martes, 2 de junio de 2009

por Philippe Ferlay


Decía K.Rahner que la teología se hace de rodillas, orando al Viviente. Nosotros no oramos al Espíritu Santo como a alguien exterior a nosotros, sino como a aquel que habita en lo más íntimo de nosotros. Escuchamos el murmullo de la fuente que brota en nuestro corazón y que dice sin cesar: "Ven hacia el Padre".

Dios Espíritu Santo nos vuelve hacia el Padre haciendo de nosotros hijos en el Hijo. Como un paciente escultor, va moldeando en nosotros la imagen del Hijo. Pero trabaja a partir del modelo, con los ojos fijos en esta imagen rutilante que es Jesús de Nazaret. Por esta razón olvidamos con tanta frecuencia al Espíritu, de tanto que conduce una vez y otra a Cristo.

Debemos gracias a él, reproducir en nosotros la imagen de Jesús:

"Dios todopoderoso, Padre misericordioso, haz que estemos atentos por tu Espíritu Santo, a fin de que aprendamos, por la predicación de tu Palabra, a conocer tu santa voluntad y a regular nuestra vida por las enseñanzas de tu Evangelio. Obra esta gracia en nosotros por el amor de Jesucristo, tu hijo, nuestro Señor, amén."

Jesús nos ha hablado del Padre: "Todo lo que he aprendido del Padre, os lo he hecho conocer" Y el Espíritu nos recuerda las palabras de Jesús. Deberíamos invocar siempre a Dios Espíritu Santo cuando abrimos el Libro. Es él quien hace de las frases de la Biblia una Palabra capaz de convertir nuestros corazones. "El os recordará todo lo que yo os he dicho". No se trata de una memoria muerta, estereotipada. Se trata de una persona viva, que se dirige a nuestra persona, que le dice que esta palabra le concierne, para su corazón y para la paz de su corazón.

Es el Espíritu quien permite que el Libro no sea un tesoro muerto, conservado en las bibliotecas de las Iglesias, sino una semilla viva sembrada a todos los vientos de la historia y que continúa dando fruto.

El Espíritu provoca y sostiene la oración de los hijos. Aunque le oremos muy raramente, es en él y gracias a él como podemos hacer nuestra la oración de Jesús: "Abba, todo te es posible, que se cumpla tu voluntad". Existe en la oración del cristiano esa entrega de sí mismo entre las manos de Dios, porque es reconocido como Padre, como lo es de su Hijo eterno. San Agustín explica muy bien esta estructura viviente de la oración cristiana. La oración se dirige espontáneamente a lo divino y le pide que sea favorable, que pliegue su voluntad en conformidad con nuestro deseo. La pedagogía cristiana nos conduce a invertir este movimiento con una total confianza: "Padre, que mi voluntad se pliegue a tu querer, porque estoy seguro de que me amas y que quieres mi bien".

Dios Espíritu Santo educa en nosotros la actitud filial. Ya no somos siervos, para vivir aún en el temor. Jesús ha hecho de nosotros hijos libres, que se dirigen al Padre llamándole: Abba.

María, Madre de Jesús y Madre nuestra, es la educadora de esta docilidad al Espíritu. Es Madre de Cristo y se deja santificar por aquel que lleva en sus entrañas y que entrega al mundo. No se convierte en Madre de Cristo para dominarlo o llevarlo allí donde le parezca, sino para dejarse llevar por él por los caminos que quiere el Padre.

Su único deseo es hacer lo que Dios quiere y cumplir, del modo que quiere el Padre, la obra de la misión. "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Y es en la docilidad al Espíritu como María acompaña a Cristo durante su misión, como ella se une a su ofrenda en el calvario, y como se convierte en Madre de la Iglesia y de la humanidad recibiendo de nuevo el Espíritu en el cenáculo.

María no nos habla de Dios Espíritu Santo, pero nos enseña a serle dóciles. Nos enseña, que el sentido de la aventura espiritual es dejarnos guiar por Dios y tenerle confianza. Ella comprende mejor que nosotros que Dios sabe adónde va, y que no quiere más que nuestro bien. Orar al Espíritu con María es crecer en la fe. Es aceptar las cosas cotidianas allí donde Dios nos ha colocado y desarrollarnos en el amor de una vida sencilla. Es reconocer que Dios es capaz de "hacer en nosotros grandes cosas", siempre que reconozcamos que ha "puesto los ojos sobre la humildad de su esclava". Poco importa que seamos considerados o desconocidos, siempre que mantengamos nuestro sitio en la gran obra de la salvación.

Esta es la obra del Espíritu que pone todo en orden y que conduce todas las cosas a su mejor culminación. Sabe que todo existe en Cristo y para él, y coopera para que la obra sea plena y digna de Dios. Nos enseña a amar nuestro lugar, a no considerar las cosas a partir de nosotros mismos y a desear únicamente realizar un buen servicio.

El Espíritu es verdaderamente "el padre de los pobres" y debemos orarle para llegar a la pobreza espiritual. El es, en Dios mismo, el guardián eterno de la pobreza del Padrre y del Hijo el uno frente al otro. El nos enseña que la pobreza espiritual es el verdadero secreto de la felicidad del hombre. Es así como nos revela cuán verdaderamente ha sido hecho el hombre "a imagen y semejanza de Dios".

"Llamar al Espíritu pura y simplemente; una llamada, un grito. Como cuando estamos al límite de la sed, que no nos representamos ya el acto de beber en relación a nosotros mismos, ni siquiera en general. Nos representamos únicamente el agua, el agua tomada en ella misma, pero esta imagen del agua es como un grito de todo el ser."

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