domingo, 31 de mayo de 2009

¿Te aburre el Evangelio?
Sólo conoces algunos pasajes que has escuchado muy por encima en la misa del domingo. ¿Has abierto el Evangelio, de vez en cuando y no has encontrado nada?
Si penetras en el Evangelio como en un libro humano, sólo encontrarás en él, ideas y recetas humanas. Si te acercas a él como a una obra dictada por el Espíritu Santo, sus palabras serán, en tí y en tu vida, semillas de eternidad.
¿Quieres comulgar en forma auténtica con el Evangelio? Has de acercarte religiosa y desinteresadamente a él... para ESCUCHAR Y VER (es decir contemplar) a Jesús VIVO que se dirige hoy a tí a través de su vida y sus palabras.
Necesitas una palabra que resuene en el infinito. Respeta esa hambre pues es, en tí, esa partícula de amor creador que llama al Amor, para conversar. Es el hambre de una Palabra viva e infinita, es el hambre de Evangelio.
Dices: "Hablo a Dios y no me responde" Te equivocas. Desde siempre estás llamado al diálogo. Si te quejas del silencio de Dios, quiere decir que no escuchas el Evangelio. En él, Dios entabla la conversación contigo. Respóndele. Así puedes comunicarte con Jesucristo vivo. ¿Estás atento a las confidencias que te hace Jesucristo?
No puedes encontrar al Señor y comprender su Palabra si no has pedido al Padre que sea el guía que te conduzca y al Espíritu Santo, el Intérprete que te traduzca.
Jesucristo no habla el mismo idioma que tú, por eso te cuesta comprenderlo. Hablas de eficacia, El dice: por la cruz. Hablas de influencia en el mundo, El dice: siendo el último; hablar de poder, El dice: siendo un niño; hablas de riquezas, El dice: desposándote con la pobreza. Resulta difícil entenderse cuando no se habla el mismo idioma. Acepta que te cambien la manera de ver las cosas. No huyas del Evangelio.
Proclamar el Evangelio durante toda tu vida, no es predicar sobre una mesa en la fábrica, en oficina, es estar tan disponible al Espíritu y lleno de Evangelio, que tus sentimientos, pensamientos, opiniones y mentalidad se convertirán en los de Cristo. Así cuanto más medites el Evangelio, tanto más evangélico, más apostólico serás.
Deja que el Espíritu Santo te inspire, cuando quiera, el papel que Cristo quiere desempeñar a través de tí. Si eres fiel y atento, te sorprenderás al verlo intervenir con frecuencia. Esto es el Evangelio en la vida. En la meditación del Evangelio sois dos los que actuáis. Tú que recoges y te dispones a recibir a Cristo. El Espíritu Santo que te conduce al Señor y te transforma en El. No te desanimes nunca.
Corre al Evangelio. No faltes a la cita de Dios.

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El Otro


Si quieres influir en otro, ten presente esta regla de oro: No seas nunca destructivo, sino siempre constructivo. El otro es extremadamente sensible al juicio de los que lo rodean. La indiferencia de éstos, su falta de confianza y más aún su desprecio lo paralizan y lo condenan al estancamiento.

Si quieres influir en otro, comienza por amarlo sinceramente, de lo contrario, no lograrás hacerle avanzar ni un paso. Luego, pon en él tu confianza, no importa lo que suceda; finalmente admíralo, siempre hay algo que admirar en el otro. Ama, confía, admira concretamente. No basta con tener esos sentimientos en tu corazón. Debes expresarlos. El otro interpreta siempre el silencio como una reprobación y cuanto más débil es, tanto más le invita ese silencio al desánimo.

El piensa: "soy poca cosa a sus ojos", "me juzga incapaz, sin reacciones", "me desprecia", "sin duda no le gusto", y muy rápidamente saca una amarga conclusión: "en el fondo, tiene razón".

Frente al otro, no pienses nunca: soy superior, sino piensa: en tal punto me supera. Si piensas lo primero, lo aplastarás, si lo segundo, lo animarás y lo engrandecerás. El otro siempre tiende a ser lo que tú piensas y dices que es. Si piensas muy mal de alguien, no vale la pena que trates de influir en él. Antes de abordarlo, empieza por esforzarte para rectificar tu juicio.

La alabanza sincera tiene un poder mágico. Si quieres que el otro progrese, felicítalo con sinceridad. Eso es siempre posible. Mira al otro, ve sus cualidades, sus dones, pónlos a plena luz; muchos están ocultos, por negligencia, por desaliento. Devolvérselos es revelárselos, es salvarlo, pues Dios condena al que entierra sus talentos.

Si buscas las cualidades del otro y se las alabas, no eres un hipócrita adulador, sino un adorador del Padre. Cuando en la Fe te acercas religiosamente a otro, estás en el camino de Dios, pues es El quien deposita sus dones en cada uno. Confía, confía siempre en el otro, a pesar de las apariencias, a pesar de los fracasos.

Si dices al otro: "no se puede hacer nada contigo", el otro que ya tiene muchos problemas consigo, pensará "es verdad..." y no tratará de hacer nada. Si dices al otro: "con esfuerzos y paciencia, llegarás seguramente a alguna parte", el otro pensará "quizás tenga razón" y estará tentado a probar.

Si a pesar de todo debes hacerle reproches, condenar una actitud, una acción, empieza felicitándole sinceramente por una cualidad, un progreso, un éxito. El reproche sólo agria, entorpece o desanima. Si quieres que un reproche sea constructivo, el otro tendrá que estar preparado para recibirlo. No se trata de admitir lo malo, sino de estimular lo bueno.

No remuevas indefinidamente las cenizas, inclínate inmediatamente sobre la brasa encendida, por poca que sea; aliméntala, sóplala y encenderás un brasero... Es decir, enciende en el otro el esfuerzo más insignificante, el progreso más insignificante y alégrate sinceramente. Tu alegría, tu admiración revelarán a otro sus posibilidades. Creerá más en ellas, llegará más rápido y más lejos.
¿Quieres influir en el otro? Olvídate de tí mismo. Si bien crees que puedes hacer algo, estorbas. Sólo puedes preparar el terreno, abrir el camino. Hace ya mucho tiempo que Dios salva y redime. Influir en el otro es ir al encuentro del Amor todopoderoso, que transforma el corazón.

¿Estás desanimado ante el pecado que no puedes dejar de notar en el otro? Repítete las palabras de San Pablo: "donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia".

No existe nadie (ni jamás existirá sobre la tierra) que haya caído tan bajo como para escapar al amor infinito de Dios. No tienes derecho a no amar y a no confiar donde Dios ama y confía.

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La fe recibida en el bautismo es una semilla, pero una semilla está hecha para producir una planta y la planta para dar frutos.
Tu Fe puede crecer, pero no: buscando indefinidamente nuevas razones para creer, ni imaginando la bondad, el poder, el amor de Dios, ni tratando de sentir la presencia del Señor, ni convenciéndote que crees más. Tu Fe crecerá si te comprometes a seguir a Cristo, no sólo en actos religiosos, sino en todo momento, durante toda tu vida: "Si alguno quiere ser mi discípulo, que me siga". Sólo tiene valor la fe que actúa por la caridad.
¿Tienes dificultades de Fe? ¿Cuáles?
¿Obstáculos intelectuales? No te pelees con las ideas, escuentra a Jesucristo, luego reflexionarás con más calma y eficacia sobre su Luz. ¿Obstáculos con la Iglesia? No tropieces con los estandartes, cirios, con la nueva liturgia, con las condenaciones... corre hacia Jesucristo. El Señor que vive en el Evangelio, en la Eucaristía, te hará comprender que El es el mismo Señor que vive en la Iglesia. ¿Obstáculos morales? Implora a Jesucristo. El te ayudará y te perdonará mediante el Sacramento de la Penitencia.
Tranquilízate, si eres leal y generoso, tus crisis de Fe son sólo crisis de crecimiento. Los obstáculos son ocasiones de elevación, como el dique, que obliga al agua a elevarse para dar una nueva potencia. Pero cuanto más avances en la Fe, tanto más encontrarás oscuridad, pues en la tierra Dios será siempre un Dios oculto.
Desarróllate armoniosamente y no te contentes en la edad adulta con una fe adolescente... o aun de niño. Si vives con una fe adulta, ya no tendrás que tabicar tu existencia: en un lado la vida cristiana, en el otro, la vida a secas. Sólo habrá un gran esfuerzo pacífico de todo tu ser para adherirte por Cristo, con El y en El, a través de la más breve de tus palabras, y el más insignificante de tus gestos.
Habrás triunfado cuando puedas decir con lealtad: "Mi vida es Cristo"·

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Es fácil demoler una casa, es más dificil construir una. Es fácil concebir planes, pero es dificil realizarlos. Tus buenas intenciones de nada sirven si no se dirigen a la acción. Porque no puedes hacer mucho, más vale que hagas un poco.
El miembro que no se usa se atrofia. El hombre que no actúa, no sólo no progresa, sino que retrocede. Sólo puedes perfeccionarte actuando.
Mira a los hombres a tu alrededor. Se agitan mucho, se gastan, hablan, reaccionan, se pelean y finalmente se desaniman, pues el resultado es insignificante comparado con sus esfuerzos. No es la intensidad del movimiento quien da eficacia a tu acción, sino el peso del Espíritu que, gracias a tí, ella lleva consigo.
Algunos hombres con poco tiempo, pocos gestos, poca acción harán mucho, otros con más tiempo, más gestos, más acción harán muy poco. La diferencia radica en "el alma" de quienes actúan.
Cuánto más mires tu acción y más reflexiones sobre ella, más "persona" humana te vuelves.
Si quieres actuar seriamente, mira primero la realidad. Humanamente, es prudencia: mide con exactitud las necesidades, marca el punto preciso en el que has de insertarte, calcula las fuerzas que has de emplear...
Cristianamente, es evitar la ilusión: si preguntas a la realidad guiado por la fe, "Dios te contestará" y a través de la vida concreta, te invitará a la acción.
En la fe someterse a la realidad es someterse a Dios. No puedes actuar recta y cristianamente si primero no has visto y juzgado en la fe.
La acción debe llegar a ser la puesta en marcha del designio del Padre, después de haberlo descifrado, con una mirada fiel a la vida.
Quieres ser eficiente, te impacientas por el pobre resultado de tu acción, sufres al comprobar todo el trabajo que se te ofrece, oyes el llamado de tu ambiente y de toda la humanidad... si quieres dar a tu vida su máxima eficacia, cambia tu voluntad limitada por la voluntad infinita de Dios. El cambiará tus débiles fuerzas por su Omnipotencia infinita. Dios hace grandes cosas con lo pequeño.
Tu limitas tu eficacia creyendo aún en tu poder. Si desapareces, Jesucristo podrá aparecer y perfeccionar el designio de Su Padre por tí.

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¿Dejarás de construir tu casa porque el material enviado no corresponde al pedido?
¿Tirarás la lana de tu tejido porque no te alcanza para tal modelo?
¿Abandonarás a tu hijo porque no tiene el temperamento y el carácter que esperabas?
¿Renunciarás a construir tu hogar porque tu marido no es el que habías soñado, porque tu esposa no es la que esperabas?
Si te casaste con tu sueño, actuaste como un adolescente. Acúsate sólo a tí mismo y no acuses a tu cónyuge de no ser como habías imaginado.
Si estás decepcionado y sigues en tu decepción, muy a tu pesar, se te notará y si se te nota, alejas al otro un poco más de ti, puesto que el otro, para acercarse, necesita confianza.
Tus lamentos son barreras que separan, mientras que lo que conviene es unir.
Nunca es demasiado tarde para casarse al fin con quien comparte tu vida. Sólo es preciso que te decidas.
No puede haber un matrimonio de tres: tu esposo, tú y tu sueño. Si quieres casarte seriamente, divórciate de tu sueño.
Si no puedes construir un castillo, puedes por lo menos construir una choza, pero no serás feliz en tu choza mientras sigas soñando con tu castillo.
Estás decidido a romper con tu sueño, a abandonar tu castillo...¿Significa eso renunciar a tus ilusiones? No, así no las suprimirías.
Empieza por perdonar a tu esposo, pues nunca le perdonaste que no sea como tú habías imaginado. Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y lo que en tí se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos.
Acepta por fin profundamente la REALIDAD del otro y la de tu hogar.
No se trata de "rehacer tu vida" sino de rehacerte.
Quizás no lo amaste nunca de verdad, sólo lo deseabas para tí. Quizás nunca te amó de verdad, sólo te deseaba para sí... y vuestros dos egoísmos se unieron en un momento, forjándoos la ilusión del amor.
Aunque el afecto sensible haya desaparecido en apariencia, puedes amarlo, puedes querer su bien.
¡Pero él...! ¡Pero ella...!
No juzgues al otro, júzgate a tí mismo. Si realmente ya no te ama, ámalo más y sin esperar nada a cambio. Son pocas las personas que se resisten por mucho tiempo a un amor auténtico. Amando lo ayudas a amar.
Siempre piensas: me desilusionó.
Piensa, pues, también: lo he desilusionado.
Fue él quien comenzó.
Entonces empieza a amarlo con un corazón completamente nuevo. Si tu copa está vacía, puedes llenarla. Pero si está llena...
Es la profundidad de tu alma la que mide la profundidad de amor que recibes.
Dices que tiene todos los defectos. Decías que tenía todas las cualidades. Ayer te equivocabas, hoy también. Posee cualidades y defectos, y debes casarte con todos ellos.
No es culpa mía, cambió.
¿No habrás cambiado tú?... y si cambió, ¿por qué te asombras? Te has casado con un ser vivo y no con una imagen fija. Amar no es la elección para un momento, sino para siempre.
Amar a un hombre, amar a una mujer, es siempre amar a un ser imperfecto, a un enfermo, un débil, un pecador...
Si lo amas de verdad, lo curarás, lo sostendrás, lo salvarás.
El sacramento del matrimonio consagró vuestra unión y os ayuda a realizarlo cada día.
En el corazón de vuestro hogar, sólo Cristo podrá libraros del egoísmo y restituir el amor, pero para entrar en vuestra casa, hoy como ayer, El necesita un SI.
Aceptar el propio hogar es aceptar el otro, pero es también aceptar a Jesucristo salvador.


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La oración de contemplación

Es bueno esperar en silencio. Nunca se agotan sus Misericordias del gran Amor. Es verdad que la vida del monasterio está pensada para...