domingo, 31 de mayo de 2009

Problemas de perdón


Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo. El resentimiento sólo destruye al resentido.

El amor propio es ciego y suicida: prefiera la satisfacción de la venganza al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos del perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo.


Ejercicios de perdón

1. Ponte en el espíritu de Jesús, en la fe. Asume sus sentimientos. Enfrenta (mentalmente) al "enemigo" mirándolo con los ojos de Jesús, abrazándolo con los brazos de Jesús, como si "fueras" Jesús.
Concentrado, en plena intimidad con el Señor Jesús (colocado el "enemigo" en el rincón de la memoria), di al Señor: "Jesús, entra dentro de mí. Toma posesión de mi ser. Calma mis hostilidades. Dame tu corazón pobre y humilde. Quiero sentir por ese "enemigo" lo que Tú sientes por él; lo que Tú sentías al morir por él. Puestos en alta fusión tus sentimientos con los míos, yo perdono (juntamente contigo), yo amo, yo abrazo a esa persona. Ella-Tú-Yo, una misma cosa. Yo-Tú-Ella, una misma unidad".
Repetir estas o semejantes palabras durante unos treinta minutos.

2. Si comprendiéramos, no haría falta perdonar. Trae a la memoria al "enemigo" y aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estarás tú atribuyendo a esa persona intenciones perversas que ella nunca las tuvo? Al final, ¿Quién es el equivocado? Si él te hace sufrir, ¿Ya pensaste cómo tú le harás sufrir a él? ¿Quién sabe si no dijo lo que te dijeron que dijo? ¿Quién sabe si lo dijo en otro tono o en otro contexto?
El parece orgulloso; no es orgullo, es timidez. Parece un tipo obstinado; no es obstinación, es un mecanismo de autoafirmación. Su conducta parece agresiva contigo; no es agresividad, es autodefensa, un modo de darse seguridad, no te está atacando, se está defendiendo. Y tú estás suponiendo perversidades en su corazón. ¿Quién es el injusto y el equivocado?
Ciertamente, él es difícil para tí; más difícil es para sí mismo. Con su modo de ser sufres tú, es verdad; más sufre él mismo. Si hay alguien interesado en este mundo en no ser así, no eres tú; es él mismo. Le gustaría agradar a todos; no puede. Le gustaría ser encantador; no puede. Si él hubiera escogido su modo de ser, sería la criatura más agradable del mundo. ¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no escogió? ¿Tendrá él tanta culpa como tú presupones? En fin de cuentas, ¿No serás Tú, con tus suposiciones y repulsas, más injusto que él?

Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar.

3. Se trata de un acto de dominio mental por el que desligamos la atención de la persona enemistada. Consiste, pues, en interrumpir ese vínculo de atención (por el que tu mente estaba ligada a esa persona) y quedarte tú desvinculado de él, y en paz.
No consiste, pues, en expulsar violentamente de la mente a esa persona, porque en ese caso se fijará más. Se trata de suspender por un momento la actividad mental, de hacer un vacío mental, y el "enemigo" desaparece. Volverá de nuevo. Suspende otra vez la actividad mental o desvía la atención hacia otra cosa.
Hay unos cuantos verbos populares que significan este perdón: desligar: se liga, se desliga la atención. Desprender: se prende, se desprende. Soltar: se te agarra (el recuerdo) suéltalo. Dejar. Olvidar.
Como se ve, no es un perdón propiamente tal, pero tiene sus efectos. Puede ser el primer paso, sobre todo cuando la herida es reciente.

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Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta Tí para decirte:
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Tí, Señor.
Deposito en tus manos la fatiga y la lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás. Si los nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí.
Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para alguien ¡perdón, Señor! No quiero esta noche entregarme al sueño sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia enteramente gratuita, Señor.
Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente, me has cuidado como una madre, a lo largo de estas horas.
Señor, a mi derredor ya todo es silencio y calma. Envía el Angel de la Paz a esta casa. Relaja mis nervios, sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y serenidad. Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al sueño, como un niño que duerme feliz en tus brazos. En tu nombre, Señor, descansaré tranquilo. Así sea.

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Felices los que no te vieron, y creyeron en Tí.
Felices los que no contemplaron tu semblante y confesaron tu divinidad.
Felices los que, al leer el Evangelio, reconocieron en Tí a Aquel que esperaban.
Felices los que, en tus Enviados divisaron tu divina presencia.
Felices los que, en el secreto de su corazón, escucharon tu voz y respondieron.
Felices los que, animados por el deseo de palpar a Dios te encontraron en el misterio.
Felices los que, en los momentos de oscuridad, se adhirieron más fuertemente a tu luz.
Felices los que, desconcertados por la prueba, mantienen su confianza en Tí.
Felices los que, bajo la impresión de tu ausencia continúan creyendo en tu proximidad.
Felices los que, no habiéndote visto viven la firme esperanza de verte un día. Amén.

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Señora del Silencio

Madre del Silencio y de la Humildad,
Tú vives perdida y encontrada
en el mar sin fondo del Misterio del Señor.
Eres disponiblidad y receptividad.
Eres fecundidad y plenitud.
Eres atención y solicitud por los hermanos.
Estás vestida de fortaleza.
En Tí resplandecen la madurez humana
y la elegancia espiritual.
Eres Señora de Tí misma
antes de ser señora nuestra.
No existe dispersión en Tí.
Es un acto simple y total,
tu alma, toda inmóvil,
está paralizada e identificada con el Señor.
Estás dentro de Dios y Dios dentro de Tí.
El Misterio Total te envuelve y te penetra,
te posee, ocupa e integra todo tu ser.
Parece que todo quedó paralizado en Ti,
todo se identificó contigo:
el tiempo, el espacio, la palabra,
la música, el silencio, la mujer, Dios.
Todo quedó asumido en Tí, y divinizado.
Jamás se vio estampa humana,
de tanta dulzura,
ni se volverá a ver en la tierra
mujer tan inefablemente evocadora.
Sin embargo, tu silencio no es ausencia
sino presencia.
Estás abismada en el Señor,
y al mismo tiempo,
atenta a los hermanos, como en Caná.
Nunca la comunicación es tan profunda
como cuando no se dice nada,
y nunca el silencio es tan elocuente
como cuando nada se comunica.
Haznos comprender
que el silencio
no es desinterés por los hermanos
sino fuente de energía e irradiación;
no es repliegue sino despliegue,
y que, para derramarse,
es necesario cargarse.
El mundo se ahoga
en el mar de la dispersión,
y no es posible amar a los hermanos
con un corazón disperso.
Haznos comprender que el apostolado,
sin silencio,
es alienación;
y que el silencio,
sin el apostolado
es comodidad.
Envuélvenos en el manto de tu silencio,
y comunícanos la fortaleza de tu Fe,
la altura de tu Esperanza,
y la profundidad de tu Amor.
¡Oh Madre admirable del Silencio!

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A Tí, Señor que pasaste por este mundo "sanando toda dolencia y toda enfermedad" levanto mis gritos y gemidos, yo, pobre arbol azotado por el dolor. Hijo de David, ten compasión de mí!
Mi salud se deshace como una estatua de arena. Estoy encerrado en un círculo fatal. Dios mío, cada mañana me levanto cansado, mis ojos enrojecen de tanto insomnio. Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena. Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas y me muerde el dolor. Y, sobre todo el miedo, Señor.
Tengo mucho miedo. El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma ¿qué será de mí? ¿amanecerá para mí la aurora de la salud? ¿podré cantar algún día el aleluya de los que sanan? ¿me visitarás alguna vez, Dios mío? ¿no dijiste un día, "levántate y anda"? ¿no dijiste a Lázaro: "sal fuera"? ¿no se sanaron los leprosos y caminaron los cojos al mando de tu voz? ¿no mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas? ¿cuándo llegará mi hora? ¿cuándo podré narrar también yo, tus maravillas? Hijo de David, ten piedad de mí, Tú que eres mi única esperanza.
Sin embargo sé que hay otra cosa peor que la enfermedad: la angustia. Es buena la salud pero mejor es la paz. ¿para que sirve la salud sin la paz? Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.
La angustia, sombra oscura hecha de soledad, miedo e incertidumbre, la angustia me asalta a ratos y a veces me domina por completo. Con frecuencia siento tristeza... Necesito paz, Señor Jesús, esa paz que sólo Tú la puedes dar. Dame esa paz hecha de consolación, esa paz que es fruto de un abandono confiado. Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud. Lo restante lo dejo en tus manos!
A partir de este momento suelto los remos y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas. Llévame donde quieras, Señor. Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú. Lléname de tu serenidad y eso me basta. Así sea.

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La oración de contemplación

Es bueno esperar en silencio. Nunca se agotan sus Misericordias del gran Amor. Es verdad que la vida del monasterio está pensada para...