domingo, 31 de mayo de 2009

Michel Quoist - Su Espiritualidad

Ahora Señor, voy a cerrar mis párpados: hoy ya han cumplido su oficio. Mi mirada ya regresa a mi alma tras de haberse paseado durante todo el día por el jardín de los hombres.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Yo te pido en la noche, que mañana, cuando abra mis ojos al claro amanecer, sigan dispuestos a servir a mi alma y a mi Dios.


Haz que mis ojos sean claros, Señor. Y que mi mirada, siempre recta, siembre afán de pureza. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse, contemplar.


Da a mis ojos el saber cerrarse para hallarte mejor, pero que jamás se aparten del mundo por tenerle miedo. Concede a mi mirada el ser lo bastate profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.


Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para no apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.


Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para despertar. Haz que mi mirada conmueva las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios. Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú.

Para que mi mirada sea todo esto Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes.

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