libera dentro de mí, por el poder de tu Espíritu Santo, la gracia de orar por ellos como tú lo harías. Gracias por tu luz y tu amor en este momento".


9. Cree en las palabras de Jesús sin poner atención a lo que parece estar sucediendo

"Jesús le contestó: En verdad les digo: si tienen realmente fe y no vacilan, no solamente harán lo que acabo de hacer con la higuera, sino que dirán a ese cerro: Quítate de ahí y échate al mar, y así sucederá. Todo lo que pidan con una oración llena de fe, lo conseguirán". (Mt. 21:21-22) Desde la montaña estamos haciendo que sucedan cosas. ¿significa esto, literalmente que debemos mover montañas, o podría significar mover las montañas de maldad, falta de amor, falta de fe, ansiedad, miedo, frustración, bronquitis, artritis, pies y espaldas doloridos? Estas son las montañas de mal que tenemos en nuestras vidas por las que podemos orar y decir: ¡Deseparezcan en el Nombre del Señor! ¡Láncense al mar!

Es cierto, el Señor ha prometido honrar las plegarias de los fieles. Cuando oremos, depositemos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor. Inclusive si aún después de haber orado no vemos un cambio inmediato, debemos aferrarnos a las promesas de Cristo. Mientras más nos saturemos con las palabras de Jesús en las Escrituras, más fe tendremos dentro de nosotros y más capaces seremos de pedir sanación.

"Jesús, me aferro y confío en tí y en tus palabras como aparecen en las Escrituras. Que tu amor sanador fluya de mí hacia los demás así como creo en tu deseo de que todos disfrutemos de tu vida en abundancia. Te pido que me uses como instrumento de tu amor sanador, hoy".


10. Alaba y da gracias a Jesús por su amor tantas veces como te sea posible

Es imperativo que alabemos y demos gracias al Señor por todas las cosas: por la oración contestada y por la que no. Más alabemos y demos gracias al Señor, con mayor perfección pondremos en práctica el primer gran mandamiento: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza..." (Lc. 10:27).

A medida que abrimos nuestros corazones y mentes en alabanza al Señor, nos estamos abriendo a su poder sanador. La mayoría de estas personas gasta su vida lamentándose de sus problemas, dolores y sufrimientos. Están tan absortas en sus dificultades que éstas se convierten en el centro de su oración cuando este lugar debe ser ocupado por el Señor. Cuando alabamos y damos gracias a Dios, hacemos de Jesús el centro de nuestra oración y nos apartamos de nuestro centro. A medida que apartamos la vista de nosotros y la volvemos hacia el Señor, El se manifiesta de manera extraordinaria. Cuando alabamos al Señor, le estamos dedicando nuestra atención y, olvidándonos de nosotros, nos volvemos más receptivos a lo que El tiene para darnos.

Cuando una persona recibe oraciones de sanación, la podemos invitar a una reunión y pedirle que de gracias y alabe al Señor por el trabajo que el Espíritu Santo está haciendo dentro de ella. De esta manera, la persona se apresta a recibir la sanación que probablemente ya se está llevando a cabo.

Recomiendo los libros escritos por Merlín Carothers, Campo de Alabanza, El poder de la Alabanza y Respuestas a la Alabanza, con el fin de llevar a cabo un excelente estudio sobre la alabanza en nuestras vidas. Estos libros son lectura obligatoria para todo cristiano, especialmente para quienes están en el ministerio de la sanación. Ha sido una herramienta invaluable en mi propio ministerio.


"Padre celestial, te damos gracias y te alabamos por el hermoso don que nos has dado en Jesús y por el maravilloso poder que existe cuando abrimos nuestros corazones en la oración. Señor, te pido que todos te alabemos y te demos gracias siempre y en todo lugar. Te pido que te alabemos y te demos gracias sin importar las circunstancias por las que estemos pasando, y que tu amor nos llene en abundancia. Que cuando estemos sufriendo alguna pena o apretando los dientes, podamos ser capaces de alabarte sabiendo que todas las cosas funcionan para aquellos que amas. Pido que tu amor sanador fluya en nosotros y que las áreas difíciles de nuestra existencia sean sanadas, especialmente la de la autoestima. Que podamos aprender a amarnos para poder amarte y amar a los demás.
Te damos gracias y te alabamos, Jesús, por el trabajo que estás realizando dentro de nosotros en este momento. Amén".

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