domingo, 31 de mayo de 2009

A Tí, Señor que pasaste por este mundo "sanando toda dolencia y toda enfermedad" levanto mis gritos y gemidos, yo, pobre arbol azotado por el dolor. Hijo de David, ten compasión de mí!
Mi salud se deshace como una estatua de arena. Estoy encerrado en un círculo fatal. Dios mío, cada mañana me levanto cansado, mis ojos enrojecen de tanto insomnio. Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena. Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas y me muerde el dolor. Y, sobre todo el miedo, Señor.
Tengo mucho miedo. El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma ¿qué será de mí? ¿amanecerá para mí la aurora de la salud? ¿podré cantar algún día el aleluya de los que sanan? ¿me visitarás alguna vez, Dios mío? ¿no dijiste un día, "levántate y anda"? ¿no dijiste a Lázaro: "sal fuera"? ¿no se sanaron los leprosos y caminaron los cojos al mando de tu voz? ¿no mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas? ¿cuándo llegará mi hora? ¿cuándo podré narrar también yo, tus maravillas? Hijo de David, ten piedad de mí, Tú que eres mi única esperanza.
Sin embargo sé que hay otra cosa peor que la enfermedad: la angustia. Es buena la salud pero mejor es la paz. ¿para que sirve la salud sin la paz? Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.
La angustia, sombra oscura hecha de soledad, miedo e incertidumbre, la angustia me asalta a ratos y a veces me domina por completo. Con frecuencia siento tristeza... Necesito paz, Señor Jesús, esa paz que sólo Tú la puedes dar. Dame esa paz hecha de consolación, esa paz que es fruto de un abandono confiado. Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud. Lo restante lo dejo en tus manos!
A partir de este momento suelto los remos y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas. Llévame donde quieras, Señor. Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú. Lléname de tu serenidad y eso me basta. Así sea.

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